Gregg Hurwitz - Cuenta Atrás

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Latinoamérica es víctima de constantes desastes ecológicos: los rayos solares que atraviesan los agujeros de la capa ozono pueden quemar la piel humana en cuestión de minutos, muentras que los terremotos y los huracanes están a la orden del día. Un grupo de investigadores es enviado a una isla de las Galápagos con el objetivo de instalar unos detectores de actividad sísmica que permitan prevenir futuros seísmos y paliar de algún modo sus devastadores efectos. Como refuerzo y protección, les acompaña un equipo de soldados de la marina estadounidense.

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– ¡Van a ceder! -dijo Savage-. ¡Sal de ahí!

– Todavía no -susurró Szabla-. Todavía no.

La mantis dobló las patas de presa sobre el pecho, a punto para lanzarlas hacia delante. Las filas de púas encajaban a la percepción, como los dientes de un engranaje. La criatura dio otro paso hacia delante y se colocó directamente encima de los explosivos. Con una expresión extrañamente tranquila, empezó a oscilar de un lado a otro.

Una de las ramas crujió y la mantis se hundió unos centímetros, pero todavía no cedía del todo.

– ¡Es perfecto! -gritó Savage-. ¡Sal antes de que caiga!

Szabla se volvió para saltar, pero la última rama rodó bajo su pie y, en un momento terrorífico, Szabla sintió que volaba. Levantó los brazos al caer y vio la barba de Savage, borrosa, antes de ir a dar al fondo del agujero.

Cayó al suelo de espaldas y se rompió un codo con el golpe. Sintió el dolor intenso en los hombros y en la rabadilla. Se mordió para no gritar, decidida a no hacer ningún ruido. La tierra olía a fango y a podrido. Estaba todo asombrosamente oscuro, pero pudo ver unos destellos de la luz de la antorcha entre el tejido de las ramas, encima de su cabeza, que se proyectaban sobre sus brazos y su rostro como cortantes rayos dorados. A poca distancia distinguió la cinta roja que envolvía el TNT. Un helecho roto le hacía cosquillas en la mejilla.

Encima del tejido de ramas había una mancha oscura, el vientre de la criatura. Las ramas empezaron a combarse bajo el peso y entonces una de ellas crujió y quedó sostenida sólo por la corteza. Una lluvia de tierra cayó encima de Szabla desde ambos lados: los extremos de las ramas empezaron a cavar unos surcos en las paredes del agujero y, entonces, toda la estructura cedió.

Con un crujido muy fuerte, las ramas se rompieron y Szabla rodó contra la pared más alejada. Llenó el aire una explosión de cortezas, hojas y tierra, que quedaron suspendidas incluso cuando las ramas llegaron al suelo.

Szabla se golpeó contra la pared y se torció el cuello dolorosamente hacia delante. Presa del pánico, se limpió los ojos y vio a la mantis que se levantaba delante de ella. La criatura había aterrizado en la vesícula de aire sobre sus cuatro patas traseras; a pesar de eso, tenía la cabeza cerca de la tierra. Entre Szabla y la muerte sólo se interponía el código de soldado de Savage: Szabla sabía que él nunca abandonaría a otro soldado.

Savage se acercó al borde del agujero con el detonador en la mano. Si lo activaba, la explosión seguramente mataría a Szabla además de a la mantis.

En algún lugar de la mente, Szabla registró el grito de Savage dirigido a Cameron y a Tank, pero sabía que no importaba. Sabía que era demasiado tarde.

Szabla detectó un destello y vio a Savage saltando por los aires hacia la criatura: su cuerpo era como una flecha acabada en la punta de su cuchillo. La mantis se volvió y le dio un golpe con la parte trasera de una pata y lo lanzó contra la pared. Savage se abrió una herida en la frente por el golpe y cayó de espaldas y cabeza abajo sobre un montón de hojas y ramas rotas. Inconsciente, rodó hacia delante y una de las piernas le quedó apoyada encima de los paquetes de TNT.

La mantis se volvió hacia Szabla, con las antenas erguidas como dos juncos. Se balanceó. Su boca era un húmedo anillo de afiladas piezas cortantes. Con las patas delanteras agarró a Szabla y la levantó antes de que ésta tuviera tiempo de cerrar los ojos. Las púas se le clavaron a ambos costados del cuerpo y Szabla gritó al sentir cómo penetraban entre las costillas. La mantis levantó a Szabla hacia la boca y ésta vio que las mandíbulas cortantes desaparecían de su campo de visión. Volvió a gritar y pensó «Dios, oh Dios, qué manera tan horrible de morir».

