– Al parecer eso no lo sabremos hasta dentro de uno o dos días, hermana -respondió Fidelma-. Sin embargo, Torcán de los Uí Fidgenti se puede añadir a la lista de muertes de la abadía.
– ¿El hijo de Eoganán de los Uí Fidgenti? ¿Ha estado en la abadía? -preguntó la anciana alarmada.
Fidelma se sentó en un lado de la litera y le hizo un gesto a sor Comnat para que volviera a sentarse.
– ¿Mencionasteis que lo visteis entrenando a los hombres de Gulban cuando os capturaron con sor Almu?
– Sí.
– El hermano Eadulf lo ha identificado como el joven jefe que estaba al cargo de las minas.
– Sí. Estaba en las minas de cobre.
– Decidme, sor Comnat, vos que sois buena estudiosa, ¿conocéis el significado de la palabra «Torcán»?
Sor Comnat estaba perpleja.
– ¿Qué tiene eso que ver?
– Disculpadme.
– Bueno, dejadme ver… Derivaría de torcc, que significa jabalí.
– Me explicasteis que sor Almu os había dicho algo antes de escapar y que vos no entendisteis, ¿no es así?
– Sí. Dijo… -Su voz se fue apagando al darse cuenta de la conexión-. Quizá no entendí bien el comentario. Almu dijo algo respecto a un jabalí, o eso creí yo… ¿Queréis decir que fue Torcán el que ayudó a escapar a Almu y luego la mató? ¿Pero por qué? No tiene sentido.
– Dijisteis que sor Almu era amiga de Síomha, ¿no es así?
Sor Comnat asintió con la cabeza.
– Eran muy buenas amigas.
– Si Almu hubiera conseguido llegar a la abadía a salvo, hubiera ido en busca de Síomha, tal vez, antes incluso de hablar, digamos, con la abadesa Draigen, ¿no es así?
– Tal vez.
– Permitidme que regrese al día en que el viejo mendigo vino a venderos una copia de la obra del Rey Supremo Cormac, Teagasg Rí. ¿Lo recordáis?
Sor Comnat estaba desconcertada. Le hubiera gustado preguntar por qué Fidelma saltaba de un tema a otro, pero percibió un resplandor en los ojos de la joven.
– Sí -respondió-. Fue la semana anterior a que sor Almu y yo nos fuéramos hacia Ard Fhearta.
– ¿El mendigo fue directamente a la biblioteca?
– No. Se reunió con la abadesa y le dio el libro a ella. La abadesa entonces me mandó llamar y me preguntó si valía la pena comprarlo. La abadesa tiene muchas dotes pero el oficio de bibliotecario y el conocimiento de los libros no es lo suyo. Yo vi que era una buena copia.
– ¿No había páginas cortadas o dañadas en esa copia?
– No. Estaba en excelentes condiciones para ser un libro tan antiguo. Tenía un valor adicional. Al final había añadida una breve biografía del Rey Supremo. Así que yo estuve de acuerdo en que la abadía lo comprara o lo trocara por comida con el anciano.
– Entiendo. ¿Se quedó la abadesa con el libro?
– No, me hice cargo yo de él y lo traje directamente a la biblioteca. Pedí a sor Almu que lo examinara y lo catalogara.
– ¿Sor Almu era competente a pesar de que fuera tan joven?
– Muy competente. Escribía muy bien y sabía griego, latín y hebreo.
– ¿Sabía ogham y la lengua de los Féine?
– Por supuesto. Se la había enseñado yo misma. Tenía una mente despierta. No se dedicaba mucho a la propagación de la fe, pero tenía una actitud muy entusiasta respecto a los libros y le gustaban mucho las crónicas antiguas.
– ¿Así que sor Almu examinó el libro?
– Así es.
– ¿Si hubiera encontrado algo de importancia en ese libro, a quién se lo hubiera comentado?
Sor Comnat frunció ligeramente el ceño.
– Yo soy la bibliotecaria.
– Pero -Fidelma eligió con cuidado las palabras-, y al decir esto no os quisiera molestar, ¿pudiera ser que, como amiga, se lo confiara a sor Síomha?
– Es posible. No entiendo por qué habría de hacerlo.
Fidelma se levantó de repente y sonrió.
