Brad Meltzer - Los millonarios

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Si supiera que no será descubierto ¿robaría tres millones de dólares?
Charlie y Oliver Caruso son hermanos y trabajan en un banco privado tan exclusivo que se necesitan dos millones de dólares para abrir una cuenta. Allí descubren una cuenta abandonada, cuya existencia nadie conoce y que no pertenece a nadie, con tres millones de dólares. Antes de que el estado se quede con el dinero deciden apropiárselo, sin saber que algo que hacen para resolver su existencia estará a punto de costarles la vida.

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67

– Reservas Walt Disney World, habla Noah. ¿En qué puedo ayudarle?

– Hola, estoy buscando el Servicio de Información -le digo a la voz superanimada al otro extremo de la línea mientras observo el gesto de Charlie que entrecierra los ojos bajo el sol de Florida.

– Le conectaré con la centralita y ellos le comunicarán desde allí -dice Noah en un tono que ha sido diseñado genéticamente para el servicio al cliente.

– Me parece una excelente idea. Gracias -le digo mientras alzo el pulgar en dirección de Charlie y Gillian. Pero el gesto no sirve para tranquilizarles. Rodeándome junto a la cabina telefónica que hay al otro lado de la calle, frente a la biblioteca, ambos comprueban nerviosamente la manzana por encima de los hombros, sin acabar de convencerse de que puedo lograrlo. Sin embargo, las grandes compañías siguen siendo grandes compañías. Cuando me comunican a través de la centralita ya se trata de una llamada interna a la corporación Disney. Ya hemos perdido nuestra prueba una vez. No tengo ninguna intención de que eso vuelva a suceder.

– Aquí Erinn, ¿en qué puedo ayudarle? -pregunta la operadora del conmutador.

– Erinn, estoy buscando el grupo IS que se encarga de Intranet para los miembros de Disney.

– Veré si podemos encontrar esa información para usted -dice ella, hablando en el «nosotros» mayestático de la corporación Disney. Mientras me deja en espera, la canción When You Wish Upon a Star suena a través del auricular.

– Señor, le pasaré con Steven en el Centro de Apoyo -me anuncia finalmente la operadora-. Si la comunicación se interrumpiera, la extensión es 2538.

Aprieto los dientes y espero a que la música cese.

– Aquí Steven -contesta una voz grave. Parece un tío joven; quizá de la edad de Charlie. Perfecto.

– Por favor, dime que es el lugar correcto -imploro en su oído.

– Lo siento… ¿puedo ayudarle? -pregunta.

– ¿Es Matthew? -digo, con el pánico impregnando mi voz.

– No, soy Steven.

– ¿Steven qué?

– Steven Balizer. En el Centro de Apoyo.

– Esto no tiene ningún sentido -digo, embistiendo con los ojos cerrados-. Matthew me dijo que estaría allí, pero cuando intenté localizarla, la presentación ya había desaparecido.

– ¿Qué presentación?

– Soy hombre muerto… -le digo-. Me comerán como si fuese un aperitivo…

– ¿Qué presentación? -repite, dispuesto a acudir en mi ayuda. Es la formación Disney. No puede evitarlo.

– No lo entiende -digo-.Tengo a quince personas sentadas en una sala de conferencias, todas ellas esperando para conocer de primera mano nuestro nuevo sistema de suscripción online. Pero cuando voy a descargarlo de nuestra Intranet, toda la presentación ha desaparecido. Nada. ¡No está allí! Y ahora todos tienen sus ojos puestos en mí, los abogados, los creativos, los chicos de contabilidad…

– Escuche, tiene que tranquilizarse…

– … y Arthur Stoughton, que está sentado a la cabecera de la mesa con el rostro rojo como un tomate.

Sólo se necesita dejar caer como al descuido el nombre del jefe. Eso lo aprendí de Tanner Drew.

– ¿Me ha dicho que estaba en Intranet? -pregunta Steven ansiosamente-. ¿Alguna idea de dónde puede estar?

Le leo la dirección exacta donde estaba almacenada la cuenta de Duckworth. Puedo oír al joven Steven Balizer martillando su teclado. Sólo se necesita a un subordinado para conocerles a todos… estamos en el mismo barco.

– Lo siento mucho -tartamudea al fin-. Ya no está allí.

– ¡No… no diga eso! -imploro, agradecido de que estemos en una cabina telefónica exterior-. ¡Tiene que estar! ¡Yo acabo de verla!

