Alicia Bartlett - Días de amor y engaños

Здесь есть возможность читать онлайн «Alicia Bartlett - Días de amor y engaños» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Días de amor y engaños: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Días de amor y engaños»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Una historia magistral sobre las parejas, el amor y el engaño La convivencia en una pequeña comunidad de ingenieros españoles en el extranjero se desmorona tras desvelarse la relación que ha mantenido uno de ellos con la esposa de otro. En unos pocos días, todo el frágil entramado de complicidades, de pequeñas hipocresías y de deseos contenidos de los miembros de la colonia se vendrá abajo, y saldrá así a la superficie un mundo de sexo, engaños y sueños largamente incumplidos. Una historia magistralmente narrada que trata un tema de eterna actualidad: la de las relaciones de pareja y cómo evolucionan, se transfiguran y mueren… o dan lugar a otras.

Días de amor y engaños — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Días de amor y engaños», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Victoria, era Victoria, estaba completamente seguro, la mujer del ingeniero Ramón Navarro. Joder, menuda historia! Llevaba razón Santiago Herrera cuando se lo dijo: se iba a armar una buena. Y no parecía que se propusieran ser muy discretos, ¡cómo se habían mirado! Claro que él estaba sobre aviso, pendiente de lo que hiciera Santiago, quizá por eso se había dado cuenta. En cualquier caso, había pensado que no iba a ser fácil dar con la enamorada misteriosa y lo había adivinado a la primera de cambio. Aquella mirada no ofrecía duda. ¡Victoria!, ¡joder, Victoria!, nunca hubiera dicho su nombre si le hubieran preguntado por sus sospechas. La más discreta, la más silenciosa, la que parecía más mosquita muerta. Nunca le daba la lata con peticiones o exigencias. Ahora que lo meditaba, no era una mujer fea en absoluto, de hecho, podía afirmarse que físicamente estaba muy bien, aunque ya no era una niña. No sabía por qué razón se le había metido en la cabeza que se trataba de una chica más joven que el ingeniero Herrera. Pero no, ésta era de su edad; tenía hijos mayores en España que habían venido a visitarlos una Navidad. ¡Para que te fíes de las mujeres!, todas son engañosas, cuanto más pacíficas parecen… Seguro que Paula, la mujer del ingeniero Herrera, con todo lo tremenda que aparentaba ser, a lo mejor no se comía ni una rosca y hacía tantas cosas raras sólo para escandalizar. ¡Las mujeres! Lo asaltó la idea desasosegante de Yolanda sola, a su aire, tan lejos de él. Bien, que hiciera lo que quisiera; finalmente no estaban casados aún. Sólo esperaba que una vez que lo estuvieran ella le fuera fiel; de lo contrario, lo tomaría muy a mal. Como lo tomaría Ramón si se enterara de lo de su mujer. Victoria, ¡era increíble, una mujer con una cierta edad y la vida cómodamente organizada! ¿Cuándo consigue uno olvidarse del amor y del sexo, por fin? Seguramente nunca. Una putada. ¿Y qué pensarían hacer aquellos dos, largarse juntos o sólo dedicarse a follar durante una temporada en la casa que él les había buscado? A lo mejor todo era culpa de aquel país, del aire cálido, de la falta de moral de la que hacían gala los nativos. Si todos hubieran estado en España, nunca se les hubiera ocurrido dedicarse al desenfreno, ni siquiera él hubiera pasado media vida en El Cielito. Si bien, en el fondo, daba igual, ¿acaso era él un defensor de la castidad? ¡Al carajo!, pensó, y fue raudo en interceptar a uno de los camareros que se paseaban con bandejas llenas de vasos de whisky.

Se acomodaron en las mesas para cenar. En la de las autoridades estaban el alcalde de San Miguel y algunos concejales, los ingenieros y el director, un Adolfo que exultaba en aquellas ocasiones. Le gustaban las fiestas. Su esposa, sentada junto al alcalde, charlaba animadamente con él. Llevaba un vestido de seda rojo quizá impropio para su edad, pero que la convertía en una llamarada vistosa y atractiva. La orquesta de mariachis atacó por primera vez la alegre música de los corridos. Apareció un nutrido grupo de danzantes. Empezaron a evolucionar en corros que serpenteaban. Victoria y Santiago apenas se miraban. Era lo único que podían hacer, cenar como todo el mundo y sonreír. Pero Victoria no tenía hambre, el gusto por la comida era una sensación que había desaparecido de su cuerpo desde que se enamoró.

Susy y Henry, desplazados de la mesa de autoridades por los concejales, se ubicaban con los mandos intermedios. Eran los más jóvenes, y el rígido protocolo no escrito de la colonia lo señalaba así. Susy iba vestida de blanco. El pelo rubio y corto junto a un vestido virginal la hacían aparecer como una vestal de aire moderno. Henry, tan rubio e incontaminado como ella, hablaba y reía con unas funcionarías mexicanas.

La cena consistía en un bufet caliente del que cada invitado se servía. Una gran olla de frijoles negros humeaba junto a las ensaladas de aguacate y el asado de cerdo. El ambiente estaba lleno del apetitoso olor de las tortas de maíz. Victoria sintió que le flaqueaban las piernas cuando se dio cuenta de que, tras ella en la cola, esperaba Santiago su turno con un plato en la mano. Éste le sonrió, le pidió con la mirada que se tranquilizara.

– Una fiesta magnífica -dijo.

Ella musitó, incómoda y tímida:

– Magnífica, sí.

– Ven, vamos a pedir un poco de asado.

La tomó del codo dirigiéndola hacia la parte del bufet donde un camarero cortaba generosas tiras de carne dorada. Cuando recibían su ración, le dijo en voz baja, sin perder la sonrisa cortés:

– El lunes, a las tres de la tarde, te espero en la iglesia del Perpetuo Socorro de San Miguel. ¿Podrás ir?

