– ¿Qué hacían con los cuerpos?
– Durante varios meses, los enterraban en aquel lado, en grandes fosas comunes. Pero pronto no cupieron más cadáveres, y la putrefacción contaminó el campo.
– ¿Y entonces llegó usted?
– No inmediatamente. Treblinkla era el cuarto campo de nuestra lista. Primero limpiamos las fosas de Birkenau, luego las de Belzec y Sobibor. No llegamos a Treblinka hasta marzo de 1943. Cuando llegué… -La voz de Radek se apagó por un momento-. Terrible.
– ¿Qué hicieron?
– Abrimos las fosas, por supuesto, y retiramos los cadáveres.
– ¿A mano?
El viejo sacudió la cabeza.
– Teníamos una excavadora. Nos permitía acelerar el trabajo.
– La Garra. Ése era el nombre que le habían dado, ¿no?
– Sí, así es.
– ¿Qué hacían después de sacar los cadáveres?
– Los quemábamos en grandes parrillas de hierro.
– Usted tenía un nombre particular para las parrillas, ¿verdad?
– Asadores -dijo Radek-. Los Asadores.
– ¿Cuál era el siguiente paso después de incinerar los cadáveres?
– Machacábamos los huesos y los volvíamos a enterrar o los cargábamos hasta el río Bug y los arrojábamos a él.
– ¿Qué hicieron cuando acabaron de vaciar las fosas?
– Se organizaron las cosas de tal forma que sacaban los cadáveres de las cámaras y los llevaban directamente a los Asadores. Funcionó de esa manera hasta el mes de octubre de aquel año, cuando cerraron el campo y borraron cualquier rastro de su existencia. Estuvo en activo durante poco más de un año.
– Así y todo, consiguieron asesinar a ochocientas mil personas.
– No fueron ochocientas mil.
– Entonces ¿cuántas?
– Más de un millón. Todo un logro, ¿no? Más de un millón de personas, en un lugar pequeño como éste, en mitad de un bosque polaco.
Gabriel le quitó la linterna y desenfundó la Beretta. Empujó a Radek. Caminaron por un sendero, entre el campo de piedras. Zalman y Navot se quedaron en el campo de arriba. Gabriel oyó las pisadas de Oded, que los seguía a pocos metros.
– Lo felicito, Radek. Gracias a usted, esto no es más que un cementerio simbólico.
– ¿Ahora va a matarme? ¿No le he dicho lo que quería escuchar?
Gabriel lo empujó de nuevo.
– Quizá se sienta orgulloso por lo que hizo en este lugar, pero para nosotros es suelo sagrado. ¿De verdad cree que lo ensuciaría con su sangre?
– Entonces ¿qué sentido tiene todo esto? ¿Por qué me ha traído aquí?
– Usted necesitaba verlo una vez más. Necesitaba visitar la escena del crimen para refrescar la memoria y prepararse para el momento de prestar declaración. Así salvará a su hijo de la humillación de tener a un padre como usted. Usted irá a Israel y pagará por sus crímenes.
– ¡No son mis crímenes! ¡Yo no los maté! Sólo hice lo que Müller me ordenó que hiciera. ¡Limpié el estropicio!
– Usted también mató a unos cuantos, Radek. ¿Recuerda aquel divertido pasatiempo con Max Klein, en Auschwitz? ¿Qué me dice de la Marcha de la Muerte? Usted participó en ella, ¿no, Radek?
El anciano acortó el paso y volvió la cabeza. Gabriel le dio un empujón entre los omoplatos. Llegaron a una gran hondonada, rectangular, donde habían estado los asadores. Ahora estaba cubierta de losas de basalto.
– ¡Máteme ahora, maldita sea! ¡No me lleve a Israel! Hágalo ahora y acabemos de una vez. Además, ésta es su especialidad, ¿no es así, Allon?
– Aquí no -replicó Gabriel-. En este lugar no. Usted no se merece ni siquiera pisarlo, y mucho menos morir aquí.
Radek se dejó caer de rodillas.
– ¿Qué pasará si acepto ir con usted? ¿Qué destino me aguarda?
