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Ian Rankin: El jardínde las sombras

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Ian Rankin El jardínde las sombras

El jardínde las sombras: краткое содержание, описание и аннотация

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El inspector Rebus se desvive por llegar al fondo de una investigación que podría desenmascarar a un genocida de la segunda guerra mundial, asunto que el gobierno británico preferiría no destapar, cuando la batalla callejera entre dos bandas rivales llama a su puerta. Un mafioso checheno y Tommy Telford, un joven gánster de Glasgow que ha comenzado a afianzar su territorio Rebus, rodeado de enemigos, explora y se enfrenta al crimen organizado; quiere acabar con Telford, y así lo hará, aun a costa de sellar un pacto con el diablo.

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– Perdone, señor -replicó Rebus-, pero me suena a pura trola. Las razones para endilgármelo son que no hay otro que lo quiera ni regalado y que con ello se libran de mí una temporada.

– Su cometido -le replicó Watson sin ceder a la irritación- consistirá en revisar la documentación y ver si hay algo que constituye prueba de delito. Puede interrogar al señor Lintz si lo estima conveniente. Haga cuanto crea necesario, y si encuentra algo que justifique una acusación…

– No lo encontraré. Y usted lo sabe -dijo Rebus con un suspiro-. Señor, no es la primera vez que hablamos de esto. Por algo se clausuró la Sección de Crímenes de Guerra. Es un caso antiguo, de esos de mucho ruido y pocas nueces -añadió meneando la cabeza-. Los únicos que quieren airear el escándalo son los periódicos.

– Queda relevado del caso del señor Taystee. Lo llevará Bill Pryde.

Y así quedó: Lintz era un caso de Rebus.

Todo había surgido a raíz de un artículo aparecido en un periódico sensacionalista a causa de una documentación recibida de la Oficina de Investigación del Holocausto con sede en Tel Aviv. El periódico citaba el nombre de Joseph Lintz quien, según ellos, vivía tranquilamente en Escocia encubierto bajo ese falso nombre desde el final de la guerra, cuando en realidad su verdadero apellido era Linzstek, Josef, natural de Alsacia. En junio de 1944, el teniente Linzstek entró en el pueblo de Villefranche d'Albarede en la región francesa de Corréze, al mando de la tercera compañía de un regimiento de las SS perteneciente a la Segunda División Panzer, y concentró en la plaza a todos los habitantes del pueblo, sin contemplaciones con los enfermos y los niños de pecho.

Pero hubo una adolescente, una refugiada de Lorena, que desde el ventanuco de una buhardilla pudo ver de lo que eran capaces los alemanes. En la plaza estaban sus compañeras de clase con sus padres y familiares y a ella, que no había ido al colegio por tener anginas, se le ocurrió que alguien podría contárselo a los alemanes…

Hubo un momento en que al protestar el alcalde y las autoridades ante el oficial al mando de la compañía, se produjo un clamor, pero la tropa apuntó con las ametralladoras a la multitud, y aquel grupo de notables -entre ellos el cura, el abogado y el médico- fue reducido a culatazos. Luego, trajeron sogas, las colgaron de las ramas de los pocos árboles de la plaza, pusieron en pie a la fuerza a los que habían protestado y les pasaron el nudo corredizo por el cuello. Se oyó una orden imperiosa, los soldados tiraron de las cuerdas y seis hombres se balancearon de los árboles entre espasmos que fueron cesando poco a poco.

Según el recuerdo de la jovencita fue una larga agonía en medio del silencio absoluto de la plaza, como si los vecinos adivinaran que no se trataba de una simple verificación de identidad. Se oyeron más órdenes, los hombres fueron separados de las mujeres y los niños y conducidos a la granja de Prudhomme, mientras obligaban al resto del pueblo a entrar en la iglesia. Sólo quedó en la plaza una docena de soldados, fusil en bandolera, contándose chistes y fumando. Uno de ellos entró en un bar, puso la radio y una música de jazz inundó la explanada mezclándose con el susurro de las hojas de los árboles donde el viento mecía seis cadáveres.

– Fue extraño -contó la joven-, no parecían cadáveres. Era como si hubieran experimentado una transformación y formaran parte de los árboles.

