Para ella estaba claro cuál había sido el propósito de Olcán.
Regresó deprisa al hostal de los huéspedes y encontró a sor Brónach.
– Siento haberme dormido, hermana -admitió-. Estuve de fiesta con Adnár la pasada noche. ¿Hay posibilidad de que pueda comer algo? Me he perdido la llamada al refectorio.
Sor Brónach se la quedó mirando un momento con curiosidad.
– Una fiesta larga tiene que haber sido -observó con malicia, metiéndose en la sala común del hostal-. Ya os he preparado una fuente para vos, al darme cuenta de que os habíais perdido la primera comida del día.
Fidelma se sentó agradecida en una silla. Delante de ella tenía unos platos con huevos duros de ganso, pan y miel, y una jarrita con aguamiel. Se estaba sirviendo cuando de repente se dio cuenta del significado de la observación de sor Brónach, y echó una mirada inquisitiva a la hermana de cara triste.
Sor Brónach casi sonrió y contestó a la pregunta que no le había hecho.
– Llevo demasiado tiempo al cargo de este hostal para no conocer las idas y venidas de los huéspedes.
– Entiendo -dijo Fidelma reflexionando.
– Sin embargo -continuó la conserje de la abadía-, no es cosa mía hacer preguntas sobre los horarios de nuestros invitados, siempre que no interfieran en el funcionamiento de la comunidad.
– Sor Brónach, sabéis por qué estoy aquí. Es esencial que mi ausencia de la abadía no se sepa. ¿Tengo vuestra palabra al respecto?
La conserje hizo una mueca casi de desprecio.
– Ya lo he dicho todo.
Después del desayuno, Fidelma se dirigió a la biblioteca. Por el camino se encontró con la abadesa Draigen, que la saludó con desaprobación.
– No parece que estéis más cerca de resolver este misterio que cuando llegasteis -empezó diciendo la abadesa con tono jocoso.
Fidelma no mordió el anzuelo.
– Al contrario, madre abadesa -replicó contenta-, creo que hemos progresado mucho.
– ¿Progresar? Se ha cometido otro asesinato, el de sor Síomha, mientras estabais investigando. ¿Eso es progresar? A mi entender resulta más bien una cuestión de incompetencia.
– ¿Conocéis bien la historia de esta abadía? -preguntó Fidelma sin hacer caso de la amenaza.
La abadesa Draigen parecía desconcertada.
– ¿Qué tiene que ver la historia de la abadía con la investigación?
– ¿Conocéis su historia? -insistió Fidelma sin hacer caso de la última pregunta.
– Sor Comnat os la hubiera podido explicar, si estuviera aquí -respondió la abadesa-. La abadía la fundó hace un siglo santa Necht la Pura.
– Eso ya lo sabía. ¿Por qué eligió este lugar?
La abadesa levantó una mano y señaló los edificios de la abadía.
– ¿Acaso no es un lugar hermoso para establecer una fundación de la nueva fe?
– Sin duda lo es. Pero me han dicho que los pozos de aquí los utilizaban los sacerdotes paganos.
– Necht los santificó y purificó.
– ¿Así pues este lugar estaba en realidad dedicado a la antigua fe antes de la llegada del cristianismo?
– Sí. Según la historia, Necht llegó aquí y discutió la doctrina de Cristo con Dedelchú, jefe de los paganos que vivían aquí, en las cuevas.
– ¿Dedelchú?
– Así nos han contado la historia.
– ¿Sabéis por qué Necht llamó a esta abadía El Salmón de los Tres Pozos?
– Deberíais saber que El Salmón de los Tres Pozos es un eufemismo para referirse a Cristo.
– Pero también hay tres pozos aquí.
– Así es. Una agradable coincidencia.
– En los tiempos paganos se decía que los antiguos pozos tenían un salmón de conocimiento que moraba en el fondo.
La abadesa Draigen se encogió de hombros.
– No veo por qué estáis tan interesada en las antiguas creencias. Pero es bien sabido que el «Salmón del Conocimiento» era una poderosa imagen en las antiguas doctrinas. Bien podría ser que por eso llamemos a Cristo El Salmón de los Tres Pozos, expresando que él es parte de la Trinidad y fuente de conocimiento. Seguro que este asunto no nos va a llevar muy lejos si queremos saber quién es el culpable de los asesinatos aquí cometidos.
