Clint se puso muy tenso y respondió:
– Hasta anoche, habría dicho que tienes razón. He estado obsesionado por las cosas que hicimos… pero ya no. Me he curado de tu suciedad. Lo mejor que podría hacer para este mundo sería mataros a ti y a la niña que hemos concebido.
A mí me costó un tremendo esfuerzo alzar la mano para apartar el brazo de Clint. Al notarlo, él me miró a los ojos.
– Recuerda lo que me prometiste. Me lo juraste.
Clint apretó los dientes, y vi que luchaba contra sí mismo. Después, bajó el revólver lentamente.
Rhiannon se rió burlonamente.
– ¡Débil! ¡Siempre débil! Eres una sombra lamentable de lo que podrías haber sido. No eres amenaza para mí.
Sin dejar de reírse, se acercó al círculo.
Se detuvo a pocos centímetros de la nieve derretida. La criatura la devoró con los ojos rojos, brillantes.
– Nuada -dijo seductoramente-, no me creías lo suficientemente poderosa como para conseguir tu obediencia. ¿Quién era el tonto?
– Yo, mi señora.
– ¿Y a quién vas a obedecer ahora, Nuada?
– Os obedeceré a vos, mi señora.
Sus palabras eran serviles, pero su tono era peligrosamente condescendiente, como si estuviera hablando con una niña mimada.
Entonces, ella lo abofeteó con fuerza, y dejó dos manchas rojas en las mejillas pálidas de Bres.
– Vas a aprender la forma adecuada de dirigirte a mí. Y yo voy a disfrutar enseñándote.
– Esto tiene que terminar ahora -susurró Clint.
Me posó sobre la nieve con delicadeza, y se quitó el abrigo y el jersey. Colocó el jersey bajo mi cabeza y mi hombro, para que no tocaran más la nieve, y me tapó con el abrigo.
Sus movimientos hicieron que la criatura moviera los ojos para observarlo, y eso llamó la atención de Rhiannon. Se dio la vuelta y entornó los ojos con furia.
Al ver a Clint erguido ante ella, su expresión cambió, y convirtió en una de diversión.
– ¿Acaso tú también necesitas una lección de obediencia? -le preguntó.
– No, no -respondió Clint.
Elevó el revólver y apretó el gatillo.
El sonido del disparo fue ensordecedor, pero no consiguió tapar el grito de locura de Rhiannon al ver el agujero rojo que apareció en mitad de la frente de Bres.
– ¡No!
El cuerpo cayó de rodillas, y después, pesadamente, hacia delante, de cara a la nieve.
– ¡Lo has matado! ¡No deberías haber podido hacerle daño dentro del círculo de poder!
Clint se encogió de hombros.
– Seguramente, te vendrá bien recordar en el futuro que no estás en Partholon, sino en Oklahoma. A las balas no les importa nada un círculo de nieve derretida.
– Sobre todo, si las dispara un Chamán -añadí yo.
Clint y Rhiannon me miraron con sorpresa. Detrás de ella, yo percibí un movimiento. El cadáver de Bres se retorció y se marchitó, y todos volvimos a concentrarnos en lo que ocurría dentro del círculo. Con un repugnante sonido líquido, Nuada escapó del cuerpo.
– Oh, mierda -susurré.
Rhiannon sonrió sarcásticamente. Su risa surgió con histerismo de entre sus labios, y me di cuenta de que estaba completamente loca.
– ¿Y qué van a hacer tus balas contra esto, Chamán? -le preguntó a Clint.
Después se volvió hacia la criatura.
– Todavía eres mío. Todavía te ata mi sangre -le dijo, y señaló a Clint con un dedo tembloroso-. Destrúyelo.
La mancha de oscuridad respondió a Rhiannon y se irguió. Yo observé con espanto, en silencio, cómo se solidificaba y de nuevo tomaba forma.
Con un tremendo dolor, conseguí incorporarme y sentarme. Tenía que llegar a cualquier árbol. Por supuesto, lo mejor sería tocar a los ancianos robles. Yo conocía el poder que tenían. Sin embargo, estaban dentro del círculo, y Nuada se interponía entre ellos y yo. Miré hacia los árboles del borde del claro; estaban a unos cincuenta metros, pero tendría que ir hacia ellos.
