La cabeza de Fidelma alcanzó el nivel superior y alzó la mirada. Había alguien sentado a la luz de la ventana ojeando un libro. Fidelma dejó ir un suspiro de alivio.
Era sor Berrach. El sonido que había oído era el de la hermana tullida al moverse por la estancia.
– ¡Buenos días, sor Berrach! -dijo Fidelma entrando en la estancia.
– Oh, sois vos, sor Fidelma.
– ¿Qué estáis haciendo?
Berrach levantó la barbilla, un poco a la defensiva.
– Ya os dije que me gustaba leer. Como sor Comnat y sor Almu no han regresado a la abadía, y sor Síomha no está aquí para decirme lo que he de hacer, ya no tengo que escabullirme de noche para leer.
Fidelma se sentó junto a Berrach.
– Yo también he venido a leer algo pero no he encontrado ninguna lámpara abajo.
– Aquí hay varias velas -dijo Berrach señalando una mesa-. ¿Queréis algún libro en particular?
– Iba a buscar uno de los anales que me han dicho que se conservan aquí. ¿Pero qué estáis leyendo? -Fidelma se inclinó y echó una mirada al texto.
– Eó na dTrí dTobar… ¡El Salmón de los Tres Pozos! -Fidelma se sorprendió-. ¿Qué texto es éste?
– Un relato corto de la vida de Necht la Pura, fundadora de esta abadía -replicó sor Berrach.
– ¿Y menciona la discusión con Dedelchú, el sacerdote pagano?
Sor Berrach la miró sorprendida.
– Sabéis mucho de este lugar. Yo llevo aquí toda mi vida y sólo ahora leo este libro.
– Uno se va enterando de unas cosas aquí, de otras allá, Berrach. ¿Explica muchas cosas de Dedelchú? Es un nombre extraño. El significado del último elemento es fácil de reconocer, «sabueso de…» (el sabueso de Dedel). ¿Me pregunto qué o quién sería el originario Dedel? Me fascina el significado de estos nombres antiguos, ¿y a vos?
Sor Berrach la respondió con un gesto de negación con la cabeza.
– No especialmente. Me interesa más la historia, la vida de la gente. Pero tenemos una copia del Glosario de Longarad en la biblioteca.
– ¿Ah, sí? ¿Así que habéis podido leer algunos de los anales?
Berrach admitió que así era.
– He leído todos los anales que hay en esta biblioteca.
– ¿Conocéis los anales de Clonmacnoise?
– ¿Conocer? Sí. La misma sor Comnat hizo una copia. Se pasó seis meses fuera en la abadía de San Ciarán y copió el libro con el permiso del abad. Lo encontraréis en las estanterías de allí.
– Ya no está en la abadía. Está prestado, según sor Lerben, a Torcán, un huésped de Adnár.
– ¿Torcán, hijo de Eoganán de los Uí Fidgenti? -Sor Berrach estaba asombrada-. ¿Y para qué lo querría?
– Yo esperaba averiguarlo. Creo que estaba muy interesado en la historia de Cormac Mac Art. Había una página que se había consultado mucho. Era una entrada que tenía que ver con la muerte de Cormac Mac Art. ¿Supongo que no sabréis lo que pondría allí?
Berrach frunció el ceño reflexionando.
– Tengo muy buena memoria. Lo recuerdo con claridad. -Hizo una pausa y pensó atentamente-. La entrada hablaba de cómo Cormac asesinó a su enemigo Fergus y se convirtió en un Rey Supremo sabio y virtuoso. Hablaba de su libro de instrucciones y… -Hizo una pausa-. Ah, sí; continuaba hablando de cómo se había levantado un ternero de oro en Tara y se había desarrollado un culto alrededor de él, pues fue convertido en un dios. Los sacerdotes de este culto pidieron a Cormac que fuera a adorar a la imagen de oro, pero éste se negó diciendo que pronto se adoraría al herrero que había hecho aquella bella imagen. La entrada dice que el sacerdote principal de este culto consiguió que unas espinas de salmón se clavaran en la garganta del Rey Supremo durante una comida, de manera que Cormac llegara a morir.
Fidelma estaba fascinada con la facilidad con que Berrach recordaba el pasaje.
