Ian Rankin - En La Oscuridad

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Edimburgo está a punto de convertirse, al cabo de casi tres siglos, en anfitriona del primer Parlamento escocés, un hito histórico y político que enciende pasiones. El inspector Rebus ha sido destinado al comité de enlace de seguridad del Parlamento, en Queensberry House, centro mismo del distrito de la comisaría de St. Leonard. De Queensberry House, futura sede del gobierno de la nueva Escocia, perdura la maldición de una leyenda, una maldición que según algunos recaerá sobre los nuevos inquilinos.Los problemas empiezan cuando, en la antigua chimenea donde de acuerdo con la leyenda murió asado un joven, aparece el cadáver de Roddy Grieve,candidato a un escaño en el nuevo Parlamento.

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– ¿Acaso en alguna ocasión…?

– Lo intentó un par de veces -respondió ella mirando a Rebus.

Linford, que no captaba de qué hablaban, miró a Rebus, y Seona Grieve resopló al advertirlo.

– No se haga ilusiones, inspector Linford -dijo.

– ¿A qué se refiere? -replicó él encogiéndose.

– No estamos ante un crimen pasional en el que Cammo matase a Roddy para conseguirme -dijo ella negando con la cabeza.

– ¿Estamos siendo demasiado simplistas, señora Grieve?

Ella consideró la cuestión un instante, pero Rebus le planteó otra pregunta.

– ¿Dice usted que su marido no bebía mucho y que, sin embargo, salió a tomar copas con unos amigos?

– Sí.

– ¿Pasaba él a veces la noche fuera de casa?

– ¿Qué insinúa?

– El caso es que no hemos podido localizar a nadie que saliera a tomar copas con él la noche en que murió.

Linford consultó su bloc.

– De momento, sólo hemos averiguado que en un bar del sector oeste creen que estuvo a primera hora de la noche bebiendo a solas.

Seona Grieve no alegó nada al comentario y Rebus se inclinó en el asiento.

– ¿Alasdair bebía? -preguntó.

– ¿Alasdair? ¿Qué tiene él que ver con esto? -replicó sorprendida.

– ¿Tiene idea de dónde puede estar?

– ¿Por qué?

– Me pregunto si se habrá enterado de la muerte de su esposo, porque supongo que querrá acudir al entierro.

– No ha llamado… -dijo ella, pensativa de nuevo-. Alicia le echa de menos.

– ¿Nunca se pone en contacto con ustedes?

– Envía una postal de vez en cuando y en el cumpleaños de Alicia nunca deja de hacerlo.

– ¿Pone remite?

– No.

– ¿De dónde son los sellos?

– De muchos sitios, sobre todo del extranjero -contestó ella encogiéndose de hombros.

Rebus advirtió algo en el modo de decirlo que le impulsó a preguntar:

– ¿Algo más?

– Pues… yo creo que las echa al correo otra persona, amigos que están de viaje.

– ¿Por qué cree usted que hace eso?

– Para que no se sepa dónde está.

Rebus se inclinó un poco más para reducir la distancia con la viuda.

– ¿Qué es lo que sucedió? ¿Por qué se marchó?

– Es una historia de antes de que yo formara parte de la familia -respondió ella encogiéndose de hombros-, cuando Roddy estaba casado con Billie.

– ¿Ya se había roto el matrimonio cuando usted conoció al señor Grieve? -preguntó Linford.

– ¿Qué trata de insinuar? -replicó ella entornando los ojos.

– Volviendo a Alasdair -dijo Rebus con tono tajante tratando de disuadir a Linford de hacer más preguntas-, ¿no tiene usted alguna idea de por qué se fue?

– Roddy me hablaba de él de vez en cuando, generalmente cuando llegaba alguna postal.

– ¿Dirigida a él?

– No, a Alicia.

Rebus miró a su alrededor pero vio que habían retirado las tarjetas de felicitación de Alicia Grieve.

– ¿Envió una este año?

– Siempre llegan con una semana o dos de retraso -respondió ella mirando hacia la puerta-. Pobre Alicia, ella piensa que yo estoy aquí por aislarme.

– ¿Cuando en realidad está aquí para cuidarla?

– No exactamente -respondió ella negando con la cabeza-, pero sí que me preocupa porque la veo cada vez más delicada. Esta es la única habitación prácticamente que queda habitable; el resto lo tiene lleno de revistas y periódicos viejos… No deja que se tire nada, y a medida que las habitaciones se llenan de porquería ella se retira a otra. Supongo que sucederá lo mismo con esta sala.

