David Serafín - Golpe de Reyes

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La tercera novela del comisario Bernal.

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– Está bien. Y acuérdate de lo que te he dicho.

Momentos más tarde, mientras masticaba con resignación la amazacotada y fría tortilla de sobras, quemada para más inri por debajo, Bernal se puso a pensar en lo que su hijo había visto. Al cabo de un rato se levantó, sacó de un cajón un mapa plegable de carreteras Almax, lo abrió por el centro de la parte inferior, que comprendía las provincias de Sevilla y Cádiz y sus alrededores, y se puso a estudiarlo con la máxima atención.

Domingo Segundo de Adviento y Festividad de San Nicolás

(6 diciembre)

El agudo timbrazo del teléfono despertó a Bernal pasadas las siete de la mañana y el comisario, aún medio dormido, buscó las zapatillas en las heladas baldosas del dormitorio. Eugenia se había levantado ya del gran lecho matrimonial de latón y por lo menos no estaba en ninguna parte desde donde se la pudiera oír. Descolgó el auricular del anticuado aparato de pared y murmuró:

– Diga.

– ¿Jefe? Soy Elena. Lamento llamarle tan temprano, pero no tuve oportunidad de hacerlo anoche. Hemos recibido otro mensaje Magos para que aparezca en la sección de anuncios del martes ocho de diciembre, o sea, pasado mañana. Llegó demasiado tarde para la edición dominical de hoy, y como La Corneta no sale los lunes…

– Has hecho bien en llamarme. ¿Conoces el contenido del mensaje?

– Sí, jefe. ¿Tiene papel y lápiz a mano?

– Un momento -Bernal se encontró con el eterno problema de que aquella casa no tenía otra cosa que el paragüero para apoyar el cuaderno de notas mientras se esforzaba por sujetar el auricular bajo la papada-. Adelante.

– Dice: «Magos (en mayúsculas), Morado. A.3. Aranjuez.»

– «A.3.»… ¿estás segura? Los otros tres mensajes decían «A.1.».

– Estoy más que segura, jefe. En el escritorio de la chica encargada de los anuncios vi el texto con la siguiente nota: «Próximo número», a lo que había añadido ella misma: «8 de diciembre».

– ¿Viste quién había pagado para que lo publicasen?

– Ése ha sido el mejor golpe de suerte. Decía:. «Cárguese en la cuenta personal del director.»

– Pero que muy interesante. ¿Trabajas mañana?

– Sí, jefe, pero ya empiezo a sentir la inutilidad de no hacer más que recortar y recortar artículos y crónicas en que se menciona a este o aquel capitoste.

– ¿Tienes libre acceso a los ficheros?

– A los archivos sí, pero no a los ficheros actualizados que tiene el director en el despacho de arriba.

– Mira entonces en los archivos, a ver si sacas algo. Se trata del marqués de la Estrella y su familia, así como de sus actividades sociales e intereses financieros. El nombre familiar es Lebrija Russell. Son, o eran, cuatro hijos y dos hijas.

– Haré lo que pueda, jefe. Si hay algo, mandaré una fotocopia a través de Ángel.

Iba ya a volver al dormitorio cuando Bernal cayó en la cuenta de que su mujer había ido a la primera misa de la mañana y de que aún tardaría en volver con el pan. No obstante, y aunque era domingo, estaba ya demasiado despejado para volver a la cama y optó por mantener el altercado de costumbre con el viejo calentador de gas de la cocina, con la esperanza de que aumentase algo el hilito de agua caliente que a veces se abría paso por las cañerías casi obturadas y llegase hasta la ducha del desvencijado cuarto de baño. Por lo que parecía, nunca iba a convencer a Eugenia de que debían mudarse a un piso moderno, ni siquiera de que podía modernizarse aquél en que estaban, como habían hecho casi todos sus vecinos de posición desahogada.

Terminaba ya de vestirse cuando volvió a sonar el teléfono.

– Soy Navarro, jefe. He querido venir por aquí para terminar de archivar los informes que recibimos ayer. El secretario del Rey acaba de llamar para decirnos que el delegado del Patrimonio Nacional ha dado parte del hallazgo de un cadáver en los jardines del palacio de Aranjuez a primera hora de la mañana.

