– Menos de treinta, como yo.
Sacudí la cabeza.
– Entonces su madre mentía o la engañaron.
– ¿Por qué?
– Porque soy el último niño nacido entre los sidhe y tengo más de treinta.
Donal se encogió de hombros.
– Sólo sé lo que él me dijo, y lo que su madre le dijo a él, pero él estaba obsesionado con el hecho de que era mitad sidhe. -Él se tocó los implantes de sus orejas. -Sé que yo lo finjo, pero no estoy seguro de que él lo haga.
– ¿Cuál es su verdadero nombre? -le pregunté.
– Si te lo digo, llamarás a la policía y aquí se acabará todo. Así que primero te lo explicaré y luego te daré su nombre.
Quise discutir, pero finalmente asentí.
– Escucharemos.
– Liam todavía deseaba controlar la magia duende para así poder ser lo bastante sidhe para hacer honor a su herencia, así que comenzó a tratar de diseñar un hechizo que pudiera robar la magia de otros.
– ¿Quieres decir su esencia, como hacía su otro amigo?
– No, no exactamente. Él quería magia, no la fuerza vital. Fui un ingenuo la vez anterior, o tal vez quise ser engañado, pero sabía que cuando Liam comenzó a decir esas cosas iba a ser algo malo. Encontró un modo de crear varitas que ayudaran a la gente a robar la magia de otros. No funcionaban con aquéllos que no tenían magia, pero estaban diseñadas para magos y otros duendes.
– ¿Dijiste varitas? -pregunté.
Sentí a Doyle acercarse aún más a mí, y Frost rodeó el escritorio para unirse a Rhys al lado del hombre, no como guardaespaldas sino más bien como carceleros.
Donal le echó a Frost una ojeada nerviosa, pero dijo…
– Sí, y he visto cómo trabajan. No es un robo permanente. Es como si la varita pudiera cargarse con magia, y esa magia funcionara como una batería. Luego ellos absorben ese poder, y la varita lo pierde.
– Entonces tienes que seguir recargándola -le dije.
Asintió.
– ¿Cómo roba el poder? -le pregunté.
– Tocándolos con ella, pero él tenía la teoría de que si los mataba, la varita podría absorber más poder. Parecía creer que si pudiera tomar el alma de la persona, toda su magia entraría en la varita.
– ¿Funcionó? -preguntó Doyle.
– No lo sé. Cuando comenzó a hablar como un loco corté toda relación con él. No quise saber ya nada más de él. Después de lo que pasó con Alistair, aprendí que a veces este tipo de gente no habla por hablar. A veces, las personas que uno piensa que son tus amigos realmente hacen cosas mucho más terribles que aquéllas de las que hablan. No alardean; a veces es sólo locura.
– ¿Por qué no fuiste a la policía? -le pregunté.
– ¿Y decirles qué? Apenas escapé sin cargos la última vez, por lo que cuando las cosas se ponen mal soy el primer sospechoso, pero además no estaba seguro de que él fuera a probar su teoría. No podía decirle a la policía lo que pensaba que él podría hacer; ¿y si nunca lo hacía? Él es uno de sus magos, por el amor de Dios. Ellos le creerían a él antes que a mí.
– Entonces vienes a nosotros porque tienes miedo de ir a la policía.
– Sí, pero es más que eso, vosotros entendéis la magia y el poder mejor que ellos. Ni siquiera sus otros magos están a vuestro nivel.
– ¿Qué te hizo cambiar de opinión? ¿Qué te hizo pensar que podrías hablar con nosotros? -inquirí.
– Los asesinatos de los semiduendes. Tengo miedo de que mi ex-amigo esté detrás de ellos.
– ¿Qué te hace pensar eso?
– Obtendría mucho poder de matar a un supuesto inmortal, ¿verdad?
– ¿Tiene tu amigo esa clase de poder?
– No, pero su novia sí lo tiene. Ella es una cosita pequeña y uno piensa que es inofensiva y linda. Un poco enferma, pero linda.
– ¿Ella está enferma, mentalmente enferma?
– Bueno, sí, pero lo que quiero decir es que es la relación la que está enferma. Quiero decir, ella es un semiduende y él es de mi tamaño.
