Alicia Bartlett - Días de amor y engaños

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Días de amor y engaños: краткое содержание, описание и аннотация

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Una historia magistral sobre las parejas, el amor y el engaño La convivencia en una pequeña comunidad de ingenieros españoles en el extranjero se desmorona tras desvelarse la relación que ha mantenido uno de ellos con la esposa de otro. En unos pocos días, todo el frágil entramado de complicidades, de pequeñas hipocresías y de deseos contenidos de los miembros de la colonia se vendrá abajo, y saldrá así a la superficie un mundo de sexo, engaños y sueños largamente incumplidos. Una historia magistralmente narrada que trata un tema de eterna actualidad: la de las relaciones de pareja y cómo evolucionan, se transfiguran y mueren… o dan lugar a otras.

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– Casi podría decir que no he tenido que meditar ni decidir nada. Paula, simplemente he comprendido, he cambiado, me siento otra. En este momento estás hablando con una mujer libre que se encuentra a punto de liquidar todos sus compromisos.

– ¡Vaya, qué coincidencia, ya somos dos! Brindemos por eso.

Paula se levantó y fue a sentarse junto a la americana, chocaron los vasos. Luego bebieron de un solo trago todo el contenido.

– ¿Qué ha venido a contarte Santiago, que se muere de amor por esa mosca muerta de Victoria?

– Algo parecido. Era su despedida formal.

– ¡Lamentable, todo el mundo es igual! Intentan aparentar frente a ti que hacen las cosas correctamente. Podía haberte ahorrado el trago.

– Sí, ya ves, podría haber tenido ese detalle, simplemente desaparecer. Pero no creas que me importa demasiado.

– Ya sé que no.

– Sólo que me ha anunciado algo mucho más inquietante que su amor por la mosquita muerta.

– ¿Qué?

– Algo que por otra parte ya esperaba: tengo que irme de aquí. Disfruto del derecho a permanecer en la colonia sólo como su esposa. Así que mi estancia se acabó.

– Pero ¡eso es imposible!

– ¿Imposible? ¿Qué te hace pensar eso? Me echarán a la puta calle. Nos mantiene una empresa, no una institución de caridad. Adolfo, Manuela, todos esos hipócritas que siempre me sonreían y se preocupaban por mi bienestar me darán la patada: «¡Fuera, largo!» Además, estarán encantados de librarse de mí, un problema menos.

– ¿Y qué harás?

– Pues volver a España, ya me dirás qué otra cosa puedo hacer.

– ¿Y allí vivirás sola?

– Como una anacoreta.

– Entonces yo me iré contigo.

Paula clavó los ojos en la americana con cierta furia y, en tono remansado y ecléctico, preguntó:

– ¿Cómo dices? No te he entendido bien.

– Que me iré contigo. Voy a dejar a Henry. Eso será lo mejor para los dos.

No hizo ningún comentario. Esbozó una sonrisa. Se levantó y sirvió más whisky. Volvió a mirarla. Susy siguió hablando con gran animación:

– Sí, ésa sería una idea genial, largarme a España. ¿Por qué no? Empezar una nueva vida por completo distinta. Al fin y al cabo, hablo perfectamente la lengua y encontraría trabajo como secretaria o profesora sin ninguna dificultad.

– ¿En serio estás dispuesta a abandonar a tu marido?

– De ahora en adelante voy a dejar atrás cualquier cosa que me impida evolucionar, Paula.

Miraba a Susy como si no la viera, cabeceando afirmativamente de vez en cuando, de manera maquinal. Entonces la americana se puso en pie y se acercó a Paula, le tomó la cara con las manos y la besó en la boca con decisión. Le introdujo la lengua con fuerza, con hambre, empezó a abrazarla, a subirle la camiseta para poder tocar sus pechos. Tras un momento de inmovilidad, el cuerpo de Paula se tensó, rígido y vibrante como un diapasón. Apartó las manos de la chica tomándola por las muñecas y le preguntó, casi sin aliento:

– Pero ¿qué haces?

– Paula, tú sabes, yo sé, hemos llegado a un punto de intimidad en que las dos comprendemos lo que nos sucede. No hace falta dar explicaciones, ni hablar más de la cuenta.

Paula la soltó, retrocedió. Luego volvió a avanzar hacia Susy y le dio con el reverso de la mano en la boca. Fue un golpe seco, sesgado, brutal. La joven caminó hacia atrás y quedó sentada en el sofá, con los ojos desorbitados. Se llevó los dedos al labio inferior, del que empezaba a manar un hilo de sangre. Paula había enrojecido, tenía los ojos achicados por la indignación. La barbilla le temblaba nerviosamente.

