Batya Gur - Piedra por piedra

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Una madre hace saltar por los aires la tumba de su propio hijo. Éste murió durante el servicio militar, víctima de una macabra broma. En la tumba se habían esculpido las usuales palabras anónimas que se emplean en estos casos: «Caído en acto de servicio». Pero la madre no lo acepta. En la tumba de su hijo tiene que ser grabada, bien visible para todos, la verdad: «Asesinado por sus superiores».
Éste es el comienzo de una larga serie de desesperados intentos por parte de Rajel para que se haga justicia. Como en otras novelas de Batya Gur que no pertenecen a la serie policiaca de Michael Ohayon, por la que es conocida en España, se ponen al descubierto las contradicciones y el lado oscuro de la sociedad israelí.

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– Soy yo la que le he pedido que me acompañe, así es que ¿podría decirme por qué le molesta que ella esté presente?

– No, si no me molesta, en absoluto -dijo Malaji-. ¿Cómo me va a molestar? Lo único es que resultaría más cómodo si…

Rajela intervino:

– Ustedes se han deshecho de la piedra -dijo, y por el rabillo del ojo vio que Julia sacaba un pañuelo de papel del bolsillo del pantalón-. Han arrancado sin permiso la piedra que la familia Efrati añadió a la lápida.

Por fin se atrevió Malaji a mirarla a los ojos. Rajela se dio cuenta de que los ojos claros y saltones del hombre bizqueaban ligeramente tras los cristales de sus gafas de montura dorada. Se alisó las mangas de la camisa de rayas que llevaba, colocó ante él la carpeta marrón con el expediente y la abrió con la mirada todavía fija en Rajela.

– ¿Por qué me habla usted de algo que no le atañe? -dijo él, intentando encubrir su incomodidad pasando al ataque.

– Sí le atañe -lo corrigió Julia-, porque le he pedido que hable por mí, ya que lo hace mucho mejor que yo. También fue quien escribió en mi nombre la solicitud que les presenté a ustedes acerca de la piedra que ahora se han llevado.

Los ojos de él iban de la una a la otra y se le notaba dubitativo, hasta el punto de que abrió la boca con la intención de decir algo, pero por lo visto se arrepintió.

– ¿De qué piedra se trata? -preguntó hojeando el expediente de la carpeta de cartón.

Rajela tuvo que reprimir el impulso de levantarse y pegarle un grito, y luego le dijo muy, pero que muy tranquila:

– Señor Malaji, ya es hora de que deje de hacerse el inocentón, usted sabe perfectamente de qué piedra se trata y no le hace falta ningún expediente, porque fue usted quien dio la orden.

Con una clara expresión de cansancio y de renuncia, aquel hombre, que desde detrás de la mesa parecía mucho más alto de lo que en realidad era, miró a Julia Efrati y le preguntó:

– ¿Tallaron ustedes en ella la fecha del calendario internacional?

Julia asintió.

– Nosotros, en el ejército, no escribimos la fecha internacional, y además añadieron ustedes un nombre, corríjame si me equivoco.

– El de nuestra hija, Tamar, la hermana de Yuval -le contestó Julia enderezando, de pronto, los hombros-. Ha estado muy feo eso de ir por la noche, como unos ladrones, y llevarse la piedra, porque era una propiedad privada.

– Señora Efrati, Julia…

– Señora Efrati -dijo Julia, y a Rajela, que le miraba el perfil, le pareció que su nariz aguileña palidecía y que le temblaban las aletas de los orificios nasales.

– Señora Efrati -volvió a decir el hombre con el tono de quien reconoce con generosidad que ha cometido un error-, nosotros ni somos unos ladrones ni nos hemos hecho con ninguna propiedad privada. La piedra la pueden ustedes recuperar. Pero tienen terminantemente prohibido colocarla junto a una lápida en la sección militar de un cementerio. Eso viola todas las leyes, ya se lo habíamos advertido antes, además de haberles explicado que si ustedes quieren trasladar el cuer…, la sepultura, a la sección civil del cementerio, no existe ningún problema, y allí podrán ustedes escribir lo que quieran. Mire, tenemos, por ejemplo -y empezó a revolver el montón de carpetas-, éste, por ejemplo, no voy a decir el nombre por discreción, tenemos un caso de unos padres que perdieron a su hijo y que han querido escribir DVS, «Dios vengue su sangre», en la lápida, y eso, como puede usted comprender -ahora sus ojos miraron a Rajela, como si de repente le hubiera dado por hablar con ella porque le parecía que lo iba a entender mejor-, eso es ya toda una declaración política. ¿Cómo vamos a permitirles que escriban algo así en la lápida? De modo que les propusimos trasladar la lápida, es decir, la tumba, a un cementerio civil, y el asunto se encuentra en estudio en estos momentos. En un cementerio civil serán muy libres de escribir lo que les parezca según sus necesidades.

