– Confío en que esté en algún lugar seguro.
– Ya lo puedes decir, Adrian. En este momento está en un piso franco de Jerusalén.
Shamron acercó una mano al magnetófono, rebobinó la cinta y luego la puso en marcha.
– ¿Qué tal el viernes?
– El viernes me parece perfecto, siempre que sea a última hora de la tarde. Tengo un compromiso por la mañana que me es imposible cambiar.
– ¿Digamos a las cuatro?
– Me iría mejor a las cinco, Herr Vogel.
– De acuerdo. El viernes a las cinco.
Moshe Rivlin abandonó el piso franco a la mañana siguiente y regresó a Israel en un vuelo de El Al, con un agente del servicio como compañero de viaje. Gabriel se quedó hasta las siete de la tarde del jueves, cuando una furgoneta Volkswagen con dos pares de esquíes en la baca aparcó delante de la casa e hizo sonar el claxon dos veces. Se guardó la Beretta en la pistolera sujeta a la cintura. Carter le deseó suerte. Shamron le dio un beso en la mejilla.
Shamron entreabrió las cortinas y espió la calle. Gabriel se acercó a la ventanilla del conductor. Después de una muy breve discusión, se abrió la puerta y apareció Chiara. Pasó por delante del vehículo y por un momento su figura quedó iluminada por el resplandor de los faros antes de subirse al asiento del pasajero.
La furgoneta se puso en marcha. Shamron la observó hasta que los pilotos traseros rojos desaparecieron en la siguiente esquina. No se movió. La espera. Siempre la espera. La llama de su encendedor provocó una nube de humo ante el cristal.
ZURICH
Konrad Becker y Uzi Navot salieron de las oficinas de Becker & Puhl exactamente cuatro minutos después de la una de la tarde del viernes. Un agente llamado Zalman, apostado al otro lado de la Tellstrasse en un Fiat gris, anotó la hora y el estado del tiempo -caía una lluvia torrencial-, y luego transmitió la información a Shamron, que estaba en el piso franco de Munich. Becker iba vestido para un funeral, con un conservador traje gris a rayas y una corbata color antracita. Navot, que imitaba el estilo más moderno de Oskar Lange, vestía una chaqueta de Armani con una camisa de color azul eléctrico y corbata. Becker había llamado a un taxi para que los llevara al aeropuerto. Shamron hubiese preferido un coche particular, con un conductor del servicio, pero Becker siempre iba al aeropuerto en taxi y Gabriel había insistido en no hacer ningún cambio en su rutina. Así que subieron a un taxi, conducido por un inmigrante turco, que los llevó a través de un valle cubierto de niebla hasta el aeropuerto de Kloten, con la escolta asignada por Gabriel a la zaga.
No tardaron en tropezarse con el primer inconveniente. El frente frío que afectaba a Zurich había convertido la lluvia en un temporal de aguanieve, cosa que había obligado a las autoridades del aeropuerto a suspender los vuelos. Los pasajeros del vuelo 1.578 de la compañía aérea suiza, con destino a Viena, embarcaron a la hora fijada, pero el avión permaneció inmovilizado en la pista. Shamron y Carter, que seguían la situación a través de los ordenadores instalados en el piso franco, discutieron las alternativas. ¿Debían decir a Becker que llamara a Radek para advertirle de la demora? ¿Qué pasaría si Radek tenía otros planes, decidía cancelar el encuentro y lo fijaba para otro día? Los equipos y los vehículos ya estaban en posición. Un retraso podía poner en peligro la operación. Shamron afirmó que lo mejor era esperar. Así que esperaron.
A las dos y media, las condiciones meteorológicas habían mejorado. Se reabrió el aeropuerto y el vuelo 1.578 ocupó su lugar en la lista de despegues. Shamron hizo los cálculos. El vuelo a Viena duraba menos de noventa minutos. Si no había nuevos retrasos, aún llegarían a Viena a tiempo.
El avión despegó a las tres menos cuarto y se evitó el desastre. Shamron comunicó al equipo que esperaba en el aeropuerto de Viena que el paquete iba de camino.
La tormenta sobre los Alpes hizo que el vuelo a Viena fuera demasiado turbulento para el agrado de Becker. Para calmar los nervios, se bebió tres botellines de vodka Stolichnaya y visitó el aseo dos veces; todo esto fue debidamente anotado por Zalman, que estaba sentado tres asientos más atrás. Navot, la viva imagen de la concentración y la serenidad, contemplaba el mar de nubes negras a través de la ventanilla. No había probado la copa de agua mineral con gas que le habían servido.
