– Tenemos trabajo importante -le había dicho su jefe, que parecía estar al borde del infarto-, y los mendigos se suicidan todos los días.
– Pero no en circunstancias extrañas, señor -osó ella replicar.
– El dinero no es ninguna circunstancia extraña, Siobhan. Es simplemente un misterio, pero la vida está llena de misterios.
– Sí, señor.
– Lleva demasiado tiempo con John Rebus.
– ¿Qué quiere decir? -preguntó ella frunciendo el entrecejo.
– Quiero decir que está buscando algo que seguramente no existe.
– El dinero existe. Lo llevó él mismo en metálico a una caja de ahorros y luego estuvo viviendo sin blanca.
– Un rico excéntrico. El dinero hace que la gente haga cosas raras.
– Borró su pasado, como si ocultara algo.
– ¿Cree que es dinero robado? ¿Y por qué no lo gastó?
– Ese es otro interrogante, señor.
Su jefe suspiró y se rascó la nariz.
– Tiene unos días más, Siobhan. ¿De acuerdo?
– Sí, señor… -le había contestado ella.
– Buenas a todos.
Rebus estaba en la puerta.
– ¿Cuánto tiempo llevas ahí? -preguntó ella mirando el reloj.
– ¿Cuánto tiempo hace que miras a la pared? Siobhan advirtió de pronto que estaba en el centro de la sala mirando las fotos del lugar del crimen del caso Grieve.
– Soñaba. ¿Qué haces aquí?
– Lo mismo que tú, trabajar -respondió él entrando en el DIC y apoyándose en una mesa con los brazos cruzados. «Lleva demasiado tiempo con John Rebus.»
– ¿Cómo va el caso Grieve? -preguntó ella.
Rebus se encogió de hombros.
– ¿No tendrías que preguntar primero qué tal está Derek?
Ella se volvió un poco, levemente ruborizada.
– Perdona -dijo él-. Ha sido de mal gusto, incluso viniendo de mí.
– No congeniamos -añadió ella.
– A mí me sucede igual.
– ¿Es Derek el problema o eres tú? -preguntó ella volviéndose hacia él.
Rebus puso cara de pena, hizo un guiño y fue al fondo de la sala por entre las filas de mesas.
– ¿Todo esto son las pertenencias del mendigo? -preguntó.
Ella le siguió hacia el escritorio. Olía a whisky.
– Le llaman Supertramp.
– ¿Quién?
– Los de la prensa.
Rebus sonrió y ella le preguntó por qué.
– Yo fui una vez a un concierto de Supertramp en el Usher Hall, creo.
– Eso fue antes de mis tiempos -dijo ella.
– Bueno, ¿qué pasa con ese Supertramp?
– Se trata de alguien que tenía una fortuna, pero que no podía gastarla o no quería hacerlo, y cambió de identidad. Mi hipótesis es que huía de algo.
– Tal vez -comentó Rebus revolviendo entre los objetos de la mesa.
Siobhan cruzó los brazos y le miró enojada, pero él no lo advirtió. Abrió la bolsita de pan y sacó la maquinilla de afeitar, un trozo de jaboncillo y un cepillo de dientes.
– Era un hombre organizado -comentó-. Se agenció un neceser para su higiene personal.
– Es como si representara un papel -añadió ella.
Rebus alzó la vista al notar el tono que había empleado.
– ¿Qué sucede? -preguntó.
– Nada -replicó ella, pensando: «Es mi caso, mi mesa».
Rebus cogió la fotografía hecha en comisaría.
– ¿Por qué le detuvieron?
Ella se lo explicó y él se echó a reír.
– La pista se remonta sólo hasta mil novecientos ochenta, fecha de nacimiento de «Chris Mackie».
– Habla con Hood y Wylie, que están comprobando las personas desaparecidas en el setenta y ocho y el setenta y nueve.
– Sí, a lo mejor.
– Pareces cansada. ¿Qué tal si te invito a cenar?
– ¿Para hablar de trabajo? Pues vaya cambio…
– Yo tengo un repertorio de temas de conversación muy variado.
– Dime tres.