– ¿Aranjuez? Pues hay que ir allí lo antes posible. Ponte al habla con el intendente de palacio y dile que el caso es nuestro. ¿Sabes si ha informado a la Guardia Civil?

– Aún no. El secretario del Rey le dijo que no hiciera nada hasta que hablásemos nosotros con él.

– Está bien. Avisa a Peláez y a Varga. Y hazte con Miranda y con Lista. Estaré ahí dentro de diez minutos.

Mientras el taxi le paseaba junto al arco de triunfo edificado por Sabatini para Carlos III y que aún ostentaba las señales de los cañonazos franceses de 1808, Bernal vio con sorpresa que había ya mucha gente levantada y en la calle en aquella fría aunque despejada mañana dominguera, y comentó el hecho con el taxista.

– ¡Claro! Como que hoy es el Día de la Constitución. ¡Nada, oiga, que ya tenemos otra fiestecita nacional!

Recordó entonces que los diversos portavoces del gobierno Calvo Sotelo habían pedido a todos los ayuntamientos que organizasen celebraciones y actos culturales para conmemorar la Constitución de 1978, proclamada en aquella fecha. Los informativos de radio y televisión habían transmitido parte del discurso que el Rey había pronunciado con motivo de su investidura del 22 de noviembre de 1975, y Bernal lo había interpretado todo como una medida para eliminar las secuelas propagandísticas de la gran manifestación fascista del 20 de noviembre, aniversario de la muerte de Franco, en la plaza de Oriente.

Mientras el taxi recorría la calle de Alcalá, Bernal pensó a fondo en los mensajes crípticos y su sentido serial. El primero, aparecido el 14 de noviembre, hacía mención de San Ildefonso, y hete aquí que el 30 de noviembre se localizaba el cadáver carbonizado del capitán Lebrija en los terrenos del real sitio; ¿por qué aquella diferencia de quince días? El segundo y tercer mensajes, aparecidos en 20 y 27 de noviembre, mencionaban El Pardo y Segovia, respectivamente, aunque, por lo que él sabía, nada anormal había ocurrido en ninguno de aquellos puntos. Sin embargo, Elena acababa de descubrir el contenido del cuarto mensaje dos días antes de su publicación, y éste se refería a Aranjuez; por una singularísima coincidencia, se descubría otro cadáver en los terrenos del palacio real de esta última población sin que hubiera habido tiempo para que los hipotéticos destinatarios del mensaje se enterasen de su contenido. En pocas palabras, no había en todo aquello la menor estructura lógica. ¿Tenía algún significado el cambio de «A.l», mencionado en los tres primeros mensajes, por el «A.3» del cuarto, que no tardaría en publicarse? De ser así, no tenía ni remota idea de lo que podía conllevar. En cualquier caso, el palacio de Aranjuez carecía absolutamente de relevancia estratégica. Nadie lo había habitado, salvo el personal de servicio, desde la época de Alfonso XIII. Lo mismo podía decirse de La Granja, excepción hecha de las fiestas al aire libre que Franco organizaba allí todos los años para el 18 de julio, pero la conexión que había allí no radicaba sin duda en el palacio, sino en la facilidad relativa con que se podía acceder a los cables de conducción eléctrica que alimentaban el palacio de la Zarzuela, la última residencia real y más próxima a la capital.

Era verdad que Aranjuez estaba cerca de Ocaña y de la academia militar en que el capitán Lebrija había trabajado de instructor, y que el consejero espiritual de éste, mira por dónde, pertenecía a una casa religiosa ubicada en esa villa real. ¿Cómo se llamaba, por cierto? Sí, lo recordaba: Gaspar, padre Gaspar. Bernal dio un bote y estuvo a punto de ponerse en pie dentro del taxi. Gaspar, el segundo de los tres Reyes de Oriente: la forma de encajar todo aquello, la verdad sea dicha, le parecía casi de risa: puro absurdo o pura coincidencia. Primero la clave Magos, que aludía a los tres reyes de la historia sagrada, luego el teniente general Baltasar, que tomaba el mando de la división central, y ahora el padre Gaspar. Se preguntó cuándo entraría Melchor en escena.

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