– ¿Recordáis con precisión a qué hora habíais sacado agua del pozo?
Sor Síomha ladeó la cabeza, como reflexionando.
– No más de dos horas antes.
– Y en ese momento no había por supuesto nada extraño…
– Si hubiera habido algo -contestó sor Síomha con gran ironía-, yo lo hubiera dicho.
– Por supuesto. Pero, ¿había algo anormal alrededor del pozo? Algún rastro inquietante, manchas de sangre en la nieve?
– Nada.
– ¿Había alguien más con vos?
– ¿Por qué habría de haber alguien?
– No importa. Simplemente quería asegurarme de que podíamos limitar el tiempo en que el cuerpo se metió en el pozo. Al parecer la muchacha fue introducida en el poco tiempo antes de ser encontrada. Eso significaría que quienquiera que la metiera en el pozo lo hizo a plena luz del día, con la posibilidad de que lo viera alguien de la abadía. ¿No os parece extraño?
– No sé qué decir.
– Muy bien. Continuad.
– Tiramos de la cuerda, cosa que nos costó tiempo y esfuerzo. Entonces vimos que el cadáver estaba atado a ella. Cortamos la cuerda y fuimos a buscar a la abadesa.
Los detalles encajaban con los que había proporcionado sor Brónach.
– ¿Reconocisteis el cadáver?
– No. ¿Por qué habría de hacerlo? -preguntó con brusquedad.
– ¿Falta alguien de esta comunidad?
Los grandes ojos color ámbar se abrieron perceptiblemente. Por un momento Fidelma estuvo segura de que un destello de temor revoloteaba en las profundidades insondables.
– Alguien había desaparecido, ¿quién era? -preguntó Fidelma rápidamente, con la esperanza de sacar ventaja de aquella casi imperceptible reacción.
Sor Síomha parpadeó y luego volvió a recuperar el control de sí misma.
– No tengo ni idea de lo que estáis hablando -replicó-. No ha desaparecido nadie -Fidelma consiguió captar la débil inflexión- de nuestra comunidad. Si lo que intentáis decir es que el cuerpo era de una de nuestras hermanas, estáis equivocada.
– Pensadlo bien y recordad cuál es el castigo por no decir la verdad a un oficial de los tribunales.
Sor Síomha se levantó airada.
– No tengo por qué mentir. ¿De qué me acusáis? -exigió.
– No os acuso de nada… por ahora -contestó Fidelma, sin inmutarse ante aquel desafío-. ¿Así que afirmáis que no ha desaparecido nadie de la comunidad? ¿Todas las hermanas están aquí?
– Sí.
Fidelma no pudo evitar percibir una ligera indecisión en la respuesta de sor Síomha. Sin embargo, no tenía sentido seguir presionando a la administradora y continuó.
– Cuando fuisteis en busca de la abadesa, ¿dio ésta alguna muestra de que reconocía el cadáver?
La administradora se la quedó mirando un momento como si intentara descubrir los motivos que se ocultaban tras la pregunta.
– ¿Por qué iba a reconocer el cadáver la abadesa? De todas maneras, no tenía cabeza.
– Así que la abadesa Draigen se mostró sorprendida y horrorizada al ver el cadáver.
– Desde luego, como todas.
– ¿Y no tenéis ni idea de a quién pudo pertenecer ese cuerpo?
– ¡Santo Dios! -soltó la joven-. Ya he hablado demasiado. Me parece que vuestras preguntas son absolutamente inaceptables e informaré de todo esto a la abadesa Draigen.
Fidelma sonrió ligeramente.
– Ah, sí, la abadesa Draigen. ¿Qué relación tenéis con ella?
La mirada hostil de la administradora vaciló.
– No entiendo bien lo que queréis decir -dijo con voz fría y un cierto tono amenazador.
– Yo creo que me he expresado con claridad.
– Disfruto de la confianza de la abadesa.
– ¿Cuánto tiempo hace que sois rechtaire aquí?
– Ahora ha hecho un año.
– ¿Cuándo os incorporasteis a la comunidad?
– Hace dos años.
