En ese caso, se vería obligado a responder que no estaba en su mano influir sobre una mujer que era tan sólo una chiquilla. No, lo más acertado sería inhibirse y esperar. En cualquier caso, él no era culpable de adulterio. Ni siquiera podía comprender cómo se les había ocurrido a aquellos dos liarse de un modo tan peligroso. ¿No tenían un poco de sentido común? ¿No se daban cuenta de que estaban sentados en un polvorín? Vivir una aventura en aquellas circunstancias era una barbaridad, una jugada sucia para sus respectivos cónyuges, una historia fea y llena de riesgos. Claro que quizá se hubieran enamorado. No le sorprendía nada en el caso de Santiago. Paula debía de ser insoportable en la intimidad, ¡justamente la única esposa de la colonia con la que Susy había intimado! Una mujer poco discreta, bebedora, provocadora, siempre con ganas de llamar la atención, siempre dispuesta a poner a la gente al borde de su aguante y su cortesía. Aquél debía de ser un matrimonio turbulento, de aguas agitadas y follones continuos. Seguramente por eso a Santiago le había llamado la atención la personalidad apacible de Victoria. Ella parecía tranquila, sosegada, a menudo hablaba en voz baja, sonreía con encanto, y nunca soltaba opiniones categóricas que pudieran incomodar.
Su aura era muy distinta de la que revoloteaba alrededor de la cabeza de Paula. Y, sin embargo, también se la estaba pegando a su marido. ¿Qué ocurría en su caso, también su matrimonio fallaba? Extraño, porque Ramón parecía un hombre fiable, extremadamente reservado y trabajador hasta el exceso. Hubiera jurado que no guardaba vicios ocultos: ni pendenciero, ni jugador ni donjuán, todas aquellas cosas que eran tradicionalmente veneno masculino para la relación. Aunque, sin embargo, ¿quién sabía, quién sabe nunca lo que ocurre entre los miembros de una pareja? Muchos hubieran pensado que él y Susy formaban una maravillosa familia llena de ilusión y juventud, y sin embargo… La vida de casados es difícil: viejas rencillas, heridas no cicatrizadas que se reabren con el tiempo… Pensó que si Victoria estaba actuando como lo hacía sólo por el aburrimiento y el cansancio que generan las largas relaciones… si lo hacía sólo por eso merecía que la abofetearan. Porque es sabido que ese hastío de las convivencias prolongadas, esa falta de alicientes galantes pueden superarse con comprensión y tolerancia mutuas. Sobrellevar eso es la clave de los matrimonios longevos y felices. Sus padres eran católicos en un barrio en el que casi todas las familias tenían orígenes protestantes. Llevaban un montón de años casados, toda la vida.
Siempre los había visto en armonía absoluta, siempre dedicados en cuerpo y alma el uno al otro y ambos a sus hijos. En su casa se consideraba el divorcio como una terrible fatalidad. Recordaba haber regresado del colegio contando cómo los padres de algún compañero se habían separado. Su madre siempre se tomaba muy a pecho aquella información y solía decirles a él y a sus hermanos: «Rezad esta noche para que Dios acompañe a ese chico en su camino y dadle gracias por haber tenido una familia como la que tenéis.» Sonrió levemente al representarse a su madre con su pinta anticuada, sus anticuados valores, sus limpios ojos azules y su olor a colonia de lavanda. Era una imagen tranquila a la que retroceder cuando su vida se hacía abrumadora. Aunque probablemente el mundo al que pertenecían sus padres había dejado de existir. En ocasiones sólo era posible el divorcio, volver a empezar junto a otra persona o en solitario. Lo contrario era negar la libertad del individuo, restarle la ocasión de enmendar sus errores.
¡Ojalá que Susy mantuviera la boca cerrada, que lo que debía ocultarse permaneciera oculto y sólo saliera a la luz aquello que sus protagonistas desearan! Detestaba las tensiones, las disputas, los escándalos! Le hubiera resultado muy difícil seguir trabajando en un ambiente enrarecido desde el punto de vista humano. Lo malo era que, sabiendo lo que sabía, aquel ambiente ya había empezado a enrarecerse para él.
