Sidney Sheldon - Si Hubiera Un Mañana
Здесь есть возможность читать онлайн «Sidney Sheldon - Si Hubiera Un Mañana» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Si Hubiera Un Mañana
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:5 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 100
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Si Hubiera Un Mañana: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Si Hubiera Un Mañana»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Si Hubiera Un Mañana — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Si Hubiera Un Mañana», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Lo primero que debía hacer era bajarle la fiebre. Acostó a Tracy en la cama de matrimonio y comenzó a quitarle la ropa, empapada en sudor. El cuerpo de la mujer hervía. Mojó entonces una toalla con agua fresca y se la pasó de pies a cabeza. Luego la tapó con una frazada y se sentó al lado de la cama, preocupado por su respiración estertorosa.
Si mañana no mejora, tendré que llamar a un doctor, se dijo.
Por la mañana las sábanas estaban empapadas. Tracy seguía inconsciente, pero le dio la impresión de que la respiración se había regularizado un poco. Tenía miedo de permitir que la mujer de la limpieza la viera en ese estado. Le pidió a la posadera un juego limpio de sábanas que él mismo llevó a la habitación. Volvió a refrescar a Tracy con una toalla húmeda, cambió la ropa de cama y volvió a taparla.
Luego puso en la puerta el cartelito de «NO MOLESTAR» y se dirigió a la farmacia más cercana. Compró aspirinas, un termómetro, una esponja y alcohol para fricciones. Al regresar a la habitación, Tracy no se había despertado aún. Le frotó el cuerpo con el alcohol, y la fiebre bajó.
Una hora más tarde volvió a subirle la temperatura. Si llamaba a un médico, éste insistiría en llevar a Tracy a un sanatorio. Jeff no sabía si la Policía estaba buscándolos, pero no quiso correr el riesgo. Tenía que hacer algo. Aplastó cuatro aspirinas, colocó el polvito entre los labios de Tracy y con mucha suavidad fue dándole cucharaditas de agua, hasta notar que las tragaba. Una vez más le frotó el cuerpo con alcohol. Le tomó otra vez la temperatura y respiró aliviado. Apoyó la cabeza contra el pecho femenino y escuchó. ¿Estaba menos congestionada su respiración?
Hacía cuarenta y ocho horas que no dormía; se sentía exhausto y tenía pronunciadas ojeras. Tienes que mejorar, Tracy, rogó para sus adentros. Y se durmió.
Cuando Tracy abrió los ojos no tenía idea de dónde se encontraba. Tardó largos minutos en recuperar la conciencia. Sentía el cuerpo dolorido y experimentaba la sensación de haber vuelto de un viaje largo y agotador. Paseó la vista por el cuarto desconocido y el corazón le dio un vuelco. Jeff yacía en un sillón cerca de la ventana, dormido. Era imposible. La última vez que lo había visto, él le dijo que tomaría el avión a Lisboa con los brillantes. ¿Qué hacía ahí? De pronto supo la respuesta: le había dado el joyero equivocado, el que contenía los diamantes falsos, y Jeff suponía que lo había engañado adrede. Seguramente la había recogido en la casa de Amsterdam y llevado a ese sitio.
En el momento en que se incorporaba, Jeff abrió los ojos. Vio que Tracy lo miraba desde la cama, y una lenta sonrisa iluminó su rostro.
– Bien venida.
Había un tono de alivio tan intenso en su voz, que dejó perpleja a Tracy.
– Perdóname. -La voz de ella fue un áspero susurro-. ¿Te di el estuche equivocado?
– ¿Qué?
– Me sentía tan mal en ese maldito avión que…
Jeff se acercó y dijo con dulzura:
– Tracy, me diste los brillantes verdaderos. Todo salió bien. Hablé con Gunther.
Ella le miró azorada.
– Entonces, ¿por qué…, por quién estás aquí?
Él se sentó al borde de la cama.
– Cuando me diste las piedras, te noté un aspecto cadavérico. Decidí que sería mejor esperar en el aeropuerto para cerciorarme de que tomaras ese vuelo. Como no apareciste, me di cuenta de que tenías problemas. Fui hasta la casa del amigo de Gunther y te encontré. No podía dejarte. Hubiera sido demasiado fácil -agregó con una sonrisa.
Ella lo observaba intrigada.
– Dime el verdadero motivo por el cual regresaste a buscarme.
– Es hora de tomarte la temperatura -dijo, sacando el termómetro-. No está mal -agregó unos minutos después-. Poco más de treinta y ocho. Eres una paciente estupenda.