– ¿Conocéis algo más de la historia?
La joven religiosa sacudió la cabeza.
– Sólo que es simbólica, creo. Es decir, la historia del sacerdote pagano capaz de matar a Cormac con tres espinas de salmón.
– ¿Tres espinas de salmón? -preguntó Fidelma rápidamente-. ¿Qué simbolismo veis en ello?
– Yo creo que servía como una indicación de la identidad del sacerdote pagano. Cormac tal vez fuera asesinado, pero no hay manera de hacerlo de forma deliberada con tres espinas de salmón clavadas en la garganta de una persona, a menos que se acepte tal cosa como magia maligna. -Berrach sonrió irónicamente-. Y yo creo que vos ayudasteis a persuadir a esta comunidad de que cosas como la brujería y la magia no existían.
– ¿Qué más se sabe de este culto al ternero de oro?
– Poco más. La entrada en los anales de Clonmacnoise es, por lo que yo sé, la única referencia que hay de la creación y adoración de este ídolo, ese gran ternero de oro. He leído muchos otros anales, pero ningún otro menciona el culto al ternero de oro. Porque -añadió- si tan fabuloso ídolo existiera, valdría una fortuna.
Se oyó algo en la escalera. Era débil, pero Fidelma lo percibió, se giró bruscamente y le hizo señal a Berrach de permanecer en silencio. Estaba a punto de dirigirse a las escaleras cuando aparecieron los hombros y la cabeza de sor Brónach. A pesar de la penumbra, Fidelma vio que traía una expresión abochornada.
– Siento molestaros. Voy a la clepsidra.
A Fidelma le pareció que se trataba de una excusa inventada a toda prisa, pero a sor Berrach no pareció que le sorprendiera. Sonrió feliz a sor Brónach, que continuó su camino hacia el piso superior. Fidelma se volvió hacia Berrach y reanudó la conversación.
– Si recuerdo bien, el rey Cormac murió hace casi cuatrocientos años, ¿no es así?
– Así es.
– ¿Recordáis algo más de Cormac y de este ternero de oro?
Sor Berrach sacudió la cabeza.
– No, pero sé que sor Comnat le compró recientemente una copia de las instrucciones de Cormac a un mendigo. El libro se llamaba Teagasg Rí, Instrucciones del Rey. Un anciano que vivía arriba en las montañas vino a la abadía un día y le dijo a Comnat que su familia había conservado la copia durante mucho tiempo, pero que la quería cambiar por comida. Yo pasaba por ahí y oí la conversación. Si os interesa Cormac, entonces vale la pena leerlo. Está en la biblioteca.
Fidelma no contestó que ya sabía que el libro de instrucciones de Cormac estaba en la biblioteca y, sin duda, ella le había echado una mirada a la copia, que, como recordaba, estaba manchada de barro rojizo.
– ¿Cuándo tuvo lugar ese intercambio?
– No hace mucho. Una semana antes de que sor Comnat y sor Almu partieran hacia Ard Fhearta.
Fidelma se levantó, cogió una vela y la encendió.
– Gracias, sor Berrach. Voy a buscar ese libro ahora. Me habéis sido de gran ayuda.
Las Instrucciones de Cormac, Teagasg Rí, colgaban en una saca de un gancho. Extrajo el libro y miró a su alrededor en busca de un asiento. Colocó la vela en una estantería cercana y lo abrió y empezó a pasar las páginas de pergamino. Una vez más observó las extrañas manchas de barro rojizo que tenía. Pero el libro era ligeramente diferente a la última vez que lo había ojeado. Deseó haber prestado mayor atención entonces. Se dio cuenta de que faltaban dos páginas. Resultaba evidente que las habían cortado recientemente con una hoja afilada como la de un cuchillo, pues la siguiente tenía las marcas del corte.
¿Por qué habían cortado aquellas páginas? Examinó el texto detenidamente.
La sección no tenía nada que ver con la parte principal del libro, que era en realidad la filosofía del rey Cormac. Aquélla era una añadidura al libro, un comentario sobre la vida del Rey Supremo. No podía descifrar nada mirando las páginas anteriores y posteriores. Volvió a las primeras, buscando otra información.
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