La típica actitud protectora de mi padre me hizo sonreír mientras rebuscaba en el primer cajón de la cómoda. Encontré unos de mis viejos vaqueros, un jersey y uno de mis camisones favoritos, que tenía un dibujo de Santa Claus metiéndose en una chimenea. Tenía un letrero que decía: Cómo saber si has sido realmente malo. Me lo había regalado una estudiante por Navidad.
– ¡Oh, qué estupenda visión! -suspiré, de pura felicidad, al encontrar un par de braguitas de color violeta, completas-. ¡Demonios, qué alegría poder librarme de esos malditos tangas!
Es asombroso lo poco que hace falta para hacerme feliz cuando estoy estresada.
Mi padre tenía razón. Quedaba agua suficiente para darse una buena ducha. El agua me calmó, y apenas me había puesto el camisón cuando comenzaron a cerrárseme los ojos. Apagué las velas de un soplido y me acosté. Dormí profundamente, sin soñar, durante horas, hasta que mi cuerpo consciente descansó y entré en el Paraíso de los Sueños.
Estaba charlando tranquilamente con Hugh Jackman, caracterizado de Lobezno, cuando noté que mi cuerpo ascendía y era succionado a través del tejado del rancho de mis padres. Flotar en aquel cielo del que caía tanta nieve fue una experiencia rara. Era como si los copos blancos estuvieran dentro de mí y a mi alrededor a la vez.
– ¡Aj! ¡Tengo ganas de vomitar otra vez! -dije.
«Respira, Amada».
Hice lo que me indicaba la diosa e inhalé el aire helado. Casi inmediatamente, el vértigo remitió. Me di cuenta, con algo de desconcierto, de que no sólo tenía más y más experiencia con el Sueño Mágico, sino que me sentía cómoda en él.
Miré hacia abajo y me quedé asombrada con el cambio de la tierra por debajo de mí. Era como una postal de Navidad de Colorado. Las tierras de papá estaban totalmente cubiertas de nieve. Junto al establo, los montículos eran casi de un metro de altura.
– Es precioso -susurré.
«No es natural, Amada», me dijo mi diosa.
– ¡Lo sé! -Respondí yo-. Nunca nieva así en Oklahoma.
«Es porque en este mundo ha entrado algo antinatural. Aquí está trabajando un demonio de verdad».
– Nuada -dije yo, como si el nombre fuera una maldición.
«Debes detenerlo».
– ¿Yo? ¡Si no sé cómo hacerlo!
«Debes conseguirlo, Amada. Tú eres la única que puede».
– ¿Cómo? En Partholon pude averiguarlo porque estaba rodeada de gente que entendía la magia. Ellos me ayudaron. ¡Y tú me ayudaste!
«Confías muy poco en ti misma, Amada».
Yo me alarmé al notar que la voz de la diosa comenzaba a desvanecerse.
– ¡No! ¡No te vayas!
«Tranquila. Los ancianos te guiarán… y el Chamán de este mundo…».
– ¡Epona! -grité-. ¿Qué ancianos? ¿Qué Chamán?
«Recuerda que eres la Elegida».
Y, como la niebla, se desvaneció.
Tragué una bocanada de aire y me incorporé bruscamente.
– ¡Mierda!
Me levanté de la cama y seguí hablando sola.
– Volver a Oklahoma debería ser una experiencia normal. Antes, Oklahoma era algo normal… incluso aburrido -comencé a vestirme y, mientras lo hacía, continué mi perorata-: ¡Pero no! En vez de eso estás embarazada, en mitad de una tormenta de nieve, y perseguida por un monstruo horrible. Y muerta de hambre, además.
Me callé al abrir la puerta de mi habitación, y me encaminé hacia la cocina. No iba a poder dormirme otra vez, y de repente, me apetecían mucho unos huevos revueltos, una tostada y beicon. Por lo menos, allí sabía dónde estaban las cosas.
Abrí un cajón donde se guardaba de todo y rebusqué las cerillas para encender la lámpara que había siempre sobre la mesa de la cocina.
– Aquí están -susurré.
– Podías haberte ahorrado la molestia. Creo que tu padre dejó las cerillas aquí, junto a la lámpara -dijo Clint, y me asustó tanto que di un respingo.