– Ya lo he comprobado dos veces…

– ¡Estamos hablando de Arthur Stoughton! Si no consigo recuperar esa presentación… -respiro agitadamente a través de la nariz, tratando de sonar como si estuviese a punto de echarme a llorar-. Tiene que haber alguna forma de recuperar esa información. ¿Dónde conservan las copias de seguridad?

Es un farol, pero no tan arriesgado. Cada sesenta minutos, los sistemas informáticos del banco graban automáticamente una copia de seguridad para proteger la información de virus, fallos en el fluido eléctrico y cosas por el estilo. Una compañía del tamaño de Disney tiene que hacer lo mismo.

– En el edificio DISC… en el Área de Servicio Norte -dice sin siquiera dedicar un segundo a pensarlo-. Allí es donde guardan todo el material antiguo.

– ¡Olvídese del material antiguo, yo necesito lo que estaba ahí hace sólo tres horas!

En el otro extremo de la línea se produce una breve pausa.

– Lo único que se me ocurre en este momento son las cintas en el DACS.

Detesto la jerga tecnológica.

– ¿Qué cintas?

– Cintas con datos, las cintas que utilizamos para las copias de seguridad. Puesto que el DACS hace una copia todas las noches, es el mejor lugar que se me ocurre donde debería estar lo que usted busca.

– ¿Y dónde está ese DACS?

– En los túneles.

– ¿Los túneles? -pregunto.

– Ya sabe, los túneles -dice, casi sorprendido-. Los que están debajo del Reino Mág… -Se interrumpe y hay otra pausa. Esta vez es más prolongada-. ¿En qué departamento ha dicho que trabajaba? -pregunta finalmente.

– Disney Online -respondo de inmediato.

– ¿Qué división? -me desafía claramente. Como sonido de fondo puedo oír como maneja el teclado.

No tengo respuesta para eso.

– ¿Cuál ha dicho que era su nombre? -añade.

Esa es la señal. Abandonar el barco. Cuelgo el auricular.

– ¿Qué te ha dicho? -pregunta Charlie.

– ¿Tienen copias de seguridad? -añade Gillian.

Ignoro ambas preguntas y alzo la vista hacia el sol cegador en un cielo sin una sola nube. Tengo que entrecerrar los ojos para verlo. Pasan unos minutos de las dos. El tiempo se acaba. Pero finalmente puedo ver la luz al final del túnel. Las cintas no muestran la realidad, sino que muestran la realidad inventada por Duckworth… y a la que Gallo tenía acceso.

– Larguémonos de aquí -digo.

– ¿Adónde? -pregunta Gillian.

– ¿Es lejos? -añade Charlie.

– Eso depende de la velocidad a la que vayamos -contesto mientras echo a correr hacia el coche-. ¿Cuánto se tarda en llegar a Disney World?

68

– ¿Qué? -preguntó Gallo. Sujetando el móvil entre el hombro y la oreja, DeSanctis y él viajaban a toda pastilla por la I-95-. ¿Estás seguro?

– ¿Por qué iba a mentirte? -le preguntó su socio en el otro extremo de la línea.

– ¿Realmente quieres que te conteste a eso?

– Oye, ya te he dicho que lo sentía.

– No me jodas con que lo sientes -replicó Gallo-. ¿Realmente pensaste que no te veríamos? ¿Que podrías escabullirte sin que pudiésemos echarte un buen vistazo?

– No me estaba escabullendo a ninguna parte. Sólo estábamos reaccionando lo más deprisa que podíamos. Conseguimos reunirlo casualmente en unas seis horas, y una vez que lo tuve, ya os habíais marchado.

– Aun así, él debería haber llamado.

– ¿Quieres hacer el favor de parar con la rutina de la madre culpable -le rogó su socio-. Dijo que ya habías pasado por esto… una vez que Oliver y Charlie encontraron lo que había en ese mando a distancia, era mejor que apagáramos el fuego. Después de todo lo que ha pasado, lo último que necesitamos es quemarnos por un cabo suelto.

– De todos modos debería haberme llamado, especialmente cuando está cómodamente sentado sobre su culo en Nueva York.

– No, no, no… ya no está allí. Salió en un vuelo a primera hora de la mañana.

– ¿De verdad? -preguntó Gallo mientras la autopista interestatal de Florida pasaba volando junto a su ventanilla-. ¿De modo que está cerca?

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