Fidelma se mostraba imperturbable.
– Tal vez. Gracias, madre abadesa.
Continuó de camino a la torre donde estaba la biblioteca y dejó a la abadesa mirándola asombrada.
– ¡Sor Fidelma!
El tono de la voz era suave pero apremiante. Al principio Fidelma no lo reconoció y se giró. Una figura delgada estaba de pie junto a la puerta del almacén, situado junto a la torre. Era sor Lerben.
Fidelma se aproximó a ella.
– Buenos días, hermana.
Sor Lerben le hizo señal a Fidelma de que entrara, como si no quisiera que la vieran hablando con ella. Fidelma frunció el ceño, pero obedeció aquel gesto apremiante. Dentro del almacén, sor Lerben iba escogiendo algunas hierbas con la ayuda de una linterna. Aunque fuera el día estaba nublado pero era brillante, el interior estaba oscuro y tenebroso.
– ¿Qué puedo hacer por vos, hermana? -preguntó Fidelma.
– Ayer me hicisteis unas preguntas… -empezó a decir Lerben. Hizo una pausa, pero Fidelma no intentó coaccionarla-. Ayer dije algunas cosas respecto… respecto a Febal, mi padre.
Fidelma la miró fijamente.
– ¿Os queréis retractar? -preguntó.
– ¡No! -respondió con vehemencia la joven.
– Muy bien. ¿Entonces?
– ¿Tiene que quedar constancia en algún sitio? La abadesa Draigen me ha… ha explicado las funciones de dálaigh. Dice que… bueno, yo no quisiera que quedara escrito así, bueno… lo que dije del granjero y de mi padre.
Estaba claro que la chica estaba confusa respecto al asunto. Fidelma se ablandó.
– Si el asunto no tiene relevancia para mi investigación de las muertes de Almu y Síomha, no tiene por qué constar.
– ¿Si no es de relevancia? ¿Cómo lo sabréis?
– Cuando haya completado mis pesquisas. Por cierto, me sorprendió encontraros en el bosque el otro día llevándole un libro para Torcán a la fortaleza de Adnár. ¿No teníais miedo de encontraros con vuestro padre, Febal?
– ¿Él? -inquirió de nuevo con una voz aguda-. No. Ya no le tengo miedo. Ya no.
– ¿De qué conocéis a Torcán?
– No lo conozco.
Fidelma se mostró algo sorprendida.
– ¿Cómo, entonces, es que le llevabais ese libro, qué era…?
Sor Lerben se encogió de hombros.
– Una antigua crónica, creo. No lo sé. Ya os lo dije, no sé leer ni escribir muy bien.
– Sí, eso ya me lo dijisteis. ¿Así pues, os dieron ese libro para que lo llevarais a Torcán?
– Sí.
– ¿Quién os dio el libro? Yo creía que sólo la bibliotecaria tenía permiso para sacar libros de la biblioteca de la abadía.
Sor Lerben sacudió la cabeza en señal de negación.
– No, la rechtaire también puede.
– ¿La rechtaire?
– Sí, fue sor Síomha quien me entregó el libro y me pidió que lo llevara a la fortaleza de Adnár y se lo entregara a Torcán.
– ¡Sor Síomha! ¿Y eso fue en la tarde anterior a su muerte?
– Eso creo.
– ¿Os explicó por qué Torcán tenía permiso para tomar el libro en préstamo en lugar de venir a la abadía a mirarlo?
– No. Simplemente me dijo que se lo llevara y luego regresara. Eso es todo.
Fidelma se sentía terriblemente frustrada. Cada vez que creía que estaba a punto de aclarar algo, le surgían muchas más preguntas. Dio las gracias a sor Lerben y abandonó el almacén; luego entró en la torre.
La sala principal de la biblioteca estaba a oscuras y Fidelma estuvo buscando en vano una lámpara en la penumbra.
Iba avanzando a tientas hacia el pie de las escaleras que subían al segundo piso, cuando oyó un sonido parecido al que haría alguien arrastrando un saco por el suelo, arriba. Se detuvo un momento y luego ascendió por las escaleras poco a poco, escuchando. Volvió a oír el mismo sonido.
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