Lo desperté con besos, e hicimos el amor otra vez.
Mucho más tarde, yo me estaba estirando perezosamente, y él me estaba mordisqueando un lado del cuello, lo cual me recordó algo.
– Tengo hambre. Muchísima hambre.
– Bueno, te has ganado a pulso un buen desayuno esta mañana, mi niña -respondió él. Me besó la frente y se levantó de un salto. Se puso los vaqueros y la camisa, y me dijo-: ¿Por qué no te das una buena ducha caliente mientras yo hago un verdadero desayuno de Oklahoma?
No me dio oportunidad para responder; se encaminó a la cocina como si fuera un hombre con una misión.
– Oh… -se detuvo y me dijo-: He dejado el número de la habitación de tu padre junto al teléfono, por si quieres llamarlo.
Después, entró en la cocina.
Yo tuve que encontrar el jersey de nuevo. Después llamé y oí la voz de mi padre, más fuerte y menos embriagada por los sedantes. Mamá Parker iba a llegar en cualquier momento. Según la doctora, mi padre podía volver a casa al día siguiente, y eso le alegraba mucho porque estaba harto de la comida del hospital.
Cuando yo entré en la cocina, Clint estaba friendo algo que tenía un olor exquisito.
– ¿Has hablado con tu padre? -me preguntó sin darse la vuelta, atento a la sartén.
– Sí, está muy bien. Va a casa mañana con mamá Parker.
Vi que asentía como respuesta, y después me fui hacia el baño para tomar la ducha. Una vez arreglada, volví a la cocina, y él me dio la bienvenida con una sonrisa que me derritió el corazón, y me entregó un plato cargado.
– Buenos días. Me alegro de que tengas hambre.
– Buenos días y ¡Dios santo! ¿Acaso te has creído que soy un leñador?
Me quedé mirando, atónita, la montaña de huevos revueltos con pimiento, champiñón, cebolla, beicon y queso, de patatas fritas, de salchichas y de galletas, untadas con mantequilla y miel.
– Una futura madre debe comer -dijo él, con aquella maravillosa sonrisa.
– Si sigo comiendo así, ocuparé el doble de espacio cuando sea madre -refunfuñé. Sin embargo, eso no me impidió comenzar con aquel plato delicioso y lleno de grasa.
Cuando paré para tomar aire, me di cuenta de que Clint me estaba mirando fijamente.
– ¿Qué pasa? -le pregunté, tomando un sorbito de té caliente para aclararme la boca.
– Me estaba preguntando si eres consciente de lo feliz que me hiciste anoche… -hizo una pausa, y de nuevo esbozó aquella sonrisa-. Y esta mañana.
– Yo…
Iba a recordarle cuál era nuestra situación real, que yo tenía que volver a Partholon con ClanFintan. Sin embargo, no pude decírselo. No sabía lo que iba a ocurrirle después de que yo me marchara. Ni siquiera quería pensarlo. Sólo sabía que, durante el tiempo que pasáramos juntos, quería hacerlo feliz.
– … me alegro -susurré.
Él tomó mi mano y se la llevó a los labios. Le dio la vuelta para poder besarme la muñeca, justo en el punto en el que me latía el pulso. Por un momento, vi el doloroso reflejo de la realidad en sus ojos, y lo atraje hacia mí con fuerza para besarlo.
Lo sabe. Al pensarlo, tuve una fuerte necesidad de protegerlo. Quería pedirle a gritos a mi diosa que lo ayudara a no quererme, pero sabía que no podía ser, y además, yo quería su amor.
Quizá, en cierto modo, yo fuera tan egoísta como Rhiannon.
– ¡Te toca! -dije alegremente, intentando apartarme de la cabeza todos aquellos pensamientos sombríos. Antes de que él pudiera resistirse, lo empujé hacia el baño-. No voy a recoger nada, te lo prometo. Sólo voy a lavar y a secar los platos y lo dejaré todo desordenado. No te preocupes -dije, con un empujón final.
Riéndose, él desapareció por la puerta del baño.
Lavé los platos y después, ignorando mis propias palabras, coloqué todo en su sitio. Después, mi nariz me condujo hasta el cubo de la basura, que estaba debajo del fregadero.
