– Tu gente son los únicos que he visto alguna vez capaces de entrelazar la magia con algo tan fresco y vital.
– Nunca hemos visto nada capaz de hacer eso -dijo Wilson.
– ¿Qué la hace sidhe? -Insistí.
– No lo es -dijo Barinthus.
Le miramos.
Jeremy pareció un poco incómodo, pero miró al hombre alto y preguntó…
– ¿Por qué no es magia sidhe?
Nunca había visto a Barinthus parecer tan desdeñoso como en ese momento. Él no se llevaba bien con Jeremy. Al principio, había pensado que había algo personal entre los dos, pero luego me percaté de que Barinthus tenía algún prejuicio en contra de Jeremy, por ser éste un duende oscuro. Para Barinthus era un problema racial, como si un duende oscuro no fuera lo bastante digno para ser el jefe de todos nosotros.
– Dudo que pudiera explicarlo de forma que lo entendieras -dijo Barinthus.
La cara de Jeremy se oscureció
Me volví hacia Wilson y Carmichael y sonriendo, les dije…
– ¿Podríais disculparnos un momento? Lo siento, pero si sólo pudierais darnos un poco de espacio…
Se miraron el uno al otro, luego a la furiosa cara de Jeremy y a la arrogante figura de Barinthus, y se apartaron de nosotros. Nadie quiere estar junto a un hombre de más de dos metros diez de altura cuando está a punto de empezar una pelea.
Me volví hacia Barinthus.
– ¡Ya basta! -Exclamé, clavando un dedo en su pecho con la suficiente fuerza como para hacerle retroceder un poco-. Jeremy es mi jefe. Él nos paga la mayor parte del dinero que nos provee de ropa y alimentos a todos nosotros, incluyéndote a ti, Barinthus.
Él me miró desde arriba, y sesenta centímetros de distancia son suficientes para hacer que la arrogancia funcione muy bien, pero yo ya había aguantado todo lo que podía aguantar de este antiguo dios del mar.
– Tú no estás aportando ningún dinero. No contribuyes en una condenada cosa para el mantenimiento de las hadas aquí en Los Ángeles, así que antes de ponerte petulante con nosotros, yo pensaría en ello. Jeremy es más valioso para mí y para el resto de nosotros que tú.
Eso atravesó su arrogancia, y vi incertidumbre en su cara. La disimuló, pero estaba allí.
– Tú no dijiste en ningún momento que me necesitaras para contribuir de esa forma.
– Podemos estar viviendo gratis en las casas de Maeve Reed, pero no podemos continuar dejando que alimente a nuestro ejército. Cuando ella regrese de Europa puede que quiera recuperar su casa, todas sus casas. ¿Qué haremos entonces?
Él frunció el ceño.
– Sí, es cierto. Somos más de un centenar de personas, contando a los Gorras Rojas, y ellos están acampados en los terrenos de la finca porque en las casas ya no hay espacio para todos. No lo entiendes. Tenemos el equivalente a una corte del mundo de las hadas, pero no tenemos un tesoro real, o magia que nos provea de ropa y alimentos. No tenemos un sithen que nos aloje a todos y que simplemente vaya creciendo a medida que lo necesitamos.
– Tu magia salvaje creó un nuevo trozo de mundo de las hadas dentro de los límites de la tierra de Maeve -dijo él.
– Sí, y Taranis lo usó para secuestrarme, así que no podemos usarlo para alojar a nadie hasta que podamos garantizar que nuestros enemigos no lo pueden usar para atacarnos.
– Rhys tiene un sithen ahora. Más vendrán.
– Y hasta que sepamos que nuestros enemigos no pueden usar ese nuevo pedazo del mundo de las hadas para atacarnos, tampoco podemos trasladar a muchas personas allí.
– Es un edificio de apartamentos, Barinthus, no un sithen tradicional, -dijo Rhys.
– ¿Un edificio de apartamentos?
Rhys asintió con la cabeza.
