Gregg Hurwitz - Cuenta Atrás

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Latinoamérica es víctima de constantes desastes ecológicos: los rayos solares que atraviesan los agujeros de la capa ozono pueden quemar la piel humana en cuestión de minutos, muentras que los terremotos y los huracanes están a la orden del día. Un grupo de investigadores es enviado a una isla de las Galápagos con el objetivo de instalar unos detectores de actividad sísmica que permitan prevenir futuros seísmos y paliar de algún modo sus devastadores efectos. Como refuerzo y protección, les acompaña un equipo de soldados de la marina estadounidense.

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La tienda restalló y se rasgó a ambos lados, por donde emergieron dos patas. Las afiladas púas habían abierto la lona como hojas de navaja. La mantis sacó la cabeza por uno de los agujeros y forcejeó para salir de la tienda, agitando las patas frenéticamente.

– ¡Al campamento de Frank! -gritó Cameron, y agarró a Tank para ponerlo de pie por el brazo herido y éste gritó de dolor.

La mantis se contoneaba como si mudara de piel y al final sacó el tórax por el agujero de la tienda. Saltó hacia delante y lanzó una pata hacia Tank. Con el gancho que tenía al final de la extremidad le rasgó la espalda de la camisa. Tank soltó un gruñido que pareció un ladrido. De la herida empezó a manar sangre inmediatamente, pero Tank no se detuvo.

La mantis saltó hacia ellos, pero tenía la tienda debajo del abdomen y las patas traseras se le enredaron en ella. La criatura cayó al suelo, sobre sus patas anteriores, y el aire silbó a través de los espiráculos.

Tank echó un vistazo hacia atrás por encima del hombro. La criatura tenía las patas de presa contra el suelo y en ese momento no podía atacar. Tank corrió hacia ella con la lanceta en la mano izquierda y levantada por encima de la cabeza.

Gritó algo que Cameron no pudo oír, se apoyó en la pierna derecha y con todo el peso del cuerpo lanzó un golpe contra el ojo de la mantis.

En el último momento, la mantis se agachó y el golpe le dio en la cabeza. Aunque fue suficientemente fuerte para que el animal doblara la cabeza a un lado, ni siquiera dañó la cutícula. La lanceta de Tank cayó al suelo. La mantis se soltó de la tienda enredada en las patas y se levantó, pero Tank ya había escapado cuando la criatura levantó las patas de presa.

Cameron llegó al campamento de Frank antes que Tank, tropezando al correr entre las tiendas. Tank apareció al cabo de un momento. Ambos oían el roce de la mantis al atravesar el camino y adentrarse en el campo del lado oeste.

– ¿Qué vamos a hacer? -jadeó Cameron, con la barbilla llena de baba-. ¿Qué coño vamos a hacer?

Miró alrededor con desesperación. El bosque, dos tiendas de lona, la oscura superficie abierta del campo. No había ningún lugar donde ocultarse. El sonido se aproximaba cada vez más en la oscuridad. Cameron habría jurado que olía a la criatura. Dio unos pasos erráticos en busca de algún escondite y luego se dejó caer sobre las rodillas.

– Mierda -chilló.

Su mano topó con un tarro de cianuro y lo arrojó en la oscuridad. Este chocó con algo que sonó a metálico. Cameron se levantó con los ojos muy abiertos, dándose cuenta de repente. Tank dudó, pero ella le empujó hacia delante.

No tenían elección.

66

Cuando abrieron la puerta del frigorífico que contenía los especímenes, el olor resultó sofocante. Como habían volado la cerradura, la puerta no cerraba herméticamente, de modo que los cuerpos se habían podrido con el calor. El olor les penetraba por la nariz y los poros del cuerpo y parecía que los ojos les ardían. El aire, en el interior, era tan húmedo que parecía líquido. Cameron inhaló profundamente el aire fresco de fuera y cerró la puerta detrás de ellos.

La luz azulada del compresor iluminaba precariamente el interior del frigorífico, pero era suficiente para distinguir las oscuras siluetas de los cuerpos mutados que colgaban por encima de sus cabezas. El calor había ablandado los tejidos, y los ganchos habían desgarrado la carne podrida.