– Los bares, el rock «progre» y…
– No te esfuerces.
– La historia de Escocia. Últimamente he estado leyendo.
– No me digas. Además, los bares donde tú vas a charlar, no es un tema de tu conversación.
– Te hablaré sobre ellos.
– Estás obsesionado.
– ¿Quién es este señor Sithing? -preguntó Rebus, que hojeaba los mensajes.
Ella puso los ojos en blanco.
– Se llama Gerald y se presentó esta mañana. No será el único ni el último.
– ¿Tenía mucho interés en hablar contigo?
– Una vez y basta.
– Cruje la madera y salen los monstruos, ¿no es eso?
– Tengo la impresión de que citas alguna canción.
– No es una canción, es un clásico. Bueno, ¿quién es este Sithing?
– El jefe de un grupo de chiflados que se denominan a sí mismos Caballeros de Rosslyn.
– ¿El Templo de Rosslyn?
– Eso mismo. Dice que Supertramp era un acólito.
– No parece verosímil.
– No, aunque creo que sí se conocían. Lo que no veo claro es que Mackie le dejara el dinero al señor Sithing.
– ¿Quiénes son los Caballeros de Rosslyn?
– Unos que creen que hay algo enterrado bajo el suelo de la iglesia y que cuando llegue el nuevo siglo se revelará y ellos serán los primeros en saberlo.
– Yo estuve allí el otro día.
– No sabía yo de tu interés por Rosslyn.
– No es eso. Es que Lorna Grieve vive en los alrededores -dijo Rebus, que había fijado su atención en el periódico que Mackie llevaba en la bolsa-. ¿Estaba doblado así? -inquirió.
El periódico estaba mugriento como si lo hubiesen sacado de la basura. Lo habían abierto y doblado por una página interior.
– Creo que sí-contestó ella-. Sí, ya estaba así de arrugado.
– No, Siobhan, arrugado no. Mira el artículo por el que está abierto.
Ella miró y vio que era la noticia sobre «el cadáver de la chimenea». Le arrebató el diario y lo desplegó.
– Podría ser por otro cualquiera de éstos.
– ¿Cuál? ¿Ese de la congestión de tráfico o el del médico que receta Viagra?
– Sin dejarte el anuncio sobre la Nochevieja en Count Kerry -dijo ella mordiéndose el labio inferior y pasando hojas hasta la primera página en la que aparecía la noticia del asesinato de Roddy Grieve.
– ¿Ves tú algo que a mí se me escapa? -preguntó pensando en las palabras del jefe: «Anda buscando algo que seguramente no existe».
– A mí me parece que a Supertramp le interesaba lo de Mojama. Deberías interrogar a los que lo conocieron.
Rachel Drew del albergue, Dezzi, la que calentaba la hamburguesa en el secador de los servicios, y Gerald Sithing. No era una perspectiva muy halagüeña.
– Tenemos en Queensberry House un cadáver de finales del setenta y ocho o de principios del setenta y nueve -dijo Rebus-. Un año más tarde nace Supertramp -añadió alzando un dedo de la mano derecha-. Y, de pronto, Supertramp decide suicidarse al leer en el periódico que ha aparecido un cadáver en una chimenea -alzó un dedo de la mano izquierda y lo juntó con el otro.
– Ten cuidado, que eso es una grosería en algunos países -comentó ella.
– ¿No encuentras cierta relación? -parecía decepcionado.
– Siento jugar a Sully contigo, Mulder, pero ¿no será que ves conexiones en este caso porque en el tuyo no vislumbras ninguna solución?
– Lo que en otras palabras significa: «No metas la nariz en mis asuntos, Rebus».
– No, es que yo… -dijo ella frotándose la frente-. Yo sólo sé una cosa.
– ¿Cuál?
– Que no he comido nada desde el desayuno -respondió mirándole-. ¿Sigue en pie esa invitación?
Comieron en el Pataka's de Causewayside. Ella le preguntó por su hija y Rebus le explicó que estaba en el sur en tratamiento con un fisioterapeuta, pero que no había novedades dignas de mención.
– ¿Pero se recuperará?
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