Yo negué con la cabeza.
– No se pudo hacer nada.
– Mamá Parker se va a disgustar mucho.
Cerró los ojos de nuevo, y yo le apreté la mano frenéticamente para que no se desvaneciera. Él me devolvió la presión, y yo recuperé el aliento.
– Ahora te creo -me susurró-. Creo lo de Partholon. Te creo.
Oí el rugido del Hummer. Clint apareció un instante después y volvió a cargar con mi padre sobre su hombro. Lo tendió en el asiento trasero del vehículo, con un gesto de dolor, y me habló con una autoridad calmada.
– Shannon, ve detrás con él. Sigue transmitiéndole toda la energía que puedas, pero no te debilites tú misma como hiciste en el bosque sagrado. Ya no tendrás muchas oportunidades de recargarte.
– ¿Y tú?
– Ya nos preocuparemos por mí más tarde.
Se sentó tras el volante y me dijo:
– Agárrate, va a ser un viaje rápido.
Clint arrancó el motor, giró el volante y se dirigió rápidamente hacia la carretera.
– ¿Qué tal está la mano? -me dijo después de unos segundos, mirándome por el espejo retrovisor.
Mi padre tenía posada la mano herida sobre el pecho. Yo estaba sentada a su derecha, así que me incliné hacia él.
– Deja que te vea, papá.
Él emitió un gruñido de dolor, pero me lo permitió. Tenía la bufanda empapada en sangre, que ya estaba goteando sobre las gualdrapas.
– Sigue sangrando -le dije a Clint.
– Toma -me dijo, quitándose la bufanda del cuello-, envuélvele la herida con esto y presiónasela. Tiene un corte profundo.
– Lo siento, esto te va a doler -le dije a mi padre. Después le envolví la mano, até la bufanda y apreté con fuerza, transmitiéndole más calor. Mi padre cerró los ojos.
– ¡Mierda! -dijo entre dientes-. Era mejor cuando no la sentía.
– Por lo menos tu voz suena mejor.
– Sí, y voy a emplearla para soltar una retahila de juramentos. Esa maldita cosa estaba ahí. Era parte del estanque.
– Lo sé. Aquí no está completamente formado, como estaba en Partholon. Su cuerpo es más líquido y tenebroso.
– Es malvado. Lo sentí.
Yo asentí y seguí concentrada en transmitirle la energía a mi padre.
De repente, quiso incorporarse, y yo tuve que sujetarlo para que se estuviera quieto.
– ¡Esa cosa sigue ahí, con el resto de los animales!
– Señor -dijo Clint rápidamente-, lo hemos detenido, al menos temporalmente. Y no creo que Nuada quiera atacar a un animal a menos que éste tenga valor para una persona. Se sirvió de los cachorros para atraerlo a usted. Ahora que nos hemos ido, no tiene motivo para perseguir a los animales.
Mi padre se relajó un poco.
– Tiene un objetivo -le dije yo-. En este momento está centrado en toda la gente a la que quiero.
Mi padre asintió.
– Tiene sentido, si es que alguna cosa de todo este embrollo tiene sentido -dijo, mientras le castañeteaban los dientes-. ¿Cómo pudo creer esa cosa que tú lo llamaste para que viniera aquí?
– No lo sé, yo no… A menos que lo haya llamado otra persona.
Clint me miró por el espejo retrovisor y asintió, comprendiéndolo todo al mismo tiempo que yo.
– Lo llamó Rhiannon -dije.
– ¿Y por qué ha hecho eso?
– Es mala, papá. Bres, su seguidor, practicaba la magia negra. Me lo dijo Alanna. Y ClanFintan me habló de un horrible dios maligno, y de cómo la gente del Castillo de la Guardia había empezado a adorarlo. Tal vez Rhiannon se abriera al mismo mal sin entender de verdad las consecuencias. Tal vez ni siquiera fuera ésa su intención, pero lo que estuviera haciendo despertó a Nuada de entre los muertos. Tú dices que ella intentaba que la ayudaras, ¿no?
– Sí -respondió Clint-. No dejaba de decirme que entre los dos podíamos controlar el poder del bosque.
