Laurell Hamilton - Delitos Menores

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Puede que me conozcas como Meredith Nic Essus, princesa del reino de las Hadas. O quizás, como Merry Gentry, detective privado de Los Ángeles. Tanto en el Mundo de las Hadas como en el mundo de los mortales, mi vida es objeto de intrigas reales y dramas célebres. Entre los míos, me he enfrentado a enemigos terribles, soportado la traición y maldad de mi familia y cumplido con el deber de engendrar un heredero… todo por el derecho de reclamar el trono. Pero le he dado la espalda a la Corte y a la corona, eligiendo el exilio en el mundo de los humanos… y en brazos de mis amados Frost y Oscuridad.
Puede que haya rechazado la monarquía, pero no puedo abandonar a mi gente. Alguien está matando hadas, lo que tiene desconcertado al Departamento de Policía de Los Ángeles y profundamente trastornados a mis guardias y a mí. Los de mi especie no son fáciles de matar o capturar… al menos, no por mortales. He de llegar al fondo de este espantoso asunto, aunque eso signifique enfrentarme a Gilda, el Hada Madrina, mi rival por la lealtad de las hadas de la ciudad de Los Ángeles.
Pero suceden las cosas más extrañas. Mortales a los que una vez sané usando la magia, de pronto obran milagros, un impactante fenómeno que siembra el caos en las relaciones entre humanos y hadas. Aunque yo soy inocente, soy sospechosa de realizar actividades mágicas ilícitas.
Creía que había dejado atrás la sangre y la política en mi turbulento reino. He soñado con llevar una vida idílica en la soleada ciudad de Los Ángeles al lado de mis amados. Pero ha llegado el momento de despertar y darme cuenta de que el mal no tiene fronteras y de que nadie vive para siempre… ni siquiera si son mágicos.

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Por un momento me sentí claustrofóbica con tantos cuerpos pequeños a mi alrededor. Doyle, Rhys, y los demás me ayudaron a separarme de ellos y regresamos a casa dejando la trampa tendida. Nunca estaba en ningún lugar, ni siquiera en casa, sin que al menos tuviera a cuatro de mis guardias conmigo. Yo estaba protegida, pero en lo qué no habíamos pensado era en que teníamos amigos en Los Ángeles, gente por los que me preocupaba, y a los que no habíamos dado protección.

Me estaba preparando para ir a la cama. Doyle observaba mientras me lavaba los dientes, lo que me parecía una precaución excesiva, pero ya que no sabíamos demasiado sobre lo que podrían llegar a hacer los artilugios mágicos de Steve Patterson, no discutí. Aunque eso de no tener siquiera un sólo minuto a solas se me estaba haciendo eterno, y eso que sólo habían pasado tres días.

Mi móvil sonó en el dormitorio. Grité…

– ¿Alguien puede cogerlo?

Frost vino con mi teléfono, acercándomelo. La pantalla mostró que era Julian. Contesté y dije…

– Hey, Julian, ¿no tienes bastante de mí en el trabajo?

– No soy tu amigo -dijo una voz de hombre que no reconocí.

– ¿Quién eres? -pregunté. Tuve uno de esos momentos donde uno sabe que algo malo está a punto de pasar, pero no hay nada que puedas hacer para evitarlo porque ya está todo decidido de antemano.

– Ya sabes quién soy, Princesa.

– Steve, ¿verdad?

– ¿Ves? Sabía que me reconocerías.

Los hombres que estaban conmigo sólo escuchaban.

– Me pregunto… ¿cómo conseguiste el móvil de Julian?

– También sabes la respuesta -dijo él, con una voz que era demasiado controlada. No fría, pero carecía de miedo, o de emoción. No me gustó que nada se dejara ver a través del teléfono.

– ¿Dónde está? -le pregunté.

– Eso está mejor. Está con nosotros. Los humanos son más fáciles de secuestrar con mi magia que los duendes.

– Déjame hablar con Julian.

– No -contestó.

– Entonces creeré que está muerto, y si está muerto, nada tienes con lo que negociar.

– Quizás es sólo que no quiero dejar que hables con él.

– Quizás, pero si no hablo con él entonces quiere decir que está muerto. Algo salió mal en tu plan de secuestrarle y puede que ahora esté muerto. -Mi propia voz sonaba impasible, sin parecer excitada o asustada. Quizás es que tras el primer sobresalto ya no te queda la energía suficiente para continuar en ese estado de tensión que se da en los primeros momentos de una situación de emergencia. Tal vez era lo que le pasaba a Patterson también.

Oí un sonido al otro lado de la línea que no estaba segura de identificar, y entonces escuché la voz de Julian…

– Merry, no vengas. Ellos van a… -supe lo que fue el siguiente sonido, carne golpeando carne. Lo había escuchado bastantes veces para poder identificarlo.

– Le he amordazado otra vez. Prometo no matarle si vienes y haces que Bittersweet sea tan grande como tu Royal.

– No puedo garantizar que la magia funcione con todos los semiduendes -dije.