Después oyó una explosión, una nube de humo y polvo envolvió la iglesia y se hizo el silencio, como si el mundo se hubiera quedado vacío. Acto seguido oyó gritos y ráfagas de ametralladora. Cuando todo terminó empezaron a oírse lamentos; pero no procedían de la iglesia, sino de la granja de Prudhomme, a lo lejos.

Cuando por fin la encontraron vecinos de otros pueblos cercanos, la jovencita estaba acurrucada cubierta con un sencillo chal que sacó de un baúl, un chal de su abuela fallecida un año antes. Pero no fue la única superviviente. Los soldados del piquete de ejecución de la granja de Prudhomme no dispararon muy alto, los abatidos en la primera fila sufrieron heridas de cintura para abajo y quedaron sepultados por los cadáveres que les cayeron encima a modo de escudo protector; cuando echaron paja sobre el montón de muertos y le prendieron fuego, los supuestos muertos resistieron cuanto pudieron antes de salir a rastras de aquel siniestro hacinamiento sin otra esperanza que ser acribillados. Pese a todo, cuatro de ellos lograron escabullirse con el cabello y la ropa en llamas. Uno pereció después a consecuencia de las heridas.

Tres hombres y una jovencita: los únicos supervivientes.

Sin embargo, eso no cerró el balance de víctimas porque se ignoraba cuánta gente de otros pueblos estaba aquel día en Villefranche y si había refugiados que añadir a la cuenta. La documentación existente incluía una lista de más de setecientos nombres de víctimas.

Rebus se sentó ante la mesa y se restregó los ojos con los nudillos. Aquella muchacha aún vivía, ahora era una anciana, y los tres supervivientes fallecieron antes de 1953, cuando se celebró el juicio de Burdeos. Tenía las actas con sus declaraciones, pero estaban en francés, igual que la mayor parte del material que debía revisar, y él no sabía francés. Por eso había recurrido al Departamento de Lenguas Modernas de la universidad buscando a alguien que conociera el idioma. Le recomendaron a Kirstin Mede, profesora de francés, que también dominaba el alemán, lo cual le venía de perlas, pues el resto de la documentación estaba en ese idioma. Rebus disponía asimismo de un resumen de las actas del proceso en inglés, obsequio de los cazanazis. El proceso se inició en febrero de 1953 y se prolongó un mes. De los setenta y cinco identificados entre la unidad alemana responsable de la matanza sólo se logró sentar en el banquillo a quince: seis alemanes y nueve franceses alsacianos, pero ninguno con rango de oficial. De éstos, un alemán fue condenado a muerte y el resto a simples condenas de prisión entre cuatro y doce años, pero quedaron en libertad al término del juicio. El proceso suscitó cierta animadversión en Alsacia, por mor de unidad patriótica el Gobierno francés decretó una amnistía. En cuanto a los alemanes, se dijo que ya habían purgado la pena.

Aquel desenlace fue para los supervivientes de Villefranche una ignominia.

Pero a juicio de Rebus lo más increíble fue que los ingleses, que habían capturado a dos oficiales alemanes responsables de la matanza, se negaron a entregarlos a las autoridades francesas y los devolvieron a Alemania, donde vivieron durante muchos años e hicieron fortuna. De haber sido capturado Linzstek en su momento, ahora no se produciría ningún escándalo.

Política. Todo era política, en el fondo. Rebus alzó la vista y vio a Kirstin Mede ante él. Era alta, esbelta y vestía impecablemente. Su maquillaje era como el de las mujeres que aparecen en los anuncios de modas. Aquel día lucía un traje sastre a cuadros cuya falda apenas le cubría la rodilla, y llevaba unos pendientes dorados y grandes. Acababa de abrir la cartera de la que sacaba un montón de papeles.

– Las últimas traducciones -dijo.

– Gracias.

Rebus miró una nota recordatoria que tenía en la mesa: «¿Imprescindible el viaje a Corréze?». Bueno, Watson había dicho que lo que hiciera falta. Alzó los ojos hacia Kirstin Mede pensando en si el presupuesto permitiría incluir un guía. Estaba ya sentada ante la mesa poniéndose unas gafas de media luna.

– ¿Le apetece un café? -preguntó.

– Hoy tengo cierta prisa y sólo he venido para que vea esto -respondió ella tendiéndole dos pliegos: una fotocopia de un informe mecanografiado en alemán y su traducción correspondiente. Rebus miró el original.

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