Las apuestas, por naturaleza, eran uno de los oficios más arriesgados donde la rectitud era de suma importancia, ya que era esa confianza la que hacía que los clientes volvieran de nuevo. De hecho, un buen corredor podía ofrecerle a un apostante habitual medio punto más que el precio normal, lo que motivaba que los clientes apostaran en un sitio u otro. Al ganador se le pagaba con una sonrisa y una palmadita en la espalda, ya que, después de todo, su dinero no tardaría en regresar de nuevo a sus manos.
Teniendo en cuenta que en ese momento no había ni carreras de importancia, ni apuestas desmesuradas, ni tampoco habían robado el dinero del local, todo el mundo se preguntaba por qué razón habían matado a Jamie. El hecho de que la pasma no se diera tampoco ninguna prisa en acudir añadía más misterio al asunto. Algo estaba sucediendo, pero nadie sabía el qué.
Terry Williams tenía veintitrés años y tenía el mismo aspecto que sus hermanos a esa edad: puro músculo y nada de cerebro. No obstante, era un muchacho amable y de buen corazón que se había echado su primera novia en serio.
A pesar de que Pat respetaba a los hermanos Williams como hombres de negocios y sus homólogos, era plenamente consciente de que él era la persona con la que más deseaban tratar. Los hermanos Williams también eran conscientes de ese hecho, pero no les preocupaba en absoluto. Estaban satisfechos de cómo funcionaban las cosas, ya que eso implicaba que Pat era el que tenía que tratar con las menudencias de la vida diaria mientras ellos se dedicaban a lo que sabían hacer mejor: utilizar la mano dura. A pesar de lo astutos que eran, carecían de diplomacia alguna. Pero no les importaba lo más mínimo porque temerles era recompensa más que suficiente. Eran unos tipos duros que se habían hecho un hueco en ese mundo.
Terry Williams se dedicaba a cobrar las ganancias por los alrededores de la aduana cuando le dispararon en la cara. La bala le pegó de lleno en el rostro, incrustándose los cristales de la ventanilla del coche. Le dejaron la cara tan maltrecha que nadie pudo ver su cuerpo cuando se celebró el suntuoso y caro funeral. Cuando llegó la ambulancia aún vivía, pero se ahogó en su propia sangre de camino al hospital, algo que causó muchas pesadillas a su madre, que nunca llegó a asumirlo.
El la llamó cuando agonizaba, pero eso no disminuyó ni dañó su reputación en la comunidad. Todo el mundo querría tener al lado a su madre cuando la vida se apaga. De hecho, eran las únicas personas que siempre permanecían a tu lado, sin importarles lo que habías hecho o de lo que habías sido acusado. Era la única visita que recibían regularmente los hombres que cumplían cadena perpetua. Siempre que se tuviera una madre, había un lugar donde ir y alguien a quien cuidar.
Terry había muerto llamando a su madre. Ahora correspondía a sus hermanos resolver el asunto, así que no pensara el jodido perpetrador que se iba librar de haber cometido un acto tan repulsivo. La madre estaba totalmente destrozada y eso era algo que ninguno de los hermanos podía soportar. El mayor descalabro consistía en haberse tomado semejante libertad, ya que nadie podía encontrar razón alguna para tal desfachatez. No tenía ningún contendiente, ni tampoco ningún enemigo, ni motivos para hacer una cosa así. Era una completa comedura de coco. Tampoco era una cuestión de celos porque Terry no se estaba tirando a la mujer de ningún otro tío, sino que estaba viviendo una bonita historia de amor. No había razón alguna para haberle matado y ese sinsentido sólo provocaba que los hermanos estuvieran aún más decididos a vengarse.
En una cosa sí parecían estar de acuerdo todos ellos: en que cuando encontrasen al perpetrador de ese crimen tan vil e innecesario se lo entregarían a la madre que los había parido para que ella le devolviera cada golpe que había recibido. Por cada golpe, ellos le darían diez.
Pat estaba sentado con un amigo en un club que había adquirido recientemente cuando se enteró de lo que le había ocurrido a Terry.