– ¡Demonios, Clint! ¿Qué haces ahí sentado a oscuras? -antes de que él pudiera responder, encendí la lámpara. Él se estaba llevando la taza a los labios-. ¿Y por qué no has dicho nada? Me has dado un susto de muerte.
– Parecía que tenías una misión. He pensado que era mejor quedarme aquí sentado, y no estorbarte.
– Mmm… ¿por qué estás despierto?
– ¿Y tú? ¿Has tenido uno de esos sueños?
– Sí.
– ¿Has visto a ClanFintan otra vez?
– No. Esta vez sólo he flotado por ahí, mientras mantenía una conversación con Epona -respondí, y después le dije-: Voy a hacer huevos revueltos y beicon para todo el mundo. No me digas que no tienes hambre.
– Me encantaría que me dieras de comer.
Nuestras miradas se cruzaron, y por el brillo de sus ojos, supe que su respuesta tenía doble sentido. Aparté la vista rápidamente.
– ¿Y qué te dijo tu diosa?
– Oh… -yo comencé a romper huevos en un cuenco-. Me dijo que el mal anda suelto, y que hay que detener a Nuada, y que los ancianos me ayudarán, y el Chamán de este mundo también, y que confiara en mí misma -le dije, batiendo como una maniaca-. Sin embargo, yo prefiero evitar el mal. No sé cómo detener a Nuada, no conozco a ningún anciano ni a un Chamán aquí, y creo firmemente que todo esto se me escapa de las manos.
Me di cuenta de que estaba conteniendo las lágrimas, lo cual sólo sirvió para enfadarme más. Quizá me hubiera librado de las náuseas matinales, pero tenía las hormonas descontroladas. Maravilloso.
Clint me agarró las manos para que dejara de batir los huevos frenéticamente. Apoyó la barbilla sobre mi cabeza e hizo que me apoyara en él.
– Estoy aquí. Tu padre está aquí. Entre los tres lo solucionaremos. Además eres la Elegida de Epona. No lo olvides.
– Eso es lo que me recordó ella -dije, dándome la vuelta para mirarlo a los ojos.
– Bueno, si no quieres hacerle caso a tu diosa, ¿vas a hacerme caso a mí? Después de todo, soy el reflejo de tu marido -sin darse cuenta, habló en un tono juguetón tan parecido al de ClanFintan que se me encogió el corazón.
– Sí, lo eres de verdad -respondí temblorosamente.
Él leyó el anhelo en mi cara, y su tono de broma se volvió serio al instante. Noté que se le cortaba la respiración. Entonces, me acarició con suavidad la barbilla y la mejilla, y me pasó la mano por la nuca. Yo me estremecí.
– Shannon, mi niña.
Aquella expresión cariñosa salió de sus labios justo cuando se inclinaba para besarme. El beso fue ligero y engañosamente casto. Apartó la cara para poder mirarme.
– Deja que te bese, Shannon.
– Acabas de hacerlo.
– Eso no ha sido un beso, mi amor -dijo él, con una sonrisa llena de promesas-. Déjame besarte, Shannon -repitió suavemente.
Yo quería que me besara. Lo necesitaba. Su sonrisa fue maravillosa cuando yo asentí.
Entonces, me abrazó, y yo me aferré a sus hombros. Nuestros cuerpos se unieron al mismo tiempo que nuestros labios. Sentí la pasión contenida en la tirantez de su cuerpo mientras Clint saboreaba mi boca. Dejé que nuestras lenguas se entrelazaran. Él jugueteó con la mía, exactamente igual que jugueteaba ClanFintan.
Aquel pensamiento fue como un puñetazo en el estómago. Me aparté rápidamente y salí de su abrazo.
– Yo… lo siento. No quiero… No, no es cierto. Sí quiero. Quiero sentir tus besos. Eres como él, y no puedo evitar desearlo. Pero estoy casada, y no contigo.
– Estás casada en otro mundo, Shannon, no en éste.
– ¿Y eso te importaría a ti? Si yo te perteneciera a ti, ¿no te importaría que me acostara con él, en este mundo o en el otro?
Su silencio fue toda la respuesta que yo necesitaba.
– Claro. Los hechos no cambian. Esté aquí o allí, sigo casada con otro hombre.
Читать дальше