– ¿No es eso poco tiempo para estar en una comunidad y que ya os hayan confiado el segundo cargo más importante de la abadía, el de rechtaire?
– La abadesa Draigen confió en mí.
– Eso no es lo que he preguntado.
– Soy competente. ¿Si alguien tiene aptitudes para un trabajo tiene alguna importancia si es joven o no?
– Sin embargo, por lo que yo sé, considero que el tiempo transcurrido entre vuestra llegada y el nombramiento en este cargo es realmente corto.
– No tengo elementos para comparar.
– ¿Estabais en otra comunidad religiosa antes de llegar aquí?
Sor Síomha negó con la cabeza.
– ¿Entonces, a qué edad entrasteis aquí?
– A los dieciocho.
– ¿Así que no tenéis más de veinte?
– Me falta un mes para cumplir veintiuno -replicó la joven poniéndose a la defensiva.
– Entonces, realmente la abadesa Draigen debe confiar en vos implícitamente. Tengáis o no aptitudes para el trabajo, sois joven para tener el cargo de rechtaire - dijo Fidelma con solemnidad. Y antes de que sor Síomha pudiera responder, añadió-: Y vos, por supuesto, confiáis en la abadesa Draigen.
La muchacha frunció el ceño, incapaz de ver hacia dónde se dirigía el cuestionario de Fidelma.
– Por supuesto que sí. Es mi abadesa y la superiora de esta comunidad.
– ¿Y os agrada?
– Es una consejera sabia y firme.
– ¿No tenéis nada que decir contra ella?
– ¿Qué habría de decir? -soltó sor Síomha-. Os repito que no me gustan vuestras preguntas.
La muchacha se quedó mirando a Fidelma con una expresión de suspicacia e irritación.
– Las preguntas no son algo que a uno le tenga que gustar o no. Se han de contestar cuando las hace un dálaigh de los tribunales brehon. - Una vez más Fidelma decidió rechazar el desafío a su autoridad con una respuesta punzante.
Sor Síomha parpadeó rápidamente. Fidelma consideró que no debía de estar acostumbrada a que la desafiaran.
– Yo… yo no tengo ni idea de por qué me hacéis estas preguntas, pero parece que hay en ellas cierta crítica implícita contra mí y ahora contra la abadesa.
– ¿Por qué se os habría de criticar?
– ¿Os queréis pasar de lista conmigo?
– ¿Lista? -Fidelma puso expresión de sorprendida-. Yo no pretendo hacerme la lista. Yo simplemente hago preguntas para hacerme una idea de lo que ha sucedido aquí. ¿Os preocupa mucho?
– En absoluto. Cuanto antes se resuelva este misterio, antes podremos regresar a nuestra rutina.
Sor Fidelma suspiró para sí. Había intentado aporrear la arrogancia de sor Síomha y no lo había conseguido.
– Muy bien. Creo que sois una persona inteligente y de criterio, sor Síomha. Me decís que el cadáver decapitado era un desconocido para la comunidad. ¿De dónde creéis que vendría?
Sor Síomha se encogió de hombros.
– ¿Descubrir eso no es vuestro trabajo? -dijo la joven con sarcasmo.
– Y yo hago todo lo que puedo para lograrlo. Sin embargo, me habéis asegurado que no es un miembro de vuestra comunidad. Si es así, ¿podría pertenecer a alguna comunidad de por aquí?
– Estaba decapitado. Ya os he dicho antes que no lo reconocí.
– Pero podría haber sido una integrante de una comunidad de la zona. ¿Tal vez la joven perteneciera a la comunidad de Adnár, del otro lado de la bahía?
– ¡No! -La respuesta fue tan seca e inmediata que Fidelma se quedó sorprendida. Levantó las cejas, interrogante.
– ¿Por qué? ¿Conocéis bien la comunidad de Adnár?
– No… no; sólo que yo no creo…
– Ah -dijo Fidelma sonriendo-. Si sólo lo creéis o no lo creéis, entonces es que no lo sabéis. ¿No es así? En cuyo caso, estáis conjeturando, sor Síomha. Si conjeturáis en esto, tal vez también lo hayáis hecho con las respuestas a mis anteriores preguntas…
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