Gregg Hurwitz - Cuenta Atrás

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Latinoamérica es víctima de constantes desastes ecológicos: los rayos solares que atraviesan los agujeros de la capa ozono pueden quemar la piel humana en cuestión de minutos, muentras que los terremotos y los huracanes están a la orden del día. Un grupo de investigadores es enviado a una isla de las Galápagos con el objetivo de instalar unos detectores de actividad sísmica que permitan prevenir futuros seísmos y paliar de algún modo sus devastadores efectos. Como refuerzo y protección, les acompaña un equipo de soldados de la marina estadounidense.

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– No son suficientemente largas -dijo, señalándolas-. Vamos a necesitar una más.

– Una mierda, no son suficientemente largas -dijo Justin-. Son suficientemente largas.

Szabla se acercó y levantó una gruesa rama. Miró a Justin con la rama levantada horizontalmente por encima del agujero, con los músculos contraídos.

– Agarra el otro extremo, Ka tes.

En el extremo opuesto, Justin sujetó la rama y la hizo descender hasta la boca del agujero. Con un cuidado extremo, Szabla bajó el otro extremo que, por dos centímetros, no llegó a cubrir el agujero. Lanzó la rama a un lado.

– Que le den por el culo -dijo-. Quizá sólo necesitemos cinco.

Saltó al interior del agujero y depositó el TNT en el suelo, justo en medio. El cable subía por la pared y llegaba hasta el detonador, que se encontraba a un metro y medio del agujero. Szabla trepó por la cuerda de nudos.

Savage hizo unas profundas muescas en medio de las ramas para asegurarse de que se romperían bajo el peso de la mantis. Luego las colocó tapando el agujero y las cubrió con las hojas. Un extremo del agujero quedaba al descubierto, mostrando la oscuridad de debajo.

– Necesitamos otra rama -dijo Savage.

Tank le dio unos golpecitos en el hombro a Cameron e indicó el bosque con un movimiento de cabeza.

– Muy bien -dijo Cameron-. Ahora mismo volvemos.

– Yo voy en tu lugar -dijo Justin.

– No, no pasa nada. Nosotros lo hacemos.

Justin iba a protestar, pero Cameron levantó una ceja y le hizo callar. Cameron se agachó y tomó el cerrojo del frigorífico que estaba en el suelo. Era una barra de por lo menos trece kilos, pero la llevaba como un bate de plástico, golpeándose la palma de la mano con él.

Caminaron en silencio hasta el final del campo. Cameron iba observando el bosque con la esperanza de ver el extremo de alguna rama caída sobresaliendo de las hojas del suelo, pero no vio nada. En el suelo sólo había montones de hojas, ramitas y unas cuantas pieles de naranja podridas. Detrás de los troncos de los árboles, el bosque se sumía en la oscuridad. Se oía el eco de seres vivos en el vacío.

Cameron había aprendido que el bosque nunca estaba silencioso. El parloteo de los pájaros, el goteo de la lluvia, el susurro de una rata que huye; pero nunca silencio. Incluso el aire parecía estar vivo, moverse, percibir y susurrar a su alrededor.

– Tendremos que adentrarnos más -dijo-. No veo ninguna aquí.

Tank levantó el cerrojo que llevaba apoyado en el hombro agarrándolo por un extremo, como una porra. En comparación, la lanceta que Cameron llevaba parecía endeble.

Cameron se introdujo en la oscuridad; Tank la siguió de cerca.

La niebla se transformó en lluvia de nuevo; la oyeron caer sobre las copas de los árboles. Las gotas se escurrían por las hojas, que se doblaban bajo su peso, hasta precipitarse hacia el suelo. En algunos claros, el agua caía en cascada a su alrededor.

– Dame una ventaja de seis pasos -susurró con fuerza Cameron. Tuvo que levantar la voz: el sonido de la lluvia se amplificaba bajo las copas de los árboles.

La fuerza de la lluvia aumentó tanto que parecía que estuvieran bajo fuego enemigo. A pesar de su envergadura, Tank era increíblemente ágil y se movía por el sotobosque con la facilidad de un ciervo. Cameron tuvo que darse la vuelta para asegurarse de que la seguía. Si se hubiera tratado de Derek, ella habría sabido dónde se encontraba en todo momento. No habría tenido que comprobar su posición ni que indicarle la dirección. Tank era excelente, pero Derek era el mejor. Derek era como una parte de sí misma.

