– ¿Cuándo fue? -insistió Michael.
– Hace… Yoram estaba en el servicio militar, ella aún no, creo. Él se ocupaba de los ordenadores, venía todos los días a casa. Un hijo único vuelve con su mamá. Y una vez… íbamos… Mi mujer quería que revisásemos las máscaras de gas, recibimos la notificación de que caducaban y había que revisarlas. Estaban en el refugio. El refugio era común. Fue… En la guerra del Golfo había… No importa, lo que pasó en la guerra del Golfo con… Al final aislamos una habitación dentro de casa. Pero allí, en el refugio, estaban las máscaras de gas, y yo bajé por la noche, no muy tarde, pero era noche cerrada, bajé al refugio a por las máscaras. La puerta estaba cerrada, con cerrojo. No encontré la llave. Hay una pequeña ventana, el refugio es medio subterráneo. Pensé… «Puede que sean ladrones…», me arrodillé y miré. Había un trapo en la ventana, pero tenía un pequeño agujero. Ellos habían puesto allí una tela, un retal. Miré por el agujero, había algo de luz; puede que una vela; se veía sin dificultad; vi… Estaban… juntos -Efraim Benesh entrelazó un dedo con otro como para que el movimiento describiese lo que había visto.
– ¿Y sólo aquella vez? -preguntó Michael.
– No vi nada más. Pero sé cosas -dijo Efraim Benesh.
– ¿Y era Zahara? -precisó Michael-. ¿Está seguro?
– Su cara estaba cerca de la luz, estaba desnuda, de cintura para arriba, la cara cerca de la luz. Ella no me vio, yo estaba a oscuras.
– ¿Y usted cree que han mantenido ese tipo de relación durante todos estos años?
– Por supuesto que sí. Durante todos estos años. Lo noto aquí -se pellizcó el brazo-, en las carnes lo noto. Siempre ha sido así. Precisamente por el odio se enamoraron. Nosotros le convertimos en un enfermo. No sé con exactitud dónde se veían, y hay…, hay cosas mucho más… Que yo no sé… Incluso con relación a Michelle. Se va a casar con ella. He conocido a sus padres y… ¿Ella no nota nada? Dígame, ¿cómo es posible que una mujer esté con un chico y no se dé cuenta de nada? ¿Se puede saber algo de alguien? Antes creía que de un hijo se podía saber…, pero, sólo si él quiere que sepas, sabes…
– O si se registra su cajón de los calcetines -recordó Michael.
– Créame -dijo Efraim Benesh mirándose las palmas de las manos; después se levantó un poco, sacó del bolsillo trasero el paquete de pañuelos de papel, cogió con cuidado un cuarto de pañuelo, se secó la cara con él y después las palmas de las manos-, ojalá no hubiera tenido que registrarlo, ojalá no hubiera tenido que saber lo que sé. Dios mío, sólo pienso en su madre, ella no…, sencillamente no se lo va a creer.
– ¿Qué no se va a creer? -preguntó Michael.
Efraim Benesh señaló la libreta de piel que estaba en la mesa cerca de Michael.
– Dios santo -dijo moviendo la cabeza-, cuánto le he dado a ese niño, cuánto he caminado con él y cuánto he hablado; y zoológico y cursos de kárate y ordenador, de los primeros que hubo aquí; de todo… Pero eso no sirve de nada, señor Ohayon, créame. Nunca se sabe… Cuando el ambiente está lleno de odio, ¿qué puede crecer ahí?
– Señor Benesh -dijo Michael dirigiendo su silla hacia su interlocutor-, ¿dónde estuvo Yoram la noche en que Zahara Bashari fue asesinada? ¿Dónde estuvo realmente?
Efraim Benesh volvió a secarse la frente, después puso las manos en las rodillas y curvó la espalda.
– Fue a recoger a Michelle al aeropuerto -dijo Efraim Benesh-, eso nos dijo. Pensábamos que tenía que llegar a las dos de la madrugada; al final llegó a las seis de la mañana.
– Lo hemos comprobado -dijo Michael con delicadeza-, y no tenía que llegar en el vuelo de KLM, no estaba en la lista de pasajeros. Desde el principio estaba en la lista de pasajeros del vuelo de El-Al que llega a las cinco de la mañana.
– Sí -protestó el padre-, pero nosotros no lo sabíamos. Él dijo que… Usted ya sabe lo que dijo.