– No os preocupéis, sor Comnat. Creo que empiezo a entenderlo todo ahora.
Fuera, en la cubierta, Fidelma preguntó a Ross si uno de sus marineros podía llevarlos remando directamente a la fortaleza de Adnár. Mientras iban de camino, Eadulf confesó su total perplejidad a pesar de que Fidelma había comentado todos los acontecimientos sucedidos desde que ella había llegado a la abadía de El Salmón de los Tres Pozos. Eadulf ya conocía la expresión vacía de Fidelma. Conocía el significado de aquellos rasgos tranquilos. Cuanto más cerca estaba Fidelma de su presa, más reacia era a revelar lo que tenía en su mente.
Pero le puso una mano en el hombro para tranquilizarlo.
– No podremos presentarnos en la vista judicial hasta que Beccan esté preparado -dijo-. Tenéis mucho tiempo para llegar a entenderlo todo.
– ¿Queréis decir que Almu y Síomha compartían algún secreto que Torcán buscaba? ¿Un secreto por el que las mató y nos hubiera matado?
– Tenéis una mente rápida, Eadulf -dijo Fidelma esbozando una sonrisa.
El bote ya había llegado al muelle de la fortaleza de Adnár. Un guerrero impedía la entrada al fuerte.
– Adnár se encuentra en la abadía, hermana. No está aquí.
– No deseo ver a Adnár. Sino a Olcán.
– Olcán es un prisionero. No tengo autoridad para permitiros verlo.
Fidelma frunció el ceño.
– Soy dálaigh de los tribunales. Aceptaréis mi autoridad.
El guerrero dudó y luego, al ver el ceño fruncido de la joven, decidió batirse en retirada.
– Por aquí, hermana -murmuró.
Olcán estaba encerrado en una celda en el sótano de la fortaleza. Estaba desaliñado y rabioso.
– ¡Hermana! ¿Qué está sucediendo? -preguntó, levantándose de golpe de un jergón de paja-. ¿Por qué me retienen en cautividad?
Fidelma esperó a que el soldado se hubiera retirado de la celda y hubiera cerrado la puerta; luego contestó al joven.
– ¿No os lo ha dicho Adnár?
El hijo de Gulban miró a Fidelma y luego a Eadulf y tendió las manos en señal de impotencia.
– Me acusa de conspiración.
– Vuestro padre Gulban ha conspirado con los Uí Fidgenti para derrocar a Colgú.
– ¿Mi padre? -preguntó Olcán con amargura-. Mi padre no me confía sus planes. ¿Acaso soy culpable de ser hijo de mi padre?
– No por esa razón, pero Adnár afirma que estáis involucrado en esta conspiración con Torcán. ¿Negáis saber algo de este complot? ¿Aunque vuestro amigo Torcán estuviera implicado en él?
El rostro de Olcán sólo mostraba rabia.
– Torcán era un huésped de mi padre. Fue por deseo de mi padre que lo acompañé a cazar y a pescar. Me pidió que le hiciera compañía y que fuera atento con él.
– ¿Por qué vinisteis a la abadía el otro día y me interrogasteis y luego fuisteis a ver a Odar en el barco galo y lo interrogasteis?
– Porque Torcán me pidió que lo hiciera.
La respuesta sorprendió a Fidelma.
– ¿Obedecéis a Torcán sin exigirle una explicación, como si fuerais un chico de los recados?
– No, no fue así. Torcán dijo que sospechaba que vos y Ross estabais tramando algo… Creía que habíais interferido en el derecho de Adnár con respecto al barco galo.
– ¿Y vos lo creísteis?
– Yo sabía que estaba pasando algo extraño en este lugar. Yo sabía que vos y Ross teníais algo que ver.
– ¿Queréis decir que no oísteis nada de la insurrección hasta que Adnár os encarceló?
– Desde luego. Yo estaba dormido en mi cama, ayer por la mañana, cuando Adnár y sus hombres me despertaron y me trajeron aquí. Luego vino él más tarde y me dijo que había matado a Torcán. Me dijo que mi padre, Torcán y Eoganán de los Uí Fidgenti estaban involucrados en un complot contra Cashel. Por el santo Cristo, hermana, a mí no me interesa el poder ni los príncipes. Yo no sabía nada.
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