– Es en parte brownie. En su ascendencia, hay la genética apropiada para poder ser más grande, tanto su padre como su hermano pueden hacerlo. Ella puede ser lo que quiera ser. -Ahora había emoción en su voz. Esto quería creerlo. Era su mentira, era un modo para estar con su amor y no matarla en el intento. Él tenía que creerlo, como yo tenía que creer que él no mataría a Julian.

– Puedo intentarlo, pero Julian tiene que quedar en libertad, tanto si esto funciona, como si no.

– De acuerdo -dijo, y su voz de nuevo no expresaba ninguna emoción. Estaba casi segura de que mentía. -Ven sola -añadió.

– Eso no puedo hacerlo. Ya lo sabes.

– Has visto el trabajo de Bittersweet. Puede ser muy creativa, Princesa. -Se oyó otro sonido que no pude identificar, y luego otro sonido proferido por un hombre. No fue un grito, pero tampoco fue un sonido muy alentador.

Oí la voz más alta y estridente de una mujer…

– ¡Grita para mí, humano, grita para mí!

La voz de Julian me llegó ronca y baja por el esfuerzo. Sabía que se debía a la fuerza con que luchaba para no gritar.

– No -dijo, con voz serena y clara.

Oí a Steve gritar…

– No, Bitter. Si le matas, ella no te hará más grande.

Ahora la voz de ella sonó como un quejido agudo.

– Cortaré sólo esta parte. No lo echará a faltar.

– Si le lastimáis demasiado no habrá nada que salvar -dije, y ahora fue mi turno para que la tensión se reflejara en mi voz. Joder.

– Bitter, quieres ser grande, ¿o no?

– Sí. – Y su voz cambió. -Oh, Dios, ¿qué he hecho? ¿Dónde estamos? ¿Qué pasa? Steve, ¿qué pasa?

– Tienes que venir esta noche. Nada de policía o morirá. Nada de guardias o morirá.

– No me dejarán venir sin guardias. Estoy embarazada de sus hijos. No me dejarán ir sola. -Hacía días que habíamos tenido esta conversación y Galen había ganado ese punto. Si los tipos malos llamaban y querían que fuera sola a encontrarme con ellos, no lo haría.

Bittersweet estaba llorando, y por el sonido parecía que estaba llorando sobre el hombro de Steve, cerca de su oído. Al menos, en esta faceta de su personalidad no le haría daño a Julian. De hecho, levanté la voz y le dije…

– Bittersweet, soy la Princesa Meredith. ¿Te acuerdas de mí?

– Princesa Meredith -dijo ella y su pequeña voz sonó más cerca del teléfono – ¿Por qué estás hablando con Steve?

– Él quiere que yo te haga más grande.

– Sí, como hiciste con Royal -dijo ella y ahora su voz sonaba más calmada mientras hablaba.

– Él dice que si no lo hago matará a mi amigo.

– Sólo quiere que nosotros podamos ser capaces de amarnos el uno al otro.

– Lo sé, pero dice que torturarás a mi amigo si no lo hago.

– Oh, yo nunca podría… -y luego debió ver algo, ya que comenzó a emitir pequeños gritos. -Sangre, estoy manchada de sangre, ¿qué hice? ¿Qué pasa? -Su voz se hizo más lejana y Steve estuvo de vuelta al teléfono.

– Te necesito para esta noche, Princesa.

– Ella necesita ayuda, Steve.

– Sé lo que ella necesita -dijo el, y otra vez había emoción en su voz.

– Deja que Julian se vaya.

– Deberías de haber protegido mejor a tus amigos y amantes, Meredith.

Comencé a decir que Julian no era mi amante pero Doyle me tocó el brazo y sacudió la cabeza. Confié en su juicio y sólo dije…

– Créeme, Steve, Sé que metimos la pata.

– Nos encontraremos esta noche. Puedes traer a dos guardias, pero si siento que están lanzando algún hechizo entonces le pegaré un tiro en la cabeza a tu amante. Es humano; no se curará.

– Sé que él es humano -le dije.

– ¿Cómo es en la cama, por qué te acuestas con un humano? – preguntó él.

Pensé que no era una pregunta sin importancia para Steve.

– Es mi amigo.

– ¿Le amas?

Vacilé porque no estaba segura de qué respuesta mantendría seguro a Julian.

Doyle asintió.

– Sí -le contesté.

– Entonces ven con sólo dos guardias y ninguno de ellos puede ser Oscuridad o el Asesino Frost. Si veo a cualquiera de ellos, simplemente le pegaré un tiro.

– De acuerdo. No les llevaré conmigo como mis guardias. Ahora, ¿dónde debo encontrarme contigo?

Él me dio una dirección. Lo anoté en un papel que Frost me había acercado a la cama, y se lo repetí para que no hubiera ningún error. En más de una ocasión se habían perdido vidas por culpa de un error al tomar nota.

– Estad ahí a las ocho. Si a las ocho y media no estáis asumiremos que no vais a venir y dejaré que Bitter haga lo que a ella tanto le gusta. -Bajó la voz y susurró… -Viste los últimos cuerpos. Está mejorando a la hora de asesinar. Ahora lo disfruta. Ya ha escogido una nueva ilustración y esta vez no es de un cuento para niños.

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