– Le aguarda la verdad, Radek. Aparecerá delante del pueblo judío y confesará sus crímenes. Dirá la verdad sobre Aktion 1005. El asesinato de los prisioneros en Auschwitz. Los asesinatos que cometió durante la Marcha de la Muerte desde Treblinka. ¿Recuerda a las muchachas que asesinó, Radek?
Radek volvió la cabeza bruscamente.
– ¿Cómo sabe…?
Gabriel lo interrumpió.
– No será sometido a juicio por sus crímenes, pero pasará el resto de su vida entre rejas. Mientras esté en la cárcel, trabajará con un equipo de eruditos del Holocausto para escribir una historia detallada de las operaciones de Aktion 1005. Usted dirá a los que niegan y dudan lo que hizo para ocultar el asesinato en masa más grande de la historia. Usted dirá la verdad por primera vez en su vida.
– ¿Qué verdad, la suya o la mía?
– Sólo hay una única verdad, Radek. Treblinka es la verdad.
– ¿Qué recibiré a cambio?
– Más de lo que se merece -respondió Gabriel-. No diremos que es el padre de Metzler.
– ¿Están dispuestos a tragarse el sapo de tener a un canciller austriaco de extrema derecha sólo para capturarme?
– Algo me dice que Peter Metzler se convertirá en un gran amigo de Israel y de los judíos. No querrá hacer nada que nos irrite. Después de todo, podremos destruirlo mucho después de que usted haya muerto.
– ¿Cómo convenció a los norteamericanos para que me traicionaran? Supongo que con un chantaje, típico de los judíos. Pero tuvo que haber algo más. Seguramente juró que no me dejaría hablar sobre mi pertenencia a la Organización Gehler o la CIA. Supongo que su pasión por la verdad tiene un límite.
– Déme su respuesta, Radek.
– ¿Cómo puedo confiar en que usted, un judío, cumpla con su parte del trato?
– ¿Ha estado leyendo de nuevo Der Stürmer ? Confiará en mí porque no tiene otra alternativa.
– ¿De qué servirá? ¿Hará que resucite una sola de las personas que murieron en este lugar?
– No -admitió Gabriel-, pero el mundo conocerá la verdad, y usted pasará el resto de su vida donde le corresponde. Acepte el trato, Radek. Acéptelo por su hijo. Considérelo su última huida.
– No permanecerá en secreto para siempre. Algún día, la verdad de todo esto saldrá a la luz.
– A su debido tiempo -manifestó Gabriel-. Supongo que no se puede ocultar la verdad eternamente.
Radek volvió la cabeza lentamente para mirar a Gabriel con una expresión de desprecio.
– Si fuese un hombre de verdad, lo haría usted mismo. -Se permitió esbozar una sonrisa burlona-. En cuanto a la verdad, a nadie le importó mientras este lugar estuvo en funcionamiento, y tampoco le importará a nadie ahora.
Miró hacia la hondonada. Gabriel guardó la Beretta y se alejó. Oded, Zalman y Navot parecían estatuas en mitad del sendero. Gabriel pasó junto a ellos sin decir palabra y cruzó el campo. Antes de meterse en el bosque, se detuvo un momento. Volvió la cabeza y vio que Radek, cogido del brazo de Oded, se levantaba lentamente.
CUARTA PARTE. El prisionero de Abu Kabir
JAFFA, ISRAEL
Discutieron sobre el lugar en el que guardado. Lev lo consideraba un riesgo para la seguridad y quería mantenerlo sometido a la custodia permanente del servicio. Shamron, como siempre, se situó en la posición opuesta, aunque sólo fuese porque no quería ver a los hombres del servicio convertidos en carceleros. El primer ministro, sólo medio en broma, sugirió que dejaran a Radek en el Negev para que sirviera de alimento a los escorpiones y los buitres. Fue Gabriel quien a la postre salió victorioso. El peor castigo para un hombre como Radek, afirmó, era ser tratado como un vulgar asesino. Buscaron un lugar adecuado donde encerrarlo y se decidieron por un centro de detención de la policía, construido por los británicos durante su mandato, en un sórdido barrio de Jaffa conocido todavía por su nombre árabe: Abu Kabir.
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