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Jordi Sierra i Fabra: Sin tiempo para soñar

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Jordi Sierra i Fabra Sin tiempo para soñar

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¿Qué se esconde detrás de una noticia cualquiera de un periódico? Es lo que tratan de averiguar Julia y Gil, dos estudiantes de periodismo en un trabajo a simple vista rutinario. La noticia es la del asesinato de Marta, una adolescente cargada de antecedentes penales. Pero la investigación les llevará a descubrir mucho más: su vida, sus sueños… ¿Por qué murió Marta? ¿Cuál es la verdad? ¿Quién la asesinó? Esta novela es el retrato generacional de una adolescencia marcada que lucha por salir de la desesperanza.

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– Ven, cariño -la mujer le tomó del brazo.

También ellos pasaron por la cortina de pedrería. Tras ella había un pasillo largo, con luz muy tenue, también rojiza, y con puertas a ambos lados. El hombre se metió en la más alejada, al fondo. Delante nacía una escalera que conducía al piso superior.

El nueve también estaba casi al final, y era un cuartito de proporciones armónicas, cuadrado, con una cama grande, una mesita, dos sillas y una puerta entreabierta tras la cual se veía un pequeño servicio. La mujer lo dejó allí y, sin decirle nada más, cerró al marcharse. Gil no se sentó en la cama, fue a la ventana, pero resultó que tenía cristales opacos y una reja de protección. No estuvo solo demasiado tiempo. La puerta volvió a abrirse.

Ahora era una mulata de generosas proporciones, alta, labios muy gruesos, ojos intensos, cabello muy largo y piel brillante. Vestía una simple combinación de seda blanca. Desde luego, no tenía catorce o quince años; ni siquiera era menor de veinte, aunque tampoco alcanzaba la treintena.

Gil tragó saliva.

– Hola, mi amó -lo saludó con un marcado acento caribeño.

– Tú no eres…

Ya estaba frente a él, mostrando su más cautivadora sonrisa.

– Reía 'ate, mi amó. Va a vé tú lo que é gosá -trató de echarle los brazos alrededor del cuello.

– Espera, espera… -Gil retrocedió un paso, pero tropezó con la cama.

– ¿No te gut'to? -puso carita de pena la mujer.

– ¿Conoces a una chica llamada Patri? -preguntó a la desesperada.

– ¡Ay, yo no sé de qué cosa tú et'tá hablando!

Aquello era un callejón sin salida. El hombre le había endilgado a una de sus chicas y nada más. Ya no tenía sentido seguir, pero tampoco delatarse hasta el punto de que…

– ¿Te importa esperar un momento?

– ¿A'onde va, mi amó?

Se zafó de ella y alcanzó la puerta en dos saltos. Se volvió para tranquilizarla.

– Voy un momento al coche y vuelvo enseguida. Tú desnúdate y ponte cómoda, ¿vale? Es que… me he dejado algo. Los… ya sabes… Son especiales…

Salió de la habitación.

Tenía dos caminos: uno, de vuelta al exterior; otro, por los recovecos del Aurora. Salir era ahorrarse problemas. Quedarse era tentar la suerte, pero luchar tal vez por lo mismo que lo había hecho Marta. Si encontraba a Patri…

Contuvo la respiración y abrió la puerta de enfrente. Una habitación vacía. Abrió otra puerta con el corazón encogido, y se encontró con una pareja en plena labor. Cerró sin hacer ruido, antes de que lo notaran.

Delante nacía la escalera que conducía al piso superior. A la derecha, el lugar por el que se había metido aquel hombre. La puerta estaba ahora entornada. Miró dentro y no vio a nadie. Era un despacho nada cómodo, impersonal, con un sofá y la mesa llena de papeles.

Entró sin pensárselo dos veces y cerró tras de sí.

No sabía qué estaba buscando, pero lo buscó. Revolvió los papeles, buscó datos, pruebas, indicios… En la pared lateral había un mapa de España con más de dos docenas de chinchetas de colores repartidas por su superficie, preferentemente sobre la costa mediterránea.

Podía pasarse allí una hora y no encontrar nada.

Así que le entró el pánico.

Pero le dominó mucho más cuando, antes de que pudiera salir por la puerta, el tirador se movió y al otro lado escuchó la voz del hombre anunciando su entrada, hablando con alguien.

Gil se tumbó detrás del sofá.

Su única alternativa.

Capítulo 2

Vio dos pares de zapatos, dos hombres. La voz del que le había atendido en el bar era una. La otra tardó en reconocerla.

Lenox.

El musculitos.

