Martina Cole - Más cerca

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A los amigos hay que tenerlos cerca; a los enemigos, muy cerca; y a la familia, aún más cerca. Lily Diamond, una joven que ha crecido en un medio difícil, se une a Patrick Brodie, un cabecilla del hampa local que lleva sus «negocios» con mano de hierro. Juntos formarán uno de los clanes más poderosos de los ambientes turbios del East End londinense. Tienen cinco hijos, a los que pretenden darles todo lo que ellos no tuvieron, sin importarles la forma de conseguirlo. La vida parece sonreírles cuando Patrick es asesinado por una banda rival. Con todo perdido, desamparada en un mundo peligroso en el que no se puede confiar en nadie, Lily tendrá que sacar adelante a su clan. Más cerca es una novela sobre los ambientes arrabaleros del Londres cada vez más mestizo de los años setenta. Un periodo de mutaciones en el que los viejos negocios del hampa (juego, prostitución…) van dejando paso al más rentable mundo de las drogas que se abre paso a borbotones de sangre.

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Eileen estaba trasladando sus cosas y Kathleen parecía contenta, por lo que no había razón para que se sintiese mal. De hecho, parecía hasta complacida.

– ¿Pero te sentarás a mi lado cuando me vaya a dormir?

Eileen sonrió.

– Por supuesto que sí. Y si te pones nerviosa, hasta me quedaré a pasar la noche. Yo no me voy a ir a ningún sitio, sólo a otra habitación.

– ¿Sigues saliendo con ese chico, Eileen?

Cogió un puñado de jerséis de la cómoda que estaba al lado de la cama y, dándose la vuelta para mirar a su hermana, asintió con la cabeza.

Kathleen empezó a reírse de nuevo y Eileen le hizo señas para que se callara. Aunque sabía que Kathleen no diría nada, temía que alguno de sus hermanos pequeños oyera algo y lo dijera.

Lance estaba haciendo las maletas y estaba triste por él, aunque, por otro lado, también se alegraba de irse. Su madre al menos sería más feliz.

– ¿Estarás bien, Kath, si se marcha Lance?

– Por supuesto que sí. La abuela Annie estará más que contenta, ¿no es verdad?

– Supongo. Mamá te ha dejado una chocolatina en la nevera. ¿Quieres que te la traiga?

– No, cómetela tú o dásela a los niños.

– Tienes que comer algo, Kath. Estás escuálida.

Kath encendió otro cigarrillo y volvió a acercarse a la ventana para mirar a través de ella. Eileen se dio cuenta de que no volvería a hablar en mucho tiempo.

Se refería a ellos, por supuesto, ya que de nuevo empezó a musitar palabras a no se sabe quién. Eileen se preguntó, por millonésima vez, por qué la muerte de su padre le había afectado tanto a su hermana y no a ella. En cierta ocasión había oído a Janie comentarle a alguien que las gemelas, Kathleen y ella, intentaron abrazar el cuerpo de su padre cuando estaba todo ensangrentado. Ella no podía recordarlo. Lo único que recordaba eran los gritos y a Lance sentado en las escaleras en ropa interior. A veces incluso se preguntaba si sólo eran imaginaciones suyas.

Capítulo 28

– ¿Te encuentras bien, mamá? -preguntó Eileen con voz suave y muy preocupada.

Lil estaba muy pálida y llevaba tendida en el sofá dos días, algo inusual en ella.

– Estoy cansada, muy cansada -respondió-, aunque no me siento enferma.

– Ve al médico, por lo que más quieras -gritó Annie desde la cocina.

– Mañana iré. Hija, estás muy guapa.

Eileen estaba realmente atractiva y, mientras le cepillaba el pelo, Lil se dio cuenta de lo bonitas que eran las gemelas. Hasta la pobre Kathleen, que no se ponía maquillaje ni se cuidaba, seguía siendo sumamente guapa.

Al extender el brazo para coger un cigarrillo, notó un pinchazo debajo del brazo. Fue un dolor agudo que le dejó sin aliento por unos instantes.

– Llama a Pat y dile que aún no me encuentro bien para ir al trabajo, ¿quieres, hija?

Colleen entró a toda prisa en la habitación y dijo alegremente:

– Yo lo hago. ¿Puedo ir al Wimpy con Lance?

– Por supuesto que sí. Y llévate a Shawn si quieres.

Al oír su nombre Shawn abrió los ojos, bostezó y sonrió a las mujeres de su vida.

– ¿Te importaría vestirle? -preguntó Lil.

Colleen cogió al niño y salió con él alegremente.

Pat entró en ese momento y, después de sonreírle a todos, dijo:

– Mañana tienes cita con el médico en la calle Harley. Te va a hacer una revisión completa, ¿de acuerdo?

