Ian Rankin - En La Oscuridad

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Edimburgo está a punto de convertirse, al cabo de casi tres siglos, en anfitriona del primer Parlamento escocés, un hito histórico y político que enciende pasiones. El inspector Rebus ha sido destinado al comité de enlace de seguridad del Parlamento, en Queensberry House, centro mismo del distrito de la comisaría de St. Leonard. De Queensberry House, futura sede del gobierno de la nueva Escocia, perdura la maldición de una leyenda, una maldición que según algunos recaerá sobre los nuevos inquilinos.Los problemas empiezan cuando, en la antigua chimenea donde de acuerdo con la leyenda murió asado un joven, aparece el cadáver de Roddy Grieve,candidato a un escaño en el nuevo Parlamento.

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– ¿Se refiere a antes de que asesinaran a Roddy? -preguntó la viuda enderezando la espalda.

– Sí.

Seona Grieve reflexionó un instante y asintió con la cabeza.

– Sí, creo que sí.

– ¿Y por qué no lo hizo?

– Pues, no lo sé.

– Esto no puede tolerarse -terció Jo Banks, pero Seona Grieve le tocó ligeramente en el brazo.

– Déjalo, Jo. Será mejor que disipemos sus dudas -añadió fulminando a Rebus con la mirada-. Me decidió a ello pensar que cualquiera de los otros candidatos, Ure, Mollison o Bone, asumiría la candidatura de Roddy… Pensé que yo podía hacerlo, quizá mejor que ninguno de los tres, así que ¿por qué no probar?

– Es lo mejor que has podido hacer en memoria de Roddy -comentó Jo Banks-. Es lo que él habría deseado.

Sonaba a frase preparada y Rebus se preguntó si no habría sido Jo Banks quien se lo había sugerido a la viuda. Podría ser…

– Comprendo sus sospechas, inspector -añadió Seona Grieve-, pero de haber querido, habría podido presentar mi candidatura sin que a Roddy le importase. No necesitaba matarle para ello.

– Sí, pero el caso es que él ha muerto y usted está aquí.

– Aquí estoy -repitió ella.

– Con el apoyo de todo el partido -añadió Joe Banks-. Por tanto, si piensan hacer alguna imputación…

– Únicamente quieren descubrir quién mató a Roddy, ¿no es eso, inspector? -dijo Seona Grieve.

– Entonces, estamos aún del mismo lado, ¿no?

Rebus asintió otra vez con la cabeza, pero vio por la expresión de Jo Banks que no se quedaba muy convencida.

Cuando llegó Hall con el café en una bandeja Seona Grieve preguntó si hacían progresos en la investigación y Linford respondió con la palabrería habitual de que «seguían pistas» y que «aún no habían concluido las indagaciones», pero, pese a sus esfuerzos, las explicaciones no les parecieron muy convincentes. Seona Grieve cruzó una mirada con Rebus y ladeó la cabeza como dándole a entender lo que pensaba y se volvió hacia Linford para interrumpirle.

– Inspector, me da la impresión de que han avanzado muy poco.

– Van dando palos de ciego -añadió Jo Banks.

– En cualquier caso, confiamos en que… -comenzó a replicar Linford.

– Ah, sí claro. Ya veo que rebosa confianza. Por eso han venido aquí. Inspector Linford, yo soy profesora y he visto muchos alumnos que, igual que usted, acaban los estudios convencidos en lo más profundo de su ser de que podrán hacer lo que se han propuesto. Muchos se desengañan enseguida. Pero usted… -añadió esgrimiendo un dedo antes de volverse hacia Rebus, que soplaba el café para enfriarlo- a diferencia del inspector Rebus…

– ¿Qué? -inquirió Linford.

– El inspector Rebus ya no confía demasiado en nada. ¿No es verdad? -Rebus siguió soplando el café sin contestar-. El inspector Rebus está harto y desengañado de casi todo. Weltscbmerz. ¿Sabe lo que es, inspector?

– Creo que comí un poco la última vez que estuve en el extranjero -replicó Rebus.

– Cansado del mundo -añadió ella con una sonrisa de conmiseración.

– Pesimismo -agregó Hall.

– Usted no vota, ¿verdad, inspector? -prosiguió Seona Grieve-. Lo encuentra absurdo.

– Yo estoy a favor de los planes de creación de empleo -replicó Rebus, y Jo Banks lanzó una especie de silbido al tiempo que Hall emitía un bufido campechano-. Pero hay algo que no acabo de entender. ¿A quién recurro: al miembro del Parlamento escocés, al miembro del Parlamento escocés en la lista, al miembro del Parlamento por circunscripción o tal vez al diputado al parlamentario europeo? Eso es lo que quiero decir con creación de empleo.