– Jeff…
– Confía en mí. ¿Tienes hambre?
De pronto Tracy se dio cuenta de que estaba famélica.
– Me muero por comer.
– Bien. Te traeré algo.
Jeff regresó con una bolsa que contenía dos cartones de jugo de naranja, leche, frutas secas y unos bollos rellenos con queso.
– Ahora come lentamente.
La ayudó a incorporarse y le dio de comer. Actuaba de una manera solícita y cariñosa, y Tracy lo contempló con cautela. Debes mantenerte alerta.
– Gunther me dijo que recibió los brillantes y depositó tu dinero en una cuenta suiza.
Tracy no pudo dejar de preguntarle:
– ¿Por qué no te quedaste tú con todo?
Jeff replicó con voz seria.
– Porque ya es hora de que nos dejemos de juegos, Tracy. ¿De acuerdo?
Era otro de sus ardides, por supuesto, pero estaba demasiado cansada para preocuparse de ello.
– De acuerdo.
– Dime tus medidas; iré a comprarte alguna ropa. Los holandeses son muy liberales, pero creo que si salieras así a la calle se espantarían.
Tracy se tapó más con las mantas, repentinamente consciente de su desnudez. Pero no quería pensar. El sueño la envolvió sin esfuerzo.
Por la tarde, Jeff llegó con dos bolsas de ropa, vestidos, zapatos, ropa interior, un estuche de maquillaje, un peine, un secador de pelo, dentífrico y cepillos de dientes. También había comprado algo de ropa para él, y el International Herald Tribune. En la primera página aparecía la noticia del robo de los brillantes, pero según afirmaba el diario, los ladrones no habían dejado pistas.
– ¡Estamos salvados! -exclamó Jeff, alegremente-. Ahora lo único que falta es que te repongas.
Fue idea de Daniel Cooper no informar a la Prensa que se había hallado el chal con las iniciales T. W.
– Aunque sepamos a quién pertenece -le dijo el inspector Trignant-, no constituye prueba suficiente para arrestarla. Sus abogados presentarían a todas las mujeres de Europa con las mismas iniciales, y nos dejarían como tontos.
En opinión de Cooper, la Policía ya había mostrado su idiotez. Sólo yo puedo atraparla.
Sentado en el duro banco de madera de una capilla oró: Oh, Dios, entrégamela para que la castigue y pueda así redimirme de mis pecados. El mal que habita en su espíritu será exorcizado, y su cuerpo…
Cuando Tracy se despertó, la habitación estaba a oscuras. Se incorporó, encendió el velador de la mesilla de noche y notó que estaba sola. Jeff se había ido. Una sensación de pánico la invadió. Se había vuelto dependiente de él, y ése había sido un error estúpido. Confía en mí, había dicho él, y ella creyó. La había cuidado sólo para protegerse a sí mismo, no por otra razón. Tracy había llegado a creer que él sentía deferencia por ella. Se dejó caer sobre la almohada y cerró los ojos. Le echaré de menos. Que Dios me ayude, pero lo añoraré mucho. Tendría que desaparecer cuanto antes de Holanda, buscar otro sitio donde pudiese sentirse segura.
En ese momento se abrió la puerta y oyó la voz de Jeff.
– Tracy, ¿estás despierta? Te he traído unos libros y revistas. Pensé que podías… -Se detuvo al verle la expresión-. ¡Eh! ¿Qué te pasa?
– Nada -respondió ella en un susurro-. Nada.
A la mañana siguiente ya no tenía fiebre.
– Quiero salir -declaró-. ¿Te parece que podemos dar una vuelta, Jeff?
Los empleados mostraron curiosidad por la flamante convaleciente. Todos estaban encantados de que Tracy se hubiese curado.
– Su marido estuvo maravilloso. Insistió en cuidarla él solo. Estaba tan preocupado… Tiene suerte de haber encontrado un hombre que la quiera tanto.
Tracy miró a Jeff con ojos de interrogación, y podría haber jurado que lo vio sonrojarse.
Ya fuera, exclamó:
– Qué amable de su parte preocuparse por mí. ¿Verdad que son atentos?
– Sentimentales -la corrigió él.
Jeff dormía, a su lado en la cama. Tracy volvió a recordar la forma en que la había cuidado, atendido sus necesidades, lavado su cuerpo desnudo. Percibió de manera intensa la presencia masculina, que la hacía sentirse protegida.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Si Hubiera Un Mañana»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Si Hubiera Un Mañana» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Si Hubiera Un Mañana» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.