Brad Meltzer - Los millonarios

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Si supiera que no será descubierto ¿robaría tres millones de dólares?
Charlie y Oliver Caruso son hermanos y trabajan en un banco privado tan exclusivo que se necesitan dos millones de dólares para abrir una cuenta. Allí descubren una cuenta abandonada, cuya existencia nadie conoce y que no pertenece a nadie, con tres millones de dólares. Antes de que el estado se quede con el dinero deciden apropiárselo, sin saber que algo que hacen para resolver su existencia estará a punto de costarles la vida.

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– Allí está la fotografía número dos -exclamo, convirtiendo las últimas sílabas en un susurro-. El banquero.

No hay duda, mientras le tiendo la tira de fotografías de Duckworth a Charlie y las compara con la imagen que aparece en la pantalla. Allí está el segundo tío…

– ¿Dirías que es un ejecutivo medio, pálido y cansado que mordisquea la punta de los lápices? -pregunta Charlie.

– Sí -coincido-. Si alguna vez llego a tener ese aspecto tan triste y descolorido, prométeme que me clavarás una estaca en el corazón y me matarás con una ristra de ajos.

– Allí está el tercero -señala Gillian, apoyando la uña contra la fotografía oficial de la compañía en la que aparece el pelirrojo de cabellera rizada. Pero cuando examinamos la jerarquía en Polaroid, ninguno de nosotros ve la foto número cuatro: el hombre negro con el hoyuelo en la barbilla.

– ¿Estás seguro de que eso es todo lo que hay? -pregunta Gillian.

Charlie busca la última pantalla, pero eso es todo. Lo único que tenemos son las dos docenas de fotografías.

– Tal vez se ha marchado de la compañía -digo.

– Tal vez existe una lista incluso más completa en alguna otra parte -sugiere Gillian.

– O quizá ésta es la correcta -dice Charlie al tiempo que vuelve a la primera pantalla. Moviendo el cursor hacia la foto de Stoughton, activa la imagen y reza para invocar algo de su magia habitual. Asombrosamente, la encuentra. El borde de la casilla se mueve ligeramente.

Me levanto de mi asiento.

– ¿Acaso crees que…?

– No lo digas -me advierte-. Nada de malas vibraciones.

– No dará resultado si no encontramos el último rostro -señala Gillian.

Charlie ignora su comentario, lleva el cursor hasta la fotografía del banquero pálido y pulsa el botón. En la pantalla la casilla vuelve a titilar. El último rostro es el que corresponde al pelirrojo.

– Señorita Escarlata… en la biblioteca… con la tubería de plomo -anuncia. Manteniendo el orden de la tira de fotografías de Duckworth, activa la foto oficial de la compañía del pelirrojo rizado. La casilla titila y yo apoyo la mano sobre el hombro de Charlie, cogiendo con fuerza la parte trasera de la camisa. Gillian y yo nos inclinamos hacia adelante, con los cuerpos cubrimos los brazos de los asientos. Los tres contenemos la respiración. El helicóptero está posado en el helipuerto y preparado para despegar. Pero no sucede nada.

– ¿Qué ocurre? -pregunto.

– Ya os he dicho que se necesitan las cuatro fotos para que funcionen las claves -insiste Gillian.

Charlie se hunde en la silla y mira fijamente la pantalla. Jamás lo admitirá pero, esta vez, ella tiene razón. No sucede nada. Y entonces… como llovido del cielo… algo sucede.

La pantalla comienza a parpadear y se vuelve completamente negra, como si fuera a pasar a otra página web.

– ¿Qué haces? -le pregunto.

– No soy yo -dice Charlie, apartando ambas manos del teclado-. Este chico travieso está funcionando con piloto automático.

Gillian no está convencida y trata de coger el ratón, pero antes de que lo consiga, la pantalla vuelve a hipar… y los Siete Enanitos aparecen ante nuestros ojos. Doc, Sneezy, Grumpy -todos están allí- cada uno sobre un botón diferente, desde «Comunidad» hasta «Biblioteca».

Gillian y Charlie barren la página. Yo busco la dirección de la página web en la parte superior de la pantalla. No hay ninguna «www». El prefijo, en cambio, es «dis-web 1».

– ¿Alguna idea de qué estamos buscando? -pregunta Charlie.

– Si esto funciona como en el banco, creo que estamos en su Intranet -digo-. De alguna manera, las fotografías nos han conducido hasta la red interna de Disney.

– ¿Y qué ha pasado con el sitio web?

– Olvídate del sitio web, eso es para el público en general -le digo-. A partir de este punto estamos husmeando oficialmente en la red informática privada correspondiente a los empleados de Disney.

