Justin asintió con la cabeza como diciendo «Adelante».
La mano de Tank era grande y cálida; envolvió la suya con facilidad. Cameron se inclinó, entre los dos hombres, y se permitió sentirse tranquila y a salvo, aunque fuera sólo por un momento.
Tank apartó la mano y los tres se quedaron en silencio otra vez. Los piqueros patiazules se zambullían en las aguas y volvían a salir a la superficie. Los ostreros blanquinegros saltaban por la costa rocosa, con sus picos de un rojo brillante y sus ojos amarillos, que contrastaban con la oscura lava.
– En otra vida -dijo Tank-, esto sería un lugar bonito.
Se apoyó en las manos. Se le veía la piel del cuero cabelludo enrojecida a través del pelo fino.
Cameron apartó la mirada de la impresionante vista y observó la lanceta que tenía al lado, impregnada todavía, en un extremo, de los fluidos de la larva.
– Sí -dijo-, lo sería.
El cielo perdió rápidamente el color. Derek murmuraba en sueños y dormía a ratos con la cabeza sobre las hojas blandas del suelo. Se encontraba de nuevo en el exterior de su casa, durante La Noche, y sentía las piernas débiles. Sabía que algo andaba mal. La casa parecía una iglesia, una iglesia diabólica.
El pánico se le había instalado en las tripas y se las atenazaba como una pinza, pero luchó contra él para no perder la cabeza. No sintió la puerta de entrada caliente al tacto, no tanto como imaginó que lo estaría. Se abrió lentamente, sin chirriar, y vio un ataúd al fondo. Consiguió pronunciar el nombre de su esposa una vez, y luego, otra. Ella respondió en un tono ligero y disciplente, como de seda flotando al viento.
– Aquí dentro -le dijo.
La voz parecía proceder del comedor.
Derek avanzó con dificultad por la cocina, tropezó con una silla y tuvo que sujetarse en la encimera para recuperar el equilibrio. El porta-cuchillos estaba tumbado y donde debía haber estado el cuchillo más grande sólo había una hendedura negra.
Se detuvo a poca distancia de la puerta del comedor y luego reanudó la marcha, lenta, arrastrando los pies, esforzándose por respirar, sintiendo un peso en el pecho y el rostro encendido.
Vio a Jacqueline de pie en un extremo de la mesa, como una alta sacerdotisa frente a un altar, un fantasma envuelto por el borroso vuelo del camisón. Las cortinas, detrás de ella, se hinchaban por la brisa nocturna. Vio la mancha de sangre en la mejilla de Jacqueline. Vio la pequeña y fláccida pierna, el arco que dibujaban los minúsculos dedos blandos como masa de pan encima del palisandro laqueado: cuatro lunas crecientes. Sintió el latido del corazón en las sienes, en las manos, en los ojos. La miró: estaba transfigurada, sin percibir nada. Derek sabía lo que iba a decir antes de que moviera los labios, antes de oír las palabras.
– Ningún bicho -murmuró.
De repente, Derek estaba gritando y retrocediendo en el bosque, a cuatro patas, arañándose la cara contra los matorrales y apartando a manotazos la tela de araña de los recuerdos. Se dio un golpe contra un árbol antes de darse cuenta de dónde estaba: en un pequeño anillo de Scalesias, en Sangre de Dios.
La respiración se le cortó en el pecho al ver esa cosa tejida entre los dos árboles que tenía enfrente. Una crisálida. De un metro y medio de altura, cilíndrica y con estrías horizontales, el capullo tenía un color beis apagado. Una sustancia pegajosa recorría los troncos de arriba abajo, a cada lado de él, y fijaba el capullo a él. Estaba más abultado en el centro, como una bolsa que contuviera un cuerpo.
Latía.
Derek intentó gatear hacia atrás y volvió a golpearse contra el árbol que tenía detrás. Se puso de pie y observó el capullo con horror e incredulidad. Intentó decir algo pero le temblaban los labios.
El capullo parecía flotar en las sombras, enmarcado por los oscuros árboles que se levantaban a su alrededor. Tenía una apariencia casi sagrada, con el círculo de musgo alrededor como el ábside de una catedral. Derek se sintió igual que de niño, durante su confirmación, cuando los familiares que lo rodeaban tenían la mirada puesta en él. En esos momentos pensó que él debía de ser algo sagrado para ellos, tantos adultos mirándole, con su traje demasiado ajustado.
