Pat había creído que la prostitución iría en contra de sus principios, pues era muy remilgada para muchas cosas. Sin embargo, sabía mejor que él qué es lo que empujaba a que las mujeres vendieran su cuerpo.
De alguna manera estaba dejando huella, además de que se aseguraba de que los clubes funcionaran debidamente, lo que le daba más tiempo a Pat para dedicarse a los otros negocios. Muchas de las personas que trataban con él no se sorprendían, pues lo consideraban en ese aspecto un calzonazos. Sin embargo, cuando se atrevían a decírselo a la cara, Pat respondía que si no podía confiar en ella, ¿entonces en quién coño podía hacerlo?
Lil trataba de acostar a los niños. Ya estaba vestida e intentaba inútilmente acallar las voces de su madre.
Desde que se casó, su madre le había prestado una considerable ayuda. Al principio le pareció casi irreal y Lil tardó lo suyo antes de permitirle que participase en su nueva vida.
Sin embargo, después del nacimiento de Lance, su segundo hijo, su madre volvió a las andadas y se pasaba el día señalándole los errores y haciendo comentarios ingratos, por lo que cada vez resultaba más difícil simular que entre las dos todo iba bien.
Annie apreciaba de verdad a su primer nieto, Patrick Junior, pero de Lance estaba perdidamente enamorada. Desde que salió del vientre de su hija, un mes antes de lo previsto, pateando y gritando, se volvió loca por él. Parecía como si fuese ella quien lo hubiese parido.
Mientras Lil miraba a sus hijos dormirse, se preguntó por qué no sentía lo mismo. Quería a su segundo hijo, pero le parecía un niño muy extraño que se pasaba el día observándola, como si tratase de medirse con ella, como si esperase a que metiese la pata. Era un chico guapo, con el pelo oscuro como su padre y los ojos grises y pálidos de su abuela Annie. Llamaba la atención y las personas comentaron sobre el color de su piel desde el mismo día en que nació. Sin embargo, el sentimiento de culpabilidad que sentía Lil con su hijo nacía del simple hecho que le resultaba desagradable tocarle. Le dejó de dar el pecho en cuanto pudo y cambió al biberón con demasiada rapidez, según le dijo su madre, a pesar de que eso suponía tener que cuidar de él durante horas interminables. La piel de Lance siempre estaba pegajosa al tacto y, al contrario que Pat, era tan huesudo que resultaba desagradable tocarle. También estaba muy bien dotado, lo que provocaba que su padre siempre estuviera haciendo comentarios de mal gusto que le hacían sentirse a disgusto con él. Allí estaba, tendido, con tres años de edad, con las piernas plegadas y llevando aún pañales, mientras su madre comentaba que aquel niño hacía las cosas a su debido tiempo. Sin embargo, Lil pensaba que era la pereza lo que le mantenía pegado a los pañales, no había otro motivo. Lance dejaba que Pat Junior le hiciera todas las cosas y manipulaba a todo el que tenía a su alrededor, especialmente a Annie. Y lo hacía sin el más mínimo esfuerzo además. Hasta Patrick estaba prendado con él, cosa que le hacía sentirse mal, ya que, por muy culpable que se sintiese, no podía ver a ese niño con los mismos ojos que a los demás.
A pesar de eso le quería y, a su manera, le protegía, pues era su hijo y lo había parido. Era su responsabilidad y, al contrario que su madre, quien la dejó de la mano de Dios, estaba decidida a que ninguno de sus hijos se sintiera ni por un instante abandonado, solo y rechazado. Eran sus hijos y moriría por ellos si hacía falta. Cuando se inclinó para besar la cabeza de Lance, el olor tan peculiar de su orina y de su sudor la echó una vez más para atrás. No podía entender por qué se sentía tan incómoda y los sentimientos que le provocaba le hacían cuestionarse su papel como madre.
Pat Junior estaba acostado en la otra cama, sonriéndole, y su sonrisa le levantó el ánimo. Aquél sí era un niño al que amaba de verdad. Era un chico alegre y saludable que, al contrario que Lance, hablaba con ella y se comunicaba. Lance apenas pronunciaba palabra, y no porque no pudiese, sino porque no quería.
– Buenas noche, mamá.