– Y aunque hubiese sido a las dos de la madrugada, supongamos que llegara a las dos de la madrugada; ¿cuándo salió de casa realmente?
– Pues por eso he venido… -dijo Efraim Benesh abatido-: quería decirle… No estaba en casa. Mi mujer piensa que yo dormía, y mi hijo piensa que voy a decir lo que me manden que diga, pero le voy a decir una cosa: no estaba dormido, no me tomé ninguna pastilla, y él no estaba en casa. No sé dónde estaba. Tiene coche y es independiente, y a mí no me cuenta nada porque no le pregunto. ¿Para qué preguntar? ¿Y si le preguntara me diría algo? Y si me dijera algo, no habría ni la más remota posibilidad de que fuera la verdad. Ésa es la verdad, señor Ohayon, Dios me perdone. ¿Qué habría hecho usted en mi lugar, señor Ohayon? ¿Qué habría hecho en mi lugar? Usted es una persona inteligente; dígame, ¿qué habría hecho usted?
– Verdaderamente su situación es muy difícil -murmuró Michael, y por un instante vio frente a sus ojos el rostro de su hijo. «Yo», le habría dicho a Efraim Benesh, «no podría estar en su lugar»; y de inmediato se reprendió a sí mismo por esa total certidumbre.
– Porque hay gente que diría -dijo Efraim Benesh-, incluso mi mujer, que haga lo que haga tu hijo, siempre será tu hijo.
– Usted no está renegando de Yoram, señor Benesh -le aseguró Michael-, eso son dos cosas distintas.
– Eso es -dijo Efraim Benesh-, eso he pensado yo. No estoy cortando ningún vínculo con él, pero no puedo protegerlo con mentiras; tendría que haberlo protegido hace mucho tiempo. Y no con mentiras. Pero no puedo hacer nada si él…, si se demuestra que él realmente… -su voz se extinguió y su mirada se empañó. La habitación estaba en silencio. Sólo la lluvia golpeaba con fuerza la persiana de hierro.
– ¿Y la tarde anterior a Sukkot? -preguntó Michael un buen rato después-. ¿Dónde estaba cuando la niña desapareció?
– A nosotros nos dijo que estaba con Michelle, que habían ido a Tel Aviv. Le estoy diciendo la verdad -murmuró Efraim Benesh-, eso dijo; pero después nos enteramos de que Michelle fue a ver a una amiga suya a un kibbutz cerca de Netania. He olvidado cómo… La llevó y le dijo que tenía que volver a resolver un asunto. Y al parecer, volvió aquí… No sabíamos ni que había vuelto… Yo… no quería pensar… Me tomé un somnífero. Una persona no puede estar todo el rato pensando cosas así, señor Ohayon, ¿me comprende? -Michael asintió, y pensó en la cara de la prometida, que ni siquiera pestañeó cuando declaró que Yoram Benesh había estado toda la noche con ella en el kibbutz Yakum. Se preguntó qué le habría dicho Yoram para que mintiera por él con tal desfachatez-. Una persona no puede… -continuó Efraim Benesh, y se calló atemorizado cuando chirrió el picaporte. Eli Bahar estaba en la entrada.
– Ven un momento -dijo Eli cuando Michael le lanzó una mirada interrogativa-. Sal un momento.
Michael dudó un instante, después se levantó, preguntándose si sería posible que Eli interrumpiera así la conversación con el padre de un sospechoso de asesinato por lo que había pasado antes entre ellos; y Eli, ante su mirada escudriñadora, dijo:
– Esto no puede esperar -Michael puso la mano en el hombro de Efraim Benesh.
– Un momento -le dijo, y salió rápidamente.
– Ya hay resultados -dijo Eli en un tono relajado, como si estuviera informando de una mejoría del tiempo, aunque en la ventana del pasillo en donde estaban aún golpeaba la lluvia-. Es lo que pensábamos. El niño era suyo.
– ¿De Yoram Benesh? -preguntó Michael-. ¿Seguro?
– Inequívoco -dijo Eli Bahar-. Ya he telefoneado a su madre: le he pedido que venga, pero ha dicho que no podía, que no se encontraba bien. Tenía una voz… como si ya supiera… Le he preguntado dónde estaba su hijo y ha dicho que estaba allí, en casa; pero estoy seguro de que estaba sola… Le he dicho que íbamos de camino hacia allí. No le he dicho que el padre está aquí, no quería… Tengo la sensación…
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