P. Cast - Diosa Por Elección

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Por fin, Shannon Parker se había reconciliado con la vida en el mundo mítico de Partholon. Amaba a su marido centauro y se había acostumbrado a su conexión con la diosa Epona y los beneficios que conllevaban ambas cosas. Casi había olvidado su antigua vida en la Tierra… sobre todo, cuando descubrió que estaba embarazada…
Pero entonces una súbita explosión de poder la envió de vuelta a Oklahoma. Sin la magia, Shannon no podía regresar a Partholon, así que tendría que buscar ayuda. El problema era que esa ayuda tomó la forma de un hombre tan tentador como su marido. Y, durante el camino, Shannon descubriría que ser una diosa por error era mucho más fácil que ser una diosa por elección…

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– ¡No os mováis! -ordenó mi padre, pero él siguió avanzando.

– ¡Para, papá! ¡El hielo se va a partir y te vas a caer! -grité con un sollozo.

Mi padre no respondió, y siguió avanzando. Yo oía que les estaba hablando de un modo tranquilizador a los cachorros, que respondieron reduciendo sus aullidos de temor a gemidos.

Entonces, noté que mi cara se quedaba sin color. Vi que el agua se ondulaba y se movía con una vida oscura y propia. Primero chapoteó ávidamente hacia la perra marrón, y engulló su cabeza con un sonido aceitoso. La cabecita marrón no reapareció.

– ¡Fawn! -gritó mi padre.

Después, el agua chapoteó hacia el cachorro plateado.

– Es Nuada. Está ahí -dijo Clint. Yo lo miré. Estaba rodeado por su aura azul, que brillaba como un zafiro-. Ve hacia los árboles que rodean el estanque, Shannon.

Señaló un enorme sauce cubierto de nieve, cuyas ramas colgaban sobre la superficie congelada del agua, como si fueran el pelo de un gigante en descanso.

– Permanece tocando el árbol, y estáte preparada.

Yo no le pregunté para qué. Fui todo lo rápidamente que pude hacia el tronco del árbol. Antes de llegar, oí a mi padre de nuevo:

– ¡Murphy! ¡No!

Entonces, un espantoso crujido atravesó el aire. Yo me tropecé y caí entre la cortina de ramas, pero me ayudé de la corteza áspera del tronco del sauce para levantarme. Me di la vuelta y vi a mi padre hundiéndose por una grieta del hielo, sumergiéndose lentamente en el agua helada.

– ¡Papá!

Vi con impotencia cómo luchaba contra el peso del agua y de su ropa. Dio un puñetazo en el hielo grueso que lo rodeaba, intentando hacer un agujero del que poder agarrarse, pero se cortó la mano y de su palma comenzó a brotar sangre.

Y el agua negra chapoteó hacia su cuello.

– ¡Shannon! -gritó Clint.

Se había colocado a un lado de la orilla, justo enfrente de mí. Estaba de lado, con los brazos extendidos en cruz, como si fuera Jesucristo. Con uno de los brazos me señalaba a mí, y con el otro señalaba a mi padre.

– Pídele el poder al árbol, y úsalo para enviarme tu energía, como hiciste en el bosque sagrado, cuando se tocaron nuestras manos.

Yo di un paso atrás para que todo mi cuerpo estuviera pegado al tronco del viejo sauce.

«Bienvenida, Amada de Epona».

– Oh, ¡ayúdame! -le pedí con un sollozo.

«Estamos aquí para ti, Elegida, pero debes tener el valor de pedirnos el poder».

¿A ellos? ¿De qué estaba hablando? Me di la vuelta y vi que las ramas del sauce estaban entrelazadas con las del árbol más cercano, y las del más cercano con el siguiente, y así sucesivamente, formando una cadena viviente de sauces, una autopista de ardillas.

– ¡Vamos! ¡Shannon! -la voz de Clint tenía un tono de desesperación.

Yo cerré los ojos con fuerza, y pensé sólo en el calor, en canalizar aquella energía. De repente, sentí aquel calor latiendo contra mi espalda. Entonces me concentré en Clint y vi su espectacular aura. Entonces el calor fue lo único que me ocupó la mente, tomé la energía que me estaba invadiendo y la reuní en mis dedos, como si estuviera formando una bola de fuego.

– ¡Sí, Shannon! ¡Bien hecho!

Tomé aire y me relajé en aquella sensación de energía ilimitada que había detrás de mí.

– Soy la Elegida de Epona.

