José Santos - El códice 632

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Tomás Noroña, profesor de Historia de la Universidad Nova de Lisboa y perito en criptología y lenguas antiguas, es contratado para descifrar una cifra misteriosa.
Los conocimientos y la imaginación de Tomás lo llevarán a una espiral de intrigas, en dónde inesperadamente se topará que con un secreto guardado durante muchos siglos: la verdadera identidad de Cristóbal Colón.
Basada en documentos históricos genuinos, El códice 632 nos transporta a un viaje por el tiempo, una aventura repleta de enigmas y mitos, secretos encubiertos y pistas misteriosas, falsas apariencias y hechos silenciados, un auténtico juego de espejos donde la ilusión se disfraza de realidad, para disimular la verdad.

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– Nel, come in.

Moliarti entró y señaló al invitado.

– El profesor Noronha, de Lisboa -dijo en inglés presentándolos-. Profesor, John Savigliano, presidente del executive board de la American History Foundation.

Savigliano se apartó del escritorio y extendió las dos manos en dirección al portugués, con una amplia sonrisa acogedora grabada en su rostro.

– Welcome! Welcome! Bienvenido a Nueva York, profesor.

– Gracias.

Se dieron las manos con entusiasmo.

– ¿Ha tenido un buen viaje?

– Sí, estupendo.

– ¡Espléndido! ¡Espléndido! -Hizo un gesto con la mano izquierda, señalando unos confortables sofás de piel situados en un rincón del despacho-. Por favor, siéntese.

Tomás se acomodó en un sofá y observó rápidamente la sala. Estaba amueblada de manera convencional, con madera de roble embutida en las paredes y en el techo y los espacios ocupados por muebles europeos del siglo xviii, probablemente franceses o italianos. Una enorme ventana revelaba la selva de edificios que se extendían por Manhattan; el visitante comprobó que la vista daba al sur, ya que, entre los múltiples rascacielos levantados en la ciudad, se reconocían a la izquierda los radiantes arcos de acero del espectacular Chrysler Bulding, y a la derecha la estructura escalonada y la larga aguja del Empire State Building; más al fondo, como si fuesen gigantescas miniaturas, las amplias fachadas acristaladas de las torres gemelas del World Trade Center. La tarima del despacho del presidente de la fundación era de nogal barnizado; había enormes plantas en los rincones y un hermoso cuadro abstracto, con formas de un rojo vivo sobre un fondo de curvas de color verde aceituna, completaba la decoración del despacho.

– Es un Franz Marc -explicó Savigliano, al reparar en el interés de su invitado por aquella pintura-. ¿Lo conoce?

– No -dijo Tomás, meneando la cabeza.

– Era un amigo de Kandinsky; ambos formaron el grupo Der Blaue Reiter en 1911 -explicó-. Compré este cuadro, hace cuatro años, en una subasta en Múnich -soltó un leve silbido-. Una fortuna, créame. Una fortuna.

– John es un amante de los buenos cuadros -explicó Moliarti-. Tiene en su casa un Pollock y un Mondrian, imagínese.

Savigliano sonrió y bajó la mirada.

– Bueno, es un pequeño vicio que tengo. -Miró a Tomás-. ¿Quiere beber algo?

– No, gracias.

– Como quiera. ¿Café? Tenemos un capuchino que es una delicia…

– Pues… vale, un capuchino puede ser.

El presidente de la fundación volvió la cabeza hacia la puerta.

– ¡Theresa! -llamó.

– ¿Sí, señor presidente?

– Traiga tres capuchinos y unas cookies.

– Right away, señor presidente.

Savigliano se frotó las manos y sonrió.

– Profesor Tomás Noronha -dijo-, ¿puedo llamarlo Tom?

– ¿Tom? -sonrió Tomás-. ¿Como Tom Hanks? Vale.

– Espero que no le moleste. ¿Sabe una cosa?: nosotros, los estadounidenses, somos muy informales. -Se señaló a sí mismo-. Por favor, llámeme John.

– Y yo soy Nel -dijo Moliarti.

– Entonces estamos de acuerdo -sentenció Savigliano, que miró los rascacielos que se extendían al otro lado de la ventana-. ¿Es la primera vez que viene a Nueva York?

– Sí, nunca antes había salido de Europa.

– ¿Y le gusta?

– Bien, aún no he visto mucho, pero, por el momento, me resulta agradable. -Tomás vaciló-. ¿Sabe? Me sorprendo al mirar las calles y se me ocurre pensar que Nueva York parece la escenografía de una película de Woody Allen.

