Ian Rankin - En La Oscuridad

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Edimburgo está a punto de convertirse, al cabo de casi tres siglos, en anfitriona del primer Parlamento escocés, un hito histórico y político que enciende pasiones. El inspector Rebus ha sido destinado al comité de enlace de seguridad del Parlamento, en Queensberry House, centro mismo del distrito de la comisaría de St. Leonard. De Queensberry House, futura sede del gobierno de la nueva Escocia, perdura la maldición de una leyenda, una maldición que según algunos recaerá sobre los nuevos inquilinos.Los problemas empiezan cuando, en la antigua chimenea donde de acuerdo con la leyenda murió asado un joven, aparece el cadáver de Roddy Grieve,candidato a un escaño en el nuevo Parlamento.

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– Tenemos trabajo importante -le había dicho su jefe, que parecía estar al borde del infarto-, y los mendigos se suicidan todos los días.

– Pero no en circunstancias extrañas, señor -osó ella replicar.

– El dinero no es ninguna circunstancia extraña, Siobhan. Es simplemente un misterio, pero la vida está llena de misterios.

– Sí, señor.

– Lleva demasiado tiempo con John Rebus.

– ¿Qué quiere decir? -preguntó ella frunciendo el entrecejo.

– Quiero decir que está buscando algo que seguramente no existe.

– El dinero existe. Lo llevó él mismo en metálico a una caja de ahorros y luego estuvo viviendo sin blanca.

– Un rico excéntrico. El dinero hace que la gente haga cosas raras.

– Borró su pasado, como si ocultara algo.

– ¿Cree que es dinero robado? ¿Y por qué no lo gastó?

– Ese es otro interrogante, señor.

Su jefe suspiró y se rascó la nariz.

– Tiene unos días más, Siobhan. ¿De acuerdo?

– Sí, señor… -le había contestado ella.

– Buenas a todos.

Rebus estaba en la puerta.

– ¿Cuánto tiempo llevas ahí? -preguntó ella mirando el reloj.

– ¿Cuánto tiempo hace que miras a la pared? Siobhan advirtió de pronto que estaba en el centro de la sala mirando las fotos del lugar del crimen del caso Grieve.

– Soñaba. ¿Qué haces aquí?

– Lo mismo que tú, trabajar -respondió él entrando en el DIC y apoyándose en una mesa con los brazos cruzados. «Lleva demasiado tiempo con John Rebus.»

– ¿Cómo va el caso Grieve? -preguntó ella.

Rebus se encogió de hombros.

– ¿No tendrías que preguntar primero qué tal está Derek?

Ella se volvió un poco, levemente ruborizada.

– Perdona -dijo él-. Ha sido de mal gusto, incluso viniendo de mí.

– No congeniamos -añadió ella.

– A mí me sucede igual.

– ¿Es Derek el problema o eres tú? -preguntó ella volviéndose hacia él.

Rebus puso cara de pena, hizo un guiño y fue al fondo de la sala por entre las filas de mesas.

– ¿Todo esto son las pertenencias del mendigo? -preguntó.

Ella le siguió hacia el escritorio. Olía a whisky.

– Le llaman Supertramp.

– ¿Quién?

– Los de la prensa.

Rebus sonrió y ella le preguntó por qué.

– Yo fui una vez a un concierto de Supertramp en el Usher Hall, creo.

– Eso fue antes de mis tiempos -dijo ella.

– Bueno, ¿qué pasa con ese Supertramp?

– Se trata de alguien que tenía una fortuna, pero que no podía gastarla o no quería hacerlo, y cambió de identidad. Mi hipótesis es que huía de algo.

– Tal vez -comentó Rebus revolviendo entre los objetos de la mesa.

Siobhan cruzó los brazos y le miró enojada, pero él no lo advirtió. Abrió la bolsita de pan y sacó la maquinilla de afeitar, un trozo de jaboncillo y un cepillo de dientes.

– Era un hombre organizado -comentó-. Se agenció un neceser para su higiene personal.

– Es como si representara un papel -añadió ella.

Rebus alzó la vista al notar el tono que había empleado.

– ¿Qué sucede? -preguntó.

– Nada -replicó ella, pensando: «Es mi caso, mi mesa».

Rebus cogió la fotografía hecha en comisaría.

– ¿Por qué le detuvieron?

Ella se lo explicó y él se echó a reír.

– La pista se remonta sólo hasta mil novecientos ochenta, fecha de nacimiento de «Chris Mackie».

