– ¿Suponéis que el cuerpo decapitado es sor Almu? -inquirió la abadesa con incredulidad.
– ¡No lo es! -exclamó sor Síomha.
– Almu era una buena amiga de mi administradora -explicó Draigen-. Yo creo que reconocería el cuerpo de Almu.
Fidelma cruzó los brazos con determinación para subrayar lo que iba a decir.
– Ya que nos gusta la semántica, madre abadesa, permitidme que sea precisa. Yo digo que podría ser sor Almu. ¿Vos decís que Almu es ayudante de la bibliotecaria y trabaja copiando libros?
– Sí. Sor Almu promete ser una de nuestras mejores copistas. Es muy competente en ese arte.
– Había manchas azules en los dedos de la mano del cadáver. ¿No indicaría eso que esa persona había trabajado con una pluma?
– ¿Manchas? -interrumpió sor Síomha preocupada-. ¿Qué manchas?
– ¿Queréis decir que no os fijasteis en las manchas azules que había en el pulgar, en el índice y en el extremo del dedo meñique, donde descansa sobre el papel? ¿El negro azulado de una tinta? ¿El tipo de mancha que tendría alguien que trabaja de copista?
– Pero sor Almu está con sor Comnat en Ard Fhearta -protestó la abadesa.
– Desde luego no está en esta abadía, de eso no hay duda -comentó Fidelma con rudeza-. ¿Estáis segura de que nadie reconoció el cuerpo?
– ¿Cómo se puede reconocer un cuerpo sin cabeza? -preguntó sor Síomha-. Y si fuera Almu, yo lo sabría. Es una amiga íntima mía, tal como ha dicho la abadesa.
– Tal vez tengáis razón -admitió Fidelma-. En cuanto a reconocer un cuerpo sin cabeza, bueno, ya os he mostrado un método. He de admitir que, en una comunidad religiosa, el primero y, normalmente, único contacto con los rasgos físicos de una compañera es con la cara. Pero me pregunto si en algún momento se os ocurrió que, dado que esas hermanas se atrasaban, cabía la remota posibilidad de que ese cuerpo, que tenía señales de que pudiera ser un miembro de la fe, era el de la ayudante de la bibliotecaria.
– Ni siquiera por un momento -replicó sor Síomha secamente-. Ni siquiera con vuestra sugerencia. No habéis proporcionado ninguna prueba de que el cuerpo pertenezca a Almu.
– No, ciertamente -admitió Fidelma-. Lo que voy a hacer ahora es proponer algunas hipótesis basadas en la información que estoy recabando. Información que… -Miró un momento a los ojos de la abadesa Draigen y luego se giró hacia sor Síomha, que bajó la vista-, información que, repito, se me hubiera tenido que dar por las buenas, en lugar de esta pérdida de tiempo con tantos pecados de amor propio.
– ¿Por qué querría alguien acuchillar y decapitar a sor Almu y lanzar su cuerpo al interior del pozo? -inquirió la abadesa-. Si es que se trata del cuerpo de esa hermana, claro está.
– No hemos podido probar que fuera Almu. Y sin duda no lo podremos hacer hasta que encontremos la otra parte del cadáver.
– ¿Queréis decir la cabeza? -preguntó la abadesa.
– Me han dicho que cuando se sacó el cadáver del pozo no se permitió que nadie extrajera agua y que la comunidad está usando los otros manantiales de los alrededores.
La abadesa Draigen asintió con la cabeza.
– ¿Ha bajado alguien hasta el fondo del pozo para ver si la cabeza está allí?
La abadesa miró a sor Síomha.
– Sí -contestó sor Síomha-. Como administradora, mi deber es procurar la purificación del pozo. Envié a una de nuestras jóvenes más fuertes al fondo.
– ¿Y quién es?
– Sor Berrach.
Fidelma se mostró absolutamente sorprendida.
– Pero sor Berrach es… -Se mordió la lengua, lamentando lo que había estado a punto de decir.
– ¿Una tullida? -soltó sor Síomha-. ¿Así que os habéis dado cuenta?
– Yo sólo percibí que sor Berrach tenía alguna tara. ¿Cómo puede ser fuerte?