Intenté ponerme en pie, apretando los dientes de dolor, pero me caí hacia atrás. Parecía que las piernas no iban a cooperar. Abrí la boca para llamar a Clint, y al instante, la cerré de nuevo.
Clint estaba levantando los brazos, lentamente, mientras entonaba un cántico en voz baja. Yo no podía descifrar sus palabras.
Miré a Rhiannon. Ella no estaba prestándole atención a él, ni a mí tampoco. Se movía metódicamente alrededor de la circunferencia, murmurándole las palabras «mo muirninn» a la criatura, como si fuera una expresión de cariño. A cada pocos pasos, hacía un corte en el círculo con la punta de la bota, sin dejar de murmurar.
Entonces, las palabras de Clint se hicieron audibles para mí y miré de nuevo al Chamán. Su aura brillaba y latía con fuerza a su alrededor, y de repente, parecía tan fuerte y tan poderoso que se me llenaron los ojos de lágrimas. Tenía los brazos estirados hacia el cielo, y su voz había adoptado un tono melódico muy diferente a los cánticos de Partholon. Sus palabras estaban subrayadas con el pulso profundo y primitivo que yo percibía en el aire. Escuché atentamente cómo llamaba a los espíritus a través de la naturaleza, de la lluvia, el fuego y la tierra.
Cuando terminó su invocación, bajó los brazos y miró a su alrededor como si acabara de despertar de un sueño abrumador. El azul de su aura seguía brillando, pero no había ninguna otra cosa que hubiera cambiado en él, ni en la zona que lo rodeaba.
Le rogué a Epona que, si lo que él estaba haciendo no funcionaba, me permitiera llegar hasta los árboles para poder vencer a Nuada. Y, al mirar al borde del bosque, tuve que parpadear. Me froté los ojos y vi lo que estaba sucediendo.
De entre los árboles aparecían figuras que se acercaban al claro majestuosamente. Eran hombres ancianos, cuyos rostros estaban tan marchitos por el tiempo que no podía adivinarse su edad. Y, por cada uno de aquellos hombres aparecía la figura de un espectro luminiscente. Al principio era difícil distinguirlos como entidades individuales, porque se mezclaban perfectamente con el blanco y el gris de los copos de nieve, pero el anillo de guerreros fantasmales siguió avanzando. Cuanto más se acercaban, más distinguibles eran sus rasgos.
Los ancianos se acercaron, y al unísono, comenzaron un cántico. Tenía el mismo ritmo ancestral que la invocación que había hecho Clint. Los guerreros muertos no hablaban, pero seguían hacia delante con pasos sigilosos, obedeciendo la llamada de los ancianos. Las coronas de plumas de los antiguos vestidos de combate se alzaban y descendían con los movimientos de los guerreros.
Yo aparté la vista de aquella fabulosa escena y miré a Clint. De él irradiaba un poder puro, maravilloso. Se había unido al cántico de los ancianos.
Después miré a Rhiannon. Ella era ajena a todo, y seguía destruyendo el círculo que ella misma había dibujado, y canturreándole a la criatura. El cuerpo de Nuada había recuperado la forma por completo. Era la sombra viviente del ser al que había derrotado ClanFintan. Se movía de adelante hacia atrás, concentrado en la pequeña parte del círculo que Rhiannon debía romper todavía.
Noté que el aire se movía a mi alrededor, como si alguien hubiera pasado un plumero por mi cuerpo. Las formas nebulosas de dos de los guerreros pasaron tan cerca de mí que, de haber alargado el brazo, hubiera podido tocar sus trajes de flecos.
«Saludos, Elegida».
Los pensamientos de varios de los guerreros invadieron mi mente.
«Agradecemos tu recuerdo».
Me sorprendí. Aquéllos debían de ser los espíritus de los guerreros de Nagi Road. Con mudo asombro, vi cómo seguían avanzando hacia el círculo de nieve derretida.
Rhiannon rompió la última parte de la circunferencia y dio un paso atrás con un grito de triunfo. Entonces, chocó con el anciano más cercano a ella. El susto casi le hizo perder el equilibrio, pero el indio la agarró con sus brazos fuertes y la mantuvo en pie.
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