Él abrió la boca, la cerró, y finalmente dijo…
– Quiero el contacto, pero no estoy seguro de si debería sentirme insultado o halagado.
Rhys y Galen se rieron a la vez.
– Halagado -aclaró Rhys- y podemos enviarte a casa con la virtud intacta.
– ¿No dormirás con Merry esta noche? -preguntó Julian.
– Esta noche, no. Mistral no la ha visto en dos días, casi tres, por lo que le cedemos el turno. No estoy seguro de quién será el otro hombre, pero nosotros hace poco que hemos dormido con ella, y además creo que esta noche no habrá mucho sexo.
– Es extraño, pero ahora me siento bien -dije.
Rhys me miró.
– Yo no forzaría las cosas todavía. Éstas son las primeras náuseas que tienes, por lo que me tomaría las cosas con calma.
– No sabía que podías tener náuseas por la tarde -dijo Galen.
– Por lo visto, puedo -dije, y no di más detalles sobre la conversación mantenida en el coche. Busqué bajo mi falda el borde de mis ligas. Las quería fuera, y luego me lavaría los dientes. Realmente deseaba lavarme los dientes ya. Los caramelos de menta que me había dado Carmichael no habían hecho demasiado efecto.
Mistral atravesó la puerta maldiciendo entre dientes. Su pelo era de un color gris uniforme como el de las nubes de lluvia, pero a diferencia del de Wilson, el suyo siempre había sido de este color. Sus ojos se veían de un tono verde amarillento, como el cielo justo antes de abrirse y liberar un tornado capaz de comerse el mundo. Ése era el color de sus ojos cuando estaba muy preocupado, o muy cabreado. Hubo un tiempo lejano en que cuando los ojos de Mistral tomaban ese color, el cielo lo reflejaba, de forma que su cólera o ansiedad podían hacer cambiar el tiempo. Ahora era simplemente un guerrero de más de metro ochenta de puro músculo. Era el más masculinamente hermoso de mis hombres. Era muy apuesto, pero nunca mirarías su rostro y pensarías… qué guapo o qué hermoso. Era demasiado y absolutamente masculino para eso. También era el único que tenía los hombros más anchos que Doyle o que Frost. Si hablábamos de envergadura física, Barinthus le superaba, pero había algo en Mistral, Señor de las Tormentas, que le hacía parecer más alto. Era un hombre grande que ocupaba mucho espacio. Y en este momento, era un hombre grande y cabreado. La única cosa que pude entender de su rápido discurso en galés arcaico fue el nombre de Niceven y una retahíla de escogidas maldiciones.
Galen dijo…
– Entiendo que Niceven no ha cambiado de opinión.
– Ella quiere romper esta alianza por alguna razón -dijo Mistral, mientras hacía un esfuerzo visible para dominar su carácter y se acercaba hacia mí. -Te he fallado, Merry. Vas a tener que alimentar a su criatura esta noche.
– Dejadme intentar hablar con ella -indicó Rhys.
– ¿Crees que puedes conseguir aquello de lo que yo no he sido capaz?
– Puedo decirle que esta noche Merry está mareada. Niceven ha tenido hijos. Tal vez le dé un poco de respiro.
Mistral se sentó en la cama a mi lado, con cara de preocupación.
– ¿Estás bien?
– Ahora parece que sí. Supongo que no podía arreglármelas sin tener unas pequeñas náuseas.
Él me abrazó con suavidad, como si tuviera miedo de romperme. A Mistral le gustaba el sexo un poquito rudo, y eso de notar que me sujetaba como si estuviera hecha de cáscaras de huevo me hizo sonreír. Le abracé también con un poco más de firmeza.
– Deja que me lave los dientes y luego veremos cómo me siento.
Y eso es lo que hicimos. Cogí la ropa que me habían dejado preparada sobre la cama y fui al cuarto de baño, me lavé los dientes, y me quité las medias y el vestido. Volví con el camisón puesto a un dormitorio donde sólo estaba Rhys. Estaba sentado a un lado de la cama y no parecía muy contento.
– ¿Cómo te sientes?
– Bien -le dije.
Él me miró.
– De verdad, estoy bien; fuera lo que fuera lo que me sentó mal, perece que lo he eliminado.
– Haré que los cocineros hagan una lista de lo que cenaste esta noche. Algunas mujeres no pueden comer ciertos alimentos mientras están embarazadas.
