– ¿Todo bien? -preguntó Noreen desde el otro extremo de la línea.
– Te lo diré en un momento.
Joey continuó hasta la mitad de la manzana, luego ocultó el coche en un camino particular situado en diagonal frente al edificio y apagó el motor. Lo bastante cerca para poder observar lo que ocurría, pero lo bastante lejos para no ser descubierta. Miró la furgoneta y supo que no tenía sentido. Se suponía que los trabajos clandestinos duraban pocos minutos, era cuestión de entrar y salir. Si esos tíos aún estaban en el apartamento, algo pasaba. Tal vez habían encontrado algo, pensó Joey. O quizá estuviesen esperando a…
Antes de que pudiese acabar el pensamiento, se oyó el chirrido de unos neumáticos y un coche giró en la esquina.
– ¿Qué está pasando? -preguntó Noreen.
– Shhhhhh -susurró Joey, aunque la voz de Noreen sólo llegaba a través del auricular. El coche se desplazaba a gran velocidad, pero no se trataba simplemente de alguien que pasaba por esa calle. Después de pasar al lado de la furgoneta de la compañía de teléfonos, el coche frenó bruscamente delante de una boca de incendio. Joey sacudió la cabeza. Debió haberlo imaginado.
Las puertas se abrieron de par en par y Gallo y DeSanctis salieron al aire nocturno. Sin abrir la boca, DeSanctis abrió la puerta trasera y tendió la mano a Maggie Caruso. Al bajar del coche, la mujer tenía los hombros hundidos, le temblaba la barbilla y llevaba el abrigo abierto. DeSanctis la acompañó hacia la entrada del edificio, pero aunque a aquella distancia era sólo una silueta, estaba claro que la mujer tenía problemas. No podía subir las escaleras sin ayuda. Esos tíos deben haberla hecho polvo, pensó Joey.
– Subiré en un segundo -gritó Gallo mientras daba la vuelta por detrás del maletero. Pero en el momento en que Maggie y DeSanctis desaparecieron dentro del edificio, echó a caminar hacia la furgoneta.
El conductor bajó el cristal de la ventanilla y Gallo le estrechó la mano. Al principio sólo pareció un agradecimiento entre amigos -un rápido gesto; la cabeza echada hacia atrás mientras reían-, pero luego Gallo se quedó inmóvil. Su cuerpo se puso tenso y el conductor le dio algo.
– ¿Desde cuándo? -preguntó Gallo con un gruñido.
El conductor sacó la mano por la ventanilla y señaló calle arriba. Directamente hacia Joey.
– Mierda -susurró ella.
Gallo se giró y sus miradas se cruzaron. Joey sintió un nudo en la garganta. La mirada oscura de Gallo la atravesó como si fuese un cuchillo.
– ¿Qué coño cree que está haciendo? -rugió Gallo, dirigiéndose hacia el coche.
– Joey, ¿estás bien? -preguntó Noreen.
No había tiempo de contestar. Joey pensó en poner el coche en marcha, pero ya era demasiado tarde. Gallo ya estaba allí. Unos gruesos nudillos golpearon el cristal de la ventanilla.
– Abra -le ordenó.
Joey sabía cómo debía actuar; bajó el cristal de la ventanilla.
– No estoy violando la ley -dijo-. Tengo mi licencia…
– A la mierda la licencia… ¿qué coño estaba haciendo dentro de ese apartamento?
Mirando a Gallo directamente a los ojos, Joey pasó la lengua por detrás de los dientes.
– Lo siento, no sé de qué está hablando.
– ¡No se haga la estúpida! -le advirtió Gallo-. ¡Sabe muy bien que no tiene jurisdicción!
– Sólo estoy haciendo mi trabajo -contestó Joey. Sacó un portafolios de cuero del bolsillo y le mostró su licencia de investigadora privada-. Y la última vez que lo comprobé, no hay ninguna ley que impida…
Gallo metió la mano a través de la ventanilla, cogió la licencia y la lanzó volando contra la ventanilla opuesta.