A Victoria la voz no le salía de la garganta. Hizo un esfuerzo en el que creyó desfallecer. Sin mirarlo a la cara contestó:

– Creo que sí.

– Si surge algún imprevisto, no hay manera de avisarnos. Si yo no pudiera ir sería por una urgencia inaplazable del trabajo. Quiero que lo sepas. Si tú cambiaras de opinión…

Lo interrumpió con una firmeza que la sorprendió a sí misma:

– No cambiaré de opinión, nunca. Si no voy será por una razón de vida o muerte.

Santiago sonrió. Victoria notó que se sentía aliviado por el suspiro profundo que emitió. La invadió una oleada de euforia; y lo mismo debió de sucederle a él, porque dirigiéndose al joven camarero le dijo casi con una carcajada:

– ¡Sírvanos, estamos dispuestos a devorar lo que sea!

Regresaron a la mesa, cada uno por su lado. Todo había cambiado, ahora Victoria se sentía llena de fuerza, decisión y coraje, de alegría. El enamoramiento hacía que detalles sutiles arrastraran consigo los estados de ánimo, haciendo que se desplazaran de un extremo al otro con increíble radicalidad. Comprendió que estaba metida en aquel amor hasta el cuello, que no podía ni quería volver atrás. Comprendió también que en todo aquel proceso, tomara la dirección que tomara, debía ser extremadamente fuerte. Ahora sí podía mirar a Santiago a través de la mesa sin miedo. Era un hombre hermoso, de una belleza rotunda y varonil. ¡Cómo podía no haberse dado cuenta hasta aquel momento! Observó que, cuando bajaba los ojos, sus párpados de piel sin broncear contrastaban con la cara. La línea densa del nacimiento de las pestañas rubias le pareció lo más sexualmente atrayente que había visto jamás. Lo deseó con locura. La música y el vino no hicieron sino incrementar su deseo. Acariciarle el pecho, beberse aquellos párpados de niño. La euforia no le había hecho recuperar el apetito, apenas si podía comer; pero Santiago comía con una hambre de lobo, con delectación. Comprobar eso la hizo reír de placer.

Manuela se encontraba feliz. Aquella guelaguetza o como demonio se llamara estaba resultando un éxito. La gente parecía contenta, hablaba y comía, disfrutaba del espectáculo de los bailarines, que no descansaban ni un momento. Aquello corroboraba su teoría una vez más: cuando un grupo humano se halla lejos de su patria, las fiestas son absolutamente necesarias. Incluso su propio marido le había echado en cara que tantos saraos podían interpretarse como una frivolidad, pero ella sabía muy bien lo que se decía. Antes de que el desánimo y la sensación de extrañamiento hagan mella entre las personas, es imprescindible dotarlos de una vida social intensa. Eso suple el entramado de pequeñas relaciones que todo el mundo tiene en su lugar de residencia y que se extiende más allá de amigos y parientes, llegando hasta el quiosquero donde uno compra el periódico todas las mañanas. Sí, nadie podía negarle unas ciertas dotes para la psicología, incluso una innegable habilidad para el estudio sociológico. Además, con aquella guelaguetza mataban dos pájaros de un tiro, ya que las autoridades de San Miguel también quedaban satisfechas con aquel acto de convivencia. Aspiró el aire de la noche y le dio un sorbo profundo a su cerveza mexicana, chispeante y ligera como la luz. Se sentía bien con aquel vestido que había comprado en un viaje al Distrito Federal. Puede que fuera demasiado llamativo para su edad, pero aún podía llevarlo. ¿Por qué no?, sus carnes continuaban siendo firmes y a su marido le gustaba, o al menos eso creía, porque, de hecho, él ya nunca alababa su aspecto. Tenía demasiado trabajo, sólo era eso. ¡Ah, qué importante era eso, un marido cómplice con el que poder contar! Era una mujer afortunada y a menudo daba gracias a Dios por ello. ¡Con tantas cosas como se veían en los últimos tiempos: esposas abandonadas, matrimonios que sólo se mantenían juntos por interés, mujeres solas…! Dios se portaba bien con ella. Dios estaba presente también aquella noche, en aquella música inspirada, en las faldas de colores de las chicas que bailaban. Hasta Paula, en cuya formalidad no confiaba demasiado, daba esa noche muestras de moderación. Claro que a lo mejor estaba bajo el influjo de alguna resaca anterior. ¡Con aquel marido tan atractivo que tenía! Hay quien no sabe valorar los dones que le han sido concedidos, y de ese modo difícilmente puede mantenerlos intactos a lo largo de los años. Observó a Paula intentando que no se notara. Comía desganadamente y lanzaba miradas alrededor con idéntica apatía. Parecía pensar. «La mujer libre piensa», se dijo, y hubiera dado algo por saber en qué.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Días de amor y engaños»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Días de amor y engaños» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Alicia Bartlett - Rites de mort
Alicia Bartlett
libcat.ru: книга без обложки
Alicia Bartlett
libcat.ru: книга без обложки
Alicia Bartlett
Alicia Bartlett - Donde Nadie Te Encuentre
Alicia Bartlett
Xavier Aliaga - Ja estem morts, amor
Xavier Aliaga
Alicia E. Funcasta Tripaldi - Transmuta este amor por otro amor
Alicia E. Funcasta Tripaldi
Humberto Batis - Amor por amor
Humberto Batis
Frederick Bartlett - The Wall Street Girl
Frederick Bartlett
Отзывы о книге «Días de amor y engaños»

Обсуждение, отзывы о книге «Días de amor y engaños» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x