Derek cayó al suelo de rodillas y movió las piernas desesperadamente para alejarse hacia el bosque. Sintió las mejillas mojadas y se dio cuenta de que estaba llorando, aunque no sabía bien por qué.
Oyó un crujido sordo que provenía del capullo.
Inclinó la cabeza hacia el hombro. Tuvo que intentarlo tres veces para conseguir hablar.
– Cameron -balbuceó, finalmente-. Canal principal.
Cameron se encontraba en la vesícula de aire cuando oyó la voz de Derek. Tank estaba cavando como una excavadora para sacar las rocas del fondo. Todos estaban trabajando a la luz de unas improvisadas antorchas que Justin había clavado en el suelo, en los bordes del agujero.
– ¿Sí? -contestó-. ¿Derek? ¿Derek?
– ¿Estás en línea privada? Ponte en línea privada.
Cameron lanzó la pala a un lado y trepó fuera del agujero con una cuerda de nudos que habían asegurado arriba. Lo hizo con cuidado para no desprender más rocas con los pies. Notó la mirada de enfado de Szabla mientras corría hacia el campamento, y sabía que posiblemente también Justin estaba preocupado, pero le debía esto, por lo menos, a Derek. Corrió hasta que se alejó lo suficiente de los demás y se detuvo. Apoyó las manos en las rodillas mientras recuperaba la respiración. Por un momento creyó que se había cortado la comunicación, pero luego se dio cuenta de que ese sonido que oía era Derek, llorando.
– Derek -dijo-. ¿Qué sucede?
Derek se enjuagó los ojos y miró el capullo. En esos momentos se movía mucho y podía apreciarse que algo se removía dentro de él. Crujía con cada movimiento.
Cameron intentó tener paciencia, pero la voz la traicionó. Oyó un sonido de fondo, como el crujido de un puente.
– Derek, ¿qué está ocurriendo ahí?
Una imagen le cruzó por la mente: cuatro diminutos dedos sin vida curvados encima del palisandro laqueado.
– Ha sido culpa mía, Cam -dijo-. Tendría que haber sabido que ocurriría.
– ¿Qué pasa ahí, Derek? ¿Qué está sucediendo?
– No lo sé. Creo… que está cambiando.
– ¿Hay un capullo? -El no respondió, así que Cameron continuó-: Derek, escúchame con mucha atención. Busca una rama, una roca, lo que sea. Tienes que protegerte. Ya viste lo que Savage trajo al campamento.
Abrumado por la pena y el cansancio, Derek registró la zona buscando una rama adecuada. Al final encontró una. Era un poco más gruesa de lo que quería, pero todavía la podía levantar con las manos y hacerla oscilar con fuerza.
Se puso en pie y agarró la rama con fuerza, buscando en sí la rabia. Dio un paso hacia delante y levantó la rama por encima de la cabeza, pero de repente se sintió débil y con náuseas. Se puso en cuclillas, con la cabeza gacha, como si suplicase. Los hombros le temblaban a cada sollozo.
– Es sólo un bebé, Cam -dijo-. Es sólo un bebé.
Cameron miró frenéticamente hacia el bosque. En algún lugar de esa mancha oscura de árboles tenía lugar aquello, y ella era incapaz de hacer nada al respecto.
– Derek, escúchame. Como no apartes esas tonterías de la cabeza ahora mismo, vamos a estar todos metidos en un jodidísimo problema. Así que arriba. ¡Hazlo!
Derek se puso de pie con torpeza y avanzó hacia el capullo. Éste se balanceaba y se retorcía, algo golpeaba desde dentro. Levantó la rama como si fuera un bate de béisbol, doblando los brazos y girando los hombros, y puso toda su energía en el golpe. Éste cayó en el costado del capullo y lo hizo balancear entre los árboles. Era duro y mucho más compacto de lo que había creído. Estaba levantando la rama de nuevo cuando un sonido de rasgadura llenó el silencio. Se había abierto un corte de arriba abajo en el capullo.
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