Laurell Hamilton - Delitos Menores

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Puede que me conozcas como Meredith Nic Essus, princesa del reino de las Hadas. O quizás, como Merry Gentry, detective privado de Los Ángeles. Tanto en el Mundo de las Hadas como en el mundo de los mortales, mi vida es objeto de intrigas reales y dramas célebres. Entre los míos, me he enfrentado a enemigos terribles, soportado la traición y maldad de mi familia y cumplido con el deber de engendrar un heredero… todo por el derecho de reclamar el trono. Pero le he dado la espalda a la Corte y a la corona, eligiendo el exilio en el mundo de los humanos… y en brazos de mis amados Frost y Oscuridad.
Puede que haya rechazado la monarquía, pero no puedo abandonar a mi gente. Alguien está matando hadas, lo que tiene desconcertado al Departamento de Policía de Los Ángeles y profundamente trastornados a mis guardias y a mí. Los de mi especie no son fáciles de matar o capturar… al menos, no por mortales. He de llegar al fondo de este espantoso asunto, aunque eso signifique enfrentarme a Gilda, el Hada Madrina, mi rival por la lealtad de las hadas de la ciudad de Los Ángeles.
Pero suceden las cosas más extrañas. Mortales a los que una vez sané usando la magia, de pronto obran milagros, un impactante fenómeno que siembra el caos en las relaciones entre humanos y hadas. Aunque yo soy inocente, soy sospechosa de realizar actividades mágicas ilícitas.
Creía que había dejado atrás la sangre y la política en mi turbulento reino. He soñado con llevar una vida idílica en la soleada ciudad de Los Ángeles al lado de mis amados. Pero ha llegado el momento de despertar y darme cuenta de que el mal no tiene fronteras y de que nadie vive para siempre… ni siquiera si son mágicos.

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Pétalos de rosa cayeron sobre él, enmarcándole en una lluvia rosada y blanca mientras me besaba, un verdadero beso con labios lo bastante grandes para besarme. Una de mis manos encontró su nuca y los rizos de su pelo mientras mi otra mano ascendía por la línea de su espalda hasta llegar allí donde nacían sus alas, y nos besamos, suavemente y durante mucho tiempo, acomodando él su cuerpo más cerca del mío. Me di cuenta de que él se había hecho más grande pero no así su ropa. Estaba desnudo contra mi cuerpo, lo mismo que yo bajo el camisón mientras nos besábamos.

Él rompió el beso lo suficiente para decir…

– Por favor, Merry, por favor. Nunca he podido ver cumplido mi deseo.

– ¿Y cuál es?

– Ya sabes lo que deseo. -Su mano se deslizó hacia abajo entre nuestros cuerpos hasta que sus dedos encontraron mi sexo. Deslizó un dedo dentro de mí, y sólo esa pequeña penetración me hizo contener la respiración y retorcerme para él. Sonrió.

– Estás húmeda.

Asentí.

– Sí. -Ahora fui yo quien deslicé la mano entre nuestros cuerpos y le encontré duro, largo y lo bastante grande para complacer a cualquier mujer. Le rodeé con la mano notando cómo se estremecía encima de mí.

– Por favor… -rogó.

– Sí -contesté, y moví las caderas hasta encontrar su cuerpo.

Él abrió los ojos, mirándome con fijeza.

– ¿Sí? -me preguntó.

– Sí -volví a responder.

Sonrió y luego alzó su cuerpo, usando una mano para guiarse a sí mismo hasta mi sexo. Levanté las caderas para ayudarle a encontrar su camino y de repente se deslizó dentro de mí.

– Tan estrecha, tan mojada…

Se elevó, apoyándose en sus brazos para poder empujar con la parte inferior de su cuerpo. El movimiento me dejó ver nuestros cuerpos de cintura para abajo, pudiendo ver cómo su cuerpo me penetraba por primera vez.

Lancé un grito.

– ¡Diosa! -Una espesa lluvia de pétalos, suaves como una nieve perfumada cayó sobre nuestra piel desnuda, aunque era una nieve caliente y sedosa.

Royal empujó con más fuerza dentro de mí, hasta que nuestros cuerpos se encontraron, estremeciéndose sobre mí, sus alas alzándose sobre la belleza pálida de su cuerpo. Miró hacia abajo y me dijo…

– Yaces en una cama de pétalos de rosa.

Y luego comenzó a hacerme el amor, su cuerpo entrando y saliendo del mío. Puso una de mis piernas sobre su hombro para poder penetrarme aún más, en un ángulo ligeramente diferente, como si supiera que eso le ayudaría a llegar hasta ese punto exacto dentro de mí. Comenzó a deslizarse una y otra vez mientras se elevaba por encima de mí, sus alas agitándose más rápidamente mientras se sepultaba más profundamente en mi cuerpo.

Mi respiración se aceleró, sintiendo como una dulce y pesada sensación crecía dentro de mí. Su respiración era más rápida, su cuerpo más frenético. Exhalé…

– Casi, casi estoy allí.

Él asintió como si me hubiera entendido o incluso me hubiera oído. Luchó contra su cuerpo, con su respiración, todo para seguir empujando contra mi cuerpo unas pocas veces más, y entre un envite y el siguiente consiguió hacer que me corriera gritando su nombre, mis manos aferrándose a sus costados, a su espalda, sujetándole, mientras me retorcía y gritaba debajo de él.