– Eso también me lo propusieron ustedes a mí -dijo Rajela-, pero es que nuestros hijos no eran civiles, eran soldados, y murieron precisamente por ser soldados, por eso no queremos que estén en un cementerio civil.

– Y la sigla DVS, «Dios vengue su sangre», es una expresión muy judía, una fórmula para alabar a Dios, que ponen los religiosos, y si esas personas todavía siguen creyendo en Dios, a pesar de que les han quitado un hijo, tienen todo el derecho a querer que el Altísimo vengue la sangre de su hijo, ¿qué hay de político en ello? -arguyó Julia.

– Pero tampoco es eso lo principal -dijo Rajela-. Lo principal no es lo que usted ha dicho ahora, sino lo que no ha dicho. Porque a usted se le ha olvidado decirnos que llegó la Fiscalía del Estado y le pidió a la familia Reubeni que llegaran a un acuerdo fuera de los tribunales, porque temían perder el caso ante el Tribunal Superior de Justicia. Y no ha tenido en cuenta que sabemos que ustedes accedieron a su petición, que estuvieron de acuerdo con que pusieran el «Dios vengue su sangre» en siglas, y eso no llegó a la prensa porque la familia Reubeni no busca ni venganza ni titulares. Recibieron de ustedes lo que solicitaban, después de amenazarlos a ustedes, y con eso terminó su lucha, mientras que a nosotros todavía no se nos ha concedido.

– Señora Avni -dijo el funcionario ajustándose las gafas-, aquí no se trata de librar una batalla por un principio. Si realmente es tan importante para ustedes lo que ponga o cómo sea la lápida, en su caso no existe ninguna dificultad, porque en el cementerio del moshav hay mucho espacio en la zona civil, y además les hemos permitido expresar su duelo por medio de la parte ajardinada de la sepultura, y en especial en el moshav las posibilidades son infinitas en ese aspecto, pero si lo que quieren ustedes es luchar por unos principios… -y, dicho esto, extendió los brazos hacia los lados en toda su longitud y posó las manos sobre la mesa. Los dedos, largos, delicados y cuyas falanges estaban cubiertas de un vello oscuro, tamborilearon por un momento sobre el tablero de cristal-. Aquí no tenemos elección, nos resulta imposible ceder. Y sobre esto ya hablamos en su momento con usted y con su familia, y me pareció entender que su padre dijo que lo que ustedes hicieron, algo fuera de lo común, iban a arreglarlo y a devolverlo a su estado anterior.

– De ninguna manera -dijo Rajela tranquilamente, y vio que él doblaba los brazos y se los cruzaba sobre el pecho mientras ella añadía-: Pero no es de eso de lo que estábamos hablando ahora, ustedes tienen que devolver la piedra de los Efrati a sus dueños.

– Se les devolverá, si tanto insisten -lo solucionó Malaji al momento-, pero ése no es el asunto, el asunto es… el problema es qué van a hacer ustedes con la piedra cuando se les devuelva, y el problema consiste también en que ustedes quieren cambiar la lápida, y no se puede cambiar, la ley lo prohíbe. Y la ley existe -declaró-, ya desde el año cincuenta, la ley de cementerios militares, en la que se dice bien explícito… Porque, si se la devolvemos, ¿qué van a hacer con ella?

– Lo que usted no nos cuenta -dijo Rajela, haciendo caso omiso de su pregunta-, es lo del Tribunal Superior de Justicia, no nos habla de la posibilidad de demandarlos a ustedes ante el Tribunal Superior de Justicia. Con una orden del juzgado podremos, por un lado, recuperar la piedra y, por otro, colocarla en el lugar en el que debe estar.

Malaji miró el reloj.

– Dentro de un momento tengo una reunión -dijo con frialdad-, en realidad ya llego tarde, y lo de devolverles la piedra, como ya les he dicho, no va a ser ningún problema. La verdad es que les pertenece y para eso no hace falta que intervenga ningún Tribunal Superior de Justicia, pero será a cambio de la promesa de no colocarla en la sección militar, y lo demás puede solicitarse por escrito, que es el procedimiento, y entonces analizaremos el caso.

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