Brad Meltzer - Los millonarios

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Si supiera que no será descubierto ¿robaría tres millones de dólares?
Charlie y Oliver Caruso son hermanos y trabajan en un banco privado tan exclusivo que se necesitan dos millones de dólares para abrir una cuenta. Allí descubren una cuenta abandonada, cuya existencia nadie conoce y que no pertenece a nadie, con tres millones de dólares. Antes de que el estado se quede con el dinero deciden apropiárselo, sin saber que algo que hacen para resolver su existencia estará a punto de costarles la vida.

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Mientras se alejaba rápidamente en dirección al coche azul no dejó de apuntarle con la pistola. Y antes de que Joey pudiese reaccionar, la puerta del coche se cerró con estrépito, los neumáticos chirriaron y Oliver, Charlie y Gillian se alejaron.

– ¿Joey, te encuentras bien? -interrumpió Noreen a través del audífono.

Ignorando la pregunta, Joey echó a correr hacia la abertura en la valla.

– ¡Mierda! -gritó mientras observaba cómo el coche de Gillian rebotaba en los topes de cemento que limitaban la velocidad en el aparcamiento y ganaba finalmente la calle. Joey salió como una bala hacia su coche, que estaba aparcado en doble fila delante del edificio principal. Pero justo cuando doblaba la esquina descubrió los neumáticos pinchados de las ruedas traseras.

– Mierda, estoy jodida -murmuró para sí-. Noreen, llama ahora mismo a la triple A. [12]

– Ahora mismo.

– Y un milisegundo después de que hayas hablado con ellos, quiero que comiences a investigar a…

– … Gallo y DeSanctis. Ya estoy en ello -explicó Noreen-. Empecé en el momento en que Charlie pronunció sus nombres.

– ¿Y qué piensas de su reacción cuando mencioné a Lapidus? -preguntó Joey.

– No lo sé. Sólo se oía el silencio.

– Tendrías que haber visto la expresión de su cara.

– De acuerdo, echaré un vistazo también a Lapidus. Por cierto, ¿sabías que las oficinas del último trabajo que tuvo Martin Duckworth están a sólo veinte minutos?

– Maravilloso, eso es lo que quiero oír -dijo Joey mientras corría de regreso al club para recuperar su revólver del techo-. ¿Y qué me dices de su hija? ¿Alguna información sobre ella?

– Verás, Joey, eso es lo que no tiene sentido -contestó Noreen-. Mientras estabas tratando con los Gemelos Maravilla, he estado investigando a través de certificados de nacimiento, permisos de conducir, incluso declaraciones de impuestos de la familia de Duckworth. No estoy segura de qué estaba hablando Charlie, pero según toda la información que he podido reunir Marty Duckworth no tiene ninguna hija.

– ¿Cómo dices?

– Tal como te lo digo, Joey. Lo he comprobado una docena de veces. De acuerdo con todas las bases de datos gubernamentales y privadas, Gillian Duckworth simplemente no existe.

61

– ¡Brandt! ¿Cómo estás, viejo cabrón? -exclamó Gallo, su amplia sonrisa mostraba la flamante rotura en un diente delantero.

– ¡Jimmy, muchacho! -dijo Katkin, envolviendo a Gallo en un abrazo de oso. Mientras los llevaba a él y a DeSanctis a su despacho en Five Points Capital, Katkin preguntó-. ¿Qué es lo que ha traído a tu culo gordo hasta el sur?

Gallo miró a DeSanctis y luego nuevamente a Katkin.

– ¿Te importa si cierro la puerta, Brandt?

Katkin miró fijamente a su amigo.

– Si esto tiene que ver con Duckworth…

– ¿O sea que ya han estado aquí?

– ¿Esos dos chicos con el pelo teñido? A primera hora de la mañana. Te digo que yo sabía que algo no funcionaba bien. Entonces cuando recibí tu llamada…

– ¿Había alguien más con ellos? -interrumpió DeSanctis.

– ¿Quieres decir aparte de la hija?

Nuevamente, Gallo miró a su compañero.

– ¿Qué dijo ella? -le preguntó a Katkin.

– No mucho. El chico del pelo oscuro se pasó casi todo el tiempo tratando de sonsacarme. Todo lo que hizo la hija fue permanecer sentada. Muy guapa, por cierto; pelo ensortijado, aspecto descuidado, pero con fuego en la mirada. Me observaba como una gata, ¿sabes lo que quiero decir? No había nadie como su papaíto. ¿Por qué, crees que ella anda en algo?