– ¡Escúcheme bien! -estalló ante el rostro de Joey-. ¡Me importa un huevo su licencia de estudiante, si vuelve a meter las narices en esta investigación yo personalmente arrastraré su culo por el puente de Brooklyn!
Asombrada por el repentino estallido de ira, Joey permaneció en silencio. Las fuerzas encargadas de hacer cumplir la ley siempre se mostraban muy quisquillosas en cuestiones de jurisdicción… pero en el servicio secreto… no perdían los nervios de ese modo. No sin una buena razón.
– ¿Algo más? -preguntó Joey.
Gallo la fulminó con la mirada, metió el puño dentro del coche y dejó caer una bolsa Ziploc llena de artilugios electrónicos destrozados en el regazo de Joey. Todos sus micrófonos y transmisores absolutamente inservibles.
– Hágame caso, señorita Lemont, no juegue con fuego.
Mi ojo se mueve cuando estoy nervioso. Sólo ligeramente, un leve aleteo, pero es lo bastante intenso como para confirmar que mi cuerpo está completamente trastornado. La mayoría de las veces consigo controlarlo tarareando el tema principal de Market Wrap o bien recitando el abecedario al revés, pero mientras me encuentro al final de la cola en el Aeropuerto Internacional de Newark, estoy demasiado pendiente de todo lo que hay a mi alrededor: la impaciente mujer de pelo castaño que está delante de mí, las quince personas que están delante de ella y, lo que es más importante, los detectores de metales al principio de la cola y la media docena de agentes de seguridad con los que me toparé dentro de treinta segundos.
Si el Servicio ha hecho correr la noticia, éste será el viaje más breve que hayamos hecho jamás, pero mientras la cola avanza lentamente, nada parece estar fuera de…
Mierda.
Al principio ni siquiera había reparado en él. Más allá de la cinta transportadora. El tío de espaldas anchas vestido con el uniforme de seguridad del aeropuerto. Lleva un detector de metales en la mano, pero la forma en que lo sostiene -como si fuese un bate de béisbol- delata que jamás ha tenido antes uno de esos detectores en las manos. Su postura… sólo los miembros del Servicio son tan grandes.
Cuando mira en mi dirección, bajo la cabeza para evitar el contacto visual. Diez personas delante de mí, Charlie gira la cabeza en todas direcciones, ansioso por relacionarse con alguien.
– Un día largo, ¿eh? -le dice a la mujer que se encarga de la máquina de rayos X.
– No se acaba nunca -responde ella con una sonrisa agradecida.
En un día normal, yo hubiese dicho que se trataba de la típica conversación trivial a la que Charlie es tan aficionado. Pero hoy… Tal vez está manteniendo una charla superficial con esa mujer, pero veo hacia dónde dirige la mirada. Directamente al tío de espaldas anchas con el detector de metales en la mano. Y la forma en que Charlie se balancea sobre los talones… es igual que las sacudidas en mi ojo. Ambos sabemos lo que sucederá si nos atrapan.
– ¿No lleva equipaje? -pregunta la mujer cuando Charlie se acerca a la máquina.
– Facturado -dice levantando el billete y señalando el comprobante.
En Hoboken, hicimos una rápida parada en una tienda del ejército para comprar una bolsa azul de gimnasia, ropa interior, camisas y unos cuantos artículos de aseo. También compramos una pequeña caja forrada de plomo que, oculta en el fondo de la bolsa, se convirtió en el escondite ideal para el arma de Gallo.
No hay duda de que es una pésima idea -lo último que necesitamos es que nos cojan con el arma del crimen en nuestro poder- pero como Charlie se encargó de señalar, estos tíos nos saltarán al cuello. A menos que queramos acabar como Shep, necesitamos protección.
– No se detenga -dice un guardia negro, haciendo señas a Charlie para que pase a través del detector.
Contengo el aliento y vuelvo a bajar la cabeza. No hay de qué preocuparse… no hay nada de qué preocuparse… Dos segundos más tarde un agudo pitido rasga el aire. Oh, no. Alzo la vista justo en el momento en que Charlie sonríe forzadamente.
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