– ¡Bienvenidos Miembros Escogidos! -dice en la parte superior de la pantalla.

– ¿Qué hay del tío de la barbilla hendida? -pregunta Gillian.

– No creo que tengamos que esperar mucho más -dice Charlie mientras golpea la pantalla ligeramente con el nudillo. Directamente debajo de los Siete Enanitos hay un botón rojo en la parte inferior de la pantalla: «Guía de la Compañía».

– Si estamos buscando empleados…

– Pasa la pantalla -dice Gillian.

Haciendo caso omiso de su entusiasmo, Charlie aprieta la mandíbula y simula indiferencia. Hasta él sabe que no es momento de detenerse.

Un rápido movimiento de la muñeca y otro click del ratón nos llevan a un lugar marcado como «Localizador de empleados». Desde allí, aparece una nueva pantalla y nos encontramos contemplando docenas de rostros absolutamente nuevos. Director ejecutivo… Junta de Directores… Vicepresidentes ejecutivos… la lista continúa, toneladas de fotografías debajo del encabezamiento de cada categoría. No se trata de las escasas docenas que dirigen el sitio web, aquí estamos hablando de toda la jerarquía de la organización, desde el director ejecutivo hasta los animadores que están entre bambalinas.

– Aquí debe de haber al menos dos mil fotografías -dice Gillian y su voz denota que se siente abrumada.

– Ve al grupo Internet de Stoughton -interrumpo con voz agitada mientras suelto la camisa de Charlie-. Si fuese Duckworth me mantendría con el equipo de casa.

– ¿Adivina quién ha vuelto a la modalidad chico maravilla? -pregunta Charlie.

Le encanta fastidiarme, pero sé que está excitado. Asiente brevemente y comienza a pasar una pantalla tras otra recorriendo los diferentes grupos hasta que llega a «Disney Online». Situado exactamente en la misma pirámide que hemos visto antes, no nos lleva mucho tiempo encontrar la fotografía de Stoughton. Debajo de él encontramos nuevamente al tío pálido de contabilidad, seguido del pelirrojo. Pero, otra vez, allí es donde acaba el grupo Online. Exactamente igual que antes. No hay ningún tío negro; ninguna barbilla hendida. Nos encontramos otra vez donde empezamos.

– ¿Tu padre jamás hizo nada que fuese sencillo? -pregunta Charlie.

– Tiene que estar aquí, en alguna parte -insisto sin apartar los ojos de la pantalla.

Gillian permanece en silencio, pero la forma en que se estira la falda indica que ve algo que le resulta familiar. Algo que ella conoce. Su voz surge lentamente en su reflexión.

– Ve a Imagineering -propone al fin.

Charlie me mira; apruebo la sugerencia asintiendo con la cabeza. La vieja y conocida pista de baile de Duckworth.

Vuelve hacia atrás a toda velocidad. En la parte superior, el vicepresidente de Imagineering es un tío atractivo, de mediana edad, con una sonrisa contenida y burlona. Debajo, su teniente primero tiene aproximadamente su misma edad, con una colección de dobles barbillas que le da una apariencia casi jovial. Y debajo de ambos… está Marcus Dayal, un hombre negro con una inconfundible hendidura en la barbilla.

Charlie apoya la tira de fotografías contra la pantalla para comparar las instantáneas. La electricidad estática del monitor mantiene la tira en su sitio. La coincidencia es perfecta.

– Te digo que en cualquier momento nos encontraremos con los culos de los Hardy Boys -dice.

– Pulsa la tecla -insisto, haciendo un esfuerzo para contenerme.

Charlie mueve el cursor sobre la fotografía digital de Marcus, la activa y comienza la cuenta atrás.

Tampoco ocurre nada. Y entonces -otra vez- algo pasa.

– Allá vamos… -susurra Charlie mientras la pantalla se funde en negro.

Esta vez, sin embargo, es diferente de lo que ha sucedido antes. Aparece una cascada de imágenes y, del mismo modo, desaparece de la pantalla. Página web tras página web se abren a velocidad vertiginosa, sus palabras y logotipos desaparecen inmediatamente después de asomarse a la pantalla: «Equipo Disney Online… Directorio de la Compañía… Localizador de empleados», el cursor se mueve en todas direcciones, como si estuviese practicando surf a través de todo el sitio a máxima velocidad hacia adelante. La avalancha de imágenes vuela ante nosotros, cada vez más rápido, profundamente hacia el interior del sitio web y del agujero negro. Las páginas pasan ante nuestros ojos a tal velocidad que acaban por fundirse en una mancha morado oscuro. Comienzo a marearme pero sólo un imbécil apartaría la vista de la pantalla.

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