– ¿Ella no es uno de los que pueden cambiar de tamaño? -le pregunté.
Él sacudió la cabeza.
– No, pero desea hacerlo, y por eso odia a todos los duendes que pueden disimular lo que son mientras que ella no puede hacerlo.
– ¿No tiene suficiente encanto para ocultarlo?
– Puede hacerse pasar por una mariposa, pero realmente no se maneja muy bien con el encanto, y las personas casi siempre pueden ver a través de sus ilusiones. He conocido a otros que eran mucho mejores que ella usando el encanto.
– Entonces la varita no era para él, era para ella -comenté.
Él asintió.
– Sí, y funcionó. La última vez que la vi, era mucho más poderosa. Ella usó el encanto conmigo, hizo que… la quisiera… que la viera… mucho más grande, pero ella no lo era. Yo… -Él estaba obviamente avergonzado.
Se inclinó sobre el escritorio, alargando una mano, suplicando…
– Hice cosas. Cosas que no quería hacer. -Él sacudió la cabeza. -No, no, no vas a creerme. Puedo verlo en tus ojos.
Quería que él nos contara todo lo que sabía, y yo le diría a la policía que él había venido voluntariamente. Teníamos permitido usar la magia para ayudar a nuestros clientes. ¡Qué demonios! ésa era una de las razones por las que nuestra agencia era conocida, y sabía que estaba justificando lo que iba a hacer después.
Me levanté para poder rodear el escritorio y tocar su mano.
– Está bien, sé lo que puede llegar a afectar el poder de un semiduende.
Él miró mi mano en la suya.
– ¿Puedo sostener tu mano?
– ¿Por qué quieres hacerlo?
– Porque estoy ciegamente enamorado de las hadas, soy un adicto a su contacto y sostener tu mano sería mucho más de lo que alguna vez pensé que podría llegar a hacer.
Estudié sus ojos. Había dolor allí y era real. Pensé en ello, y supe que cuanto más me tocara, más probabilidades habría de que nos lo contara todo. Si realmente era un adicto a las hadas, dejar que me tocara nos daría acceso a todos y cada uno de sus secretos. Acepté…
– Sí.
Tomó mi mano en la suya, y su mano temblaba como si el gesto fuera mucho más importante de lo que debería de haber sido. Frost le tocó en el hombro, pero en vez de tener miedo, Donal le miró como si el roce fuera maravilloso. Tenía que estar realmente mal.
– Mi terapeuta dice que estoy jodido porque miraba pornografía feérica cuando tenía doce años. Dice que por eso soy un adicto a las hadas, y todos mis intereses se centran en los sidhe, porque los vi brillar en la pantalla cuando mi sexualidad se estaba formando. -Dejó de mirar a Frost para mirarme a mí, y su mirada parecía atormentada. -Una vez que he visto cómo dos de vosotros iluminan una habitación, ¿cómo puede compararse cualquier humano?
Parpadeé hacia él.
– Lo siento. No sabía que algún sidhe hubiera hecho pornografía.
Rhys contestó…
– Aparecieron unos cuantos al mismo tiempo que Maeve Reed, pero no tenían su capacidad de interpretación.
Eché una ojeada hacia él.
– ¿Me estás diciendo que actualmente hay algún sidhe que actúa en películas pornográficas?
Él asintió.
– Infiernos, hay hasta un Glimmer porno.
– Royal lo mencionó anoche -le dije.
– Puedes apostarlo -dijo Rhys.
Le dirigí una mirada poco amistosa.
– Lo siento -dijo él.
Sostuve la mano de Donal y sentí su felicidad ante ese ligero roce. Ser adicto a las hadas era para un humano algo realmente terrible. Significaba que nada ni nadie podía satisfacer esa necesidad. Algunos humanos se habían consumido por la falta de nuestro contacto, aunque esta situación se daba, generalmente, con humanos que habíamos capturado e integrado en el mundo de las hadas, y que luego habíamos liberado o se habían escapado, porque nadie escapaba real y definitivamente del mundo feérico. Ocurría en tiempos lejanos, mucho antes de que yo naciera, pero el humano quedaba arruinado para tener una vida normal. Anhelando cosas que los humanos no podrían darle.
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