Gregg Hurwitz - Cuenta Atrás

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Latinoamérica es víctima de constantes desastes ecológicos: los rayos solares que atraviesan los agujeros de la capa ozono pueden quemar la piel humana en cuestión de minutos, muentras que los terremotos y los huracanes están a la orden del día. Un grupo de investigadores es enviado a una isla de las Galápagos con el objetivo de instalar unos detectores de actividad sísmica que permitan prevenir futuros seísmos y paliar de algún modo sus devastadores efectos. Como refuerzo y protección, les acompaña un equipo de soldados de la marina estadounidense.

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– Está saliendo -dijo. Dio un paso hacia atrás, horrorizado-. Dios mío.

– Corre, Derek. Es demasiado tarde: tendremos que encargarnos de él más tarde. Saca el culo de ahí. Vuelve a la base. ¡Corre!

Derek luchó contra la debilidad que sentía. Cerró los ojos y sintió que la rabia volvía a él poco a poco, notó sus instintos de soldado en el corazón. Cuando volvió a abrirlos, el mundo le pareció enfocado.

– ¿Y dejar que lo paguen los demás? -dijo, la voz apagada por los mocos y las lágrimas. Negó con la cabeza-. No de nuevo.

Desconectó el transmisor mientras Cameron chillaba.

Los demás corrieron hacia ella desde el agujero, Justin a la cabeza. Cameron todavía estaba chillando cuando llegaron hasta ella y, entonces, se calló. Se quedaron a su alrededor, expectantes. Había un silencio imposible.

Derek vio que una cabeza aparecía por la grieta y la abría como si fuera un melón. Del rostro de la mantis colgaban tiras de seda endurecida. Poco a poco, fue saliendo. La nueva cabeza era todo unas fauces abiertas: mandíbulas serradas, labro enorme, maxilares temblorosos. El rostro se movía incesantemente.

Derek le dio un golpe en la cabeza con la rama.

El cuerpo siguió el movimiento de la temible cabeza. En primer lugar un par de patas quebradizas, luego el tórax, luego el abultado abdomen. La mantis emergía del capullo blanco como un ave fénix que se levantaba. La cabeza encima de un cuello alto y delgado, el cuello rodeado de un tenebroso collar de seda endurecida. Se puso sobre las patas, insegura, y luego se sacudió como un perro mojado para liberar las patas de la sustancia pegajosa y acabar de salir.

Parecía inconcebible que la larva se hubiera metamorfoseado en una cosa tan grande y terrible. La mantis todavía se expandía más, como un pollo que se hincha después de romper el huevo. Derek se precipitó hacia delante y le dio un sólido golpe en la espalda, pero el ala no se rompió. Fue a darle al cuello, pero la mantis se apartó y solamente le pudo golpear el acorazado tórax. Derek corrió fuera de su alcance antes de que el animal pudiera verle con claridad.

La mantis cerró varias veces las patas de presa en el aire, como trampas de acero. Se acercó a él, dejando el capullo detrás, colgado de los árboles.

Cuando bajó las patas delanteras, Derek se precipitó hacia delante y le golpeó la cabeza varias veces. Aquello pareció confundirla y evitó que se lanzara al ataque. A veces golpeándola en la cabeza, a veces en el tórax, Derek mantuvo su asalto mientras la mantis se adaptaba al nuevo cuerpo y al ataque. Finalmente, levantó una pata delantera y paró un golpe. La rama se rompió. Derek lanzó el trozo que le quedaba contra ella con los brazos doloridos.

La mantis se incorporó por encima de él despidiendo un olor fétido. Derek miró los dos ojos negros como lagos oscuros. El animal abrió un poco las mandíbulas mientras apartaba las patas de presa. En la quietud de antes del ataque, Derek casi trepó por la mantis en un remolino de puñetazos y codazos.

Los soldados estaban alrededor de Cameron entre la oscura hierba. La luz distante de las antorchas bailaba encima de los rasgos ensombrecidos de sus rostros, como halos infernales. Cameron estaba temblando de pies a cabeza, aunque no era más que frío, y cruzó los brazos para dejar de temblar. Abrió la boca para hablar, pero también le temblaba la mandíbula, así que la cerró.

Se quedaron en silencio, esperando algo, aunque ninguno sabía qué.

De la oscuridad del bosque les llegó el eco de un grito paralizante. Los envolvió una vez, otra, y luego desapareció, dejando solamente el susurro de la hierba bajo el viento.