– No seas tonto. Sólo estoy cansada.

Pat estaba arrodillado y dándole a Shawn un paquete de gominolas. Respondió con voz tan firme que no admitía discusión alguna:

– Vas a ir, ¿de acuerdo? Y no se hable más.

Lil se echó en el sofá, sintiéndose peor que nunca.

– ¿Qué pasa contigo, Lance? ¿Qué te anda rondando por la cabeza?

Los dos hombres se rieron mientras recorrían el camino de entrada hasta una gran casa situada en Chigwell. La cancela la había abierto Lance con ayuda de un corta cadenas. El camino era de chinarros, por lo que sus pasos alertaron al propietario de su presencia. Abrió la puerta principal con un bate de béisbol en la mano y un cuchillo de carnicero en la otra.

– Eso no es muy galante, ¿verdad que no? -dijo.

El hombre sonreía, pero los dos hombres se dieron cuenta de que estaba asustado, ya que le caía el sudor por la cara y le temblaba el cuchillo.

– Idos a tomar por culo. Aquí no vais a entrar.

– Creo que te equivocas -dijo Lance-. Vamos a entrar y vamos a coger algunas cosas. Y una de ellas son tus huevos, si no te quitas de en medio.

Lance sacó una recortada de debajo del abrigo. La cargó sobre su rodilla y luego, acercándosela hasta el mentón, le apuntó al hombre en la entrepierna.

– Me parece que una recortada tiene ventaja sobre cualquier cuchillo, ¿no te parece Donny?

Donny Barker asintió, como si hubiese reflexionado seriamente sobre la pregunta. Luego respondió con voz más afable:

– Sin duda. Ahora si no te importa tenemos que llegar a un arreglo. O nos das el dinero o nos llevaremos algo.

El hombre sacudía la cabeza. Era calvo, con los ojos negros y pequeños y unos labios excesivamente grandes; no tenía ni el más mínimo atractivo. Su esposa, sin embargo, era una mujer imponente, como solía comentarle a todo aquel que le escuchase. Afortunadamente, sus hijos habían salido a ella. Era esa esposa y esos hijos a quienes trataba de proteger en ese momento.

– No tengo el dinero. ¿Cuántas veces tengo de decirlo? Os lo devolveré en cuanto pueda.

Lance avanzó hasta donde estaba, sin dejar de apuntarle con la recortada. Empujó al hombre dentro del vestíbulo y luego al interior de la cocina.

Era una casa realmente bonita y Lance y Donny estaban estimando mentalmente el precio de los objetos que había en su interior.

– Pon el cuchillo y el bate sobre la encimera y aléjate de ellos -dijo Lance.

El hombre obedeció. Donny los recogió y los observó como si fuesen los objetos más interesantes que hubiera visto en la vida.

– El cuchillo está muy afilado. Podías haberle hecho daño a cualquiera con él.

Donny miró a Lance sonriéndole y éste asintió.

– Se puede sacar un ojo fácilmente o cortarle unos cuantos dedos a alguien con él.

El hombre estaba pálido y los ojos le parpadeaban de nerviosismo. Sabía que el hombre andaba pensando en cómo saldría de ésa y ganar tiempo para buscar el dinero y solventar ese asunto definitivamente. Lance sabía que guardaba una pequeña fortuna en una caja de seguridad, lo que no sabía era dónde se podía encontrar dentro de esa gran mansión hipotecada. Los coches, todo lo que tenía o bien era alquilado o comprado a base de sacarle dinero a las prostitutas. Era como otros muchos con los que tenía que bregar a diario; es decir, todo estampa, fachada y nada más que fachada. Vivían por encima de sus medios y no entendía para qué. A Lance jamás le había entrado eso en la cabeza. ¿Para que un grupo de amigos supieran que tenías un buen coche y una buena casa? Pues vaya timo. Ahora se estaba jugando su última baza y ninguno de ellos acudía para ayudarle.

– Ahora nos debes el dinero a nosotros -dijo Lance-. Hemos comprado la deuda y nosotros somos como los Mounties [14], siempre cazamos a nuestro hombre.

– Escucha, puedo devolverte el dinero ahora mismo…

Lance sonrió.

– ¿Puedes dármelo antes de que venga tu mujer con los niños? Su lección de baile habrá acabado y sería una lástima que tuvieran que presenciar esto.

Donny asintió de nuevo. Tenía un horrible gesto de mofa dibujado en la cara.

– Pobrecillos. Mira que si tienen que presenciar este espectáculo. Veo que se le da bien eso del baile, ¿no es verdad?

Pasó una uña con la manicura muy bien hecha por el filo del cuchillo.

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