Después de hacer el amor se refugiaba en su pecho velludo. Era lo único que lograba calmar la inquietud que había empezado a sentir casi continuamente. Aun segura de que nadie conocía su secreto, se sentía juzgada.
– Marchémonos a España, Santiago, ahora mismo. No esperemos más.
– Ten un poco de paciencia. Me han contestado de una de las empresas a las que escribí. Estoy seguro de que muy pronto llegaremos a un acuerdo.
– Puedes resolver eso cuando estemos ya en España. Si necesitamos dinero podemos contar con mis ingresos.
Se incorporó y, sosteniendo la cabeza en el brazo acodado, la miró con una mezcla de preocupación y regocijo.
– ¿Quieres que te rapte como en las novelas antiguas? No podemos largarnos por las buenas. Habrá que hablar con nuestras parejas, y cuando ya lo hayamos hecho, tendremos que aguantar aún un poco porque vendrán unos días complicados: explicaciones, enfados y, por último, llegaremos a algunos compromisos sobre nuestras separaciones, algo mínimo, una base sobre la que más tarde podemos tratar. Pero marcharse sin más es impensable, ¿no te das cuenta?
– Sí, me doy cuenta, pero no sé, tengo miedo, estoy cada día más histérica. Me ha dado por pensar que algo puede salir mal.
– Todo saldrá bien.
– Entonces, ¿por qué no hablar ahora mismo con Ramón y Paula?, ¿a qué esperamos? Cuanto antes, mejor.
– Para que salgan bien las cosas hay que obrar con prudencia, con previsión. En cualquier caso, es cuestión de una semana, Victoria; estoy convencido de que me darán ese trabajo.
– ¿Cómo puedes tener tanta sangre fría?
– Tengo sangre fría porque yo vivo en nuestra vida futura, mientras tú todavía estás viviendo en la anterior. Me preocupo por nuestra nueva organización, le doy forma para que no falle. Es la única manera que conozco para que no se tuerzan las cosas.
– Esta situación me hace sentirme muy culpable.
– Ya lo sé, es incómodo, es desasosegante, pero hay que mantener la cabeza completamente fría. Vamos muy de prisa, no te quepa la menor duda. En unos días nos hemos enamorado y hemos tomado la decisión de romper nuestros matrimonios, de vivir juntos los dos. Hay gente que tarda años en llegar hasta ahí.
– ¡Justo!, que hayamos ido tan de prisa también me da miedo.
– Vamos a ver… por un lado quieres acelerar el proceso, y por otro te da miedo lo mucho que hemos corrido hasta aquí. ¿Puedes explicarme eso?, aparentemente es muy contradictorio.
– Estoy histérica, ya te lo he dicho.
– Pues contra la histeria conozco un viejo remedio. Verás, todo consiste en asestar unos buenos bocados en el cogote de la histérica en cuestión. Algo así.
Se abalanzó sobre ella y empezó a morderle la nuca. Victoria ni se molestó en protestar, reía, intentando zafarse de su fuerza. Huyendo de él se bajó de la cama al suelo, pero sufrió un placaje instantáneo. Allí, sobre aquellas losetas mil veces fregadas que olían a refrescante tierra húmeda, hicieron el amor. Allí llegaron hasta el fondo de sus sentimientos. Ella no recordaba haber experimentado antes nada parecido. Los registros de su propio cuerpo la sorprendieron. Después se sintió felizmente cansada, quiso dormir.
Habían cenado solos en el club. Eso no resultaba extraño, era viernes y la mayor parte de las familias acudían el sábado. La noche del viernes, con los hombres recién llegados de la obra, todos preferían dedicarla a la intimidad. Pero él no se sentía con ánimos para aguantar una velada cara a cara en su casa. Aunque frente a Victoria procuraba que no se notara, lo cierto es que aquella situación también hacía mella en él. Cenar en el club era escoger un punto neutro en el que nada pesaba tanto. Además, había encontrado a Paula especialmente lúcida y serena.
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