Jordi Sierra i Fabra - Sin tiempo para soñar

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¿Qué se esconde detrás de una noticia cualquiera de un periódico? Es lo que tratan de averiguar Julia y Gil, dos estudiantes de periodismo en un trabajo a simple vista rutinario. La noticia es la del asesinato de Marta, una adolescente cargada de antecedentes penales. Pero la investigación les llevará a descubrir mucho más: su vida, sus sueños… ¿Por qué murió Marta? ¿Cuál es la verdad? ¿Quién la asesinó? Esta novela es el retrato generacional de una adolescencia marcada que lucha por salir de la desesperanza.

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Era como si un pedazo de bien, suponiendo que el bien tuviera forma y aspecto más o menos sólidos, estuviese allí en medio, colgado de las lámparas, o flotando en su apariencia gaseosa.

Aguardaron en una sala-biblioteca repleta de libros más o menos antiguos. La espera no fue excesiva: tres minutos. Seguían de pie, inspeccionando los lomos de aquellos libros, cuando se abrió de nuevo la puerta y la recepcionista les condujo hasta un despacho. Al otro lado de una mesa tan hermosa como el resto del mobiliario les esperaba, ya puesta en pie, una mujer más joven que la primera, como de cuarenta años. Vestía con esa nobleza característica de la gente adinerada y con clase, aquella que ha nacido en el seno de una familia con historia y tradición. Nada en ella era superfluo, la ropa elegante, el peinado minuciosamente esculpido sobre su cabeza, el discreto collar de perlas que ceñía su cuello, la hermosura de sus facciones, la bondad de su mirada no exenta de firmeza…

– Me han dicho que son ustedes… ¿periodistas? -preguntó tras estrecharles la mano y serles presentada como «señora Álvarez».

– Sí -Julia sonrió con el mayor de sus encantos, cruzando los dedos para parecer sincera y que ella no les pidiera una credencial.

La señora Álvarez no lo hizo.

– ¿Es para algo relativo a nuestra fundación? ¿Una entrevista? ¿Una encuesta?

– Trabajamos en un reportaje sobre una muchacha: Marta Jiménez Campos.

– Oh, sí -afirmó con medido énfasis, sin un destello situado por encima de su normalidad.

– ¿La recuerda?

– Ayudamos a muchas personas, especialmente a jóvenes -asintió la señora Álvarez-. Pero el caso de Marta por supuesto que lo recuerdo, por ella misma, ya que no pasa inadvertida, y porque ha sido una de nuestras aprobaciones más recientes. El viernes le enviamos la feliz noticia de que había sido aceptada en uno de nuestros programas y le había sido concedida una beca. ¿Por qué le están haciendo un reportaje?

No querían mostrar sus cartas tan pronto, pero era absurdo andarse por las ramas.

– Marta fue asesinada recientemente -dijo Julia.

Una sombra helada pasó por sus facciones.

– ¿Cómo… dicen?

– Desapareció hace unos diez días. Fue encontrada el viernes pasado. La noticia no se hizo pública hasta el sábado, y en el periódico del domingo se informó de su identificación, aunque solo aparecieron sus iniciales, claro.

– Dios… -permaneció inmóvil, aplastada en su butaca, con los ojos súbitamente descentrados y la mirada perdida-. Ella.

– ¿Llegó a conocerla bien?

– ¿Perdón…?

– Preguntaba si llegó a conocerla bien -se lo repitió Gil.

– Tuvimos… -le costó centrarse de nuevo, pero lo consiguió, aunque a duras penas. Se pasó la mano por los ojos y trató de mantener la compostura-. Tuvimos algunas charlas, sí, aquí mismo -señaló la butaca en la que estaba sentada Julia-. Disculpen…

La vieron levantarse, afectada. Caminó hacia una puerta y, al abrirla, descubrieron que había un pequeño servicio. Escucharon el ruido de un grifo y luego el de un vaso al colocarlo en una repisa. La señora Álvarez reapareció, blanca como la cera, y regresó a su butaca. No les ofreció tomar nada. Probablemente no estaba para formalidades. Se sentó y tragó saliva antes de proseguir con la conversación.

– Lo siento -se excusó.

– Un golpe, ¿verdad?

– Mucho -miró a Julia y llegó a esbozar una tímida sonrisa-. Esa muchacha me causó una impresión maravillosa… -movió la cabeza horizontalmente un par de veces.