– Es como si el poder de los árboles se amplificara si yo te lo transmito. Yo no lo entendí hasta que lo vi, pero Rhiannon tiene mucha experiencia con la magia, y seguramente, en el mismo momento en que te vio, lo supo -dije, pensando en el aura azul zafiro de Clint-. Sin embargo, como tú no le permitiste que te usara, necesitaba encontrar a otra persona que sí se lo permitiera.
– O a algo -matizó Clint.
El Hummer rebotó en un bache, y a mi padre se le escapó un gruñido de dolor que terminó en las palabras:
– ¿Y cómo puede pensar alguien que es capaz de controlar el mal?
– Ella está acostumbrada a mandar en su mundo, y cree que lo puede dominar todo.
– ¿El hospital de Broken Arrow está en Elm Street?
– Sí -dije yo débilmente-. Al final de la calle.
– ¿Cómo se encuentra, señor Parker?
– Mejor, hijo. Mejor.
Yo tuve que admitir que cada vez estaba más fuerte.
– Suéltale la mano, Shannon -me ordenó Clint.
– ¿Qué? -yo había oído las palabras, pero me costaba entender lo que significaban.
– Señor, Shannon tiene que soltarle la mano. Ha usado todo el poder que le ha transmitido el sauce, y ahora está compartiendo su propia energía con usted. No es bueno para ella, ni para el bebé.
Eso hizo que saltaran todas las alarmas de mi mente, pero no podía hacer que me respondiera la mano. Afortunadamente, mi padre sí reaccionó.
– Vamos, nena, suéltame. Yo ya estoy bien. Vamos a cuidar a mi nieta.
Se soltó de mi mano y me dio unas palmaditas. Yo intenté sonreír, pero no pude.
– Shannon, ¿estás bien? -me preguntó Clint, mirándome con preocupación por el espejo retrovisor.
Yo intenté decir que sí, que no me ocurría nada, pero sólo pude soltar un resoplido.
Mi padre me tocó la frente con la mano ilesa, mientras soltaba una imprecación por el dolor que aquel movimiento le causaba en la otra mano.
– ¿Qué demonios le pasa? -le gritó a Clint-. Está helada. Hace un minuto estaba perfectamente.
– Ya estamos en el hospital -dijo Clint, mientras entraba con el Hummer en el callejón de Urgencias del hospital. Salió del coche y abrió la puerta para sacar a mi padre. Lo llevó hacia la entrada de Urgencias en un segundo.
– ¡Ayuda a Shannon primero! -le dijo mi padre a Clint, con debilidad.
– La ayuda que ella necesita no está entre estas paredes.
Los dos desaparecieron por las puertas de cristal eléctricas, y yo apoyé la cabeza en el respaldo del asiento. Estaba muy bien allí sentada. Respiré profundamente y me pregunté por qué tenía tanta opresión en el pecho. Quizá sólo tuviera que dormir un poco. Seguramente necesitaba descansar…
– ¡Shannon! ¡Maldita sea! ¡Despierta!
El grito de pánico de Clint me hizo abrir los ojos. Él me sacó de la parte trasera del Hummer y me llevó en brazos a través del aparcamiento, sacudiéndome con firmeza.
– ¡Shannon! ¡No te desmayes!
Antes de que pudiera cerrar los ojos de nuevo, me dejó sobre el suelo y me empujó para que apoyara la espalda contra un árbol. Con una de las manos me sujetó por el hombro, firmemente. Valiéndose de los dientes, se quitó el guante y apretó la palma de la mano contra la corteza.
– ¡Por favor, ayúdala! -susurró.
«¡La Amada de Epona!», gritó una vocecita en mi mente, joven y emocionada. Al instante, comencé a sentir un cosquilleo en la espalda, que me extendió el calor por todo el cuerpo.
Cerré los ojos, no porque fuera a perder el conocimiento, sino porque estaba saboreando el regreso de las sensaciones a mi cuerpo. A los pocos minutos, abrí los ojos.
– Te dije que no te agotaras -dijo él.
– Me resulta difícil distinguir cuándo es suficiente -dije-. Cuando me di cuenta de lo que estaba pasando, ya estaba…
– ¿Casi muerta? -terminó él con sarcasmo.
– No, casi inconsciente.
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