Gil tragó saliva y se quedó muy quieto, porque el ruido que hizo su garganta estaba seguro de que había sido lo bastante fuerte como para dar la alarma en cien metros a la redonda.

No pasó nada.

Los dos hombres hablaban de algo.

Intentó no perder la calma, concentrarse.

– Siento algo, no sé -decía en ese instante el que parecía ser el encargado o el dueño del Aurora.

– Está nervioso, señor Palacios.

– Cuando algo se complica… ¿Por qué te crees que me ha ido bien en la vida, eh, Lenox? Porque tengo instinto. Huelo las cosas.

– En unos días…

– En unos días puede que sea tarde, ¿vale? Esa cría casi lo jodió todo, y aún no estoy seguro de que no lo hiciera -hubo una pausa y luego ordenó-: Llámame a Eloy.

– Sí, jefe.

Gil escuchó cómo Lenox descolgaba un teléfono y marcaba un número. Él mismo preguntó por el tal Eloy. Luego le pasó el auricular al otro.

– Soy Froilán -tras una leve pausa, continuó-: Oye, mira, tengo malas vibraciones, veo fantasmas por todas partes y…, no me gusta, ¿entiendes? No me gusta nada -la siguiente pausa fue igual de corta-. Me da lo mismo. Vamos a terminar con esto por la vía rápida, así que será mejor que te cargues a la chica -otra pausa más larga-. ¡Cono, vale, pero como la relacionen con la muerte de esa imbécil…! -hubo una cuarta pausa, más breve que la anterior-. ¡Sí, nos descuidamos, se metió aquí y descubrió el pastel, de acuerdo! -gritó el llamado Froilán-. ¡Y también sé que Lenox metió la pata, porque ese cadáver no tenía que haber aparecido nunca!

– Yo no metí la pata -intervino Lenox-. Fue mala suerte…

– ¡Cállate! -gritó Froilán Palacios. Y volvió a hablar con Eloy-: Escucha, no pasa nada, ¡será por crías! ¡El mundo está lleno de crías más perdidas y solas que la una! Tú ocúpate de esa, yo llamaré a los demás. Vamos a esperar a que pase la tormenta y ya está -otra pausa más dramática-. ¡Que se jodan esos babosos! ¡Hazlo, Eloy! ¡Yo me ocuparé de limpiar esto, pero no quiero cabos sueltos! ¡Si la tienes comprometida esta noche, hazlo mañana, pero hazlo y que no encuentren más cadáveres!

Colgó el auricular.

Gil seguía inmóvil, detrás del sofá.

– ¿Y qué hacemos con la otra, Úrsula? -preguntó Lenox.

– ¿Sabe algo?

– No, pero no es tonta.

– Me dijiste que no era como la Martita esa de los cojones.

– Y no lo es. Además, la tengo contenta.

– Podrías darle algo fuerte y…

– Podría.

– O que escriba una carta diciendo que se larga a ver mundo.

– No sé.

Froilán Palacios debió de dar un puñetazo sobre la mesa. Gil tuvo una sacudida.

– Dime una cosa, y no la cagues, ¿vale? ¿Es de fiar?

– Está asustada.

– Pero no es más que una cría, y ya sabes el dicho: quien con niños se acuesta…

– Si la matamos, será peor. Ella tiene familia, y era amiga de la otra. Puede que sumen dos y dos.

– ¿Y qué quieres que haga? -volvió a gritar el hombre.

Su voz murió al nacer otra muy cerca, en el pasillo. Alguien llamó a la puerta. Gil ya había reconocido a su amiga, la caribeña.

– ¿Y ahora qué coño pasa? -rezongó Froilán Palacios.

Fue Lenox el que abrió la puerta. Desde su escondite, Gil vio la parte inferior de las piernas de la mujer.

– ¡S'ha ío!

– ¿Qué?

– ¡Mi chico! ¡No et'tá! ¡S'ha ío!

Gil apretó los puños.

– ¡Maldita sea! ¡La madre que me…! -empezó a gruñir el dueño del Aurora-. ¿Es que aquí nadie puede hacer bien su trabajo? ¿Dónde coño…?

Fue el primero en salir por la puerta, empujando a la caribeña. Lenox le siguió. Ella iba repitiendo las mismas frases, y que no tenía la culpa. Por un momento, Gil apenas pudo creerse su suerte.

No se lo pensó dos veces.

Se puso en pie, se acercó a la ventana, solo para comprobar que también tenía barrotes al otro lado, y luego echó a correr hacia la puerta. No tenía más que decir que había ido al coche a buscar…

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