– ¡Puaj! Huele como si algo se hubiera muerto ahí… la semana pasada.
Contuve la respiración, até la bolsa, la saqué del cubo y me calcé las enormes botas de Clint. Después salí a la puerta para dejar la basura en el porche hasta que Clint se ocupara de su destino final.
En cuanto puse los pies en el porche, mi cuerpo quedó inmóvil. Algo iba mal, muy mal. Parecía que el aire había cambiado. Seguía nevando, pero con fuerza, y la capa de nieve que lo cubría todo se había convertido en un sudario blanco que todo lo silenciaba.
Dejé caer la bolsa y corrí hacia los árboles. Posé la mano en el tronco del primero, un almez de tamaño mediano, y cerré los ojos para concentrarme.
– ¿Qué ha ocurrido? -susurré.
«Se acerca el mal, Amada de Epona». La voz del árbol sonaba lejana y tensa.
– ¿Está aquí ahora?
«Acaba de entrar en el Bosque Sagrado. Ella lo está llamando».
– ¡Ella! -grité yo-. ¿Te refieres a la que pervierte el nombre de Epona?
«Sí, Elegida».
– ¿Dónde está ahora?
«En el Bosque Sagrado».
– ¡Gracias! -dije, y le di unas palmaditas al árbol, mientras sentía una punzada de angustia en el estómago.
«Mantente alerta, vigilante, Amada de Epona».
– Eso dalo por sentado -dije. Después volví a la cabaña todo lo rápidamente que pude.
Clint estaba en la puerta, totalmente vestido y con las mejillas enrojecidas por la ducha.
– ¿Ya ha llegado el momento? -me preguntó con rigidez.
– Sí -respondí, y le expliqué lo que me había dicho el almez mientras me quitaba sus botas y me ponía las mías-. Me di cuenta de que ocurría algo en cuanto salí. Rhiannon está en el claro.
– Y Nuada va a reunirse con ella.
Asentí.
– Tenemos que librarnos de él, Clint. Es muy importante que no recupere todo su poder. Rhiannon no se da cuenta de que él no la obedecerá una vez que lo haya ayudado a fortalecerse. Debemos acabar con Nuada. Tratar con Rhiannon es secundario.
Y después, yo podría volver a Partholon, donde debía estar.
No lo dije en voz alta, pero vi que él ya lo sabía, porque se le reflejó en los ojos. Sin titubear, me acerqué a él y lo besé, intentando decirle con los labios lo que no podía decirle con palabras. Lo mucho que lo sentía. Lo mucho que hubiera deseado que las cosas fueran distintas. Y también, que por nada del mundo hubiera cambiado un solo momento de lo que había ocurrido aquella noche.
– Ponte varias capas de ropa -dijo Clint, mientras me entregaba su jersey favorito. Me observó con una sonrisa de posesión mientras me lo ponía sobre la camisa que ya llevaba.
– ¿Tienes un par de calcetines de sobra? -le pregunté.
Él asintió, y sacó otro par de calcetines para cada uno. Nos vestimos metódicamente, en silencio.
– Quiero que te pongas uno de mis abrigos -me dijo, y sacó dos chaquetas de esquiar del armario-. Necesitarás mucho espacio para moverte.
Mientras yo me ponía la chaqueta, él sacó algo negro y pesado del armario, algo que hizo un ruido metálico. Oí un clic cuando él puso un cargador en la culata del arma.
Clint notó que lo estaba mirando, y se volvió hacia mí.
– Prométeme que no lo vas a hacer -dije.
Él no dijo nada. Sólo me miró a los ojos.
– No podría soportar que la mataras -añadí.
– Te juro que no derramaré ni una sola gota de su sangre -respondió él. Su voz adoptó un tono melódico, como si estuviera entonando un encantamiento.
– Gracias, Clint -dije con solemnidad.
– Termina de vestirte y vamos -me respondió, y guardó el revólver en la funda de un cinturón. Después se lo puso con una facilidad que me dio a entender que no era la primera vez que llevaba un arma.
Yo me subí la cremallera de la chaqueta y me coloqué los guantes y el gorro.
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