– ¿Llegó a relatar Thomas de qué forma Beethoven se granjeó el odio de Salieri?
– Parece ser que el compositor italiano, presunto asesino de Amadeus, tuvo tratos prolongados con el sordo de Bonn. Y aunque es cierto que Salieri estuvo presente en el multitudinario entierro de Beethoven, también acudió al sepelio minimalista de Mozart, y no por ello han dejado de correr ríos de tinta sobre su animadversión hacia este. Salieri fue profesor de composición dramática y vocal de Beethoven durante varios años, y aparentemente mantenía una relación cálida y afectuosa con su alumno, que llegó a dedicarle algunas sonatas para violín y piano. Sin embargo, a partir del momento en que el italiano se atrevió a criticar la única ópera de Beethoven, Fidelio, la relación entre ambos empezó a enturbiarse y en el año 1809, Beethoven afirmó rotundamente que Salieri era su enemigo: «Herr Salieri, que era mi antagonista más activo, me jugó una mala pasada».
– ¡Salieri, asesino de Beethoven! -exclamó Mateos estupefacto-. ¿No estaría el señor Thomas un poco…? -El policía completó la frase con el gesto de haber perdido un tornillo, pero el príncipe negó con la cabeza.
A Mateos le pareció que había llegado el momento de formular la pregunta más conflictiva:
– Señor Bonaparte ¿por qué mintieron ustedes el otro día a la policía?
– ¿A qué se refiere? -preguntó el príncipe para ganar tiempo.
– Lo sabe perfectamente. Le dijeron a mi compañero, el subinspector Aguilar, que la noche del crimen estuvieron en compañía de Sophie Luciani hasta las tres.
– Nosotros no hemos hecho nada, inspector -dijo el príncipe abatido, sin energía alguna para seguir defendiendo su falsa coartada.
– Lo único que quiere mi marido es que le dejen en paz -terció la princesa-. No puede permitirse verse implicado en un escándalo, ahora que se mete en política.
– Señor Bonaparte. -Mateos adoptó su semblante más severo-. Mentirle a la policía es algo muy grave. Si lo hubieran hecho ante el juez podrían ser procesados por falso testimonio, un delito castigado con prisión.
– Pero no tenemos coartada -adujo el príncipe-. Estamos asustados. El asesino utilizó una guillotina para acabar con Thomas, y la guillotina es un invento francés. Y no se trata de una reliquia del XIX, en mi país las ejecuciones fueron públicas hasta 1939. El último guillotinado, un pobre diablo llamado Hamida Djandoubi, lo fue en 1977. Aunque la policía nos descarte como presuntos asesinos, la prensa puede comenzar a especular, algo que resultaría extraordinariamente dañino para mi carrera.
– El hecho de no tener coartada sea tal vez, por paradójico que resulte, su mejor coartada -dedujo el inspector.
– ¿A qué se refiere?
– La persona que mató a Thomas es extraordinariamente astuta y planeó el asesinato a conciencia. No suele ser frecuente que la Policía Científica, a pesar de los sofisticados medios de que dispone en la actualidad, no haya encontrado ni un solo rastro en el lugar del crimen. Si usted o ustedes fueran los asesinos, no se habría dejado cazar en una mentira tan burda.
Bonaparte respiró aliviado y luego dijo:
– No sé quién asesinó a Thomas, pero estoy casi seguro de que, buscara lo que buscase, solo puede estar ahora mismo en poder de una persona.
– ¿De quién? -dijo el inspector.
El príncipe miró a su esposa y luego le dijo:
– ¿Nos puedes dejar solos un minuto, ch é rie?
– ¡Louis-Pierre!
La princesa se levantó indignada y salió del hotel como alma que lleva el diablo, dejando solos al príncipe y al policía.
Cuando Bonaparte le contó a Mateos su teoría, a este le pareció que la corazonada del francés tenía bastante fundamento.
– Desde luego son muchas coincidencias -dijo la juez Rodríguez Lanchas después de que Daniel le hubiera relatado con pelos y señales todo lo que había averiguado hasta la fecha con relación a Beethoven.