– Berrach lleva en esta comunidad desde que tiene tres años -dijo la abadesa-. Había sido adoptada poco antes de que yo llegara aquí, y creció en la comunidad. Aunque el desarrollo de sus piernas se ha parado, ha desarrollado una fuerza en los brazos y el torso que es realmente sorprendente.
– ¿Y encontró algo cuando bajó al pozo? ¿Tal vez debería explicármelo ella misma?
La abadesa Draigen se inclinó hacia delante e hizo sonar la campana que estaba sobre la mesa.
– Entonces, se lo podéis preguntar vos misma.
Una vez más sor Lerben, la joven y atractiva novicia, abrió la puerta casi inmediatamente.
– Lerben -ordenó la abadesa-, id a buscar a sor Berrach.
La novicia inclinó la cabeza y desapareció. Al cabo de poco rato, se oyó un tímido golpecito en la puerta y, después de que la abadesa respondiera, apareció la prudente sor Berrach en la puerta.
– Entrad, hermana -Draigen le habló casi como consolándola-. No os alarméis. ¿Conocéis a sor Fidelma? Sí, por supuesto.
– ¿E… e… en qué puedo se… ser… serviros? -balbuceó la hermana, mientras iba avanzando por la habitación con su pesado bastón.
– Me podéis ayudar de una manera muy fácil -intervino sor Síomha-. Yo tenía la responsabilidad de inspeccionar el pozo de santa Necht después de que se sacara el cadáver. ¿Recordáis, sor Berrach, que os pedí ayuda, no es así?
La joven asintió con la cabeza, como deseosa de complacer.
– Me pedisteis que bajara al fondo del pozo con una linterna. Tenía que limpiar los muros y aclararlos con agua que la madre abadesa había bendecido.
Iba pronunciando las frases como una lección sabida. Fidelma se dio cuenta de que su tartamudeo desaparecía al explicar aquello. Se preguntó si la pobre hermana Berrach era una mujer simple con un cuerpo deformado y la mente de un niño.
– Así es -dijo con aprobación sor Síomha-. ¿Cómo estaba el pozo?
Pareció que sor Berrach se lo pensaba y luego sonrió y respondió.
– O… o… scuro. Sí, estaba muy o… oscuro a… allí abajo.
– Pero teníais algo para alumbrar aquella oscuridad -dijo Fidelma animándola, y se adelantó hacia la joven. Le puso una mano sobre el brazo y sintió la fuerza y el vigor de su cuerpo bajo la manga-. ¿Llevabais una linterna, no es así?
La muchacha, nerviosa, levantó la vista hacia ella y luego le devolvió la sonrisa a Fidelma.
– Oh, sí -dijo sonriendo-. Me dieron una li… linterna y con e… ella se ve… veía bas… bastante bien. Pero allí abajo n… n… no había mu… mucha luz.
– Ya. Entiendo lo que queréis decir, sor Berrach -dijo Fidelma-. ¿Y cuando llegasteis al fondo del pozo, visteis algo que… bueno… algo que no tuviera que estar allí abajo?
La muchacha ladeó la cabeza y pensó detenidamente.
– ¿Que no tu… tuv… tuviera que estar allí ab… abajo? -repitió lentamente.
Sor Síomha hizo patente su exasperación.
– La cabeza del cadáver -explicó directamente.
Sor Berrach se estremeció con violencia.
– No ha… había na… nada más allí ab… abajo que la oscuridad y el agua. No vi na… nada.
– Muy bien -dijo Fidelma sonriendo-. Podéis iros.
Cuando sor Berrach se hubo marchado la abadesa se reclinó y estudió a Fidelma.
– ¿Y bien, sor Fidelma? ¿Seguís aferrada a la idea de que se trata del cuerpo de sor Almu?
– Yo no he dicho que lo fuera -refutó Fidelma-. En este punto de mi investigación, tengo que especular. Tengo que hacer hipótesis. El hecho de que sor Comnat y sor Almu se retrasen en volver a la abadía puede ser solamente una coincidencia. Sin embargo, he de conocer todos los hechos si quiero progresar. No deseo más juegos. Cuando haga una pregunta, he de obtener la respuesta adecuada.
Lanzó una mirada a sor Síomha, pero dirigió sus comentarios a la abadesa Draigen. Percibió una mirada enojada en el rostro de la rechtaire de la comunidad de El Salmón de los Tres Pozos.
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