– Apareció mágicamente en una calle moviendo dos edificios a fin de poder aparecer en el medio, pero parece un edificio de apartamentos de mala muerte. Es, definitivamente, un sithen, pero es como los viejos. Abro una puerta una vez y la próxima vez que la abro hay un cuarto diferente detrás de la puerta. Es magia salvaje, Barinthus. No podemos llevar a nuestra gente allí dentro hasta que sepa lo que hace, y qué planes tiene.
– ¿Es tan poderoso? -dijo él.
Rhys asintió con la cabeza.
– Así parece, sí.
– Más sithens aparecerán -dijo Barinthus.
– Tal vez, pero hasta que lo hagan, necesitamos dinero. Necesitamos a tantas personas como sea posible que aporten capital. Eso te incluye a ti.
– Tú no me dijiste que querías que aceptara los trabajos de guardaespaldas que él ofrecía.
– No le llames “él”; su nombre es Jeremy. Jeremy Grey, y él ha estado ganándose la vida aquí entre los humanos durante décadas, y esas habilidades son muchísimo más útiles para mí ahora que tu habilidad para hacer que el océano se levante y se estrelle contra una casa. Lo cual fue infantil, por cierto.
– Las personas en cuestión no necesitan guardaespaldas. Solamente quieren que yo esté cerca a la vista de todos.
– No, quieren que estés cerca y seas atractivo y atraigas la atención hacia ellos y sus vidas.
– No soy un monstruo para ser paseado ante las cámaras.
– Nadie recuerda esa historia desde los años cincuenta, Barinthus -dijo Rhys.
Un reportero había llamado a Barinthus “el Hombre Pez” por la membrana plegable que tenía entre los dedos. Ese reportero murió en un accidente de navegación. Los testigos oculares dijeron que el agua simplemente se elevó y golpeó contra la embarcación.
Barinthus nos dio la espalda, metiéndose las manos en los bolsillos de su abrigo. Doyle dijo…
– Frost y yo hemos protegido a humanos que no necesitaban protección. Hemos estado ahí parados y les hemos dejado admirarnos y que pagaran dinero por eso.
– Hiciste un trabajo y después te negaste a aceptar otro -le dijo Frost a Barinthus-. ¿Qué ocurrió para que luego te negaras?
– Le dije a Merry que era indigno de mí fingir el proteger a alguien cuando a quien debería proteger es a ella.
– ¿Intentó seducirte la cliente? -preguntó Frost.
Barinthus negó con la cabeza; su cabello se movió más de lo que debería haber hecho, igual que se movía el océano en un día de mucho viento.
– Seducción no es un término lo bastante explícito para lo que esa mujer intentó.
– Ella se propasó contigo -dijo Frost, y simplemente la manera en que lo dijo me hizo mirarle.
– Lo dices como si también te hubiera pasado a ti.
– Nos invitan a las fiestas para hacer algo más que protegerlos, Merry, ya lo sabes.
– Sé que quieren atraer la atención de la prensa pero ninguno de vosotros me dijo que los clientes se habían vuelto tan descontrolados.
– Se supone que nosotros debemos protegerte, Meredith -dijo Doyle-, no a la inversa.
– ¿Es por eso que tú y Frost habéis vuelto a ocuparos solamente de mi protección?
– Lo ves -dijo Barinthus-, vosotros también os habéis librado de eso.
– Pero ayudamos a Meredith con sus investigaciones. No hemos dejado de hacer fiestas para luego escondernos en el océano -dijo Doyle
– Parte del problema es que no has escogido un compañero -dijo Rhys.
– No sé qué quieres decir con eso.
– Yo trabajo con Galen, y nos cuidamos las espaldas el uno al otro, y nos aseguramos de que las únicas manos que nos tocan son las que queremos que nos toquen. Un compañero no sirve sólo para cuidar tu espalda en una batalla, Barinthus.
Esa arrogancia detrás de la que Frost se escondía volvía a aparecer en la cara de Barinthus, pero me di cuenta de que para él no era simplemente su versión de una cara en blanco.
– ¿Honestamente crees que nadie entre los hombres es digno de asociarse contigo? -Pregunté.
Él sólo me miró, lo cual supuse que era respuesta suficiente. Él miró a Doyle.
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