Draigen resopló disgustada.
– Entonces tenéis que hacer lo que creáis conveniente. Ni yo ni sor Síomha tenemos nada que temer a la verdad.
Sor Fidelma estaba ya a medio camino de la puerta cuando la última frase de la abadesa hizo que se detuviera. Se dio la vuelta y miró de frente a la abadesa Draigen.
– Ya que lo mencionáis, he visto miedo en los ojos de sor Síomha. Le pregunté si reconocía el cuerpo decapitado…
Levantó una mano para acallar la inmediata protesta de Draigen.
– Uno puede reconocer un cadáver aunque le falte la cabeza.
– Yo estoy segura de que sor Síomha no lo reconoció.
– Eso me dijo. Pero ¿por qué le dio miedo esa pregunta?
La abadesa Draigen se encogió de hombros.
– Eso yo no lo sé.
– Por supuesto. Su temor pareció mayor cuando le pregunté si todas las hermanas de esta comunidad estaban aquí.
La abadesa Draigen dejó ir otra de sus risitas.
– ¿Creéis que el cadáver sin cabeza era una de nuestras hermanas? Vamos, sor Fidelma, debéis de tener más talento y no pensar que no nos daríamos cuenta de que una de nuestras propias hermanas ha sido asesinada, decapitada y lanzada al pozo.
– Eso sería lo lógico. Sin embargo, las integrantes de una comunidad religiosa difícilmente podrían reconocer el cuerpo desnudo y sin cabeza de alguien a quien están acostumbradas a ver y reconocer sólo por la cara.
– Eso es cierto. Pero aquí no falta nadie -confirmó la abadesa Draigen.
– ¿Así que todos los miembros de la comunidad están dentro de los límites de la abadía?
La abadesa Draigen dudó.
– No. Yo no he dicho eso. He dicho que no falta ningún miembro.
Fidelma sentía que se le disparaba la adrenalina.
– No acabo de entender esa diferencia.
– A menudo las integrantes de nuestra comunidad parten en misiones, viajan a otras abadías.
– Ah -dijo Fidelma, poniéndose tensa-. ¿Así que hay miembros que están fuera de la comunidad en este momento?
– Sólo dos.
– ¿Por qué no me lo han dicho antes?
– No lo habéis preguntado, hermana -replicó la abadesa.
Fidelma apretó la boca.
– Bastantes dificultades conlleva este asunto para añadir juegos e interpretaciones semánticas. Decidme quién está fuera de la abadía ahora y por qué.
La abadesa Draigen parpadeó ante la dureza que mostraba la voz de Fidelma.
– Sor Comnat y sor Almu no se hallan aquí en este momento. Están en una misión en la abadía de san Brenainn en Ard Fhearta.
– ¿Cuándo partieron?
– Hace tres semanas.
– ¿Y por qué?
La abadesa Draigen estaba irritada.
– Tal vez no sepáis que en esta abadía tenemos cierta reputación por nuestras copistas. Copiamos libros para otras casas. Nuestras hermanas justo han acabado una copia de la vida de Murchú de san Patricio de Ard Macha. Sor Comnat era nuestra leabhar coimedach, nuestra bibliotecaria, y Almu era su ayudante. Se les encargó la copia del libro de Ard Fhearta.
– ¿Por qué no me dijo esto sor Síomha? -preguntó Fidelma.
– Probablemente porque…
– Estoy cansada de oír probabilidades, abadesa Draigen -la interrumpió-. Llamad a sor Síomha ahora.
La abadesa Draigen se calló e intentó controlar su ira. Luego, con la mandíbula tensa, alcanzó una campanita de plata que había sobre la mesa. Sor Lerben entró al cabo de un momento y la abadesa le dijo que le pidiera a la rechtaire que se presentara inmediatamente.
Al poco rato se oyeron unos golpes en la puerta y ésta se abrió. Sor Síomha entró, vio a Fidelma y su boca esbozó una leve sonrisa de satisfacción.
– ¿Me habéis llamado, madre abadesa?
– Yo os he hecho venir -replicó entonces Fidelma con dureza.
Sor Síomha estaba asombrada; la complacencia se borró de su rostro.