– ¿Cómo tu esposa? -pregunté.
Él sacudió la cabeza, con una pequeña sonrisa, y se levantó.
– No, no voy hablar de eso. De lo que te voy a hablar es que Royal está fuera. Parece realmente avergonzado de que su reina siga insistiendo, incluso sabiendo que esta tarde estabas enferma, pero tiene miedo de que Niceven le obligue a volver a casa si él se niega a seguir haciendo de pequeño y buen sustituto para ella.
Me acerqué a él, rodeando con mis brazos su cintura. Él me abrazó a su vez y como sólo era quince centímetros más alto que yo, el contacto visual entre los dos fue cómodo.
– Kitto mencionó que también Kurag quiere romper nuestra alianza, y Kitto intenta cuidadosamente no darle ninguna excusa para hacerlo. ¿Está pasando algo en la Corte Oscura que yo debería saber?
– No es problema tuyo, ya que no quisiste gobernar en ella.
– Eso es un sí. Está pasando algo.
– Aún así, nada que necesites saber.
Estudié su rostro, intentando leer algo detrás de su afable sonrisa .
– ¿Por qué los trasgos y los semiduendes desean cortar los lazos que nos unen?
– Quisieron unirse a ti cuando creyeron que serías reina, pero ahora desean ser libres de unirse a quien quiera que gane esta carrera.
– Pero la Corte Oscura todavía tiene una reina -dije.
– Una que parece haberse vuelto loca por la muerte de su hijo.
Le abracé, apoyando la cara contra su pecho.
– Cel iba a matarme. No tenía otra opción.
Rhys descansó su cabeza contra mi pelo.
– Él nos habría matado a todos, Merry, y ella le habría dejado. El hecho de que tengas tanto poder para hacerlo es asombroso y maravilloso, y seamos francos, tampoco es que antes fuera la mujer más estable del mundo.
– No pensé que abandonar nuestra corte provocara tal anarquía. Sólo quería que estuviéramos seguros.
– Nadie te culpa, Merry.
– Barinthus lo hace, y si él lo hace lo harán otros.
Me besó en la mejilla y me abrazó con fuerza, y de nuevo, esa respuesta fue suficiente. Podría haber insistido en preguntar cómo de mal estaban las cosas, y qué podríamos hacer para solucionarlo, pero lo único que podríamos hacer sería volver y tomar el trono, y ya habíamos rechazado las coronas del mundo de las hadas una vez. No creo que para tales ofertas se diera una segunda oportunidad. Incluso con las coronas sobre nuestras cabezas, las posibilidades de que Doyle y yo pudiéramos defender el trono contra todas las facciones que Andais había permitido que se hicieran fuertes en su corte eran mínimas. Preferí permanecer segura y tener a nuestros bebés. Los niños y los hombres que amaba significaban para mí más que cualquier corona, incluida la Oscura. Por lo que le dejé abrazarme y no insistí en saber más detalles porque estaba segura de que todos serían malos.
ROYAL PODRÍA ESTAR AVERGONZADO POR LA FALTA DE modales de su reina, pero no podía esconder el hecho de que quería estar conmigo. Por supuesto, en la cultura feérica, el hecho de disimular que encontrabas a alguien atractivo, sobre todo si ese alguien intentaba parecerlo, era un insulto. Yo no trataba exactamente de resultar atractiva, pero tampoco trataba de no serlo.
Llevaba un camisón blanco que contrastaba con el pálido color crema y oro de la cama. Royal flotaba por encima de mí con sus alas rojas, negras y grises. Al moverse, los colores se veían borrosos, y aunque las alas fueran las alas de una polilla, se movían más bien como las de una libélula, o una abeja, mucho más rápido de lo que deberían hacerlo. Bajó despacio hacia mí, hasta que el movimiento de sus alas hizo volar mi pelo sobre la almohada como una ola roja. Aterrizó sobre mi pecho. No pesaba tanto como para molestarme, pero sí lo bastante como para hacerme notar que estaba allí. Se arrodilló entre los montículos de mis pechos, sus rodillas tocaban un poco de mi suave carne. Llevaba puesto uno de esos vaporosos taparrabos con los que algunos semiduendes parecían haberse encariñado. Era la verdadera versión adulta de la ropa con la que el asesino había vestido a los semiduendes en la primera escena del crimen.
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