– ¿Por qué no hacen algo sus hijos? -preguntó Linford.

– No lo consiente. Ni siquiera acepta tener una asistenta. «Todo está en un sitio por algún motivo», dice.

– Tal vez tenga razón -comentó Rebus. Todo está en un sitio: el cadáver en la chimenea, Roddy Grieve en el cenador. Tenían que averiguar el motivo, precisamente lo que ignoraban-. ¿Todavía pinta? -preguntó.

– Pintar no; se entretiene con los pinceles. Tiene el estudio al fondo del jardín; allí debe de haber ido -dijo Seona consultando el reloj-. Dios, y yo sin comprar…

– ¿Conocía usted los rumores sobre su marido y Josephine Banks?

Era Linford quien había hecho la pregunta. Rebus se volvió furioso hacia él, pero Linford no apartaba los ojos de la viuda.

– Recibí una carta -dijo ella tapándose el reloj con la manga de la blusa, adoptando una actitud a la defensiva.

– ¿Confiaba usted en su marido?

– Totalmente. Yo sé lo que es la política.

– ¿Tiene usted idea de quién le envió la carta?

– No; la tiré a la papelera. Mi marido y yo pensamos que era lo mejor.

– ¿Cómo reaccionó la señorita Banks?

– Pensó en contratar a un detective, pero nosotros la disuadimos porque eso habría sido como reconocer los hechos y entrar en su juego.

– ¿Qué juego?

– El de quien pretendía propagar el rumor.

– ¿Está segura de que era un hombre?

– Es cuestión de simple cálculo de probabilidades, inspector Linford. La mayoría de los políticos son hombres. Es lamentable, pero es así.

– He observado -replicó Rebus- que competían dos candidatas para el nombramiento con su esposo.

– A causa de la política del Partido Laborista.

– ¿A los otros candidatos los conoce?

– Naturalmente, inspector. En el partido somos una gran familia feliz.

Rebus sonrió, tal como ella esperaba.

– Tengo entendido que a Archie Ure no le hizo gracia el resultado.

– Bueno, Archie lleva metido en política muchísimo más tiempo que Roddy y pensó que era un derecho suyo hereditario.

La misma palabra que había utilizado Josephine Banks.

– ¿Y las dos últimas de la lista?

– Son jóvenes e inteligentes… Algún día conseguirán lo que quieren.

– Entonces, ¿que sucederá ahora, señora Grieve?

– ¿Ahora? -repitió ella mirando el dibujo de la alfombra-. Archie Ure era el segundo de la lista, supongo que saldrán con él -miraba la alfombra como si hubiera en ella algún mensaje impreso.

Linford carraspeó y se volvió hacia Rebus para darle a entender que él daba por concluido el interrogatorio. Rebus trató de encontrar alguna última pregunta brillante pero no dio con ella.

– Devuélvanme a mi esposo -dijo Seona Grieve acompañándolos al vestíbulo.

Alicia estaba al pie de la escalera con una taza de porcelana en la mano mojando un trozo de pan que se deshacía.

– Quería tomar algo -dijo a su nuera-, y ya no sé por qué.

Cuando se marcharon, la viuda de Roddy Grieve subió las escaleras con la anciana como si llevara un niño a la cama.

Al llegar al coche Rebus dijo:

– Tú márchate.

– ¿Cómo?

– Yo voy a quedarme a hacer de buen samaritano.

– ¿De canguro? -preguntó Linford encendiendo el motor-. Tengo la impresión de que no me cuentas toda la historia.

– Voy a ver si, de paso, puedo hablar con la vieja.

– No me digas que quieres ligártela.

– No todos tenemos jovencitas persiguiéndonos con la lengua fuera -replicó Rebus con un guiño.

La expresión de Linford cambió radicalmente. Metió la marcha y arrancó sin decir palabra.

«Muy bien, Siobhan, bravo por darle calabazas», pensó Rebus sonriendo.

Volvió sobre sus pasos por el camino de entrada, llamó al timbre y dijo a Seona Grieve que podía quedarse veinte minutos si quería salir a comprar. Ella no acababa de decidirse.

– Simplemente me hace falta pan y leche, inspector. Seguramente me las apañaré hasta que…

– Bueno, ya que estoy aquí y mi chófer se ha marchado… -replicó Rebus haciendo un gesto hacia el camino vacío-. Además, con las ganas con que la señora Grieve come pan…

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