– Hace un rato os he preguntado si todos los miembros de la comunidad se encontraban aquí. Me habéis contestado que sí. Ahora descubro que faltan dos, sor Comnat y sor Almu. ¿Por qué me habéis engañado?
Sor Síomha se sonrojó y echó una mirada rápida a la abadesa, que inclinó la cabeza ligeramente.
– No tenéis que pedir permiso a la madre abadesa para responder a mis preguntas -dijo Fidelma secamente.
– Todos los miembros de la comunidad estaban -replicó sor Síomha a la defensiva-. Yo no os he engañado.
– No me dijisteis nada de Comnat y Almu.
– ¿Qué había de deciros? Están en una misión en Ard Fhearta.
– No están en la abadía.
– Pero no faltan.
Fidelma estaba desesperada.
– ¡Semántica! -se burló-. ¿Os importa más la morfología, la formación de las palabras, que la verdad?
– Vos no… -empezó a decir sor Síomha, pero esta vez fue la abadesa Draigen la que intervino.
– Hemos de ayudar a sor Fidelma todo lo que podamos, sor Síomha -dijo, lo que hizo que la joven hermana la mirara sorprendida-. Después de todo, es dálaigh de los tribunales.
Hubo una ligera pausa.
– Muy bien, hermana abadesa -dijo sor Síomha, inclinando la cabeza en señal de conformidad.
– Bien, por lo que he entendido -empezó a decir Fidelma con determinación- hay dos miembros de esta comunidad que no están en la abadía.
– Sí.
– ¿Y son los únicos miembros de vuestra comunidad que faltan?
– No es que falten… -empezó a decir sor Síomha, pero se detuvo ante la mirada furiosa de Fidelma-. No hay nadie más fuera de la abadía en este momento -confirmó.
– Me han dicho que partieron hacia Ard Fhearta hace tres semanas.
– Sí.
– Sin duda no es un viaje de ida y vuelta tan largo. ¿Cuándo se esperaba su regreso?
Fue la abadesa Draigen quien habló.
– Se están retrasando. Eso es cierto, hermana.
– ¿Que se están retrasando? -Fidelma frunció el ceño con desdén-. ¿Y a nadie se le ocurrió informarme de ese hecho?
– No tiene nada que ver con este asunto -interrumpió la abadesa.
– Yo soy quien decide lo que tiene o no tiene que ver con este asunto -replicó Fidelma con tono glacial-. ¿Habéis tenido noticia de las hermanas desde que se han ido?
– Ninguna -contestó sor Síomha.
– ¿Y cuándo se esperaba que regresaran?
– Al cabo de diez días.
– ¿Habéis informado al bó-aire de la zona? -Dirigió la pregunta a la abadesa Draigen-. No importa lo que penséis de Adnár, es el magistrado local.
– No sería de ayuda -dijo Draigen a la defensiva-. Pero, sin embargo, tenéis razón. Será informado de que han desaparecido. Hay mensajeros que cubren la ruta entre su fortaleza y la de Gulban, que está en el camino hacia Ard Fhearta.
– Iré pronto a ver a Adnár para discutir el asunto del que hemos hablado, abadesa. Le informaré de eso. Decidme, ¿cómo son las hermanas? Una descripción física, por favor.
– Sor Comnat lleva aquí al menos treinta años. Tiene sesenta años o más y ha sido nuestra bibliotecaria y jefa copista durante quince. Es muy buena en su trabajo.
– Necesito una descripción física -insistió Fidelma.
– Es bajita y delgada -replicó Draigen-. Tiene el pelo gris, aunque sus cejas todavía tienen el color negro de su juventud y los ojos también son negros. Tiene una señal característica, una cicatriz en la frente producida por una espada.
Fidelma descartó mentalmente a la bibliotecaria como la víctima decapitada.
– ¿Y sor Almu?
– Fue elegida para acompañar a sor Comnat, no sólo porque es su ayudante sino porque es joven y fuerte. Debe de tener unos dieciocho años. Cabello rubio con ojos azules y guapa. Es más bien bajita.
Fidelma se quedó callada.
– El cuerpo decapitado debía de tener unos dieciocho años. Daba la impresión de ser de tez clara y de poca estatura.
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