62

Samantha no podía recordar la última vez que había dormido. A pesar de la continua actividad de la improvisada estación situada al otro lado de la puerta de emergencia, dormitó un poco con la frente apoyada en la ventana. Donald llegó hasta ella, divertido, y dio unos golpecitos en el vidrio. Ella se despertó, sobresaltada.

– Yo no lo hice -dijo.

Donald rió mientras se subía las mangas de la camisa.

– Creo que hemos comunicado las complicaciones medioambientales y médicas a tus superiores de forma bastante admirable.

– Es la primera vez que ofrezco mi testimonio a través de una ventana.

– Me alivia que Rex y Diego hayan salido de la isla. -Donald se arrugó la camisa con la mano y se entretuvo admirando las arrugas que había formado-. Espero que los demás estén bien. -Juntó los labios con fuerza, evidenciando la barba blanca-. Un grupo valiente.

– Me gusta esa Cameron -dijo Samantha-. Lista y firme. Así es como quiero ser cuando crezca.

Oyeron las pisadas que anunciaban la llegada del coronel Douglas Strickland y cuando miraron, Samantha se sorprendió al ver que iba acompañado por el secretario de la Armada, Andrew Benneton. De vuelta de una reunión del subcomité del Senado, Benneton llevaba traje elegante y bien cortado. Donald se puso de pie, nervioso, jugando con los dedos en el respaldo de la silla.

Los hombres se dieron la mano y Benneton saludó a Samantha con la cabeza.

– Me alegro de saber que Rex está a salvo -dijo Benneton-. Vamos a poder sacar al resto de la escuadra de la isla dentro de poco más de veinticuatro horas.

– ¿Qué hay del ataque aéreo? -preguntó Donald-. ¿Está cancelado?

Benneton negó con la cabeza con expresión triste.

– Lo siento, Donald, pero el equipo de aquí cree que no se puede correr el riesgo de que el virus Darwin se extienda.

Samantha golpeó ligeramente la cabeza contra el vidrio.

– «El equipo de aquí.» Yo he entrenado a la mitad del maldito «equipo de aquí».

– Tan pronto como el rescate de la escuadra haya finalizado, vamos a mandar un B1 desde Baltra. Bomba de neutrones -dijo Strickland. El tono era de suficiencia, casi de orgullo. Se quitó la boina y se la colocó debajo del brazo, apretándola con el codo contra el costado del cuerpo-. Hemos recibido la aprobación de Naciones Unidas esta mañana.

– Vaya sorpresa -murmuró Samantha.

Donald, con las piernas temblorosas, se sentó.

– Una bomba de neutrones. Eso va a matar toda vida terrestre en la isla. Va ha hacer hervir todas las aguas de alrededor y va a provocar una enorme ola. Todo lo que haya en muchos kilómetros… muerto.

Strickland se pasó la lengua por los labios.

– Ése es el tema, doctor.

Benneton apartó la vista, por el tono de Strickland. Samantha intuyó que no había ninguna historia de amor entre los dos.

– Andrew -dijo Donald-. Si pudieras comunicar que el reservorio del virus ha sido exterminado, y que las aguas de la isla ya no están infectadas, ¿estarías dispuesto a cancelar el ataque aéreo?

– ¿Puedes comunicarme una cosa así?

– No -dijo Donald-. No, todavía. Pero Rex y el director en funciones de la Estación Darwin, el doctor Diego Rodríguez, se dirigen hacia la Estación para llevar a cabo pruebas de muestras de agua en estos momentos, y tengo entendido que los soldados están dando caza a los reservorios del virus que quedan.

Strickland negó con la cabeza.

– Creo que esto no aporta base suficiente para…

– Doctora Everett -la interrumpió Benneton-, ¿cree que habremos llegado a un estado de seguridad razonable si conseguimos esos objetivos?

– Sí -dijo Samantha-. Por supuesto, no sabemos cuándo puede reaparecer este virus, pero si las aguas de Sangre de Dios no están contaminadas y si los reservorios son exterminados, eso nos ofrece todas las garantías que podemos esperar. -Echó un vistazo a Strickland-. Por supuesto, tantas como las que nos ofrecería un bombardeo.

Benneton dejó que esto se asentara.

– Dada nuestra actual falta de fuerzas humanas, ¿cómo podemos vigilar la isla ante una eventual reaparición?

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