La imagen del bebé deformado de Floreana se abrió paso en la mente de Cameron. Se sintió los dedos temblorosos y cerró la mano en un puño con tanta fuerza que las uñas se le clavaron en las palmas de las manos. Abrió la mano pero los dedos todavía le temblaban, así que se dio una bofetada a sí misma en la cara, con fuerza. Tank vio que se detenía, oyó la bofetada y esperó sin preguntar a que se pusiera en marcha de nuevo.

Cameron avanzó despacio, esforzándose para vaciar la mente. Ya habría tiempo para el duelo, esperaba, de Derek y de otras cosas perdidas. No era el momento de languidecer de pena ni de flaquear de horror. Cameron se había entrenado precisamente para no condolerse ni sentir pena, para no empequeñecerse en los momentos más difíciles. Ya había permitido que la debilidad de esos sentimientos la traspasaran. Y en aquel momento, mientras avanzaba a través del bosque y se abría paso con los brazos, el pecho y el rostro, se juró que no volvería a suceder.

A medida que avanzaba, iba levantando montones de hojas con los pies para ver si debajo encontraba alguna rama. Necesitaban sólo una rama: una más y la trampa estaría a punto.

Un rayo de luz iluminaba un pequeño claro delante de ella, vio una rama grande atravesar el fecundo suelo como una serpiente nudosa. Gruesa y retorcida, estaba un poco abombada por la mitad y uno de los extremos estaba seco por la luz del sol. Estaba en medio de un montón de fragmentos de corteza.

Cameron levantó la mano, chasqueó los dedos y señaló. Tank se quedó un poco atrás para vigilar por detrás. Cameron se asustó cuando penetró en el claro. Tantos años de realizar operaciones la habían acostumbrado a los francotiradores. No le gustaba salir al descubierto, fuera cual fuera la circunstancia.

Levantó la cabeza hacia las copas de los árboles e imaginó la cabeza de la criatura balanceándose de arriba abajo entre las ramas más altas. Los troncos se levantaban hacia la oscuridad, cubiertos de hormigas, sombríos, pero sin ningún peligro.

Cameron notó que los hombros se le relajaban mientras penetraba en el claro. Dio un rodeo a la rama observando entre los árboles de alrededor y luego se acercó a ella de espaldas hasta que la sintió en sus pies. Pasó una pierna por encima y la rama quedó entre los dos pies. Bajó la vista rápidamente y, aliviada, se dio cuenta de que era lo suficientemente larga para cubrir el agujero. Sin quitar los ojos del bosque, se agachó y la agarró.

En el mismo instante en que tocó la corteza de la rama, la lluvia cesó. No lo hizo progresivamente, sino que cesó de súbito y por completo. Cameron se dio cuenta de que había estado respirando muy fuerte. Había empezado a hacerlo cuando sintió la lluvia sobre los hombros.

Dejó los dedos quietos sobre la rama. Una vez que la lluvia había cesado, el bosque estaba extrañamente silencioso. Pensó que ese silencio habría debido facilitarle cierta claridad de pensamiento, pero no era así. Algo gorjeó allí cerca, entre las hojas.

De cuclillas, Cameron se quedó paralizada. Los árboles, de distinto tamaño, la rodeaban: algunos troncos subían más allá de las copas de los árboles, otros expandían sus primeras ramas a la vista y otros eran delgados y rectos, como postes telefónicos.

Cameron tenía cada vez una sensación mayor de que algo iba mal, aunque no podía saber qué. Respirando con dificultad, observó los árboles a su alrededor y el denso follaje que se rizaba desde el suelo. También se fijó en la rama que tenía debajo de la mano. Pero todo parecía estar en orden. Cuando se incorporó, ambas rodillas le crujieron con fuerza al mismo tiempo.

Buscó a Tank con la mirada y éste le hizo un austero gesto levantando el pulgar. Todo estaba en su sitio detrás de ellos.

Cameron dio unos pasos en dirección al extremo más alejado del claro, empuñando la lanceta como si fuera un sable. Se detuvo en el lindero y apoyó un brazo contra el tronco que tenía más cerca. Sintió la suavidad de la corteza a través de la manga de la camisa. Intentó distinguir algo en la oscuridad de detrás de los árboles, pero no pudo. Sintió las piernas tensas, como si algo tuviera que caerle encima de repente.

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