– ¿Que yo sé? ¿Qué se supone que sé, maldita puta barata? ¿De verdad te has creído que porque te he aguantado, que porque te he usado como a un perro de compañía puedo sentir alguna atracción por ti? ¡Cómo se puede ser tan inexperta, tan estúpida! ¿O pensaste que el polvo con aquel tipo significaba algo especial? ¡Lárgate ahora mismo, no quiero volver a verte nunca más! ¡Exhibe tu culo en una feria, niña imbécil, a lo mejor así tienes suerte y alguien te hace un favor!

Susy permanecía sentada, atónita, con la boca abierta y un rictus de horror en el rostro.

– ¿Es que no me oyes? ¡Fuera de aquí, largo, fuera!

Se levantó y empezó a correr hacia la salida intentando ahogar los primeros espasmos de llanto enloquecido.

Paula fue hacia el lavabo. Le dolía mucho la cabeza. Un pitido agudo y persistente le silbaba en el oído. Buscó entre los medicamentos que guardaba en el botiquín y cogió una caja de analgésicos. Regresó al salón. Sacó tres pastillas del envase y las colocó en el cuenco de la mano. Empuñó la botella de whisky por el gollete y se la llevó a los labios.

La vio desde lejos, sentada en una silla, jugueteando distraída con las gallinas en la zona de sombra que ofrecía un gran árbol. Un ramalazo de felicidad pura lo sacudió de arriba abajo. Corrió para llegar antes donde ella estaba. Espantó a las gallinas, que huyeron entre cacareos estrepitosos. La abrazó, apretándola con fuerza. Tenía ganas de reírse, de llorar, de romper algo, de bailar una danza cosaca como un estúpido. Victoria permanecía silenciosa, agazapada contra su pecho. La apartó un momento para verle la cara.

– ¡Qué susto, creí que estabas llorando!

– No lloro, pero no me costaría mucho si de verdad me lo propongo.

– ¡Ni hablar, nada de llantos, eso se acabó! ¿Tienes listas tus cosas?

– Sí. ¿Quién te ha traído?

– Henry, a mi maleta y a mí.

– Ya he pagado a mis caseras, y les he dicho adiós.

– Entonces vamos a la entrada principal, Darío no tardará ni un minuto. Me hará el último favor: llevarnos al aeropuerto.

Así fue, Darío llegó con toda puntualidad y los condujo en su coche hasta el aeropuerto de Oaxaca. Hicieron el trayecto casi en completo silencio, gozando los tres de una extraña tranquilidad.

Se apearon frente a la terminal. Santiago le dio un apretón de manos a Darío.

– Estaremos en contacto. No sé dónde voy a trabajar, pero esté donde esté, si quieres puedo reclamarte para mi equipo.

– Ya sabe que voy a quedarme en El Cielito.

– Sí, me lo han dicho. Pero si te arrepientes de esa decisión…

– He tomado esa decisión en parte gracias a ustedes.

– ¿En serio?

– Cuando vi que eran capaces de hacer lo que querían a pesar de tener a todo el mundo en contra… bueno, pensé que hay que quitarse el miedo de encima.

– El miedo paraliza.

– Sí. ¿Volverán a México?

– Seguro, seguro que vendremos. Gracias por todo, Darío.

Santiago le palmeó la espalda afectuosamente y Victoria lo besó en las mejillas. Darío se quedó mirando cómo se alejaban. Bien, pensó, al final aquellos dos se habían salido con la suya. Se largaban y en paz. Cada uno debe velar por sí mismo, y preguntarse lo que de verdad quiere hacer. El estaba sereno, aunque todo el mundo le dijera que era un cabrón, le daba lo mismo. Tampoco le importaba lo que Yolanda pudiera contestar a su carta. Una parte de su vida iba a quedar para siempre atrás.

En el avión, Victoria se sentó y miró de reojo a Santiago, que, distraído, se afanaba con el cinturón de seguridad y los periódicos que había en su regazo. «¿Quién es este hombre? -se preguntó-, estoy fugándome con un desconocido.»

Observó sus manos masculinas, las distinguidas sienes canosas. «Este hombre será mi compañero y apenas si sé nada de su vida, ni cuáles son sus convicciones profundas, ni qué le gusta comer». Pero nada de eso tenía importancia, era un hombre de brazos fuertes y acogedores que sonreía, que sentía la misma pasión que ella por él, y ambos serían resistentes como rocas a los embates de la vida. La invadió una enorme felicidad. Lo abrazó de repente, le dio un beso en la cara, rió.

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