– Mentiras -escupió ella-. Dices mentiras porque no puedes soportar que yo sea más poderosa que tú.
– ¡A mí no me importa un comino lo poderosa que seas tú, idiota! ¡Ni siquiera quiero estar en este mundo! Ya habría vuelto a Partholon si tú no hubieras resucitado a esa maldita criatura y la hubieras traído aquí. El motivo por el que estoy en Oklahoma es que tengo que arreglar lo que tú has estropeado. Otra vez.
– No me hables así -me ordenó en un tono frío y peligroso.
– Mira, Rhiannon. Ya no estás en Partholon, y yo no soy uno de tus esclavos. No me asustas, y te hablaré como me dé la gana. Quiero ser agradable contigo, sobre todo después de que Epona me mostrara lo que ocurrió en tu pasado, el motivo por el que eres tan odiosa.
Rhiannon dio un respingo, como si yo la hubiera golpeado, pero yo continué hablando.
– Sin embargo, no me estás facilitando las cosas. Creo que tu problema es que nunca te han dicho que no, así que te has pasado la vida haciendo lo que querías y te has convertido en una bruja egoísta y odiosa. En circunstancias normales, dejaría que te las arreglaras tú misma hasta que te dieras cuenta de que necesitas terapia psicológica, pero el problema es que te las has arreglado para soltar a un ser malvado y enloquecido en este mundo. Por si no lo sabías, Rhiannon, no es muy normal que nieve así en Oklahoma. Es antinatural, como la magia que has estado usando -dije, y di un paso hacia ella-. Ahora, quiero que envíes a esa criatura de vuelta al infierno, o a donde sea.
– Enviaré a la criatura -dijo Rhiannon, en un tono muy controlado- al sitio al que pertenece. Observa y aprende, profesora.
Se dio la vuelta y, sin decir una palabra, elevó los brazos por encima de la cabeza. La silenciosa plegaria de Bres se hizo audible de repente. Las palabras eran irreconocibles, pero mi cuerpo reaccionó de una manera intensa al oírlas. Se me puso el vello de punta, y me sentí como si estuviera en mitad de una tormenta eléctrica. Entonces, el acento melódico de Rhiannon se unió a la voz gutural y áspera de Bres. Ella se acercó a él, pero me di cuenta de que no atravesaba la circunferencia de hielo derretido.
Sin alzar la cabeza, él extendió los brazos hacia ella. Tenía un objeto en la palma de la mano. A la luz grisácea que se filtraba entre los copos de nieve, brilló la hoja de un puñal.
– Oh, magnífico -murmuré.
Me preparé para correr hacia delante y quitarle el puñal o taparme los ojos, como si estuviera viendo una película de miedo. Mientras decidía qué iba a hacer, Bres elevó la cara, y con horror, yo observé cómo cambiaban sus rasgos, cómo se alteraba su forma, como si estuviera hecho de arcilla. Primero, se cerraron su boca y su nariz, y sus ojos brillaron. Después ya no tenía ojos, sino unos huecos negros y cavernosos, y su boca se convirtió en un agujero de fauces horribles. Después su rostro volvió a cambiar, y se convirtió en el hombre más guapo que yo hubiera visto en mi vida.
Tuve que tragar bilis. Mientras, él se convirtió de nuevo en el esquelético Bres.
Rhiannon no mostró ninguna reacción ante aquellas espantosas transformaciones. Le quitó el puñal, y con dos movimientos rápidos le hizo dos cortes en forma de cruz en el pecho. Al instante comenzó a brotar la sangre de las heridas, y a derramársele por la piel.
Ante la aparición de la sangre, el ritmo de su letanía aumentó de manera espectacular. Por el rabillo del ojo, vi moverse una forma oscura. Me di la vuelta rápidamente en dirección a aquella figura, y se me encogió el estómago.
La negrura avanzó, y Rhiannon notó su presencia. Entonces, también se volvió. Al ver aquella forma negra, entrecerró los ojos y las palabras de su letanía cambiaron.
– ¡Nuada eirich mo dhu! ¡Nuada eirich mo dhu! ¡Nuada eirich mo dhu!
Siguió y siguió, como si fuera un disco rayado. Yo observé cómo Nuada se incorporaba y se convertía en una forma reconocible. Le crecieron garras de las manos, y se le separaron las piernas, que tomaron una forma humanoide. Y extendió las alas. Abrió la boca y comenzó a formar palabras.