– Habla con Hood y Wylie, que están comprobando las personas desaparecidas en el setenta y ocho y el setenta y nueve.

– Sí, a lo mejor.

– Pareces cansada. ¿Qué tal si te invito a cenar?

– ¿Para hablar de trabajo? Pues vaya cambio…

– Yo tengo un repertorio de temas de conversación muy variado.

– Dime tres.

– Los bares, el rock «progre» y…

– No te esfuerces.

– La historia de Escocia. Últimamente he estado leyendo.

– No me digas. Además, los bares donde tú vas a charlar, no es un tema de tu conversación.

– Te hablaré sobre ellos.

– Estás obsesionado.

– ¿Quién es este señor Sithing? -preguntó Rebus, que hojeaba los mensajes.

Ella puso los ojos en blanco.

– Se llama Gerald y se presentó esta mañana. No será el único ni el último.

– ¿Tenía mucho interés en hablar contigo?

– Una vez y basta.

– Cruje la madera y salen los monstruos, ¿no es eso?

– Tengo la impresión de que citas alguna canción.

– No es una canción, es un clásico. Bueno, ¿quién es este Sithing?

– El jefe de un grupo de chiflados que se denominan a sí mismos Caballeros de Rosslyn.

– ¿El Templo de Rosslyn?

– Eso mismo. Dice que Supertramp era un acólito.

– No parece verosímil.

– No, aunque creo que sí se conocían. Lo que no veo claro es que Mackie le dejara el dinero al señor Sithing.

– ¿Quiénes son los Caballeros de Rosslyn?

– Unos que creen que hay algo enterrado bajo el suelo de la iglesia y que cuando llegue el nuevo siglo se revelará y ellos serán los primeros en saberlo.

– Yo estuve allí el otro día.

– No sabía yo de tu interés por Rosslyn.

– No es eso. Es que Lorna Grieve vive en los alrededores -dijo Rebus, que había fijado su atención en el periódico que Mackie llevaba en la bolsa-. ¿Estaba doblado así? -inquirió.

El periódico estaba mugriento como si lo hubiesen sacado de la basura. Lo habían abierto y doblado por una página interior.

– Creo que sí-contestó ella-. Sí, ya estaba así de arrugado.

– No, Siobhan, arrugado no. Mira el artículo por el que está abierto.

Ella miró y vio que era la noticia sobre «el cadáver de la chimenea». Le arrebató el diario y lo desplegó.

– Podría ser por otro cualquiera de éstos.

– ¿Cuál? ¿Ese de la congestión de tráfico o el del médico que receta Viagra?

– Sin dejarte el anuncio sobre la Nochevieja en Count Kerry -dijo ella mordiéndose el labio inferior y pasando hojas hasta la primera página en la que aparecía la noticia del asesinato de Roddy Grieve.

– ¿Ves tú algo que a mí se me escapa? -preguntó pensando en las palabras del jefe: «Anda buscando algo que seguramente no existe».

– A mí me parece que a Supertramp le interesaba lo de Mojama. Deberías interrogar a los que lo conocieron.

Rachel Drew del albergue, Dezzi, la que calentaba la hamburguesa en el secador de los servicios, y Gerald Sithing. No era una perspectiva muy halagüeña.

– Tenemos en Queensberry House un cadáver de finales del setenta y ocho o de principios del setenta y nueve -dijo Rebus-. Un año más tarde nace Supertramp -añadió alzando un dedo de la mano derecha-. Y, de pronto, Supertramp decide suicidarse al leer en el periódico que ha aparecido un cadáver en una chimenea -alzó un dedo de la mano izquierda y lo juntó con el otro.

– Ten cuidado, que eso es una grosería en algunos países -comentó ella.

– ¿No encuentras cierta relación? -parecía decepcionado.

– Siento jugar a Sully contigo, Mulder, pero ¿no será que ves conexiones en este caso porque en el tuyo no vislumbras ninguna solución?

– Lo que en otras palabras significa: «No metas la nariz en mis asuntos, Rebus».

– No, es que yo… -dijo ella frotándose la frente-. Yo sólo sé una cosa.

– ¿Cuál?

– Que no he comido nada desde el desayuno -respondió mirándole-. ¿Sigue en pie esa invitación?

20

Comieron en el Pataka's de Causewayside. Ella le preguntó por su hija y Rebus le explicó que estaba en el sur en tratamiento con un fisioterapeuta, pero que no había novedades dignas de mención.

– ¿Pero se recuperará?

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