– ¿Cómo llegó hasta aquí?

– Alguien le habló de nuestros programas de ayuda.

– Exactamente, ¿qué hacen ustedes? -siguió preguntando Gil.

– Hay muchas personas como Marta Jiménez -dijo la señora Álvarez, recuperando la entereza-. Crecen y viven en ambientes marginales, parecen condenadas a mantener unas existencias duras, en muchos casos a terminar irremisiblemente en la cárcel o a sufrir tales humillaciones que socavan su voluntad, su naturaleza humana. Entre la población adolescente nos encontramos con embarazos no deseados, drogadicción, malos tratos, prostitución, ausencia de una cultura porque en la escuela no hallan el menor arraigo ni interés… Nuestra fundación intenta paliar algunas lacras en esos segmentos de la población. Ayudamos a personas mayores y a jóvenes. Nuestros programas principales van encaminados precisamente a ellos, a los ancianos y los adolescentes. En el caso de los ancianos, les procuramos compañía, un servicio de limpieza, una ayuda que les haga sentirse mejor, que les recuerde que todavía forman parte de la sociedad. En el caso de los jóvenes que solicitan nuestra ayuda, depende de sus circunstancias. Unos quieren salir de la droga, otras están embarazadas, unos están enfermos, otros quieren estudiar, como fue el caso de Marta.

– ¿Vino para eso?

– Sí -asintió un poco más entera pasados unos segundos-. Nunca les damos dinero, es obvio, pero conseguimos trabajos para quienes quieren uno, o una adopción para aquella niña que no puede o no quiere hacerse cargo de su hijo. A veces son adopciones compartidas, es decir, la adolescente no pierde del todo a su bebé, y los padres entienden que se harán cargo de él sin apartar a la madre biológica de su lado. Marta quería estudiar en un buen colegio, así que nos pidió exactamente eso: una beca de estudios. Analizamos su solicitud, le hicimos unos exámenes, pasó unas pruebas y se la concedimos.

– ¿Conocían sus antecedentes?

– Por supuesto. Exigimos transparencia plena. Si nos hubiera mentido, en lo que fuera, ya no hubiéramos seguido hablando. En algunos casos, nosotros también investigamos el entorno o hacemos preguntas. Marta nos contó su historia. Terrible, por cierto.

– ¿Le dijo que su madre no la quería, que ejerció la prostitución después de tenerla, que la violaron, que tomó y vendió drogas, que apuñaló a un hombre y que recientemente estuvo detenida por robo?

– Sí.

– ¿Se lo justificó?

– No era necesario. Nosotros no juzgamos el pasado, sino que ponemos un punto de inflexión en el presente y formamos un futuro. Sin embargo, ella se sinceró conmigo y me explicó el porqué de cada uno de esos hechos. Su último novio la hizo robar para él, por ejemplo. Y cuando la cogieron, no lo denunció, prefirió cargar con las culpas; pero entonces abrió los ojos y le abandonó. Eso denota mucho carácter, se lo aseguro.

– ¿Qué sensación le dio?

– Marta era inteligente, muy válida, lúcida, capaz. Sus quince años físicos no tenían nada que ver con su edad mental. Tenía unas enormes ganas de aprender, de valer para algo, de poder tener una vida decente… Pedía a gritos una oportunidad -unió sus manos en un gesto que casi pareció un rezo y agregó-: Recuerdo que me dijo algo que me pareció muy hermoso. Cuando le pregunté qué era lo que más deseaba ahora mismo, me dijo que quería tiempo para soñar.

Julia tragó la bola de su garganta.

– Ni siquiera le han dejado ese tiempo -suspiró la señora Álvarez. Sus ojos se empequeñecieron al preguntar-: ¿Se sabe quién…?

– Ni quién, ni por qué -dijo Gil.

– Tenía una abuela.

– Estuvimos ayer con ella -manifestó Julia.

– ¿Le habló de su gente, David, Úrsula, Patri…?

– No, nunca mencionó un solo nombre, ni el de ese novio suyo que la obligó a robar.

Otra puerta cerrada. Otro camino que les devolvía al punto de partida. Otra persona a la que acababan de dar la peor de las noticias: la muerte de alguien que se hacía más y más especial a medida que transcurrían las horas.

– Lamentamos mucho esto, se lo aseguramos -se puso en pie Gil.

– Sean justos con ella -la señora Álvarez secundó su gesto.

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