P. Cast - Diosa Por Elección

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Por fin, Shannon Parker se había reconciliado con la vida en el mundo mítico de Partholon. Amaba a su marido centauro y se había acostumbrado a su conexión con la diosa Epona y los beneficios que conllevaban ambas cosas. Casi había olvidado su antigua vida en la Tierra… sobre todo, cuando descubrió que estaba embarazada…
Pero entonces una súbita explosión de poder la envió de vuelta a Oklahoma. Sin la magia, Shannon no podía regresar a Partholon, así que tendría que buscar ayuda. El problema era que esa ayuda tomó la forma de un hombre tan tentador como su marido. Y, durante el camino, Shannon descubriría que ser una diosa por error era mucho más fácil que ser una diosa por elección…

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– Eh, ¿por qué no empezamos a llamarla ahora? -le pregunté a Clint.

– ¿A Rhiannon?

– Claro. Mira, el hotel está rodeado de árboles. No son ancianos, pero están situados de manera muy parecida a los sauces del estanque de mi padre. Yo obtuve poder de ellos porque estaban muy cerca. Quizá pueda hacerlo aquí también, y sobre todo, si tú me ayudas.

– Creo que estás demasiado cansada como para hacer eso. Hoy te has agotado.

– Tendré cuidado. No voy a correr ningún riesgo. Será sólo algo como echarle un cebo, para ver si muerde.

– No me gusta la idea, Shannon.

– Podría hacerlo sin ti -le dije, y vi que él apretaba los dientes con un gesto que yo había empezado a reconocer. Era la señal de que comenzaba a estar enfadado-. Pero no quiero hacerlo sin ti. Por favor, ayúdame.

– De acuerdo -me respondió él con reticencia-. Pero vamos a hacerlo rápidamente. Si no la encontramos enseguida, pararemos y no volveremos a intentarlo hasta que estemos de nuevo en el bosque.

– Te lo prometo.

Le estreché la mano y tiré de él hacia la puerta. Sabía que cumplir aquella promesa no sería difícil. Epona era la que estaba detrás de aquella idea, y con la diosa apoyándonos, íbamos a tener éxito.

Fuimos silenciosamente al terreno de la parte de atrás del edificio. Allí, la nieve estaba intacta, y tenía un brillo casi mágico. No soplaba el viento, y la noche estaba muy silenciosa.

Clint hizo una señal en dirección a la fila de árboles más altos, y nos dirigimos hacia allí. Cuando llegamos, me di cuenta de que eran mucho más grandes de lo que me habían parecido en un principio.

– También son perales -dijo Clint.

– Bien. Me gustó el que había fuera del hospital.

– Muy bien -dijo él, y se quitó los guantes-. Hagamos lo mismo que hicimos en el bosque. Vamos a concentrarnos en Rhiannon y en su aura.

Posó las manos sobre la corteza del tronco y me hizo una seña para que yo lo imitara al otro lado del árbol. Después inclinó la cabeza y su preciosa aura azul comenzó a brillar suavemente.

– Espera -suspiré-. No sé cómo es el aura de Rhiannon.

Alzó la cabeza, y respondió con una sonrisa. El aura de Rhiannon era exactamente igual que la mía.

– Es plateada, como si alguien hubiera derretido una luna llena en un cubo de mercurio. Y el borde es de color púrpura, como el de las ciruelas maduras.

– Eso es muy poético, Clint -respondí, intentando disimular lo conmovida que me había dejado su descripción de mi aura.

– Sólo describo lo que veo, mi niña -respondió él suavemente, lo cual no ayudó a calmarme el aleteo del corazón.

Posé las manos sobre el árbol. Inmediatamente, la corteza tembló y yo sentí calor.

«¡La Amada de Epona!».

– Hola, pequeño -dije yo con una sonrisa, y con los ojos cerrados-. Necesito tu ayuda.

«Estoy aquí para ayudarte, Amada».

– Muchas gracias. También necesitaré la ayuda de los hermanos que te rodean.

«Aquí estamos, Amada».

Su respuesta fue como el eco de un secreto.

Muy bien. Adelante.

Primero me imaginé la magnífica aura azul de Clint, con su borde dorado. Pensé en la fuerza que había sentido dentro de aquella aura, la fuerza que él tenía por dentro. Pensé en su bondad y su lealtad. Con los ojos cerrados, vi los latidos de su aura, y vi cómo vacilaba hacia mí, esperando a que yo la usara. De repente, entendí cómo podía hacerlo. Tomé aire, y con aquella respiración, lo acepté y tiré de su fuerza hacia mi interior. El aura de Clint me llenó hasta que sentí un cosquilleo en la piel. Tuve ganas de abrir los ojos y gritar de alegría, pero sabía que no podía hacerlo. Me concentré en el árbol, y sentí claramente el poder verde y vibrante del peral. Después seguí su tronco hacia las ramas superiores, y desde allí dije: -Ayudadme, hermanos…

Mi voz sonó extraña. No salió de mis labios, sino que resonó desde las ramas superiores del árbol. La fuerza verde se multiplicó por diez.