Mi piel brilló resplandeciente dibujando su silueta alada contra el techo. Gritó sobre mí, empujándose una última vez en mi interior. Gritamos juntos y luego él se sostuvo sobre sus brazos, con la cabeza gacha como un caballo resollando. Sus alas comenzaron a doblarse sobre su espalda.

Vi un movimiento en la habitación y comprendí que Mistral y Frost habían visto como mínimo el final de nuestro encuentro sexual. Royal colapsó lentamente sobre mí, y fue sólo cuando se acurrucó tan cálido a mi lado, con su cabeza al mismo nivel que la mía sobre la almohada, que me di cuenta de que en esta forma era más alto que Kitto. Que era de mi misma altura.

Le sostuve, con mis manos cuidadosamente apoyadas sobre el borde de sus alas mientras esperábamos a que los latidos de nuestros corazones redujeran la marcha. Sentí caer sobre mi hombro algo más fresco que el fluido corporal que acabábamos de compartir. Acaricié sus rizos y él alzó su rostro lo bastante para mirarme. Lloraba. Eran sus lágrimas las que caían sobre mi piel.

Hice la única cosa que pude pensar en hacer. Le besé y nos abrazamos hasta que pudimos juntar fuerzas para llegar hasta el cuarto de baño y ducharnos. Habíamos estado discutiendo quién compartiría mi cama esta noche junto a Mistral. Yo ya sabía a quién iba a elegir, si el Señor de las Tormentas lo permitía, y tal vez incluso aunque no lo hiciera. Igual que había pasado con Barinthus, era el momento adecuado para dejar de intentar complacer a todo el mundo y empezar a preguntarme qué era lo que yo quería, y en ese momento no podía pensar en otra cosa que quisiera más que conservar a Royal a mi lado. Podría deberse a su propio encanto, o podría ser porque la Diosa había dejado caer sobre nosotros pétalos de rosa, pero por la razón que fuera, él era uno de los hombres que deseaba tener a mi lado cuando me fuera a dormir esta noche.

CAPÍTULO 41

ME QUEDÉ DORMIDA CON ROYAL A MI LADO, DURMIENDO boca abajo. Era la única forma de dormir cuando se llevaban unas alas de polilla a la espalda. Mistral no compartió la cama con él, ni aunque todavía hubieran pétalos entre las sábanas que demostraran que fue la Diosa quien decretó que Royal fuera convocado a su forma más grande. No era, en realidad, culpa de Mistral, pero yo ya me había cansado de intentar que todos se sintieran bien a costa de mis propios sentimientos. No había forma alguna de ser totalmente justa sobre esto. O expulsaba a Royal, y con él al resplandor de ese sexo increíble, su nueva forma y la bendición de la Diosa que todavía nos rodeaba, cosa que me entristecía pensar, o le decía a Mistral que o bien compartía con quien yo quisiera que compartiera o dormía sin mí. El Señor de las Tormentas no daría su brazo a torcer, pero al igual que con Barinthus, yo tenía que hacer valer mi posición.

La cama era lo bastante grande para que Frost y Doyle durmieran a un lado y Royal en el otro. Los dos vieron como una bendición que Royal fuera traído a su forma más grande. Igual que la mayoría de los hombres, pero para Mistral significaba estar dos días sin mí y además, el semiduende había conseguido el sexo que de alguna forma pensaba que era su derecho. Yo le había informado de que no me sentía capaz esa noche de soportar una sesión de sexo duro y eso tampoco le había sentado bien.

Me había despertado con Frost a mi lado, su brazo encima y su pelo plateado esparcido sobre la cama, de modo que cuando las alas de Royal temblaron al despertarse, lo hicieron sobre un mar plateado como si sus alas fueran una pieza exótica de joyería engarzada sobre una base de plata fundida. Doyle estaba al otro lado de Frost, apoyado sobre un codo, mirándome mientras yo abría los ojos. Él había puesto a Frost a mi lado la noche pasada, mientras decía…

– Rhys no estaba tocando tu piel. Creo que ése puede ser el motivo por el que pudo permanecer despierto y protegerte en el transcurso de tu visión. Renunciaré a tocarte esta noche para mantener tu seguridad.

Frost intentó protestar porque quería ayudar a protegerme, pero Doyle insistió, y como casi siempre, cuando la Oscuridad insistía, conseguía lo que quería de los otros hombres. Mistral y Barinthus eran las dos excepciones a aquella regla y hasta ellos, por lo general, se dejaban convencer.

Así que, aquí estoy, cubierta por el pelo plateado de Frost, entre su tibieza y la de Royal y vigilada por mi Oscuridad. Es una buena manera de despertarse, y me alegré de no haberme encontrado otra vez en el desierto, en medio de otra visión. Llegaban noticias de un misterioso Hummer negro, que había aparecido para ayudar a nuestras tropas. Los medios especulaban sobre si sería una nueva fuerza especial, ya que el Hummer no se veía afectado por las balas u otras armas más potentes. El carruaje negro hacía lo que yo le había ordenado hacer. Tal vez por eso no tuve que ir rescatar a nadie más en persona.

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