Mi susurro fue recogido por las ramas del sauce, que comenzaron a mecerse, aunque no corría una brizna de viento. Sentí la energía cada vez más intensa, y me imaginé que la tenía en la palma de la mano como una circunferencia brillante. Entonces, con un movimiento rápido, la lancé hacia donde sentía el aura de Clint.

Abrí los ojos. Había un rayo de luz blanca, plateada y pura, que salía de mis manos. Aquel relámpago se dirigió hacia Clint, y cuando lo recibió, el hielo que había bajo sus pies comenzó a relucir con una luminiscencia sobrenatural, que se extendía con cada uno de sus pasos. El resplandor que rodeaba a Clint hizo que la oscuridad que había alrededor de la grieta del hielo fuera mucho más evidente, más obscena.

Una ola pasó por encima de la cabeza de mi padre, y él desapareció bajo la superficie.

Clint reaccionó al instante.

– ¡Más, Shannon! -gritó.

Yo me sentí como si me arrancaran el alma. Apreté los dientes y presioné la espalda contra el tronco del árbol.

– ¡Soy la Elegida de Epona, y necesito vuestro poder!

En aquella ocasión no susurré, sino que grité, y la respuesta fue rápida. Me llegó en forma de columna brillante, que salió de mis manos y envolvió a Clint de un modo que hizo resplandecer con tanta intensidad su aura de zafiro que tuve que parpadear.

La mano ensangrentada de mi padre era lo único que se veía por encima del agua. Clint se agarró a ella, y el fuego azul se extendió por todo su brazo hacia el agua, encendiendo una llama etérea. Salió un grito de agonía desde las profundidades del estanque, y de repente, el cuerpo de mi padre fue vomitado de la superficie oscura. El aura azul de Clint se expandió para abarcar a mi padre.

Yo quería correr hacia ellos para ayudar a Clint a arrastrar a mi padre a tierra firme, pero Clint debió de sentir que el poder que yo le transmitía se debilitaba, porque se volvió hacia mí y me gritó:

– ¡Quédate ahí! Sigue enviándome poder. Yo me ocuparé de tu padre.

Obedecí, intentando mantenerme concentrada en ser un conducto de aquella energía antigua, y Clint se arrodilló junto a mi padre, que estaba inmóvil, y comenzó la reanimación para una víctima de ahogamiento.

Mi padre no había estado mucho tiempo bajo el agua, pero a mí se me nubló la visión por las lágrimas mientras esperaba. Me parecía que pasaba una eternidad antes de que mi padre tosiera, y después vomitara bocanadas de agua del estanque. En cuanto comenzó a respirar por sí mismo, Clint se lo echó al hombro con un movimiento suave. Después caminó hacia mí desde el estanque, tambaleándose bajo el peso considerable de la forma inerte de mi padre.

– ¡Tenemos que llevarlo al médico, Shannon! ¡Vamos! -me dijo con la voz ahogada.

Rápidamente, yo le acaricié el tronco al sauce.

– Gracias por salvarle la vida -le dije.

«Ha sido un verdadero placer, Amada de Epona». La respuesta fue un suave eco que resonó en mi mente mientras yo seguía a Clint.

Sin dudarlo, tomé la mano libre de Clint para transmitirle fuerza y calor. Mi palma ardió cuando la energía pasó de él a mí.

– No -jadeó él. Estaba muy pálido, y tenía una expresión de dolor-. Guárdala para él. Yo estoy bien.

Yo lo solté, de mala gana, y ambos volvimos al establo.

Los tres perros que habían sobrevivido estaban callados y quietos cuando entramos. Clint dejó a mi padre, con sumo cuidado, sobre una pila de heno. Le envolvió la mano con mi bufanda, y para cuando yo volví del cuarto de arreos con unas cuantas gualdrapas, él ya le había quitado el abrigo y el jersey mojados.

– Tápalo y habla con él mientras traigo el Hummer. Ahora es el momento de que compartas el poder curativo de los árboles.

Yo asentí, y comencé a tapar a mi padre con las mantas. Sentí terror al ver que tenía la piel de un color gris azulado, y que estaba inmóvil. Le tomé la mano sana, y me concentré en transmitirle todo el calor que el sauce me había regalado. Noté el cosquilleo caliente en la palma.

– Papá, ¿me oyes? -con el borde de una de las mantas, comencé a secarle el pelo-. Por favor, papá, tienes que despertarte.

Le temblaron los párpados, y por fin, abrió los ojos. Sin embargo, tenía una mirada rara, vidriosa.

– ¡Papá!

– ¿Bichito? -preguntó, con un hilo de voz.

– Soy yo. Estás bien.

– ¿Y los cachorros?

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