– Apártate, Hechicera -dijo, y su voz era como el crujido de las hojas de otoño-. Tenemos que llevar a cabo una tarea.
Rhiannon se zafó de sus manos. Miró frenéticamente a su alrededor, con los ojos desorbitados, al ejército de guerreros fantasmales.
– Haz lo que te ha dicho el Chamán, Hechicera -le dijo Nuada, silbando aquella última palabra-. Yo terminaré lo que tú dejaste inacabado.
Sin embargo, antes de que pudiera poder un pie fuera del círculo, el cántico de los ancianos comenzó de nuevo. En aquella ocasión había urgencia y tensión en las palabras.
Nuada abrió las fauces y dejó a la vista sus colmillos afilados mientras rugía a los espíritus. Entonces, vio a Clint y entornó los ojos.
– Ahí estás, Chamán -dijo-. Ahora terminaremos esto que hay entre nosotros.
En cuanto se liberó del círculo, sentí un cambio en el ejército de guerreros. Todos prorrumpieron en gritos de batalla, y como si fueran uno, avanzaron cerrando más y más el círculo.
Nuada se detuvo ante el muro de espíritus.
– Los muertos no pueden hacerme nada -dijo con un gesto imperioso.
– En eso te equivocas -respondió Clint-. Los que te rodean son espíritus de guerreros muertos, protectores de este bosque sagrado y este mundo. Yo los he despertado, como ellos me despertaron a mí. Y ahora, vamos a expulsarte a ti, y a tu perversidad, y te enviaremos de vuelta a tu reino de oscuridad.
Con un silbido de reptil, Nuada se lanzó hacia Clint. Con una gran rapidez, uno de los guerreros se interpuso en el camino de la criatura y le dio un hachazo. En vez de pasar a través del cuerpo de Nuada, le cortó la carne oscura. Antes de que el eco del grito de dolor de Nuada se hubiera desvanecido, la parte de carne cortada se volvió ceniza y se dispersó en el aire, entre los copos de nieve.
Los demás espectros rodearon el cuerpo de Nuada, que no dejaba de gritar. Pronto, no vi más que una forma que se retorcía, rodeada por los espíritus enfadados de los guerreros.
Y después, sólo hubo silencio.
Entonces, los guerreros desaparecieron. En el lugar que había ocupado Nuada sólo quedó un hueco en la nieve, cubierto de ceniza.
Dejó de nevar.
– Chamán, ¿nos necesitas para algo más? -le preguntó uno de los ancianos, respetuosamente, a Clint.
– No, amigo mío. Gracias.
Sin embargo, el anciano no se dio la vuelta inmediatamente. Habló con solemnidad:
– Mi corazón siente alegría, porque la herida del alma del Chamán Blanco se ha curado.
Pronunció aquellas palabras de un modo muy bello, como si cada una de las sílabas tuviera un significado secreto. Entonces, el anciano entornó los ojos y,se acercó a Clint, mirándolo con atención. Era como si estuviera viendo el alma de Clint.
El anciano frunció el ceño con preocupación.
– Piensa, hijo -dijo con una infinita tristeza-. Tienes que asegurarte de que ése es el camino que vas a recorrer. Es muy largo.
Clint se sorprendió.
– Gracias, amigo. Lo recordaré.
– Nos veremos de nuevo, Chamán Blanco. Hasta entonces, adiós, hijo mío -dijo el anciano, mientras volvía hacia el bosque.
– Adiós, padre -le dijo Clint.
Después, se acercó rápidamente a mí y se agachó a mi lado.
– ¿Puedes andar? -me preguntó con calma. Entre sus brazos, me sentí bien de repente, como si me hubiera aliviado el dolor del costado.
– ¡No! -gritó Rhiannon, y se lanzó hacia Clint, con el puñal listo para atacar.
Sin embargo, Clint reaccionó rápidamente. Se puso en pie y, con facilidad, rechazó su golpe, le agarró la muñeca y se la retorció hasta que ella soltó el puñal, que cayó inofensivamente entre la nieve.
Sin soltarla, Clint se agachó para recuperar el arma, y después se dirigió a ella.
– Se acabó, Rhiannon. No voy a tolerar nada más.
– ¡Tú! ¡Tú! ¡Como si tú pudieras dictar las acciones de una diosa!