– Yo no sé para qué me molesto -dijo Seona Grieve con voz queda cruzando las manos en el regazo.

– Porque es lo lógico -comentó Jo Banks tocándole la mano.

Seona Grieve miró a Rebus con lágrimas en los ojos y él desvió la mirada.

– Tal vez no sea el momento más adecuado -añadió-, pero usted nos informó de que su marido no bebía y tengo entendido que en cierto momento de su vida tuvo problemas con la bebida.

– ¡Por Dios santo! -exclamó Jo Banks entre dientes.

– Han hablado con Billie -añadió Seona Grieve sonándose.

– Sí -dijo Rebus.

– Ella trata de ensuciar el nombre de un difunto -balbució Jo Banks.

– Mire, señorita Banks, el problema es que no sabemos qué hizo Roddy Grieve en las horas anteriores a su muerte -dijo Rebus mirándola-. Hasta el momento nos consta que estuvo en un pub bebiendo a solas. Y necesitamos saber si era eso, un bebedor solitario, para así tal vez dejar de perder el tiempo intentando localizar a esos amigos con los que nos han dicho que salió a tomar unas copas.

– Déjalo, Jo -dijo Seona Grieve con voz tranquila-. El decía que necesitaba a veces salir solo -añadió dirigiéndose a Rebus.

– ¿Adonde habría podido ir?

– Nunca me decía dónde iba -respondió ella.

– ¿Y cuando pasaba las noches fuera de casa…?

– Supongo que dormiría en algún hotel o en el coche.

Rebus asintió con la cabeza y ella debió de leerle el pensamiento.

– Yo no creo que fuese el único que hace eso, inspector.

– Es posible -añadió él, que a veces se despertaba en el coche en cualquier carretera perdida sin saber dónde estaba-. ¿Tiene algo más que decirnos?

Ella negó despacio con la cabeza.

– Lo siento -añadió él-. De verdad que lo siento.

Dejó la taza de café en la mesa, se levantó y salió del cuarto.

Cuando Linford le dio alcance estaba sentado en el Saab con la ventanilla abierta. Linford se inclinó hasta casi rozarle la cara y él expulsó el humo hacia su lado.

– ¿Tú qué crees? -preguntó Linford.

Rebus pensó una respuesta. Ya era tarde y había oscurecido.

– Creo que estamos en la oscuridad dando golpes a lo que nos parecen murciélagos -contestó.

– ¿Qué quieres decir con eso? -preguntó enfadado Linford.

– Que nunca nos entenderemos -replicó Rebus encendiendo el motor.

Linford se quedó en el bordillo viendo alejarse el Saab. Sacó el móvil del bolsillo y llamó a Carswell a Fettes. Tenía bien pensado lo que iba a decirle: «Me parece que Rebus va a ser un problema», pero mientras aguardaba a que le pusieran con el jefe cambió de idea. Si le decía eso a Carswell equivaldría a admitir un fracaso, una debilidad. Carswell lo comprendería, pero lo más seguro era que lo considerara un fracaso por su parte. Cortó la comunicación y se guardó el móvil. El problema tenía que resolverlo él.

19

Dean Coghill había muerto y la empresa ya no existía. El edificio lo ocupaba ahora una empresa consultora de diseño y en el antiguo almacén de materiales de construcción se alzaba un bloque de viviendas de tres plantas. Hood y Wylie lograron finalmente averiguar la dirección de la viuda.

– Tantos muertos… -comentó Grant Hood.

– En la especie humana, la esperanza de vida del varón es inferior a la de la hembra -dijo Ellen Wylie.

Como no pudieron averiguar el teléfono de la viuda de Coghill fueron al último domicilio conocido.

– Ya verás como ha muerto o vive de su pensión en Benidorm -comentó Wylie.

– ¿Tú crees que hay alguna diferencia? -replicó él.

Wylie sonrió, aparcó junto al bordillo y echó el freno de mano; Hood entreabrió la puerta y miró hacia abajo.

– Vale -dijo-, desde aquí al bordillo puedo ir andando.

Wylie le dio un codazo. «Hematoma seguro», pensó él.

La señora Coghill era una mujer bajita y dinámica de setenta y tantos años. No sabían si iba a salir o esperaba visitas porque la encontraron impecablemente vestida y arreglada. Al hacerles pasar al cuarto de estar oyeron ruido en la cocina.

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