Después, pensé en la descripción que había hecho Clint de mi aura y la visualicé. Era plateada, brillante, como una luna llena… La mezclé con el calor verde de los árboles y la lancé hacia la noche, en busca de su imagen gemela.

De repente, las luces de una ciudad iluminaron el cielo, y la sonda de poder bajó directamente y atravesó los cristales de un altísimo rascacielos. Llegó a una habitación lujosa, iluminada por docenas de candelabros dorados. Yo saqué más poder de los árboles y me quedé sin aliento al ver una figura femenina elegantemente reclinada sobre un diván. Junto a ella había un hombre de pelo gris que me resultaba familiar. Sin embargo, no le presté atención a él. Me atrajo la mujer. Estaba de espaldas a mi sonda de poder; su pelo rojizo y rizado caía por sus hombros en un desorden conocido para mí. La sonda se acercó a ella, y el aura plateada de la mujer comenzó a brillar.

Rhiannon soltó un silbido entre dientes y se puso en pie con un movimiento ágil. Llevaba un vestido de seda dorado que se le ceñía seductoramente al cuerpo, y que dejaba muy poco a la imaginación.

Era yo. Por un instante me falló la concentración, y noté que mi sonda de poder vacilaba.

El hombre que estaba a su lado comenzó a hablar, pero ella le escupió una sola palabra:

– ¡Silencio!

Después, se concentró en la sonda, que latía sólo para sus ojos.

– ¿Eres tú, usurpadora? ¿Qué significa esta intrusión?

Mi voz. Tenía mi voz. De nuevo, mi concentración se debilitó.

Y ella se echó a reír.

– ¿Es demasiado difícil para ti? Sí, debe de ser inquietante ver lo mucho que se puede hacer con conocimiento y poder, y no ser capaz de hacerlo por una misma.

Extendió los brazos para abarcar la opulencia de aquella habitación. Su voz era provocativa. Era como yo cuando me comportaba de manera sarcástica.

Era como yo, sólo que consentida, egoísta, e inmoral.

Sonreí y sentí de nuevo el poder. Sabía perfectamente lo que tenía que decirle.

– En realidad, sólo quería ser amable y darte las gracias por el regalo que me dejaste -mi voz flotó a su alrededor como si fuera una presencia tangible en la habitación. El hombre pestañeó de asombro.

– No te he dejado nada de utilidad en ninguno de los dos mundos, idiota.

– ¿De veras? He encontrado muchos usos para Clint. Casi tantos como los que él ha encontrado para mí.

– ¡Mentira! -chilló ella.

– Ven a comprobarlo por ti misma. Es evidente que me ha elegido a mí…

Tiré de la sonda para recuperar el poder, pero dejé que el sonido de mi risa permaneciera en la habitación como el humo.

Y, de repente, estaba de vuelta. Me percaté de que tenía los pies helados. Miré a mi alrededor y vi que Clint me observaba con expresión de curiosidad.

– ¡Bingo! -exclamé, y le di unas palmaditas al tronco del árbol-. Gracias, pequeño. Y gracias, hermanos.

«¡Siempre serviremos a Epona!», me respondieron.

Me puse los guantes y tomé a Clint de la mano.

– Volvamos a la habitación antes de que alguien nos vea aquí hablando con los árboles y llame a los loqueros -dije.

Clint se rió. Cuando llegamos a la habitación, comenzó a hacerme preguntas.

– ¿Qué le has dicho para que se enfadara tanto?

– ¿Te importaría que te lo contara todo después de darme una ducha? De repente, estoy helada -le dije. Me había puesto a temblar, y tenía la sensación de que mis labios estaban azules.

Las preguntas de Clint se convirtieron inmediatamente en cuidados hacia mí.

– Te dije que no te agotaras -me dijo, empujándome hacia el baño-. Voy a llamar para que suban más mantas.

Asentí, cerré la puerta del baño y me desnudé. Al mirarme en el espejo, me quedé espantada. Tenía muy mala cara, los ojos enrojecidos y unas profundas ojeras. Además, había adelgazado mucho. ¡Se me notaban las costillas! Lo único que me había aumentado de todo el cuerpo eran los pechos y el vientre, donde tenía un pequeño abultamiento. Me lo acaricié con suavidad.

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