El asesinato del corredor Jamie Curtis no le había afectado demasiado y pensó que se trataría de algún ajuste de cuentas, algún asunto personal probablemente, o quizás alguna apuesta privada que no había resultado como esperaba. James no era el primer corredor de apuestas que hacía apuestas privadas. El problema con las apuestas privadas es que los corredores no tenían por qué resarcir la deuda si las cosas habían salido mal. Puesto que no figuraban como responsables de esas apuestas, lo que quería decir que no aparecía en los libros de cuentas como ganancias suyas, se lo quedaban todo y no devolvían sus deudas. ¿Es posible que Jamie hubiera hecho algo parecido? Una deuda considerable provocaba a veces situaciones indeseadas, eso lo sabían todos. Los jugadores, al fin y al cabo, eran como los yonkies. Una vez que se pegan el chute, ya no quieren pagar y empiezan a hacerse los remolones. Entonces se buscan otro sitio donde poder gastarse el dinero.
La mayoría de los corredores se cobraban ese tipo de deudas tomando cualquier cosa a cambio, o rindiéndosela a otro, dejando que el apostador tuviera la oportunidad de encontrarse con algún otro lunático que viniera después de ellos. Pat había comprado en alguna ocasión una deuda, siempre por hacer un favor, pero siempre las cobraba con suma rapidez y eficiencia.
Pat asumió que Jamie debería haber ocasionado algún desastre. Puesto que nadie se había llevado el dinero, lo más probable es que hubiese sido un ajuste de cuentas o que alguien hubiese decidido que más valía la pena quitárselo de en medio de una vez por todas.
En cualquier caso, Pat no estaba demasiado preocupado. No tenía nada que ver con él, además de que tenía la certeza de que tarde o temprano sabría la razón. Lo lamentaba, por supuesto, ya que Jamie era un buen tipo, y quien lo hubiera hecho ya se podía dar por muerto porque Jamie les pagaba por recibir protección, lo que constituía un doble insulto. ¿Qué clase de publicidad sería ésa para su empresa? Obviamente, alguien tenía que pagar por esto. Sin embargo, si era una deuda privada, ellos no se entrometerían. Por ese motivo, esperaría hasta saber los detalles y entonces ya vería.
Sin embargo, la muerte de Terry a las pocas horas de la de Jamie le daba una perspectiva diferente al asunto. Era un asunto personal, Pat apostaría que así era, aunque la ironía de una idea semejante casi le hizo sonreír. No obstante, seguía sin estar demasiado preocupado, ya que estaba seguro de que nadie pondría en duda su posición. Debía de haber una explicación lógica, de eso estaba seguro. Necesitaba ver a Dicky para averiguar qué sabía al respecto. El joven Terry probablemente habría muerto por haberse metido en algún trapicheo personal.
Un escalofrío le recorrió el cuerpo y pidió un brandy largo para contrarrestarlo. Repentinamente, se sintió muy incómodo. La paranoia iba pareja con el asunto del territorio, ya que, desde el momento que se hizo con él, supo que tendría que estar alerta. «Cuando el río suena, agua lleva.» Él sabía que, después de todo, su forma de ganarse la vida siempre traía problemas. Sin embargo, tenía el presentimiento de que aquél no era un problema normal y ordinario, sino un verdadero problema, un problema muy serio.
Nadie que pudiera estar observando a Patrick podría imaginar lo que pensaba ni en un millón de años. Parecía relajado y sumamente despreocupado. Como un político al que hubieran sorprendido con la polla en la mano y el hijo de un amigo desnudo a su lado, debía afrontarlo. Nadie que pudiera estar observándole lo vio cuestionar o cavilar sobre lo ocurrido. Se limitaba a escuchar las atrocidades que habían sucedido aquella tarde, lo mismo que ellos. Lo estaba encarando bien, pero también observaba cuidadosamente a todos los que tenía a su alrededor por si estuvieran involucrados, por si algo le resultaba sospechoso o le daba malas vibraciones.
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