– Mujer, estoy aquí, cumpliendo tus deseos.
Estaba concentrado en Rhiannon. No parecía que notara mi presencia.
– Agradezco tu obediencia -dijo Rhiannon con una voz seductora-, y te ordeno que habites en el cuerpo de mi sirviente.
Él soltó una carcajada horrible.
– Quizá tengas el poder de despertarme, mujer. Sin embargo, tu patética ofrenda de sangre no es suficiente para darme órdenes. No tengo deseo de ser tu sirviente, pero deseo probarte.
Con una rapidez inesperada, Rhiannon se lanzó hacia mí y me tomó del brazo.
– ¿Qué demonios estás haciendo? -grité yo, intentando zafarme de ella sin quitarle la vista de encima a Nuada, que seguía acercándose a nosotras. Al oír mis gritos, él se detuvo.
– Veo que hay dos de vosotras -susurró-. Mejor, mujeres. Mejor -rió.
De repente, Rhiannon tiró con fuerza de mí y con el mismo movimiento seguro y rápido, me hundió el puñal en el costado. Noté algo agudo rasgándome dolorosamente una costilla.
«¡Oh, Epona! ¿Ha matado a mi hija?», pensé yo. Sentí el cuerpo entumecido, y noté que fluía la sangre. Me fallaron las rodillas. Entonces, oí un grito de agonía de Clint.
Con crueldad, Rhiannon cortó la tela del abrigo y las capas de ropa que se estaban empapando de sangre, y expuso la herida de mi costado a ojos de Nuada. Al ver mi sangre, él se echó a temblar.
– ¡Ahora estás bajo mis órdenes! -gritó Rhiannon-. ¡Con esta sangre, estás unido a mí, porque es como si hubiera sacrificado la sangre de mi cuerpo, el cuerpo y la sangre de una Sacerdotisa y de la Elegida de Epona. Debes obedecer. ¡Entra en mi sirviente!
Con aquella orden final, el cuerpo de Nuada perdió su forma y se convirtió en un charco negro y venenoso contra el color blanco de la nieve que cubría el claro. Aquella negrura entró en el círculo de Bres al mismo tiempo que Clint salía corriendo hacia nosotras desde el bosque. En un instante, el cuerpo de Bres absorbió a Nuada. Su cántico cesó, y lentamente, alzó la cabeza y abrió los ojos. Eran dos luces rojas.
– ¡Shannon! -gritó Clint.
Su voz sonaba muy lejana, pero estaba junto a mí. Intenté responder, pero Rhiannon me empujó hacia él con un gruñido de desprecio.
– Debería haberme imaginado que estarías aquí.
Clint me abrazó y cayó de rodillas, intentando agarrarme y protegerme con su cuerpo.
– ¿Qué has hecho, Rhiannon? -preguntó él con la voz rota, mientras se tiraba frenéticamente de la bufanda. Hizo una bola con ella y me apretó la herida para intentar contener la hemorragia.
– Y debería haber sabido que la elegirías a ella -añadió ella con sarcasmo-. Siempre serás débil. Rezo porque nuestra hija tenga mi fuerza.
Clint dio un respingo, como si ella lo hubiera abofeteado.
– Una hija… no. No puede ser.
Rhiannon se echó a reír.
– Claro que sí. Aunque todavía no he decidido si me voy a quedar con esta hija o no.
Clint me movió cuidadosamente entre sus brazos para poder liberar su mano derecha. Noté que abría la cremallera de su abrigo y rebuscaba por dentro. Después, sacó el revólver y encañonó a Rhiannon.
Ella se quedó quieta, y miró de Clint a la criatura, que se había quedado agachada e inmóvil dentro del círculo.
– Debería haberte matado la misma noche en que me di cuenta de lo que eras -dijo Clint, con calma, racionalmente, con una actitud que no se correspondía con las cosas extrañas que estaban sucediendo.
– Pero no pudiste matarme -ronroneó Rhiannon-. En vez de eso, preferiste jugar a nuestros jueguecitos. No finjas que no recuerdas cómo era entrar en mi cuerpo y embestirme una y otra vez… y las otras cosas que hacíamos por la noche. Recuerda cómo brotaba tu sangre, mezclada con tu simiente, cuando me dejabas que cortara tu miembro latente, y después llegabas al orgasmo en mi boca.
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