– ¡Demonios! -exclamó mientras movía los brazos para recuperar el equilibrio. Yo vi una expresión de dolor en su rostro.
Subí como pude hacia él y le dije, sin aliento:
– Eh, creía que te había curado el dolor de la espalda anoche.
Él me tomó de la mano y me acercó a sí.
– Mi niña, no fue la espalda lo que me curaste.
Después se dio la vuelta y siguió caminando. ¿No le había curado la espalda? Estaba segura de que había sentido dolor bajo las yemas de los dedos. Recuerdo que concentré la energía que tenía dentro en mis manos, para pasarla a su cuerpo, y que él había respondido. Estaba segura.
Sin embargo, antes de que pudiera seguir preguntando, el camino se ensanchó y llegamos al bosque sagrado. Al tocar cada uno de los árboles mientras avanzábamos, me llenaba de energía. Miré a mi alrededor y me vi rodeada de belleza salvaje.
Estaba tan distraída por la alegría que sentía que no me di cuenta de que Clint se había sumido en un silencio tenso.
– Incluso el aire huele de manera diferente aquí -dije. Clint no me respondió, y yo le di un codazo-. Vamos, tú también tienes que sentirlo.
Él respondió con un gruñido de preocupación.
– Este lugar es precioso -insistí.
– Shhh.
– Pero…
Entonces, él me tapó la boca con la mano. Con la cabeza, señaló hacia el suelo, a la izquierda del sendero, y me dijo al oído:
– Huellas de motos de nieve.
Me quedé asombrada. Era cierto; junto al camino discurrían las huellas de dos motos. Más adelante cruzaban el sendero y continuaban hacia la derecha, adentrándose en el bosque. De nuevo, Clint acercó la boca a mi oído. Aunque a mí no me importaba, la verdad.
– Aquí es donde dejamos el camino. Esas huellas se dirigen directamente al claro.
Yo tragué saliva mientras seguíamos las huellas. Cuando habíamos caminado durante unos minutos, miré el perfil pétreo de Clint. Tenía que aclarar una cosa con él. Me detuve y lo tiré del brazo hasta que se inclinó hacia mí. Entonces, le dije al oído:
– Quiero estar sola cuando me enfrente a ella.
Clint tomó aire, y yo supe que iba a echarme un sermón, así que continué rápidamente.
– Deja que hable con ella cara a cara. Quizá nos sorprenda con su reacción. Tal vez, el hecho de verme le impresione, y podamos meterle un poco de sentido común en la cabeza.
Él puso cara de escepticismo.
– ¿No recuerdas lo egocéntrica que es? ¿Y acaso no soy yo igual que ella físicamente? Quizá se sienta tan impactada, o intrigada, o lo que sea, al verme, que pueda razonar con ella.
Con un gruñido, Clint me dio a entender que no le gustaba nada aquello, pero que me lo permitiría.
– Tú puedes esconderte junto a los árboles. Si las cosas se ponen feas, estarás lo suficientemente cerca como para poder ayudarme.
Clint sonrió al oírme y me dio un beso rápido.
– Está bien. Lo haremos a tu manera -susurró.
– Bueno.
– Al principio -murmuró él.
Entonces, él se dirigió al borde de los árboles, sigilosamente, para esconderse entre los arbustos. Cuando el bosque lo ocultó, yo erguí los hombros y comencé a caminar hacia delante, sin preocuparme por avanzar en silencio.
– Voy a necesitar tu ayuda, Epona -dije en voz alta.
Me pareció que oía que las ramas de los árboles más cercanos se agitaban para responderme.
Salí de debajo de los árboles y me hundí hasta la rodilla en la nieve que cubría el suelo del claro.
Lo primero que noté fue el verde asombroso de los robles, y la familiaridad de la zona me nubló los ojos. Por un momento, vi lo claramente que aquel claro reflejaba el claro de Partholon. Aunque la nieve sobraba en la escena, y también las huellas mecánicas, que no encajaban…
Seguí con la mirada aquellas huellas hasta que encontré los dos vehículos que las habían dejado. Un poco más allá había dos personas.