La magistrada le había recibido en su despacho a pesar de que tenía una mañana ajetreadísima, como había quedado patente por la cantidad de interrupciones que estaban teniendo a cada momento y que hacían bastante dificultoso no perder el hilo de la conversación.
– Yo también opino lo mismo -convino Daniel-. Por lo menos, algunos de los hechos ocurridos en los últimos días tienen que estar relacionados entre sí: una cabeza cortada en la que hay una partitura de Beethoven, una carta manuscrita e inédita del genio que aparece justo ahora en Viena, un cuadro nuevo de Beethoven, en el que este aparece sonriendo.
– Sin olvidar que tu amigo Malinak dice que donde estaba la carta hay una marca inequívoca de otro objeto, del tamaño de un cuaderno grande. Y si estamos manejando la hipótesis de que existe una Décima Sinfonía que acaba de ser descubierta…
La puerta del despacho de la juez se abrió y apareció la secretaria del juzgado:
– Perdona, Susana, no sabía que tenías visita. La rueda de detenidos es dentro de diez minutos. Yo voy bajando.
– Sí, ahora me reúno contigo. ¿Está por ahí Felipe?
– Aquí estoy -respondió el forense, apareciendo por la puerta como si la mera invocación de su nombre hubiera bastado para que pudiera materializarse ante ellos.
El médico entró con desparpajo en el despacho de la juez y sacó unos papeles de la cartera:
– Y vengo con buenas noticias sobre uno de los fiambres del caso Cacabelos. La autopsia de esta mañana no ha revelado picaduras de avispa ni de ningún otro insecto, luego el choque anafiláctico fue provocado. ¿Almorzamos juntos, Susana?
– Sí, pero a última hora. Tengo que poner en libertad a un preso y aún no he redactado el auto. A Daniel ya le conoces de sobra; me trae noticias frescas sobre el caso Thomas.
Daniel y el forense estrecharon la mano y este se sentó en la silla que estaba libre.
– Me quedo entonces. Al fin y al cabo, de los tres yo soy el que más íntima relación tiene con Thomas, puesto que le hice la autopsia.
La juez miró al forense con expresión de contrariedad, pero no llegó a decir nada.
– Paniagua está cada vez más convencido de que la Décima Sinfonía existe y de que los números en clave Morse del tatuaje son el mapa que nos conducirá hasta ella.
– ¡Pero eso es magnífico, Susana! A ti, chaval, hay que darte una placa de detective ahora mismo. ¿Alguna idea de a qué pueden corresponder esos numeritos?
– Ninguna todavía. Y tampoco estoy seguro al cien por cien de que Thomas estuviera en posesión del manuscrito de Beethoven-dijo Daniel-. Para eso tendría que poder analizar la partitura que tocó Thomas o escuchar la grabación del concierto. Jesús Marañón me ha dicho que no tiene ni una ni otra, pero quizá la hija de Thomas o alguno de los músicos nos la pueda proporcionar.
La magistrada abrió un cajón de su mesa de despacho y le alcanzó a Daniel un folio lleno de nombres y números de teléfono:
– Ahí tienes la lista de todos los músicos que interpretaron la sinfonía con Thomas. Casi todos eran extranjeros, checos, creo, porque dicen que son más baratos. Me figuro que muchos estarán ya fuera de la ciudad o del país haciendo bolos, como dicen los artistas. Como contigo se sentirán en confianza, porque eres músico también, trata de averiguar algo más. A ver si alguno de ellos oyó mencionar a Thomas algo acerca de la partitura o le escuchó alguna alusión al tatuaje. Es vital que encontremos el manuscrito para poder demostrar el móvil del crimen. Aunque yo empezaría hablando con la hija de Thomas. Se aloja en el Palace; aquí tienes el número de habitación.
– ¿Le dijiste a Susana que la partitura podría tener en el mercado un valor cercano a los treinta millones de euros? -preguntó el forense visiblemente excitado.
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