Los dos estadounidenses se echaron a reír.

– ¡Qué bueno! -exclamó Savigliano-. ¿Una película de Woody Allen?

– Sólo un europeo podría decir algo semejante -comentó Moliarti, meneando la cabeza con expresión divertida.

Tomás se quedó quieto, sonriente, pero sin entender dónde estaba la gracia.

– ¿No les parece?

– Bien, es una cuestión de perspectiva -replicó Savigliano-. Es posible que piense así quien sólo conoce Nueva York a través del cine. Pero recuerde que no es Nueva York la que se parece a una película, sino las películas las que se parecen a Nueva York. Capisce? -añadió, guiñando un ojo.

La señora Racca entró en el despacho con una bandeja, colocó las tazas en la mesita baja frente a los sofás; las llenó con café humeante, dejó unos sobrecitos de azúcar y unas galletas de chocolate y se fue. Los tres bebieron a sorbos sus capuchinos. Savigliano se recostó en el sofá y carraspeó.

– Vamos a hablar entonces. Tom, del motivo que lo ha traído aquí. -Miró a Moliarti de reojo-. Supongo que Nel le habrá explicado qué es nuestra institución…

– Sí, me ha dado una pincelada.

– Muy bien. La American History Foundation es una organización sin fines de lucro que se financia con fondos privados. La fundación nació aquí, en Nueva York, en 1958, con el propósito de incentivar estudios sobre la historia del continente americano. Hemos creado un scholarship para estudiantes estadounidenses y de todo el mundo, destinado a premiar investigaciones innovadoras, estudios que revelen nuevas facetas de nuestro pasado.

– Es el Columbus Scholarship -precisó Moliarti.

– Exacto. Además, hemos financiado investigaciones realizadas por arqueólogos e historiadores profesionales. Muchos de esos trabajos están publicados y podrá encontrarlos en cualquier buena librería de la ciudad.

– ¿Qué tipo de trabajos? -quiso saber Tomás.

– Todo lo que concierne a la historia del continente americano -aclaró el presidente de la fundación-. Desde estudios sobre los dinosaurios que vivieron en este continente hasta investigaciones relativas a los native-americans, a las ocupaciones coloniales europeas y a los movimientos migratorios.

– Native-americans?

– Sí -sonrió Savigliano-. Es una expresión políticamente correcta que usamos en Estados Unidos. Se refiere a los pueblos que se encontraban aquí cuando llegaron los europeos. -Ah.

Savigliano suspiró.

– Bien, vamos a hablar entonces, específicamente, de nuestro problema. -Hizo una pausa, pensando por dónde comenzar-. Como usted sabe, en 1992 se celebró el quinto centenario del descubrimiento de América. Las ceremonias fueron magníficas y, me enorgullezco de decirlo, la American History Foundation desempeñó un papel relevante en el éxito de esas celebraciones. Cuando terminaron los actos conmemorativos y todo volvió a la normalidad, nos reunimos para decidir cuál sería nuestro siguiente proyecto. Mirando el calendario, hubo una fecha que nos saltó a los ojos. -Miró a Tomás con intensidad-:;Sabe cuál es?

– No .

– El día 22 de abril de 2000. Dentro de tres meses.

Tomás calculó.

– El descubrimiento de Brasil.

– ¡Bingo! -exclamó Savigliano-. Los quinientos años del descubrimiento de Brasil. -Bebió un sorbo más de café-. Ahora bien, lo que hicimos fue convocar una reunión con nuestros asesores para pedirles ideas. El desafío era saber qué podríamos hacer para darle a la fecha el relieve que se merece. Uno de los asesores presentes fue Nel, que ya había dado clases de historia en una universidad brasileña y conocía muy bien el país. Nel nos hizo una propuesta que consideramos interesante. -Miró a Moliarti-: Nel, creo que es mejor que tú mismo expliques tu idea.

– Claro, John -asintió Moliarti-. En lo fundamental, la idea que presenté parte de una polémica que ha recorrido la historiografía a través del tiempo: ¿Pedro Alvares Cabral descubrió Brasil accidentalmente o a propósito? Como sabe, los historiadores sospechan que los portugueses ya sabían que Brasil existía y que Cabral sólo llegó a formalizar un hecho que ya se había producido. Pues bien, yo propuse al executive board que financiase un estudio que diese la respuesta definitiva a esa cuestión.

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