Lil le sonrió a su hijo mayor y su corazón se sintió henchido de orgullo. Su pelo oscuro y sus ojos azules hacían una perfecta combinación. Parecía irlandés y tenía mucha labia, como solía señalar Pat en tono de broma.
Le encantaba que le hiciesen arrumacos y siempre se veía obligada a estrecharlo entre sus brazos.
– Ahora a dormir. Cuando regrese te traeré unos caramelos.
Estaba encantado, ya tenía garantizados sus dulces y sus ojos empezaban a cerrarse cuando ella salió de la habitación.
Annie estaba preparando una taza de té y Lil, como siempre, se sintió perturbada por su presencia. Se sentía responsable de la gente, a pesar de que en su interior sabía que no era asunto suyo. Su madre la había tratado como a un perro toda su vida. Pat le preguntaba constantemente que por qué se sentía responsable de ella, pero Lil le respondía que, después de todo, era la única madre que iba a tener. Al igual que Lance, era de su familia y jamás la dejaría tirada. Nadie en el mundo conocía sus verdaderos sentimientos por su hijo menor y no dejaría jamás que nadie lo hiciese.
Mientras Annie mezclaba deliberadamente el té con un poco de whisky Bushmills, Lil dibujó una sonrisa forzada y dijo alegremente:
– Me marcho, madre.
– Cada vez te pareces más a esas mujeres que trabajan para ti.
Se suponía que era un comentario de broma, pero el sarcasmo siempre estaba presente.
Lil miró aquellos ojos tan apagados como los suyos y sintió repentinos deseos de ponerse a gritar. Estaba angustiada, sofocada y, al igual que Patrick Brodie, se preguntaba por qué tenía que soportarlo día tras día. Su madre era como una serpiente inyectando su veneno en los oídos de sus hijos. El sentimiento de culpabilidad es algo muy extraño, algo muy destructivo.
Cuando Lil salió de su casa, el silencio era ensordecedor y el ambiente estaba cargado de pensamientos ocultos y emociones indeseables.
Al salir al frío aire de la noche pudo respirar de nuevo. Inspiró profundamente, como si su vida dependiese de ello.
Ruby Tyler le sonrió a Pat mientras éste recorría con la mirada el club. Buscaba a alguien en particular, aunque nadie lo diría por la forma en que se comportaba.
Notó que Ruby le miraba y deseó no haberse emborrachado tanto la noche anterior. Ruby era ambiciosa y ahora que le había prestado un servicio esperaba cobrar su recompensa. Lo veía como un escalafón más alto, un medio de subsistencia para su predecible futuro. Pat se dio cuenta de que no era una mujer de la que resultaría fácil librarse; de hecho, ya le estaba mirando molesta por su falta de interés. Ruby, desgraciadamente para ambos, tenía una opinión muy elevada de sí misma.
Cuando Pat cruzó la sala del club para dirigirse a su pequeña oficina se dio cuenta de que no tardaría en ir detrás de él.
Se estaba sirviendo un whisky cuando oyó que entraba en la habitación. La puerta se cerró silenciosamente y él respiró hondo antes de decirle:
– ¿En qué puedo ayudarte?
Cuando le miró a la cara, se quedó maravillado de la estupidez de las mujeres. Especialmente de las mujeres como Ruby. Era atractiva y estaba buena, ésas eran sus prerrogativas, por supuesto, pero también una buena razón para que se hubiese dado cuenta de que él no deseaba una relación larga con ella por el simple hecho de haberle echado un polvo.
Ruby, por su parte, sabía de sobra que era una chica atractiva, pero también una arpía. Creía que tenía suficiente cuerpo y picardía para domesticar al más salvaje de los hombres. Patrick Brodie era un trofeo para cualquiera, así que imaginó que podría aspirar a ganarse su afecto. Pat era un hombre casado con dos hijos, así que debía de estar muy aburrido, además de que era un hombre importante, en línea con ella. Ruby ansiaba la notoriedad que podía proporcionarle ser su querida, además de que podría proporcionarle un buen puesto en el club. También era una mujer realista y sabía de sobra que jamás se casaría ni viviría con ella. Sería tan sólo su querida, pero con eso se contentaba. El la había escogido y ahora estaba decidida a sacarle todo el jugo a esa oportunidad. Como le había comentado a su mejor amiga, no dejaría escapar ese pájaro sin pelear.
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