– Eso es precisamente lo que estamos tratando de averiguar -explicó Gallo-. Hace tres días, una cuenta a nombre de Duckworth desapareció de un banco de Nueva York. Ahora, esta… esta hija tendrá que responder a algunas preguntas.

– ¿Tienes idea de adonde han podido ir? -preguntó DeSanctis-. ¿Algún otro contacto que puedas tener en relación a Duckworth?

Katkin se acercó a su mesa y consultó la base de datos en su ordenador.

– Lo único que tengo aquí es la dirección de su casa y algunas direcciones de antiguos trabajos…

– Neowerks -le interrumpió Gallo-. Eso es, casi me había olvidado de ese empleo…

62

El tráfico por la autopista antes de la hora punta es fluido y el sol del mediodía brilla en un cielo sin nubes mientras Charlie, Gillian y yo viajamos por los amplios carriles abiertos de la I-95. Pero incluso con el motor funcionando a plena potencia y la radio sintonizada en la emisora local de música pop, el interior del coche es un lugar demasiado silencioso. Durante los veinte minutos que tardamos en llegar desde el conjunto residencial de la abuela hasta el Bulevar Broward, nadie -ni Charlie, ni Gillian, ni yo- pronuncia una sola sílaba.

Del bolsillo de la chaqueta vuelvo a sacar la tira de fotografías. Los bordes blancos del papel están empezando a curvarse y, por primera vez, me pregunto si esas personas son reales. Tal vez sea ésa la razón por la que se trata de una fotocopia en color. Tal vez las fotografías están manipuladas. Documentos de identidad falsos para completar el disfraz. Examino detenidamente los cuatro rostros que descansan en mi regazo. Cambio el pelirrojo por rubio; el hombre negro por uno blanco. Pero, para mí, siguen siendo unos completos desconocidos. Para Duckworth eran lo bastante importantes como para guardarlos en su mejor escondite. Y aunque todavía no estamos seguros de si se trata de amigos o enemigos, hay una cosa que está completamente clara: si no conseguimos averiguar quiénes son y por qué conocían a Duckworth, este viaje se volverá mucho más incómodo.

– Allá vamos -dice Gillian, rompiendo finalmente el silencio al tiempo que señala la rampa de salida-. Ya casi hemos llegado.

Bajo la visera del asiento del acompañante y observo a Charlie a través del espejo.

En el asiento trasero, él ni siquiera alza la vista. Tres días antes hubiese estado garabateando en su cuaderno de notas, alimentándose de adrenalina y convirtiendo cada momento embarazoso en estrofas, versos y, si teníamos suerte, tal vez incluso en una balada completa. «Robar de la realidad», solía decir con la típica jactancia de un adolescente. Pero a pesar de todas sus bravatas, a Charlie no le gusta el peligro. O el riesgo. Y en este momento el problema es que finalmente comienza a darse cuenta.

– No es malo estar asustado -le digo.

– No estoy asustado -replica con dureza. Pero veo su reflejo en el espejo. Sus ojos se posan en su regazo. Durante veintitrés años no ha hecho nada muy especial: vivir en casa, abandonar la escuela de Bellas Artes, negarse a unirse a una banda… incluso aceptar el trabajo en el archivo del banco. Charlie siempre ha cultivado la imagen de ser un chico despreocupado. Pero, tal como ambos aprendimos de nuestro padre, existe una línea muy fina entre ser un espíritu despreocupado y tener miedo al fracaso.

– Sólo deben faltar un par de manzanas -dice Gillian, interviniendo rápidamente.

Al igual que Charlie, me dirige una frase breve y concisa. No estoy seguro de si se debe a nuestra mentira en relación al dinero, a la pérdida de su padre o simplemente a la conmoción por el ataque de Gallo y DeSanctis, pero cualquiera que sea la razón, mientras aferra el volante con los puños apretados, su aura infantil comienza finalmente a desvanecerse. Como nosotros, ella sabe que ha saltado a otro barco que también se está hundiendo y, a menos que nos demos un respiro pronto, los tres nos iremos al fondo con él.

– Allí está -anuncia mientras gira hacia la derecha para entrar en el aparcamiento. El sol rebota en la fachada vidriada del edificio de cuatro plantas, pero el rótulo amarillo y morado que se ve encima de la puerta principal lo dice todo: «Neowerks Software».

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