Rhiannon estaba junto al árbol que crecía en la orilla izquierda del riachuelo, justo fuera de un círculo que había sobre la nieve, y que era como el que había dibujado en Chicago. El círculo contenía ambos árboles, y la zona del riachuelo que corría entre ellos. La inconfundible figura de Bres estaba agachada en el centro del círculo. Estaba de rodillas, de frente a Rhiannon, que estaba de espaldas a mí. Él tenía el pecho desnudo, pero llevaba unos vaqueros, gracias a Dios. Si tuviera la cabeza elevada, me habría visto, pero la tenía inclinada y sus manos estaban unidas ante su pecho, como si estuviera rezando.
Rhiannon llevaba el mismo abrigo de piel que llevaba en Chicago. Al menos, lo había llevado durante un minuto. Comencé a caminar hacia ella, dije:
– Demonios, espero que no se desnude hoy.
El sonido de mi voz recorrió el claro silencioso. Rhiannon se giró hacia mí. Cuando se encontraron nuestros ojos, las dos nos quedamos inmóviles, a pocos metros de distancia.
Rhiannon y yo parpadeamos al mismo tiempo. Yo estaba pensando que ella llevaba demasiado maquillaje cuando ella comenzó a hablar.
– No eres tan atractiva como yo.
– ¿De veras? -respondí-. A mí me parece que llevas demasiado maquillaje, y que eso te hace parecer mucho mayor.
Arqueó una ceja y se cruzó de brazos, cosa que yo imité rápidamente.
– ¿Para qué has venido, Shannon?
– Creo que tú y yo tenemos que hablar.
Ella sonrió, y se rió suavemente.
– ¿Y por qué iba a querer yo hablar contigo, profesora?
– Por muchos motivos. Parece que tenemos muchas cosas en común. Me pareció interesante conocerte.
– Yo no tengo ningún interés en conocerte a ti.
– ¡Oh, por favor! Tienes que sentir tanta curiosidad como yo. ¡Míranos! Somos la misma. Si tú te quitas el maquillaje, y yo me pongo un abrigo de piel como el tuyo, sería como estar frente a un espejo. Seguro que tenemos muchas preguntas que hacernos la una a la otra. ¿Y qué demonios hace tu novio ahí?
– Bres no es mi novio. Es mi sirviente, y está vinculado a mí por la sangre. Está cumpliendo mis órdenes. Se está preparando para la Llamada.
Aquello no sonaba bien.
– No lo entiendo -dije.
– Se me olvida que eres ignorante y no conoces las costumbres antiguas, y que sólo te pareces a mí en el aspecto -dijo ella con condescendencia-. Estoy llamando a un protector, y Bres será el cuerpo que habite.
– ¡Dios santo! ¿Acaso crees que Nuada va a ser tu guardaespaldas? -inquirí con un escalofrío.
– ¡Nuada! ¡Ese es el nombre que utilizó el espíritu! ¿Por qué lo conoces?
– ¡Porque ayudé á matarlo en Partholon! Él no es un protector benevolente, es un ser perverso. Has resucitado al espíritu del líder de las criaturas demoniacas que estuvieron a punto de destruir tu antiguo mundo.
– Entonces, ¿Nuada es muy poderoso? -preguntó ella. En vez de haberse quedado espantada, se había quedado pensativa.
– Rhiannon, es el mal. No va a proteger a nadie. Él destruye vidas, no las salva -le dije. Sin embargo, ella sonrió, y me di cuenta de que no lo estaba entendiendo bien. Tomé aire y continué-: Mató a tu padre.
– ¡Mientes! -gritó.
– Lo siento. No quería decírtelo así, pero tu padre murió hace seis meses. Yo vi cómo ocurrió todo. Los Fomorians, las criaturas que él lideraba, invadieron el Castillo de MacCallan. Los hombres no estaban preparados para repeler el ataque, y no tuvieron ninguna oportunidad. Epona me llevó a presenciar aquel horror durante el Sueño Mágico. Tu padre luchó con nobleza, y mató a docenas de criaturas. Tuvo una muerte heroica.
Rhiannon se había quedado pálida.
– Cuando llamaste a Nuada para que viniera a este mundo, me encontró a mí en vez de a ti. Fue a mi casa, y estuvo a punto de matar a mi padre también.
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