Cameron y Justin sacaron la cabeza por el agujero, pálidos, y luego Tank, pero Szabla ya estaba forcejeando y chillando atrapada por la mantis.

Szabla sintió el punzante olor de la criatura a su alrededor y notó que las afiladas mandíbulas empezaban a trabajar en su nuca. Sintió un profundo dolor cuando su piel fue atravesada como la de un asado. Gritó y la sangre llenó todo mientras las mandíbulas penetraban en los huesos y los cartílagos. Szabla quedó inerte en los brazos de la mantis y la criatura le dio la vuelta como si fuera un cerdo en un asador, chupando, mascando y arrancando.

A Szabla los brazos y las piernas ya no le obedecían y se encontró en un instante de perfecto terror silencioso al sentir que las mandíbulas le rascaban el cráneo. Entonces se apagó.

Tank recogió el detonador que Savage había tirado al suelo antes de lanzarse contra la mantis y miró hacia abajo sin esperanza. Los explosivos se encontraban justo debajo de una de las piernas de Savage.

Justin gritaba e intentaba saltar al agujero, sobre la espalda de la mantis, pero Cameron le tenía agarrado por la cintura. El se deshizo de su abrazo y Cameron resbaló por sus piernas asiéndose a ellas con fuerza y reteniéndole.

Justin gritaba y lloraba con la lanceta fuertemente agarrada.

– ¡Déjame ir! ¡Es mi compañera!

– Ya se ha ido -gritó Cameron-. ¡Usa la cabeza! Está acabada.

Justin se soltó de Cameron y se incorporó, pero Tank le pasó un brazo por el cuello y le retuvo contra su pecho en un abrazo fuerte como el de un oso hasta que Justin dejó de forcejear.

El cuerpo de Szabla continuaba sufriendo espasmos. Las mandíbulas de la mantis continuaban trabajando en su cráneo hasta que no fue más que una masa corporal sin cabeza.

Cameron se quedó tumbada sobre el estómago, con los brazos todavía extendidos por el intento de retener a su marido. Observó la escena sin hacer ningún esfuerzo por levantarse.

La mantis cesó de mascar un momento y los miró con curiosidad. Entonces arrojó el cuerpo de Szabla al suelo, donde se retorció con dos espasmos más, y se precipitó hacia la pared norte del agujero.

Cameron se puso de pie al instante.

– ¡Moveos! ¡Hacia el campamento de Frank! -gritó.

– ¿Y Savage? -gritó Justin.

– Ya no podemos hacer nada.

– No podemos abandonarle -protestó Justin, corriendo detrás de Cameron y Tank-. No podemos abandonarle. -Se detuvo.

Detrás de él, la mantis había empezado a trepar por la pared y su cabeza resultaba visible.

– No tenemos elección -dijo Cameron. Por encima del hombro vio a la mantis emerger del agujero.

Justin miró hacia atrás una vez y luego siguió a Cameron hacia la oscuridad.

La mantis los observó un momento y luego dio media vuelta y se dirigió al fondo del agujero, hacia el cuerpo de Szabla. Los intestinos estaban desparramados por encima del estómago y al lado del cuerpo; el suelo cubierto de sangre y heces. Uno de los brazos se retorcía, y los dedos de la mano cavaban surcos en la tierra.

La mantis pasó a su lado hacia Savage, que estaba inconsciente. Bajó la cabeza hasta que la tuvo a centímetros de sus ojos cerrados. La sangre brillaba en la herida de la frente.

La mantis olió la sangre, esperando el menor movimiento.

65

– ¿Qué demonios vamos a hacer? -dijo Justin cuando llegaron al campamento de Frank-. Jesús, Jesús, Jesús, qué demonios…

Cameron le agarró la cabeza con fuerza, con ambas manos, apretándole las mejillas con los pulgares y obligándole a mirarla a los ojos.

– Tranquilízate. Cálmate. Mírame.

Justin dejó de maldecir y se quedó murmurando algo. Relajó la cabeza entre las manos de Cameron y dejó de mover los labios.

Cameron se apoyó de espaldas en el frigorífico de especímenes y sintió el frío a través de la camisa. Se llevó una mano a la frente y la presionó con fuerza, intentando calmar los fuertes latidos que sentía. Cada vez que intentaba concentrarse, sentía una punzada de dolor desde la base del cuello que le impedía pensar. Dio unos golpes con los nudillos en la puerta del frigorífico y sintió el estómago revuelto. La visión de Szabla era la peor que había tenido nunca. Retorciéndose de esa forma, todavía con vida: viva hasta el final. Sintió un escalofrío.

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