Brad Meltzer - Los millonarios

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Si supiera que no será descubierto ¿robaría tres millones de dólares?
Charlie y Oliver Caruso son hermanos y trabajan en un banco privado tan exclusivo que se necesitan dos millones de dólares para abrir una cuenta. Allí descubren una cuenta abandonada, cuya existencia nadie conoce y que no pertenece a nadie, con tres millones de dólares. Antes de que el estado se quede con el dinero deciden apropiárselo, sin saber que algo que hacen para resolver su existencia estará a punto de costarles la vida.

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– ¿De modo que eres la hija de Ducky? -canturrea un hombre de pelo hirsuto con gafas de montura metálica mientras estrecha calurosamente la mano de Gillian entre las suyas. Vestido con una amplia bata azul, unos pantalones caqui inarrugables y unas sandalias de cuero con calcetines, es exactamente lo que uno piensa que conseguiría al cruzar a un millonario cincuentón de Palm Beach con un ayudante de enseñanza universitaria de Berkeley. Pero también es el único tío que ha aparecido en el vestíbulo cuando hemos preguntado si podíamos hablar con alguno de los antiguos colegas de Martin Duckworth-. ¿O sea que tu nombre es Gillian, verdad? -pregunta por tercera vez-. Dios, ni siquiera sabía que tuviese una hija.

Gillian asiente tímidamente, mientras Charlie me lanza una rápida mirada. Yo levanto mi escudo y dejo que rebote en mi armadura. Después de todo lo que Gillian ha hecho -todo lo que ha arriesgado- no tengo ánimos para participar de los triviales juegos de Charlie.

«Si ella quisiera entregarnos lo hubiese podido hacer tranquilamente cuando estábamos en los apartamentos de la abuela y en la casa», le hago saber con una mirada fulminante.

«No hasta que haya conseguido su dinero», responde Charlie con otra mirada.

– ¿Y ustedes también son amigos? -interrumpe Pelo Hirsuto.

– Sí… sí -digo, extendiendo la mano para que el hombre repita el gesto de estrecharla entre las suyas-. Walter Harvey -digo, a punto de olvidar mi nombre falso. Bajo la voz para que nadie más me oiga pero alcanzo a ver a la secretaria de pelo oscuro que me está mirando desde el brillante mostrador de recepción negro estilo Star Trek. La mujer vuelve a bajar la vista a la revista que está hojeando, pero el gesto no contribuye a que me sienta mejor. Todo el vestíbulo, con sus sillones cromados era espacial y la mesilla baja plateada en forma de ameba, es tan frío que no hace más que alimentar el factor pánico-. Y él es Sonny Rollins -añado, señalando a Charlie.

– Alec Truman -dice el hombre, emocionado de poder presentarse-. ¿Sonny Rollins, eh? Como el tío del jazz.

– Exacto -dice Charlie, ya acobardado-. Como él.

– Escuche, señor Truman -dice Gillian-. Realmente le agradezco que nos dedique su tiempo para…

– Es un honor para mí… es un honor -insiste-. Te repito que aún le echamos de menos aquí. Sólo lamento no poder quedarme más tiempo, me encuentro justo en medio de esta caza de micrófonos y…

– De hecho, sólo queríamos hacerle una pregunta y esperábamos que pudiese ayudarnos -le interrumpo. Meto la mano en el bolsillo de la chaqueta y vuelvo a sacar la tira de fotografías. Si estas instantáneas corresponden a personas que ayudaron a Duckworth en su invento original, esperamos que éste sea el tío que pueda darnos una respuesta-. ¿Alguna de estas personas le resulta familiar? -le pregunto a Truman.

Su rostro se ilumina como el de un crío que come lápices de colores.

– Conozco a ése -dice, señalando al hombre mayor de pelo entrecano que aparece en la primera fotografía-. Arthur Stoughton. -Al ver la expresión de confusión en nuestros rostros, añade-. Estaba con nosotros en Imagineering; ahora dirige su propio grupo en Internet.

– ¿De modo que usted también estaba en Disney? -pregunta Gillian.

– ¿Cómo piensas que conocí a tu padre? -dice Truman con tono burlón-. Cuando tu padre se marchó y vino aquí, yo le seguí los pasos dos años más tarde. El estaba en primera línea: el primero en llegar, el peor pagado.

– ¿Y qué me dice de este tío, Stoughton? -pregunto, señalando la foto-. ¿Trabajaban todos juntos?