Aterrizaron en Viena unos minutos después de las cuatro. El cielo estaba encapotado pero no llovía. Zalman los siguió hacia el control de pasaportes. Becker visitó el aseo una vez más. Navot, con un movimiento de ojos casi imperceptible, ordenó a Zalman que lo siguiera. Esta vez, el banquero, tras salir del reservado, dedicó tres minutos a acicalarse delante del espejo; una eternidad, a juicio de Zalman, para un hombre que era prácticamente calvo. El escolta consideró darle un puntapié en el tobillo para que se diera prisa, pero luego decidió dejarlo hacer. Después de todo, era un aficionado que actuaba bajo presión.
Tras pasar por el control de pasaportes, Becker y Navon entraron en el vestíbulo de la terminal. Allí, entre la multitud, estaba un alto y espigado experto en vigilancia llamado Mordecai. Vestía un traje oscuro y sostenía un trozo de cartón donde estaba escrito un nombre: Bauer. Su coche, un Mercedes negro, estaba aparcado en la zona azul. Dos coches más allá había un Audi plateado. Las llaves estaban en el bolsillo de Zalman.
El agente los adelantó en la autopista que llevaba a Viena. Marcó el número del teléfono del piso franco en Munich y, con unas pocas palabras cuidadosamente escogidas, informó a Shamron de que Navot y Becker cumplían con el horario y que se dirigían hacia el objetivo. A las 4.45, Mordecai llegó al canal del Danubio. A las 4.50 ya estaba en el primer distrito y circulaba entre el intenso tráfico de la hora punta por la Ringstrasse. Giró a la derecha para entrar en una calle adoquinada y doblar de nuevo en la primera calle a la izquierda. Un momento más tarde, detuvo el coche delante de la reja de hierro de la mansión de Erich Radek. Zalman pasó de largo.
– Haga señales con los faros -dijo Becker-, y el guardaespaldas le abrirá.
Mordecai hizo las señales. La verja permaneció inmóvil durante unos segundos muy tensos; luego se oyó un sonoro estrépito metálico y el zumbido de un motor. Mientras la verja se abría lentamente, el guardaespaldas de Radek apareció en la puerta principal. La fuerte luz del vestíbulo iluminaba la silueta de la cabeza y los hombros con una aureola blanca. Mordecai esperó a que la verja se abriera del todo antes de avanzar por el corto camino para los coches.
Navot se apeó primero, luego Becker. El banquero estrechó la mano del guardaespaldas y le presentó a su acompañante como «mi abogado de Zurich, Herr Oskar Lange». El guardaespaldas asintió, los invitó a pasar con un gesto y cerró la puerta.
Mordecai consultó su reloj: las 4.58. Cogió el móvil y marcó un número de Viena.
– Llegaré tarde a cenar -dijo.
– ¿Todo en orden? -preguntó su interlocutor.
– Sí. Todo en orden.
Unos segundos más tarde, en Munich, apareció una señal en la pantalla del ordenador de Shamron. El viejo consultó su reloj.
– ¿Cuánto tiempo les darás? -preguntó Cartero
– Cinco minutos, y ni un segundo más.
El Audi negro con la antena montada en el portón del maletero estaba aparcado un par de manzanas más allá. Zalman aparcó el suyo detrás, se bajó y caminó hasta la puerta del acompañante del otro coche. Oded estaba sentado al volante. Era un hombre fornido con los ojos color castaño y la nariz aplastada de los boxeadores. Zalman, al sentarse a su lado, olió la tensión en su aliento. Él había disfrutado de la actividad de la tarde; Oded, en cambio, había estado encerrado en el piso franco de Viena sin nada más que hacer que pensar en las consecuencias del fracaso. Había un móvil junto a la palanca de cambios, con el número de Munich predeterminado. Zalman escuchó la pausada respiración de Shamron. Una imagen apareció en su mente: un Shamron joven que caminaba bajo un aguacero por una calle de un barrio argentino, ya Eichmann que acababa de bajar de un autobús y caminaba hacia él. Oded puso en marcha el motor, Zalman volvió al presente. Miró el reloj en el tablero: 5.03.
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