La criatura de cabeza de perro colgaba por la mandíbula como un pescado; el gancho había desgarrado todo el cuello. Debajo de los cuerpos había charcos de un líquido oscuro y viscoso, trozos de carne y vísceras. Uno de los cuerpos se había desprendido del gancho y había caído al suelo, donde había quedado sentado. El tejido de la cara había resbalado hacia abajo y había quedado colgando en el interior de la cutícula traslúcida, como agua dentro de una bolsa. Uno de los brazos se había desprendido al caer el cuerpo y se encontraba al lado como un juguete abandonado.

A Cameron le dio un vuelco el estómago al pensar en el virus que se encontraba en todos esos cuerpos y en el aire, denso. Al recordar al niño que llevaba dentro y la forma en que el virus podía alterar y distorsionar el feto, sintió que un terror frío le recorría el cuerpo. Recordó la retorcida criatura que había desgarrado el vientre de Floreana al nacer y sintió que todo el cuerpo se le debilitaba por el miedo.

Se llevó una mano a los ojos llenos de lágrimas y tragó aire, sintiendo el rancio aire en el pecho. Se dio la vuelta y vomitó dos veces en una esquina. Detrás, Tank parecía luchar para mantener el estómago en su sitio.

Cameron se limpió la boca y fue a cerrar la puerta con el cerrojo. Los dos brazos de la cerradura sobresalían de la pared y la puerta, respectivamente. Pero no había cerrojo.

Sintió que un escalofrío le recorría la espalda al recordar que Tank se lo había llevado para utilizarlo como arma. En aquel momento estaba en algún lugar del bosque. Levantó la cabeza hacia Tank y ambos intercambiaron una mirada de resignación.

Cameron tomó un gancho de una esquina e intentó utilizarlo de cerrojo, pero al ser curvado no encajaba. Volvió a dejarlo en el suelo y apoyó la oreja en la puerta; no oyó nada, aparte del zumbido del compresor y del viento, fuera.

Sin hablar, hizo que Tank se diera la vuelta y le examinó el corte lo mejor que pudo bajo la insuficiente luz. Era más profundo de lo que había pensado al ver cómo se movía, pero Tank era así de fuerte. Presionó un poco la herida con la mano y él se quejó un poco y tensó los músculos de la espalda. Cameron apartó la mano, manchada de sangre. Tenía que hacer algo para que la herida dejara de sangrar.

Se desabrochó la camisa rápidamente y se la sacó. Debajo llevaba una camiseta sin mangas de color verde caqui, como la de Szabla. Levantó la camisa entre las manos para buscar la costura. El ruido de la tela al rasgarse llenó el frigorífico.

Cuando apretaba la tela contra la herida de Tank oyeron que algo rascaba el frigorífico. Cameron se quedó inmóvil, sin apartar la mano de la tela impregnada de la sangre de Tank. El sonido era angustioso: un suave rascar en la superficie exterior de la puerta del frigorífico, como unas uñas rascando una pizarra. Cameron y Tank sintieron un escalofrío y dieron un paso hacia atrás, aunque no podían ir a ninguna parte.

Si por lo menos tuvieran el cerrojo.

El ruido volvió a empezar: probablemente uno de los ganchos de la mantis, que rascaba el aluminio. Cameron sintió todo el cuerpo empapado. Respiraba tan silenciosamente como podía, con unas inhalaciones y exhalaciones cortas con las que ni siquiera movía el pecho.

Miró a Tank, pero éste tenía los ojos clavados en la puerta, en la cerradura abierta. Se estaba mordiendo un labio y la sangre le caía por la barbilla. Miraba la puerta y se mordía el labio.

De repente, un golpe ensordecedor resonó en el interior del frigorífico y Cameron no pudo reprimir una exclamación. Vieron una abolladura en la gruesa puerta. Ambos cruzaron los brazos por encima del pecho, abrazándose, a la espera de oír otro golpe, pero no se oyó nada, sólo el lento zumbido del compresor.

Algo volvía a rascar la superficie del frigorífico, esta vez en la parte superior. El frigorífico se movió un poco y se oyeron unas garras encima de los paneles solares del techo que resbalaban en la superficie resbaladiza. Cameron sintió terror y parpadeó con fuerza dos veces, intentando controlarlo. Se oyó otro golpe, tan fuerte que los oídos les zumbaron. En la parte superior de las paredes se formaron unas pequeñas abolladuras: la mantis había agarrado el frigorífico con las patas, en un enorme abrazo. Cameron se aterrorizó al comprobar la extensión de las patas abiertas de la mantis.

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