– ¿Con Stoughton? -Truman se echa a reír-. No tuvimos esa suerte… No, él era el viejo vicepresidente de Imagineering; incluso antes de marcharse a Disney.com, Stoughton no tenía tiempo para soldados rasos como nosotros. -Mientras pronuncia las últimas palabras, se da cuenta de lo que ha dicho y mira a Gillian-. Lo siento… no quería… tu padre era un tío genial, pero nunca nos dieron la posibilidad de…

– Está bien… no hay problema -dice Gillian, negándose a cambiar de tema.

– ¿Qué hay de las otras personas que aparecen en las fotografías? -pregunta Charlie.

Truman las examina detenidamente.

– Lo siento, para mí son unos desconocidos.

– ¿Es gente de Disney? -pregunto.

– ¿O de esta zona? -añade Charlie.

– ¿O acaso se trata de tíos de los que mi padre fue amigo? -insiste Gillian.

Truman retrocede ante la batería de preguntas; parece estar a punto de decir algo… luego titubea. Comienza a alejarse y añade.

– Realmente debo irme…

– ¡Espere! -gritamos al unísono Gillian y yo.

Truman se queda inmóvil. Ninguno de nosotros se mueve. Eso es todo. Traman está oficialmente censurado.

– Me alegro de haberles conocido -dice, devolviéndome las fotos.

– Por favor -le ruega Gillian. Su voz tiembla; extiende la mano y le coge de la muñeca-. Encontramos las fotos en uno de los cajones de papá… y ahora que está muerto… sólo queremos saber quiénes son estas personas… -Dejando que el pensamiento penetre profundamente, añade-. Es todo lo que tenemos.

Truman mira a Charlie, luego me mira a mí y se muere por largarse de allí. Pero cuando baja la vista hacia la mano de Gillian que sujeta su muñeca… cuando sus ojos se encuentran con los de ella… ni siquiera él puede evitarlo.

– Si esperan un momento aquí, tal vez pueda llevar las fotos dentro y ver si alguien conoce a los otros tres.

– Perfecto… eso sería perfecto -dice Gillian.

Con la tira de fotografías en la mano y la promesa de que las devolverá en unos minutos, Truman se dirige a la entrada principal que hay detrás de la mesa de la recepcionista. Me siento tentado de seguirlo, es decir, hasta que descubro el teclado del panel de seguridad que está obviamente diseñado para que nosotros no podamos entrar. Es similar al que tienen en Five Points, excepto que aquí también disponen de una pantalla digital -como si fuese un televisor en miniatura- empotrada en la pared encima del teclado. Cuando Truman se aproxima a la puerta, la pantalla comienza a parpadear y aparecen nueve pequeñas casillas azules como si fuese el teclado de un teléfono. Pero, en lugar de números, cada una de las casillas contiene un rostro humano, haciendo que se parezca a los créditos de presentación de La familia Brady. A pesar de que el hombro de Truman bloquea nuestra línea de visión, aún podemos ver el reflejo en las brillantes paredes negras.

Tocando la pantalla con el dedo índice, Truman selecciona el rostro que aparece en la casilla inferior derecha. La casilla se ilumina, los nueve rostros desaparecen y, con la misma rapidez, sus lugares son ocupados por igual número de rostros nuevos. Como si estuviese introduciendo la contraseña de una alarma, Truman toca la pantalla digital y selecciona el rostro de una mujer asiática en la parte superior izquierda. Nuevamente, los rostros desaparecen; nuevamente, nueve rostros diferentes ocupan sus lugares.

– Parece que aquí tienen montado todo el tinglado de Buck Rogers, ¿verdad? -dice Charlie.

– ¿Lo dice por esto? -pregunta Truman, echándose a reír y señalando la pantalla-. Los próximos años podrán verse Contrarrostros en todas partes.

– ¿Contrarrostros?

– ¿Olvida alguna vez su número secreto del cajero automático de su banco? -pregunta-. Nunca más. Existe una razón para que la gente no olvide un rostro, es algo que está fijado en nosotros desde que nacemos. Es lo que nos permite reconocer a nuestros padres e incluso a amigos que no hemos visto desde hace veinte años. Ahora, en lugar de un código numérico elegido al azar, te suministran rostros de personas desconocidas elegidos también al azar. Combina eso con una cubierta gráfica y obtienes la única contraseña que incluye todas las edades, todos los idiomas y todos los niveles culturales. «Autentificación global», así lo llaman. Veamos si tu código con el número secreto es capaz de hacer eso.

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