– Yo nunca haría algo semejante. Sin embargo, tú no eres una diosa -le dijo él, y yo me sorprendí por la gentileza con la que le había hablado.
– ¡Mentira! ¡Soy la Elegida de Epona, la Amada, la Encarnación de la Diosa. Y voy a tener a la Hija de Epona.
– No -dije yo-. Antes eras su Elegida, pero ya no lo eres.
– Y supongo que piensas que ahora lo eres tú.
– Sí. Sí, lo soy. Yo no lo pedí, y al principio ni siquiera quería serlo, pero ahora lo acepto. Partholon es mi elección.
Antes de que Rhiannon pudiera responder con alguno de sus retorcidos razonamientos, le pregunté:
– ¿Te hablan los árboles?
– ¿Los árboles? Ellos están aquí para reforzar mi poder, para engrandecer mi magia.
– No. Ellos no refuerzan tu poder. Tú has estado obteniendo poder de la tierra, sí, pero los árboles no te lo han dado voluntariamente. Rhiannon, tú te has entregado a Pryderi. Eso significa que has traicionado a Epona.
– Epona es egoísta y celosa. Ella intenta obligarme a que la adore, pero yo siempre he tomado mis propias decisiones. ¿Por qué iba a someterme a una sola diosa, cuando hay muchos para poder elegir?
– ¿Qué te llaman los árboles? -repetí yo.
– No me llaman nada -respondió Rhiannon despreciativamente.
– Ellos le han dado la bienvenida a Shannon, llamándola Elegida de Epona -dijo Clint suavemente.
– ¡No!
– Sí. Yo lo he visto. Shannon es la Elegida de Epona. Ha sido reconocida en ambos mundos. Y ella también está embarazada. Va a tener a la verdadera Hija de Epona. La diosa ya no habla contigo. Lleva mucho tiempo sin hacerlo. Sabes que es la verdad.
Rhiannon comenzó a negar con la cabeza, y me vi reflejada en ella. Vi todo lo que había temido siempre, todas mis inseguridades y mis heridas, en su expresión.
– Lo siento, Rhiannon -le dije con amabilidad. Ella estaba rota y yo no me sentía contenta. Tenía una sensación de pérdida y de tristeza.
Clint le soltó la muñeca. Ella se retiró, caminó hacia atrás por encima de los vestigios del círculo, más allá del cadáver de su sirviente, hasta que tropezó con una de las raíces de los ancianos robles. Cuando cayó, no se levantó. Sus sollozos me sacudieron como si fueran míos.
De nuevo, Clint se agachó a mi lado.
– ¿Estás lista para volver a casa, mi niña?
Yo no podía hablar, así que asentí.
– Primero, deja que te mire la herida.
Cerré los ojos y apreté la cabeza contra su hombro cuando me quitó la bufanda empapada en sangre del costado. Mientras me inspeccionaba el corte, inhalé aire bruscamente.
– Lo siento, amor -me dijo, y me besó la frente-. Es una herida mala, pero creo que lo peor de todo se lo llevó la costilla. Vamos a ver si puedo taponártela para que no sigas sangrando.
– Eso estaría bien -susurré.
Clint me ató la bufanda alrededor del torso para mantener el vendaje improvisado en su sitio. Intenté no hacer demasiado ruido, pero me dolía mucho, y no pude evitar gimotear.
– ¿Crees que podrás andar? -me preguntó cuando terminó.
– Si me ayudas sí -susurré.
– Siempre te ayudaré. Para eso estoy aquí.
Él me puso un brazo alrededor de los hombros y el otro bajo el codo. Después, me ayudó a ponerme en pie.
– Oh, Dios, me duele mucho -dije, jadeando.
– Lo sé, mi niña -respondió mientras caminábamos hacia los árboles-. Ya casi hemos llegado. Cuando toques los árboles te sentirás mejor.
Me di cuenta de que pasábamos junto a Rhiannon, que se había acurrucado en posición fetal a los pies del roble más cercano. Después, yo estaba en la base del roble gigante. Clint me apoyó con delicadeza sobre la corteza cubierta de musgo.
«Bienvenida, Amada, Elegida de Epona».
Las palabras sonaron maravillosamente bien.
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